–Queremos que dentro de 20 años haya un Messi o un Maradona chino –dijo, con excesivo optimismo, el presidente de China, Xi Jinping– y para eso necesitamos la ayuda de ustedes.
–Para eso les falta bastante, pero podemos ayudarlos si quieren –le respondió, amablemente, Mauricio Macri, su homólogo argentino. Hubo risas–.
La charla, salida de las formalidades y las tensiones diplomáticas, no era en broma. Se dio el pasado septiembre, cuando en una reunión política el mandatario chino aprovechó para abordar con Macri –un experto por su carrera dirigencial en Boca Juniors– el tema del fútbol. Un asunto que en China ha tomado importancia estatal.
Meses después, como si esa charla hubiera arrojado frutos, el mundo se sorprendió con la noticia: el jugador argentino Carlos Tévez fue transferido de Boca Juniors –el club del que Macri fue presidente– al Shanghai Shenhua de China. Lo curioso y llamativo fue la cifra –revelada por la prensa asiática y gaucha– que el club le pagará al futbolista de 32 años: un sueldo anual entre los 40 y 42 millones de dólares, por cada una de las dos temporadas que firmó. Unos 110.000 dólares diarios. Será el futbolista mejor pagado del mundo, pues el sueldo sería libre de impuestos. Ganará lo que ganan juntos Messi (22 millones anuales) y Cristiano Ronaldo (21).
La contratación de Tévez fue un nuevo golpe de opinión del fútbol chino; una demostración de que quieren darle continuidad a su ambicioso proyecto de convertirse en una potencia futbolística hacia el 2050. Para eso les falta mucho, como dice Macri. Les falta buscar, escarbar y formar a un potencial Messi de ojos achinados. Xi Jiping lo sabe. Pero su ofensiva es más global.
Se dice China y uno piensa de inmediato en gente. En mucha gente. En millones de personas de ojos rasgados. Se piensa en economía poderosa, en mercados y mercancías, en política. Si se habla de deportes, uno piensa en artes marciales, en tenis de mesa, en esas disciplinas legendarias. Pero no se piensa en fútbol. Xi Jinping quiere que eso cambie. En un país de 1.300 millones de personas, algunos talentos encontrará. Por eso busca ayuda, por eso se asesora, por eso planea. Quiere que para el 2020 unos 50 millones de niños y adultos chinos practiquen deporte, practiquen fútbol. Prometió miles de centros de entrenamiento, unos 20.000, y unos 70.000 campos de fútbol. Quiere a futuro que China organice un mundial y que lo gane. Y claro, anhela tener a un Messi propio.
Mientras ese largo proceso se da, China tiene el dinero para promover su liga, para hacerla más atractiva, para convocar a millones de aficionados y, sobre todo, para captar la atención mundial. Para eso, contratan con chequera en mano. Tiran la casa por la ventana. Así, no hay forma de resistirse. Tévez no pudo hacerlo.
En la temporada pasada, los chinos gastaron más de 280 millones de dólares en contrataciones. Llevaron a los colombianos Jackson Martínez, Fredy Guarín y Fredy Montero; a los brasileños Ramires, Hulk y Alex Teixeira; al marfileño Gervinho... A muchos más. Ahora, sumaron al brasileño Oscar y a Tévez.
(Le úede interesar: China avanza sobre los mercados del fútbol)
La idea de Jinping, un futbolero empedernido, no es del todo descabellada. Hace un par de años empezó a exhortar a los millonarios empresarios chinos para que inviertan en el fútbol. Y en China, los deseos –o caprichos– de Jinping parecen ser como órdenes.
Hace un año, cuando hubo ese gran boom de contrataciones, el representante colombiano de jugadores Luis Felipe Posso analizó este fenómeno desde el punto de vista netamente político. “En China, todo tiene que ver con el Gobierno. Si un gobernador apoya un equipo, las compañías que hacen negocios con la ciudad son invitadas a que lo patrocinen. El Gobierno, unido a las empresas, tiene el plan de hacer de China una gran potencia deportiva”, explicó Posso.
Las empresas respaldan a los principales clubes. Evergrande, una gigantesca multinacional de construcción, es dueña del Guangzhou, en el que juega Jackson Martínez y que es considerado el equipo más importante en Asia. Y otras empresas se han lanzado al mercado internacional, invirtiendo en los clubes más famosos de Europa. Wanda, multinacional de bienes inmuebles, lo hizo en Atlético de Madrid. El fútbol chino se expande desde diferentes flancos.
(Además: 'Es difícil salir del club que uno ama': Carlos Tévez)
La experiencia en ChinaCuando el colombiano Carmelo Valencia eligió jugar en China, lo dudó. Sus compañeros del club coreano Ulsan Hyundai, donde jugaba por ese entonces, en el 2011, le sugerían a gritos que no lo hiciera. “No te va a gustar la comida”, era uno de sus argumentos más convincentes. Carmelo lo comprobó en su primera visita, cuando no pudo comer nada, “ni siquiera esos pollos enteros con cabeza, ni esa carne terrible, con grasa y pimienta”.
