Era muy difícil empezar. No hay forma de encontrar la palabra precisa, el verbo indicado, una pregunta o respuesta contundente para explicar la tristeza más grande que puede sentir un humano. Porque ante la muerte de lo más querido sobran las preguntas y hacen falta las respuestas. No hay verbo, sustantivo o adjetivo que explique la muerte de un hijo. No existe una palabra precisa para decirle a una madre que su hijo ya no estará más a su lado.
Alcira Quiroga aprieta los labios y se pasa la mano por el pelo. Sus ojos se empozan con unas lágrimas pesadas. Es difícil empezar a contar la historia de aquella noche del 11 de noviembre de 2011, cuando llegó a la clínica Marly, de Bogotá, y solo pudo abrazar el cadáver de su hijo David Leonardo, de 21 años, muerto por una puñalada en la aorta.

David Murcia Quiroga.
Claudia Rubio/EL TIEMPO
Era muy difícil para Sandra Sandino encontrar las palabras mientras se secaba el sudor de las manos. Pero halló el coraje, el mismo del cual se armó la tarde del 23 de junio de 2013, cuando se enteró que su hijo Óscar, de 28 años, había muerto en Cali después de recibir 28 cuchilladas.
¿Cómo seguir? ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo decirle a Fabián, de 7 años, que su hermano David ya no iba a estar más? “Mamá, ahora ya no tienes que servir cuatro chocolates, solo tres...”, “Mami, ahora el computador será solo para mí...”, dijo el pequeño en su tristeza inocente cuando le contaron que David ya no volvería.
La tragedia de la violencia de las barras bravas en el fútbol es inmensa. Por eso, la semana pasada, en un nuevo intento, el Ministerio del Interior empezó sus denominados ‘Clásicos de convivencia’, en los que, a la larga, se pretende que las barras visitantes puedan entrar a los estadios. Ocurrió en Manizales para el partido entre Once Caldas y Nacional. En el estadio Palogrande no pasó nada. Pero afuera, antes del juego, hubo enfrentamientos y heridos, como se mostró en diferentes videos que circularon por las redes sociales.
Aunque, según la Policía, solo se presentó un altercado entre algunos hinchas que al ver a los oficiales se disolvieron, la Alcaldía de Manizales reportó diez riñas, dos heridos por arma blanca (se está investigando si tienen relación con hinchas) y falta de pie de fuerza para la cantidad de gente que asistió.

Sandra Sandino.
Carlos Ortega/CEET
Pasan los años, y madres, padres, hijos y hermanos siguen velando familiares porque un criminal, con la falsa y supuesta animación de un amor a un equipo de fútbol, mata a otro porque simplemente lleva la camiseta de otro color. Por eso, alguien le da casi 30 puñaladas, como le pasó a Óscar antes de un partido entre Cali y ‘su’ Millonarios.
“Yo nunca volví a ser feliz... ¡Yo era feliz con él!”, dice Alcira con una firmeza tan grande como su tristeza. Y con esa misma convicción se alejó del mundo y se refugió en su dolor. “Nunca quise la ayuda de nadie. No quería que nadie me hablara de él. La gente podía verme en la calle de lejos, pero yo caminaba y caminaba sin fijarme por dónde iba ni para dónde iba... Solo pensaba en él”.

Alcira Quiroga.
Claudia Rubio/EL TIEMPO
A Sandra, de 50 años, se le fue su amigo, su confidente; la persona con la que maduró y se hizo grande. Madre e hijo (el padre murió cuando Óscar tenía apenas 4 años de edad) tuvieron que crecer juntos, entre múltiples trabajos en empresas, con dificultades económicas y trasteos para aquí y para allá en busca de un mejor futuro.
“Óscar era el consentido de la casa, el niño más querido. A mí me hace una falta enorme porque, más que mi hijo, era mi parcerito. Yo salía de fiesta y él me cuidaba a la niña (Silvana, la hermana menor). Le decía: ‘Mijito: ¿por qué no le dice a su novia que vaya a la casa esta noche...?’, y así nos escudábamos el uno al otro”.

