Desde México hasta Argentina, en humildes e improvisadas escuelas de formación deportiva, se juegan a diario no solo las ilusiones de millones de niños y adolescentes que sueñan con alcanzar la fama en el fútbol, sino la esperanza de sus padres de gambetear a través de ellos la pobreza.
Son lugares olvidados por la dicha del progreso, en donde la única salvación parece estar en la aparición de un “representante” con una oferta económica para llevarse a los jóvenes y hacerlos debutar en los principales clubes del sur del continente y de Europa, como lo hicieron en su momento con el argentino Lionel Messi o el colombiano James Rodríguez.
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En este reportaje, realizado por El País de Cali (Colombia), La Nación (Paraguay), Opinión (Bolivia) y la plataforma latinoamericana de periodismo CONNECTAS, se logró registrar 217 casos de deportistas, en su mayoría colombianos, que lejos de consagrarse en el fútbol internacional, terminaron siendo víctimas de un mercado ilegal que incluye desde estafa y trata de personas hasta explotación sexual.
A esa cifra, que consolida lo que podría llamarse ‘trata de futbolistas’, se llegó tras solicitar información a las autoridades judiciales en Colombia, Paraguay y Bolivia, y cruzarla con las denuncias de algunas de las víctimas e informes de prensa en varios medios del continente.
Aunque no se trata del accionar delictivo de una estructura criminal organizada, cada una de las personas que integra la nómina de 19 falsos cazatalentos identificados para este reportaje se ciñe al mismo método: les piden una suma baja de dinero a familias de bajos recursos para iniciar supuestos trámites que los llevarán a ser estrellas del deporte, y luego, con la ilusión madura, les exigen desde 600 hasta 10.000 dólares por llevarlos, sin obstáculos, a la “fama”. A continuación, le contamos algunas de estas historias:
Corría el mes de octubre del 2019 cuando apareció en la casa de Jefferson y otros jóvenes de entre 15 y 21 años, en un sector popular del municipio de Quibdó, el empresario argentino Édgar Humberto Ozuna, quien se presentó como presidente del Club Deportivo Thomas Bata de Quillacollo (Cochabamba), un equipo de segunda división del fútbol de Bolivia, con cartas en blanco para llevar jóvenes promesas a probar a esa liga.
Consciente de que al futuro en ocasiones es necesario darle un impulso, el tío de Jefferson, un humilde pescador, accedió a un préstamo informal ‘gota a gota’, un crédito que organizaciones criminales entregan sin estudio previo y donde la deuda se paga hasta con la vida.
Tres semanas más tarde la esperanza de toda una familia aterrizó en El Alto y luego en Cochabamba, Bolivia. Pero los reflectores de ningún estadio se encendieron para su debut. Jefferson fue abandonado por el empresario en un hotel junto a otros ocho jóvenes y luego se infectó de covid.
En Cochabamba sobrevivió de la caridad de la gente, mientras su familia, más pobre y endeudada, pasaba penurias para comprar un tiquete que lo sacara de la pesadilla en que terminó, lejos de su hogar.
Como muestra esta investigación, la historia de Jefferson se repite de a decenas entre jóvenes colombianos.
Son las 7 de mañana en este sector del oriente de Cali y mientras Yilber Castro amarra de nuevo sus botines, con los bolsillos vacíos y a la espera de una segunda oportunidad, recuerda que su madre, una empleada doméstica, logró con esfuerzo y debiéndole a cada santo una vela juntar los 700 dólares para el viaje que el joven nunca realizó.

Un grupo de jóvenes futbolistas colombianos llegó a Bolivia a finales de 2019 con el sueño de jugar al fútbol, pero fueron estafados. Quedaron en la calle y hasta se contagiaron de covid-19.
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“Es doloroso que haya gente que juegue de esa forma con las ilusiones de personas humildes que solo buscan salir adelante y ofrecerle una mejor vida a su familia”, dice Yilber.
“En Colombia es muy fácil abusar de las expectativas de la gente”, cuenta Carlos González Puché, presidente de la Asociación Colombiana de Futbolistas Profesionales (Acolfutpro), a CONNECTAS, “porque los papás están dispuestos a pagar y a hacer lo que esté a su alcance, en todos los niveles sociales, por ver triunfar a sus hijos”. Todos, asegura González Puché, “creen que tienen a Maradona en su casa. Y terminan proyectando estos chicos a la miseria porque dejan de lado el estudio y ponen el fútbol como única alternativa y terminan burlados”.
De acuerdo con las cifras de la Federación Colombiana de Fútbol, en este país tenían registrados al cierre del 2020 a 77 intermediarios oficialmente inscritos para realizar transacciones con deportistas.