Pero la exótica gastronomía china no iba a ser una barrera. En el 2013, cuando aún no había estallado el boom de los millones, cuando aún no se pagaba como se paga hoy, Carmelo decidió jugar en esa liga. Así fue su llegada: “En China hay tres o cuatro empresarios que manejan todo el futbol, tanto de primera categoría como de segunda. Todos los jugadores llegamos a una oficina. Ellos tienen ahí los videos de nosotros y se los muestran a los directivos, ahí mismo. Y ellos escogen. El club Tianjin Teda necesitaba un delantero como yo, y me quedé”, dice Carmelo.
Una vez allí, se adaptó rápido. Estuvo allá cuatro años y notó la transformación de la liga –la Superliga China, como se llama–. El balompié se volvió una cuestión promovida por el Estado y el capital.
“Cuando llegué había por ahí tres o cuatro equipos muy fuertes económicamente. Unos años después empezó a crecer, impulsado por las empresas privadas y por el Gobierno. El presidente actual –Jinping– muere por el fútbol. Él dice ‘vamos a promover el fútbol’, y los ricos se motivan”, dijo Carmelo.
Luego empezaron a llegar las primeras grandes figuras, el marfileño Didier Drogba y el francés Anelka. Entonces, el mundo empezó a mirarlos de reojo. ¿Qué pretenden?, se habrá preguntado más de uno. Carmelo, que pasó a jugar al Beijing Baxy en el 2015, se percató de que esa liga pretendía algo grande. Muchos jugadores extranjeros, muchos latinos, otros colombianos –como Giovanni Moreno– empezaron a llegar.
Quizá por eso, Carmelo saca pecho. Se considera un precursor. Piensa que les abrió las puertas a muchos jugadores. Cuenta que incluso el presidente del club le pidió que se quedara y se nacionalizara, algo que descartó, pues lo obligaba a renunciar a su nacionalidad colombiana. El dinero no da para tanto. Regresó a Colombia, con su familia –su esposa está embarazada–, y este año jugará en Equidad.
Le llamó la atención la millonaria transferencia de Tévez, pero no se sorprendió. Sabe bien que en China hay dinero para hacer semejantes contrataciones. Él no ganó así, pero le fue bien, dice. Y aunque le gustaría volver, augura que ese fútbol es prestado, que a China le costará ser la potencia que quiere ser: encontrar a su propia imitación de Messi no será fácil.
“La única forma de que esa liga crezca es que los jugadores chinos mejoren, porque el extranjero juega tres años y se va. Deben trabajar desde las bases. Corregir falencias mentales, porque no son muy fuertes mentalmente. Hay mucho chino rico y el fútbol para ellos es como un hobby, deben tener más sentido de pertenencia. Deberían abrir más cupos de extranjeros –solo pueden estar en cancha 4, uno de ellos asiático–”, opina Carmelo.
Eso sí, asegura que la afición está creciendo, que hay clásicos con 60.000 o 70.000 personas y que los aficionados son muy eufóricos, que no perdonan una derrota en ese tipo de juegos. Pero van al extremo: “Te idolatran desde que llegas, te sacan pancartas, luego te vas y te las regalan, y vuelven e idolatran a los que llegan. No debe ser así, los ídolos se ganan con muchos partidos y títulos”.
Con Tévez ya asegurado, China cumplió su propósito de este mercado de transferencias, en el que aún podrían dar más sorpresas. Han surgido nuevas informaciones de posibles intereses de los chinos por fichar a otras estrellas. Incluso hay especulaciones: la prensa británica dijo que James Rodríguez rechazó millonarias ofertas. El club implicado, el Hebei China Fortune, lo desmintió.
Hace poco también se conoció que desde China le habrían hecho una oferta multimillonaria a Cristiano Ronaldo: 100 millones de euros por temporada y 250 millones al Real Madrid por el traspaso. Una locura. Dicen en España que el Madrid declinó la intención de inmediato. A Messi también lo asocian con el Hebei Fortune, que lo desmintió. Se dijo que habría ofrecido 500 millones.
En su momento, los chinos también fueron por el colombiano Falcao García cuando él estaba en Inglaterra y vivía un momento difícil porque casi no jugaba. Lo tentaron con dos ofertas. Falcao, como reconoció después, se negó. Irse a China implica, en todo caso, apartarse de la élite. Falcao lo sabía bien. Desde que Jackson y Guarín se fueron para allá, no volvieron a la Selección.
Sin embargo, como si su propio experimento se les estuviera saliendo de las manos, Jinping ha tenido que salir a regular esta situación que parece incontrolable. El gobierno chino estudia poner topes en las compras y en los salarios. Consideran irracional los pagos que están haciendo. “Se harán restricciones razonables a los altos ingresos de los jugadores”, dijo un portavoz de la Administración de Deportes.
Pese a todo, China, que solo ha ido a un mundial, el del 2002, y cuyos jugadores no figuran internacionalmente, tiene ambición: su proyecto futbolístico es tema de Estado para llegar a ganar un mundial, para encontrar a su propio Lionel Messi.
PABLO ROMERO
Redactor de EL TIEMPO
Comentar