Para ir a jugar a La Paz, hay que prepararse para la guerra. Quien entra en esa cancha boliviana sabe de antemano que los músculos pueden flaquear, que el aire se respira pero parece que no entra, que bien se puede sufrir un desmayo en la mitad de la cancha o un ataque de confusión en pleno remate de gol, y que ni sentado en la banca se está exento de una taquicardia, un vómito o una inaguantable migraña. A todo eso se exponen los visitantes inusuales de ese territorio inhóspito que está a 3.640 metros sobre el nivel del mar. A ese monstruo que también juega de verde se enfrenta Colombia este jueves en la eliminatoria al Mundial de Catar.
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No hay escapatoria. La eliminatoria marca con una equis ese tortuoso viaje a la altura de La Paz. No importan las quejas ni los lamentos ni las posteriores pesadillas. Toca jugar allí, donde no siempre se pierde, pero donde cuesta mucho ganar, y correr y respirar. Por eso cada selección que visita La Paz se concentra en diseñar un plan tan riguroso que empieza meses antes de viajar y solo termina en el avión de vuelta, y que más parece una estrategia para la supervivencia que para un partido de fútbol. En La Paz, los médicos juegan con la camiseta número 10.
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Colombia, en esta ocasión, dispuso su centro de operaciones en Santa Cruz de la Sierra, que está a 416 metros, para viajar a La Paz el mismo día del partido. Eso, dicen los expertos, minimiza el grado de afectación en el organismo de los deportistas. El técnico Reinaldo Rueda, además, diseñó un plan con varios jugadores habituados a la altura, la de Bogotá, Pachuca (México) o Guarne, en Antioquia. Todo eso ayuda cuando la altura es el rival número 12. “Minimizar el impacto de la altitud, es lo que hacen clubes y selecciones en estas ciudades, de estar la menor cantidad de tiempo para no tener el impacto de la altura”, dijo Rueda.
Pero nada es garantía. Cada que Argentina va a La Paz, prepara un arduo esquema médico. Y sin embargo, en 2013 Ángel Di María se derrumbó y tuvo que recibir oxígeno en plena cancha ante miles de espectadores y televidentes. Y el propio Lionel Messi vomitó en el intermedio. Es que el ‘mal de altura’, ese monstruo de 3.600 cabezas, no respeta apellido ni camiseta.

Di María recibe oxígeno en La Paz, en 2013.
AFP
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En La Paz no solo se juega; en La Paz, se sufre. Lo dicen los que han estado ahí. “La altura no es fácil, no es un mito, es una realidad. La respiración en la altura fue un síntoma predominante para nosotros cuando fuimos. Varios muchachos de la Selección no pudieron ni dormir, nos costó bastante, pero fuimos capaces de sobrellevar eso”, cuenta Agustín Julio, quien como portero de la Selección Colombia vivió ese drama en carne propia, en octubre del 2007. Salieron airosos. Empataron 0-0.
Varias veces la Fifa ha intentado erradicar las sedes de altura de sus calendarios, pero la sola insinuación levanta mucha tierra. En 2007 hubo un veto para jugar en altitudes mayores a los 3.000 metros, para cuidar la salud de los futbolistas, pero la defensa boliviana para proteger su inexpugnable sede fue feroz, un asunto de Estado. La medida se levantó. Así que La Paz sigue siendo la tortura de la eliminatoria.
Teóricamente, lo que sucede cuando el futbolista no habituado se enfrenta a ese monstruo de la altura, es que sufre un déficit de oxígeno en la sangre.
Alexánder Niño, exmédico de la Selección Colombia, lo explicó así en EL TIEMPO, en la última visita del equipo a La Paz: “En la medida en que hay esfuerzo físico, el déficit de oxígeno aumenta. No llega suficiente oxígeno a los músculos y la reacción no es tan rápida. Baja la potencia y la parte cardiopulmonar se afecta. El jugador se siente fatigado, con taquicardia, y a nivel cerebral pierde concentración por la falta de oxígeno. Pierde velocidad de reacción y de decisión”, dijo.
