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Meluk le cuenta... (Maradona: el genio y sus demonios)

Además de genio indiscutible del fútbol, fue dueño de sus errores y faltas.

Gabriel Meluk
No creo que haya sido el mejor futbolista de todos los tiempos, pero eso no importa. De verdad que no importa. Fue un megacrac, eso sí, un futbolista descomunal, gambeteador infinito, con una pierna izquierda de otro planeta y magnífico organizador de juego. Un titán. La muerte de Diego Armando Maradona es un dolor inmenso para el fútbol. Se fue uno de los más grandes dioses del Olimpo de pasto y cal.
Maradona, con la pelota cosida a su guayo zurdo de terciopelo, era amo y señor del juego, un todopoderoso prestidigitador del tiempo y el espacio, un huracán poderoso e imparable. Era la gambeta imposible a la velocidad del sonido, el tiro libre perfecto con la precisión del neurocirujano. Era el pase, la pared, el gol... ¡Era fútbol pleno y en estado puro!
Su muerte –con su vida y sus vergüenzas– mostró todas las miserias humanas de las que somos capaces como personas y como comunidad.
Además de genio indiscutible del fútbol, Maradona fue dueño de sus errores y faltas, de sus actos grotescos, de su patanería, de sus violencias, de sus trampas, de sus escándalos y de sus vicios.
Y esas, sus miserias individuales imposibles de justificar, destaparon otras miserias colectivas virulentas, implacables, que no lo han dejado descansar ni muerto.
Así como desde los cuatro puntos cardinales del globo se rinden homenajes y se sueltan lágrimas por el futbolista, también hay implacables juicios sobre él.
Incluso, personas con imágenes religiosas y mensajes de fe y amor en Dios en sus perfiles de presentación de sus cuentas personales se refieren sin medir sus gruesas groserías al Maradona pecador e injustificable.
Diego Maradona levanta la Copa Mundo, en el estadio Azteca de México, en 1986.

Diego Maradona levanta la Copa Mundo, en el estadio Azteca de México, en 1986.

Foto:AFP

Esta es una confirmación más de una sociedad que no ha entendido que a pesar de los años, a pesar de los daños, la drogadicción no es un tema de ‘degenerados inmorales’, sino una enfermedad que debe tratarse como un asunto de salud pública. Así no más.
Ni la muerte del famosísimo Maradona –con su vida de excesos– logró poner en el centro de la discusión el reconocimiento de que la dependencia a las drogas (o al alcohol) es un problema crónico de salud pública y que la prevención empieza con la reducción de las carencias y vulnerabilidades sociales y, especialmente, con
educación.
Insisto: el lado correcto del debate que genera la muerte del ídolo es el de la salud. Teorías médicas enfatizan en que los adictos son enfermos que necesitan tratamiento y mucho apoyo; no delincuentes que deben ser reprimidos.
Maradona, genio del fútbol, es un capítulo más en esa historia de hombres que surgen de la pobreza y que no tienen más alternativa que su talento y destreza deportiva para encontrar un futuro y sacar a su familia del tugurio.
Y esas historias pasan en todos los países, del primer al quinto mundo, porque, parafraseando al ya fallecido José Sulaimán, quien fuera el presidente de hierro del Consejo Mundial de Boxeo, mientras exista la pobreza existirá el deporte. Duro. Durísimo, pero eternamente cierto.
Él, como Mike Tyson, como Carlos Monzón, como George Best, como Paul Gascoigne, como Antonio Cervantes ‘Kid Pambelé’, como tantos y tantos otros iguales que sueñan con darle una casa grande a su mamá, nacen en los sectores a los que la sociedad no educa ni ofrece alternativas reales de futuro. Son los mismos a quienes luego se les condena incluso ya muertos.
Maradona no será jamás la carátula de la ‘Urbanidad y las buenas maneras’ de Carreño, ni mucho menos de la ‘Guía del buen cristiano’. Imposible. No es ejemplo. Corrijo: es el ejemplo de lo que no se debe ser. Pero también hubo otro Maradona afuera de las canchas, valiente, contestatario, indomable con el poder y sus injusticias.
“Es un Dios sucio de barro humano, se nos parece mucho: pecador, mentiroso, fanfarrón, mujeriego, le gusta el trago como a nosotros. Es el más humano de los dioses”, escribió de él Eduardo Galeano.
Maradona, un genio inmenso, determinante e infaltable en la historia del fútbol, murió solo y enfermo, acompañado por sus demonios, en una casa grande de un lujoso barrio privado, 60 años después de haber crecido en Villa Fiorito, "un barrio barrio privado...  privado de agua, privado de luz, privado de teléfono...”, como lo dijo el mismísimo Maradona con ironía.
MELUK LE CUENTA...
GABRIEL MELUK
Editor de Deportes
@MelukLeCuenta
Gabriel Meluk
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