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Fútbol Internacional

Colombia sacó un empate con sabor amargo en La Paz

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Ganaba con gol de Roger Martínez, pero no pudo sostener la ventaja, en la eliminatoria. 

pablo romero
Hay empates que saben a derrota. Empates que duelen en la cabeza y en el corazón y en alma. Empates que debieron ser victoria. Empates que no se celebran como otros empates que sí. Colombia tuvo el triunfo en La Paz metido en el equipaje de vuelta. Lo trabajó, lo luchó, lo merecía. Pero bastó un parpadeo para que el triunfo en la altura se fuera al suelo, y duro. El 1-1 es un trago que se saborea, pero que arde en la garganta.
Roger Martínez iba camino a ser el gran héroe del partido. No Falcao, no Borja ni Borré, no; Roger, el que juega en México y domina la altura. El delantero, elegido como arma secreta por Rueda, jugó con el cabello amarillo para que en Colombia no lo confundieran y para que en Bolivia no lo reconocieran.
Cuando lanzó su ataque voraz, no le faltó el aire. Las piernas le respondieron como dos mástiles que nadie pudo quebrar, como si no hubieran pasado ya 69 minutos de lucha en la altura. Su cuerpo fue ágil, fue viento. Pasó de largo entre sus rivales, los despeinó en el vértigo de su carrera, avanzó como dueño de la altura, con la pelota atada a su guayo derecho, y luego descargó su bomba para que estallara adentro del arco boliviano. Fue el 0-1, el premio al esfuerzo colectivo. Pero el golazo no fue suficiente. No alcanzó para ganar en La Paz, como se necesitaba.
Fue una victoria incompleta. Una victoria que no llegó a ser. Que no culminó. Fue un tesoro que se resbaló de las manos por un descuido letal, un parpadeo defensivo. Fue cuando Fernando Saucedo se encontró con tanta libertad afuera del área como para sacar ese misil que David Ospina no se atrevió ni a mirar, y con ese remate fue como el boliviano le puso un tachón de lado a lado al libreto perfecto que tenía Reinaldo, cuando ya iban 83 minutos.
El equipo colombiano quedó desconsolado y desconectado, y no es para menos. Quedaban muy poco tiempo y muy poco oxígeno para intentar un segundo golpe, otra gesta de altura. Y eso que entró Falcao a ver qué podía rasguñar. El empate dolió, y más cuando se mira atrás y se revisa la jugada que debió ser gol y no lo fue, la del ‘Riflecito’ Andrade, el jugador de Atlético Nacional, el que llegó del ‘morfociclo’ y que tuvo en sus pies la jugada de la consagración y mandó la pelota afuera, levemente afuera, como si el monstruo de la altura lo hubiera nublado en el que era el instante más importante del partido.
Pero, en general, el empate duele porque Colombia no sufrió. La altitud no ahogó al equipo, que por si acaso levantó una sólida pared en la mitad para que por ahí no pasara ni el viento. Así sobrevivió los primeros 15 minutos que, se sabía, iban a ser de vértigo local. Y sobrellevó la primera media hora, y el primer tiempo y parte del segundo.
Roger Martínez

Roger Martínez

Foto:Cristian Álvarez/ FCF

El equipo, sin embargo, no se atornilló en su campo. Gozaba de los tres mosqueteros: Díaz, Quintero y Cuadrado, a ver cuál de ellos frotaba la lámpara. Díaz fue el más impreciso, porque le ganaba el instinto de querer ir y derrochar energía en una plaza donde cada gota de oxígeno vale oro. Quintero y Cuadrado estuvieron más aplicados, manejando los tiempos en una cancha donde el tiempo parece no correr.
Bolivia lanzó sus lances veloces, queriendo destrozar los pulmones colombianos lo más rápido posible, a punta de pelotazos cortos y largos que poco daño hicieron. Aunque en uno de esos proyectiles al área, Dávinson Sánchez como que vio la pelota doble y cabeceó la que no era; menos mal que Martins, el feroz delantero boliviano que acechaba detrás de él, tampoco vio la bola real. Hubo otros dos sustos, cuando el boliviano Saavedra intentó sorprender a Ospina con un misil, y otra cuando Sánchez vio la cancha al revés y pateó para su propio arco. ¡Uff!
Colombia dio su mejor batalla en La Paz, tuvo la victoria lista en el equipaje de vuelta, pero se fue con la amargura de un empate de esos que no gustan, de esos que no saben, de esos que poco se celebran. 
PABLO ROMERO 
Redactor de EL TIEMPO
@PabloRomeroET

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