Hay futbolistas que aseguran no haber sentido nada fuera de lo común. Incluso hay equipos que se arriesgan a atacar, a correr, como lo hizo Ecuador en su más reciente visita, llevándose una victoria 2-3. Otros prefieren la prudencia. Argentina, que allí perdió 6-1 en el 2009, le tiene mucho respeto a la altura. Esta vez jugó a aguantar y ganó. Pero nadie se puede confiar. En 2004 la Selección Colombia de Francisco Maturana quiso atacar y se llevó cuatro goles. Por eso es que empatar allí no siempre es un mal resultado. Sobre todo porque ese es un partido que a veces se empieza a perder antes de jugarlo.
Ferreira quedó mano a mano con el arquero y nos comentó que no sabía qué hacer porque la cantidad de oxígeno que le subía al cerebro no era suficiente para tomar una decisión adecuada
Agustín Julio tiene el recuerdo clarito, le parece estar sintiendo ahora el ahogo, el dolor de cabeza.
“A la llegada al hotel esa noche fue tormentoso, porque más de uno de los jugadores tuvo que dormir con oxígeno, sufrir ese impase. En lo personal tuve migraña antes de empezar el partido, muy difícil, tanto así que al final hubo una jugada en la que (David) Ferreira quedó mano a mano con el arquero y nos comentó que no sabía qué hacer porque la cantidad de oxígeno que le subía al cerebro no era suficiente para tomar una decisión adecuada”, relata Julio.
El exdefensor Carlos Valdés también estuvo allí con la Selección Colombia. También sufrió las inclemencias de la altura. Considera que hay un factor mental que hace que todo sea aún más difícil. “Siempre se escucha lo difícil que es jugar en La Paz, la sensación de sentir que te falta el aire. A veces todo lo que se dice logra sugestionarte y juega en contra. En el aeropuerto, en todo lado en La Paz hay tanques de oxígeno para darle asistencia a la gente. Eso hace un poco más aterrador tener que jugar 90 minutos ahí. Y en el campo se siente la falta de oxígeno, pero pienso que el reto, más allá de la preparación, es mental”, dice.
Los equipos que llegan a La Paz ya no llegan tomando mate ni muy sonrientes; lo hacen con mascarillas en la boca y las miradas agotadas sin haber empezado la verdadera batalla. Los planteles cargan oxígeno extra, hay tubos regados en el camerino visitante del Hernando Siles y algunos tanques portátiles dispuestos cerca a la cancha. Nunca se sabe cuándo alguien con baja saturación de oxígeno en la sangre va a clamar, de rodillas, por ayuda.
En La Paz los tanques de oxígeno son tan importantes como llevar puesto el uniforme o los guayos. Se usan en el hotel, después del calentamiento, al iniciar el partido, en el entretiempo e incluso al final del juego, o de camino al aeropuerto. Nunca faltan.
En 2017 una imagen muy famosa en redes sociales fue la que publicó el brasileño Neymar, en la que sus compañeros estaban desplomados en una sala, aún en pantaloneta y cada uno con su tanque portátil y su mascarilla. “Es inhumano jugar en esas condiciones, campo, altura, balón… todo malo”, escribió ese día Neymar.
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Óscar Murillo, el defensor de Colombia que juega en la altura de Pachuca y que podría ser titular este jueves, ya lo sentenció, como para que sus compañeros, los que no han ido, estén preparados. “Uno termina y tiene que tener su bala de oxígeno para recuperarse… Antes del partido hay que estar con oxígeno, durante y después. ¡La altura es complicada!”, dijo recientemente en ‘Blu Radio’.
Hay otras ayudas que no pueden faltar en el botiquín médico: el sildenafil (que llamado así no dice nada, pero por su nombre comercial si llama la atención) es el famoso viagra, cuya función principal es tratar la impotencia sexual, pero que en el caso de los visitantes a la altura, es un aliado estratégico. El efecto del viagra, según contó el médico Niño en su momento, es que es un medicamento que ayuda a tratar problemas de hipertensión pulmonar, que son comunes en los visitantes a la altura, ya que se dilatan las arterias pulmonares por el déficit de oxígeno. Varios clubes han acudido a su ayuda. Lo hizo San Lorenzo de Argentina en 2014, o el propio Blooming, que es de Bolivia pero no de altura.