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Para Iván René Alfaro, un joven cartagenero de 22 años, los halagos como jugador habilidoso no eran asunto nuevo. Dueño de una zancada larga, figura atlética y potente remate, era un hecho su llegada al fútbol colombiano en cuestión de días. Sin embargo, fue visto primero por un cazatalentos para equipos en Panamá y México.
En plena pandemia, en el mes de julio, Jorge Andrés Ruiz Atehortúa, deslumbrado por el talento del jugador cartagenero, inició un proyecto en el que contrató a Luis Matos y a Francisco Rodríguez como coordinadores. Rentó una cancha y una casa-hogar para tener allí a los jugadores de mejores condiciones. Y empezó a tramitar contratos para el equipo Nicolás Romero de México y el Atlético San Pacho, de Panamá.
Con los contratos en la mano, los padres debían cancelar entre 700 y 1.000 dólares por los trámites antes de viajar al país asignado. Alfaro, acostumbrado a burlar marcas, no pudo esta vez driblar sobre el empresario que tenía enfrente.
“En mi desespero por salir adelante, hablé con mis papás y mi familia y entre todos empezamos a juntar ese dinero. Mi papá estaba desempleado y aun así conseguimos parte del dinero con un préstamos al 20 por ciento de interés y vendí algunas de mis cosas y de atrevido les pedí dinero a algunos amigos”, cuenta Alfaro mientras resopla bajo el sol canicular de Cartagena a las 3 de la tarde.
Por supuesto, todo fue un fraude. Ruiz no era más que un habilidoso falsificador de documentos que no representaba a nadie. En México jamás han sabido de él y en Panamá, el equipo al que iba a llevar jugadores era un conjunto de barrio que no compite en ningún lugar.
“El tipo se les llevó a los muchachos de la ciudad y de otras regiones del país entre 18.000 y 20.000 dólares. En noviembre les aseguró además a tres jugadores del César que los llevaría a jugar a Belice, pero todo fue mentiras y yo mismo presenté las denuncias a la Fiscalía”, cuenta Hugo Alfaro Cantillo, quien ha sido el preparador de varios jugadores de la costa Atlántica colombiana que hoy militan en el profesionalismo.
Si alguien sabe de sueños rotos y sacrificios, es la familia Pérez Santoyo. Convencidos de la habilidad de Yeison, el menor de los hijos, se endeudaron para enviarlo a la escuela de nuevos talentos del Barcelona de España. A finales del 2019 la covid-19 lo obligó a volver a Colombia, pero antes envió videos suyos a diferentes equipos en Europa y Asia.
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Al regresar supuestamente el Al-Wasl Football Club de Dubai le puso en su correo un precontrato para integrar al plantel profesional. “Me pareció que la respuesta había sido muy rápida, pero por las ganas que tenía de cumplir mis metas no le di importancia a ese detalle”, dice el volante de 21 años, sabiendo que era el club que dirigió Diego Armando Maradona en su paso por los Emiratos Árabes.

Nicolás Castro es otro de los jóvenes futbolista colombiano estafados por Ozuna. Estuvo en Bolivia tras el sueño de jugar al fútbol pero terminó siendo engañado.
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Era necesario que el jugador costeara los gastos -cerca de 2.000 dólares- que debía consignar al representante del equipo y que le serían devueltos a su llegada a Dubai. “Mis papás hipotecaron la casa y se endeudaron con los bancos para conseguir ese dinero; después nos dimos cuenta que nos habían estafado”. Tan pronto consignó el dinero, le apagaron los teléfonos y no volvió a saber de su ‘promotor’.
Pese a los traspiés, los casos ya expuestos no son los peores. Muchos otros no llegaron a romper las redes adversarias, sino que fueron ellos los que terminaron envueltos en redes, pero de prostitución y trata de personas con fines criminales.
Así lo consigna una noticia de junio de 2020 que publicó el portal Infobae. Siete futbolistas procedentes de Colombia fueron rescatados durante un operativo por la Guardia Civil Española mientras eran explotados sexualmente en Prados del Rey (Cádiz). Información oficial aseguró que la organización criminal reclutaba a jóvenes en Colombia y Argentina con el ofrecimiento de contratos de fútbol en ligas inferiores que les permitiría remediar los problemas económicos por los que pasaban ellos y sus familias.
Pero al llegar a España eran recogidos en el aeropuerto y les retenían la documentación para mantenerlos bajo control. Los jóvenes vivían hacinados en una habitación, solo podían relacionarse entre ellos y eran forzados a mantener relaciones sexuales durante su cautiverio, todo bajo el control de tres españoles que fueron capturados por los delitos de trata de personas con fines de explotación sexual y prostitución lucrativa.
“Juegan a la lotería con el futuro de los chicos”, dice Rogelio Delgado, presidente de la Asociación de Futbolistas del Paraguay (AFP), quien conoce el caso de Ozuna y otros falsos empresarios por las constantes denuncias que llegan hasta su oficina.
