Se jugaban los últimos minutos de un partido difícil, en el que los brasileños creían que iban a golear al Perú y a conseguir la clasificación al Mundial de Fútbol de 1958 en Suecia, pero no fue así.
Los peruanos se enconcharon atrás, armaron un muro que los ágiles de Brasil no podían vulnerar, a pesar de la insistencia, de los disparos de media y larga distancia, de los centros de costado y los cabezazos y de las jugadas tejidas, los locales veían cómo su clasificación a la máxima cita del fútbol mundial se embolataba. Obligatoriamente, Brasil tenía que ganar, el 0-0 del momento le dificultaba su clasificación, pues el compromiso de ida se había liquidado 1-1.
El público en el estadio Maracaná no lo podía creer, su Brasil, el mejor equipo del mundo de la época, el que tenía figuras como Djalma y Nilton Santos, Evaristo y Garrincha no podía con la débil Perú, por eso en la tribuna los aficionados apoyaron y hasta se querían meter a la cancha para ayudar a que el balón entrara en el arco contrario, pero cuando el empate estaba cantado, llegó el milagro, el golazo con el que no solo estalló de júbilo la gente que estaba en el escenario, sino que hizo que todo Brasil gritara, celebrara a rabiar.
Un tiro libre cobrado por el 'Príncipe Etíope', como conocían a Waldir Pereira, hizo que un país entero se enloqueciera, no solo por lo que significaba la victoria, sino por el espectacular disparo que nació del botín derecho del gran Didí, como también se le llamaba a Pereira. Los gritos del público presente se escucharon en Copacabana, retumbaron en Ipanema. Fue un zapatazo inolvidable, tal vez uno de los más famosos de la historia, porque con ese disparo Didí dio a conocer el cobro que se bautizó como Fhola Seca.

Nunca lo había ensayado, su fuerte era el disparo de tiro libre, tan natural, tan representativo de Brasil como el Cristo Redentor, pero esa forma magistral de pegarle al balón salió de la nada, de una lesión, de un problema médico de su padre.
Según cuentan, el jugador tuvo un golpe en el tobillo derecho y cuando le pegaba al balón le dolía, por eso le tocó 'acariciar' la esférica de una manera distinta para evitar la molestia. Pereira llegaba al balón, le pegaba con los tres últimos dedos de pie, al centro y con la fuerza que le imprimía al cobro, la redonda cogía un camino inesperado: primero se elevaba y cuando el portero rival creía que la tenía controlada o que salía del campo, sorpresivamente, como si la tocaran con una varita mágica, el balón descendía, cogía más velocidad, como un kamikaze bajaba y se anidaba en la red, frente a la mirada incrédula del golero.
La jugada fue llamada así porque era muy parecida al movimiento que hacen las hojas secas cuando mueren, se desprenden y caen lentamente al piso. Alfredo Di Stéfano, Pelé, en sus épocas; Roberto Carlos y hasta el mismo Cristiano Ronaldo en los últimos tiempos trataron de imitar el disparo y, aunque lograban marcar sus goles, ninguno tuvo la precisión y la técnica de Didí, que murió el 12 de mayo del 2001 en Río de Janeiro, pero quien dejó una herencia para la historia del fútbol.
LISANDRO RENGIFO
Redactor de EL TIEMPO
En twitter: @LisandroAbel
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