En un partido de la Copa Libertadores de 2017, River Plate optó por preparar una mezcla especial para sus futbolistas: viagra, aspirina y cafeína. El coctel les ayudó a contrarrestar la falta de oxígeno que hay en Oruro, ciudad boliviana a 3.700 metros. Fue una precaución que iba acompañada de la estrategia deportiva, para que nada fallara en ese encuentro. River perdió 2-0…
Pero si de oxígeno se trata, una ayuda que tuvo la Selección Colombia en 2007 bajo la dirección técnica de Jorge Luis Pinto fue la de las famosas cámaras hipóxicas, una herramienta de entrenamiento para que el organismo mejore su funcionamiento durante competiciones en ciudades con altitud igual o superior a 2.000 metros sobre el nivel del mar, como Bogotá o La Paz. Su efecto es que el organismo adquiera artificialmente más glóbulos rojos para facilitar el transporte de oxígeno en la sangre.

Jorge Bermúdez, en el aeropuerto de La Paz, en el año 2000.
Archivo EL TIEMPO
Los métodos son variados. De hecho también se dice que la hoja de coca es una buena alternativa para evitar el mal de altura, ya que contiene glubolina, que mejora la circulación sanguínea. Lo que pasa es que su uso no es autorizado en deportistas, sí para los demás mortales. El papa Francisco pidió a las autoridades la famosa hoja de coca para masticarla, tan pronto puso un pie en Bolivia.
Ya en la cancha, se sabe que el balón corre más, que no se alcanza, que ir tras él es como ir en un terreno cuesta arriba. Pero por muchos años existió el mito de que en La Paz los balones eran inflados con helio y no con aire, esto para aumentar, aún más, la velocidad, por tener menor presión atmosférica. Así, el balón rebotaría más y tomaría efectos inusuales. Vaya problema para los arqueros.
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En una nota de EL TIEMPO de 2003, para un partido en Bolivia de la Selección, se relata: “Estaba tan inquieto el portero Oscar Córdoba con el cuento de que aquí inflan la pelota con helio, que Gustavo Moreno Jaramillo, gerente de la Selección logró que la terna arbitral brasileña llegara con los balones desinflados a su camerino, para que ellos mismos les echaran el aire, luego los pesaran y los marcaran. Para eso convenció al uruguayo Juan Daniel Cardelino, el inspector arbitral”.
La adversidad en la altura es tan preocupante para los visitantes, que hasta las leyes de la física se ponen en juego cuando de patear una pelota se trata. En 1996 Argentina perdió en Quito, a 2.800 metros de altitud. Al terminar el partido, el técnico Daniel Pasarella lanzó una frase memorable. "En la altura la pelota no dobla", dijo. Se refería a que el balón, en esas condiciones, carece de efecto, se va derechito, sin curvas y veloz, muy veloz. Todo eso lo aprovechan los locales, que no solo dominan la altura sino todos sus secretos.
La altura es una realidad, no un mito. Más cuando hablamos de La Paz, Cerro de Pasco, etcétera. El jugador bien entrenado debe correr en La Paz. El que no, lógicamente no rinde.
En todo caso, hay quienes piensan que aunque la altura también juega, lo más importante es estar bien preparados, bien entrenados. “La altura es una realidad, no un mito. Más cuando hablamos de La Paz, Cerro de Pasco, etcétera. El jugador bien entrenado debe correr en La Paz. El que no, lógicamente no rinde. Para mí es jugar y entender el fútbol bien”, opina el experimentado preparador físico y entrenador, Diego Barragán, que nueve veces visitó ese territorio. “Perdí solo una”, dice, orgulloso.
A Colombia le llegó la hora de enfrentar otra vez ese temido territorio. No hay atajo, hay que enfrentarlo. El plan ya se hizo, las precauciones van en el equipaje, y en la cabeza de cada jugador. El monstruo ya ruge, agobia, asusta, pero todavía queda el fútbol, y los trucos médicos, para dar la guerra en La Paz.
PABLO ROMERO
Redactor de EL TIEMPO
@PabloRomeroET
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