Sandra Sandino, madre de Óscar.
Carlos Ortega/CEET
Sandra, que vive de cuidar una niña y vender planes vacacionales, paradójicamente terminó trabajando en una fundación de ‘barrismo social’, como le dicen los barrabravas. Eso, en medio de su tristeza, fue una salida a la melancolía: de alguna forma era seguir con su hijo.
“En el entierro de Óscar, la casa no daba abasto. Casi 3.000 personas llegaron a despedirlo. Él era muy querido en la barra y en el barrio. Los últimos años de su vida los dedicó a trabajar por la paz entre los muchachos, que se vinculaban en proyectos sociales y trabajaban con el Distrito (Alcaldía de Bogotá), precisamente para evitar más enfrentamientos entre ellos”, cuenta su madre.
Tras la muerte de Óscar, la ‘mamita Sandino’, como le dicen en el barrio, decidió seguir con los trabajos en la localidad de Suba, en Bogotá, donde vive. “A falta de uno, me salieron como 3.000 hijos. Todos me dicen: ‘Mamita Sandino’, esto; ‘mamita Sandino’, lo otro. Son mis niños y hacen que recuerde a Óscar todos los días”, dice.
En la casa de David Leonardo viven dos trabajadores incansables que luchaban y daban todo su esfuerzo por cumplir los sueños de sus dos hijos. Una profesora de primaria de 55 años, Alcira, y un taxista de 54, Iván, apostaban por ver a su hijo graduado de sicología en la Universidad Manuela Beltrán, pero...

David Murcia Quiroga.
Claudia Rubio/EL TIEMPO
David Leonardo veía un partido de la Selección Colombia en un bar de Chapinero, en Bogotá. Tenía puesta la camiseta de Santa Fe, el equipo de su pasión. Al lugar llegó un grupo de quizás 70 u 80 barrabravas con camisetas de Millonarios puestas, y uno de ellos al ver la camiseta roja lo atacó sin mediar palabra.
“Si me queda una razón para vivir es mi otro hijo (Fabián, de 13 años); de lo contrario, yo no sé qué hubiera hecho. Perder un hijo es terrible en cualquier fecha, pero a un mes de las fiestas de Navidad, ver a todo mundo feliz, y uno con ganas de nada, destrozado... ¡Ni me acordé del cumpleaños de mi esposo, que era por esos días!”, recuerda Alicia mientras llora y llora y llora y llora...
El proceso judicial que se llevó en contra del asesino de David fue todo un viacrucis para la madre. Ella, familiares y amigos de su hijo asistieron a cada una de las audiencias en las que vio a los victimarios. “Mentían en nuestras caras... Acomodaban a su favor las cosas”, recuerda. Estar cerca de quien mató a su hijo y hacer como si no pasara nada, mantener la calma, fue otra prueba del amor de madre.
Después de más de cinco años de audiencias, de inasistencias de la contraparte, de pedir permisos de trabajo para nada, de cartas de la familia del sindicado para pedir clemencia, el día de la lectura de la sentencia, el declarado culpable no apareció, y nunca más se volvió a ver.
“Que aparezca no nos va a devolver a David, pero la justicia tiene que ser completa”, dice Alcira, y llora sin parar.
“Yo sí espero que aparezca ese muchacho, que pague por lo que hizo. Yo perdono, sí, claro que puedo perdonar; pero uno no se puede librar de las consecuencias de sus actos”, exige mientras acaricia los guayos con los que su hijo jugaba fútbol y que guarda con extremo cuidado.
Han pasado los años, y Sandra Sandino dice que ya llegó el momento de perdonar a quien se llevó a su “tesoro”.
“Perdonar, perdonar... Ya de nada vale llorar. Los muchachos tienen que tener conciencia... ¡No se maten más! No se maten más y piensen en sus familias porque no es solo la vida que se llevan, es la de sus papás y sus hermanos. Además, los que sufren no solamente son los que tienen que ver morir a su ser querido, porque la mamá que tiene que ver a su hijo 33 años metido en una cárcel también sufre, porque es como si se hubiera muerto”, dice Sandra sin que le salga una lágrima.
Sandra y Alcira perdieron una parte irremplazable de su corazón y su alma. Se sabe que a quien pierde a un padre se le llama huérfano, pero el dolor de perder a un hijo es tan desgarrador que ni siquiera existe una palabra para nombrarlo. Y, esta vez, solo por el color de una camiseta de un equipo de fútbol...
CAMILO MANRIQUE V.
Redactor de EL TIEMPO
En Twitter: @camilomanriquev
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