Parece simple. Un par de pases y ya. Tan sencillo, sin dificultades, como romper un huevo. Te la doy, me la das. Mía y tuya, tuya y mía, como hacer rebotar la pelota en una pared, que la regresa más adelante. De ahí su nombre. Un simple símil.
El fútbol tiene poesía. Indudable. Y uno de sus más hermosos versos es esa pared que dibuja diamantes en el campo en una coreografía exacta entre pelota y pies.
Es tan simple, pero tan paradójico o, quizás, tan poético a la vez, porque la pared es también la escalera para burlar murallas, la llave para abrir candados. La pared, entonces, es puerta. Lírica pura. Es pasar la bola. En prosaico, no es más que un pase. Pero en lo común siempre está escondido lo poético, pues esos pases se elevan como la base fundamental del juego. Te paso el balón. Te devuelvo el balón.
Es la naturaleza humana reflejada en la cancha: dos individuos que se hacen uno solo, que se unen por la gracia suprema de la pelota. El gol es la esencia de un juego que se fundamenta en el pase.
Compartir la pelota es la sustancia básica, la génesis del equipo. Es la comunión en la búsqueda de un fin. La pared no es cualquier pase. Para construirse debe tener dos condiciones.
La primera es que sea de primera, que el compañero que recibe el pase inicial regresa la bola en un solo toque. No puede pararla y jugar con ella para luego devolverla al socio que se la dio. Tampoco puede recibir la pelota, controlarla y, después, enviarla de regreso. Para ser pared, apenas obvio, el balón debe volver como rebotado por un muro.

El segundo requisito para levantar la obra es que esa devolución sea hacia adelante, al lugar donde ha corrido el compañero que espera que el balón regrese a sus pies tras avanzar unos metros sobre la hierba. Parece tan simple como decir James a Cuadrado, Cuadrado a James y... ¡Clack!: con la combinación salta el seguro de la cerradura y se abre el portón al gol.
La pared es la madre de todas las combinaciones en el fútbol y salvaguarda los principios de la técnica, el control de pelota, la precisión, la velocidad, el desmarque, la habilidad individual y la asociación en un par de pases, en un rebote. Parece tan fácil: te la doy, me la das. Mía y tuya, tuya y mía. La sencillez suele ser, a veces, la belleza más compleja de entender. ¡Es la bendita pared!
GABRIEL MELUK
Editor de Deportes
En Twitter: @MelukLeCuenta