A Jürgen Klopp le hacía falta una pieza en su tridente. El declive de Roberto Firmino lo salvó un Diogo Jota que cayó de pie en Liverpool, pero la explosión del portugués la ha eclipsado un Luis Díaz que ha perfeccionado en Anfield un arte cada vez más extinto: el regate.
Los que le conocen le describen como un chico tímido, algo que le viene de hace mucho. Ya desde que jugaba en su Colombia natal, en Barrancas, Díaz era reservado fuera del campo, pero dentro de él es un diablo.
Se mueve con la ligereza de una pluma y ataca con la fiereza de un león. Cuando tiene la pelota, parece que levita, como si pesara poco más que sus botas. Se acerca de puntillas a la pelota, con la mirada en el rival y con la intención de hacer daño. Sale tanto hacia la derecha como a la izquierda y su objetivo suele ser conectar con Mohamed Salah y Sadio Mané, pocas veces busca el beneficio propio.
Cuando lo hizo, en la final de la FA Cup, se llevó el premio al mejor jugador del partido. Cuando una vez conquistado el título, levantó la copa en el palco de Wembley, tiró la tapa del trofeo. Se dio cuenta y entre risas se la pasó al compañero, echándole las culpas a él. Pícaro, como en el campo. Su llegada a Liverpool fue uno de esos movimientos a los que acostumbra la jefatura de Michael Edwards. La mano de Klopp no ha permitido fichajes de grandes estrellas, sino que se ha caracterizado por buscar jugadores de segunda línea o, mejor dicho, futbolistas con un gran potencial.