Edgar Humberto Ozuna, que no es argentino sino un colombiano con acento rioplatense actuado, tiene un largo palmarés judicial en el sórdido mundo de la trata de futbolistas. Esta investigación halló cuatro investigaciones pendientes en su contra en Colombia desde el 2012, cinco procesos penales en Paraguay y una veintena de denuncias en Bolivia.

Edgar Ozuna, colombiano, tiene 33 denuncias por estafa en Colombia, Bolivia y Paraguay. En este último país tiene además una causa abierta por trata de personas.
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Pese a eso, solo vio la tarjeta roja recién en esta pandemia, cuando fue detenido por estafa en Cochabamba. La denuncia había sido instaurada por las propietarias de un hostal donde albergaba a los muchachos y luego huía sin cancelar el servicio.
Entre junio y agosto de 2017, Ozuna ingresó al Paraguay a cerca de 20 jóvenes colombianos, varios de ellos menores de 18 años, con la promesa de que jugarían en equipos de fútbol. Los llevaba a practicar en cualquier canchita de barrio hasta que desaparecía. El 16 de diciembre de 2017, Ozuna fue detenido por la Policía paraguaya cuando intentaba cruzar un retén hacia Bolivia. Intentó engañar a las autoridades usando un documento falso.
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En Bolivia, el primer registro de Ozuna aparece en un parte policial el 17 de abril de 2020, al día siguiente de que fuera denunciado por un grupo de nueve futbolistas colombianos -entre ellos el ya citado Jefferson- en la ciudad de Cochabamba. El caso tuvo trascendencia mediática en mayo cuando la mitad de los jugadores se infectaron con coronavirus.
Finalmente, la Justicia de Cochabamba determinó la detención preventiva de Ozuna por estafa agravada. Pero no por timar y abandonar a los jóvenes futbolistas, sino porque no había pagado los servicios de dos alojamientos en donde mantuvo durante varias semanas a los chicos colombianos.
Irónicamente, contagiarse de coronavirus fue lo “mejor” que pudo pasarles a los jugadores que Ozuna llevó a Bolivia bajo engaños. Eso permitió darle visibilidad a una historia que, de otra manera, habría pasado desapercibida.
Es el caso de Daniks Cuero, de 23 años y natural de Buenaventura, quien se quedó en Bolivia en medio de la pandemia, ganándose la vida en un asadero de pollo, vendiendo gaseosas en la calle y, en el último tiempo, limpiando parabrisas de autos en una rotonda de la ciudad de Santa Cruz. Lo poco que ahorra lo envía a Colombia para la manutención de su hijo de tres años. Por las tardes entrena en un club de tercera división, ya que no abandona el sueño de vivir del fútbol.
Pese a ser un tema que involucra directamente los circuitos del negocio del balompié, desde la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) prefirieron no hablar sobre este sistema de estafa. Durante al menos dos meses, este equipo periodístico buscó sin respuesta alguna posición sobre el caso de la máxima autoridad regional del fútbol.
Sí lo hicieron en Colombia desde la Asociación Colombiana de Futbolistas Profesionales, Asocolfutpro, donde informaron que pese a trabajar solo con jugadores profesionales, han ayudado a regresar al país a jóvenes que viajaron con engaños a Irán, a Malasia, a los países de la Cortina de Hierro y a Centroamérica, donde supuestamente se ganarían 1.000 o 1.500 dólares al mes, aunque finalmente terminaron viviendo en un cuarto compartido con hasta cinco personas y en condiciones infrahumanas.

El supuesto documento que le enviaron desde Arabia Saudita a Yeison Pérez Santoyo. Todo fue un montaje para quitarle plata a la familia.
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Al cierre de este reportaje, a Yeison Pérez le ha llegado una nueva invitación. Esta vez para formar parte del Club Atlético Pantoja de República Dominicana, una muestra irrefutable de que mientras persistan los anhelos, habrá siempre 'Ozunas' al acecho. El supuesto empresario es un argentino de nombre Nicolás Spur y la citación a pretemporada es una carta firmada sin nombre legible. Similar a la que recibió del Al Wasl Football Club de Dubai que dirigiera Maradona.
El mismo crack argentino que en su despedida reconoció que cometió errores, que se equivocó y pagó, que el fútbol está exento de culpas o de delitos que se cometen en su nombre porque “la pelota no se mancha”y nada tiene que ver el deporte con toda esta legión de ‘sepultureros de sueños’ que va por las canchas haciendo gambetas con la pelota sucia.
-CONNECTAS
(*): Esta investigación fue realizada por Santiago Espinoza, Aldo Benítez y Hugo Mario Cárdenas para ‘Opinión’, de Bolivia, ‘La Nación’, de Paraguay, ‘El País’ de Cali, Colombia, y la plataforma latinoamericana de periodismo CONNECTAS .