Andrés Felipe Cadavid parecía un gladiador. Corrió con su máscara protectora en el rostro, con su brazalete de capitán, con su cara furiosa, pero a la vez feliz, mientras lanzaba el grito interminable de gol. Fue el primero de Millonarios, pero anticipó lo que vendría después: un triunfo aplastante 3-0 de una tribu de guerreros azules contra un león intimidado, dormido, dócil y mansito. (Vea: Gabriel Meluk analiza el clásico).
Millonarios comenzó el clásico con la vehemencia de quien quiere devorarse a su rival, un Santa Fe irreconocible, un Santa Fe incómodo, un Santa Fe que perdió toda su afamada seguridad defensiva. A otro Santa Fe. Millos aprovechó todo eso y lo aplastó con tres goles que pudieron ser cuatro, cinco...
Cuando Cadavid corrió con su aspecto de gladiador –tiene máscara protectora por un golpe reciente en el rostro– solo iban tres minutos de juego. El estadio era casi todo azul; los hinchas recién se acomodaban en las tribunas y aclaraban la garganta para los gritos que, quizá no imaginaban, iban a ser tantos: tres gritos de gol. Entonces Cadavid sacó su lanza afilada, aprovechó que el balón se lo había dejado Santa Fe servido en un pésimo rechazo al centro, y el defensor impactó con la fuerza de quien hasta ahora empieza la batalla. El balón viajó como una daga veloz, atravesó el área; Castellanos se arrojó a su encuentro, impotente, y la pelota se clavó en el arco. Fue el 1-0.
No fue un gol casual. No fue producto del azar o de la fortuna. Este clásico bogotano estaba pintado de azul desde el comienzo.
Por eso, cuando iban solo 12 minutos, la hinchada azul ya estaba lanzando su segundo alarido de gol. Fue un obsequio. Un regalo de Navidad en pleno marzo. Si en el primer gol Santa Fe rechazó al centro, donde nunca se debe rechazar –más si no tiene guardianes protegiendo el rebote–, en el segundo le abrió la puerta de la casa para que Millonarios entrara, hiciera fiesta, algarabía y desorden.
Fue Juan Daniel Roa, uno de los más eficaces y corajudos volantes cardenales –no esta vez–, el que falló. Y el error se pagó caro. Intentó un rechazo de chilena ¡dentro del área!, con tan mala suerte que punteó la pelota hacia adelante, incómodo, con torpeza. Fue un pase gol para su rival, Ayron del Valle, otro guerrero azul que esperaba con el arma lista. Disparó con la sutileza que le permitió la confundida defensa roja. Anotó el gol del 2-0.
La noche bogotana era oscura, fría, joven. El partido, prematuro. Solo 12 minutos y Millonarios ya ganaba el clásico –¡el clásico!– 2-0. Santa Fe ni se había dado cuenta. No había empezado a jugar el partido. Y quizá nunca empezó.
Millos fue una máquina que trituró la espalda de los volantes laterales: del derrotado Roa y de Balanta. Con la victoria 2-0 hizo lo que tenía que hacer: controlar, administrar un resultado cómodo. La reacción cardenal fue enviar al ‘Trencito’ Valencia por un volante de marca, Salazar. El ‘Trencito’ entró descarrillado.
Quedaba más martirio rojo y más alegría azul. Millonarios se tuvo tanta confianza que cada que atacó pulverizó a la lánguida defensa rojiblanca. En el segundo tiempo, Santa Fe mostró un signo de vida. Ánderson Plata, con el desespero de la humillación, inventó una jugada desde la mitad de la cancha. Quiso resolver él solo. Dejó rivales en el piso, corrió como endemoniado. Y cuando remató, la pelota pasó como sacándole la lengua al vertical derecho.
Luego, Déiver Machado, el lateral izquierdo, se lanzó al ataque con la misma inspiración de sus compañeros. Dejó en el camino al pobre de Roa, quien ya vivía un martirio. Entró al área como un camión y clavó la pelota arriba, a un ángulo. Castellanos, el arquero imbatible, el mismo que alcanzó 777 minutos sin recibir gol en la Liga, lloró el tercero. En su volada y tras su caída impotente, quizá ya no quería levantarse más. Fue la escena de un boxeador tirado en el suelo. Un boxeador noqueado.
El 3-0 ya fue una goleada escandalosa. Pudieron ser más. Millonarios se perdió varias oportunidades para hacer aún más dramática la caída cardenal. Quizá tuvo compasión. Le perdonó en un remate de Rojas que pegó en el travesaño y en un disparo de Quiñones que acarició el palo más largo.
Pasaron 81 minutos para que Santa Fe pateara al arco, pero el portero Ramiro Sánchez atajó un doble remate de los cardenales, como para aparecer en la foto de los heroicos guerreros azules.
Por supuesto, a Santa Fe no le iban a entrar esas ni ninguna. Careció de todas sus armas: no se defendió bien, no tuvo contragolpe, no levantó la pelota. Quedó destrozado, entregado. Perdió su invicto de 22 fechas.
Millonarios fue una tribu de gladiadores hambrientos que devoraron a un león dócil.
Millonarios 3-0 Santa Fe
Millonarios: Ramiro Sánchez (7); Jaír Palacios (6), Pedro Franco (6), Andrés Cadavid (7), Déiver Machado (8); Jhon F. Duque (6), Henry Rojas (7), Hárold Mosquera (6), Elíser Quiñones (7); Dúvier Riascos (6), Ayron del Valle (7). DT: Miguel Russo.
Santa Fe: Leandro Castellanos (6); Héctor Urrego (5), Javier López (5), Carlos Henao (5); Juan Daniel Roa (4), Sebastián Salazar (4), Yeison Gordillo (5), Leyvin Balanta (4), Jonathan Gómez (5); Ánderson Plata (6) y Dennis Stracqualursi (4). DT: Gustavo Costas.
Cambios en Millonarios: Juan Guillermo Domínguez por Quiñones (31 ST), Hárrison Henao por Duque (37 ST) y Mackalister Silva por Riascos (46 ST).
Cambios en Santa Fe: José Adolfo Valencia (4) por Salazar (31 PT), Dairon Mosquera (5) por Balanta (1 ST) y Baldomero Perlaza por Plata (25 ST).
Goles de Millonarios: Cadavid (3 PT), Del Valle (11 PT) y Machado (6 ST).
Expulsados: no hubo.
Figura: Déiver Machado (8).
Estadio: El Campín.
Asistencia: 28.292 espectadores.
Taquilla: no fue suministrada.
Árbitro: Andrés Rojas (7).
Partido: Bueno.
PABLO ROMERO
Redactor de EL TIEMPO
En Twitter: @PabloRomeroET
Síntesis José Orlando Ascencio