Si los dioses del fútbol existen, seguro que tocaron a Juan Fernando Quintero. Pareciera que algo sobrenatural, con fuerza y poder inevitable e ineludible, lo guiara por un destino maravilloso de goles inolvidables y momentos fantásticos.
Ahora, como ya le había pasado, se levantó de las sillas de los suplentes y entró a la cancha de uno de los templos sagrados del balón, el Santiago Bernabéu de Madrid,
a los 12 minutos del segundo tiempo, cuando su equipo, River Plate, perdía con Boca Juniors 0-1 la final de la larga y aplazada Copa Libertadores de América.
Y por ese don, que insisto debe ser un capricho de las deidades de la pelota, Quintero hizo que lloviera el maná del triunfo del cielo rojo y plata de River: con la magia de su pierna zurda participó en la jugada del empate, anotó un fantástico gol con un remate de humo a borde de área y fabricó el contragolpe en relámpago del definitivo 3-1 para ganar el superclásico argentino más importante de todos los siglos de los siglos...
Quintero, de 1,68 metros de estatura, que cumplirá 26 años en enero y a quien muchos sabios del juego lo descalificaron por gordito y cantar reguetón en su natal Medellín, ya lo había hecho: en el Mundial de Brasil-2014 también fue suplente, el más joven de la Selección Colombia; el Mozart del equipo que enloquecía a Costa de Marfil con sus goles, sus pases y sus gambetas.
Ya lo había hecho: en el Mundial de Rusia hace menos de medio año también era suplente y le tocó asumir por las lesiones de James y fue su socio de oro cuando se juntaron contra Polonia. Le hizo un gol a Japón. “Crac, sos un crac”, le gritó a él –y al mundo– el técnico Pékerman. Quintero es eso, un crac que desde un aparente rol de actor secundario termina siendo el protagonista magnífico y brillante.
Quedarse en el destino es una explicación bonita y emotiva, pero corta, pues la vida es una espiral de causas y hechos, una cadena de eslabones de acciones y reacciones que la construyen. Así, Juan Fernando Quintero –¡Quinterito, no; nunca más!– es uno de los constructores de juego más claros y geniales del fútbol colombiano al que le fue en River mucho mejor como suplente, rematando partidos, como arma de cambio, como estocada final.
Es curioso: un crac de su condición, al que ayer el mismísimo Falcao, eufórico, le gritaba por Instragram: “¡Juan Fernando Quintero: todo lo que está bien en el fútbol. Entraste a resolver, papá!”, le ha ido mejor como suplente que como titular en este River y en la Selección Colombia.
Marcelo Gallardo, su técnico en River, ha explicado el porqué de su decisión. Ya lo dijo: “Es una de nuestras variantes, es un jugador que entra fresco y nos da la posibilidad de abrir un partido cuando el rival baja la guardia. Puede que le toque jugar de entrada y que, por la agresividad del rival, no sea lo mismo. No solo le pasa a él sino a muchos jugadores que ingresan y cambian el partido”.
Juan Fernando Quintero tiene un pie de seda rápido y preciso para el pase de primera, para tejer la trenza, para hacer la pared y levantar el muro de juego asociado; un cerebro mágico y punzante cuando deja de cara al gol a sus compañeros y una pierna que convierte en bala o paloma la pelota cuando remata a gol.
Quintero, un crac que ha hecho su propio destino: triunfar.
Meluk le cuenta…
GABRIEL MELUK
Editor de Deportes
En Twitter: @MelukLeCuenta