Lorenzo se la pasa entre el fútbol y la fantasía. Imagina —casi siempre— que juega en el Real Madrid y que está en la defensa. Se lanza en barrida mientras el público del estadio Santiago Bernabéu le aplaude su coraje. Le quita la pelota a Neymar y lo mira en el suelo —donde lo ve siempre—, y le grita que se tiró, que él le quitó el balón limpiecito. Luego, corre hacia el arco contrario, pero no para hacer el gol. Le cede el pase a Cristiano Ronaldo para que él, su ídolo de infancia, lo haga. Entonces Lorenzo, mientras festeja, mientras en su mente levanta sus bracitos, vuelve a la realidad. Con el balón en las manos suelta una carcajada aguda y estridente. Su risa de niño.
—Lorenzo, ¿qué quieres ser cuando seas grande?
Lorenzo Matos tiene 7 años. Tiene puesto el uniforme de fútbol, con su camiseta roja de Santa Fe. Sus cachetes están más colorados que su indumentaria. Aún está fatigado. Acaba de terminar un entrenamiento de dos horas, como todos los sábados y domingos en la escuela de fútbol de Santa Fe en la que está inscrito, en el barrio Colina Campestre, en el norte de Bogotá. Y sin embargo, quiere seguir jugando. Se contiene para no salir a correr otra vez tras el balón, mientras responde:
—¡Yo quiero ser futbolista. Ese es mi gran sueño! —dice Lorenzo, que con 1,16 m de estatura y 20 kilos de peso se ve aún muy frágil. Pero la voz de niño le suena fuerte, segura, convencida.
—¿Y crees que cumplirás tu sueño?
—Sí —responde, y su mirada radiante es la de un niño feliz, la de un niño que sueña.
Posiblemente no es solo su anhelo. Quizás es el mismo de Tomás, de Jacobo, del niño que llaman por su apellido, Páez; de ‘Quique’, el portero al que su papá enardecido le grita desde el costado de la cancha que se estire o de cualquier otro que corre en esa cancha. Ellos quieren imitar a un superhéroe, a uno que no lleva capa ni espada, a uno que se llama Cristiano Ronaldo o quizá Messi. Algunos dirán que mejor James. Ser futbolista es un sueño de infancia que parece universal.

Lorenzo Matos tiene 7 años.
Abel Cárdenas
Solo en esa cancha entrenan junto a Lorenzo otros 25 niños entre los 7 y 8 años. En esa sede, en el club de Suboficiales de las Fuerzas Armadas, hay unos 500 deportistas. Y en todas las escuelas de formación de Santa Fe, unos 2.500 niños. Las cifras se van incrementando de manera exponencial: en Bogotá no solo hay clubes, también hay 145 escuelas dedicadas al fútbol avaladas por el Instituto Distrital de Recreación y Deportes (IDRD), con 5.141 niños inscritos. Pero además, hay muchas otras escuelas que no están formalizadas y cuyo cálculo se desconoce. En el país la cifra de niños que entrenan fútbol tampoco está establecida, pero Coldeportes calcula que 1,7 millones de niños estuvieron en una escuela deportiva el año pasado —en 27 de los 32 departamentos—, y en todas predomina el fútbol.
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Lorenzo por ahora no piensa en lo difícil y luchado que será cumplir su sueño. Solo se ve futbolista, se imagina futbolista. Y, a su edad, juega a ser futbolista.
Supermán, no; ¡Cristiano!La primera palabra que Lorenzo aprendió a decir fue “goooool”. Así, con muchas oes, como son los alaridos de los locutores de fútbol. Tenía 2 años y ya levantaba los bracitos mientras soltaba su grito eufórico. Ya pateaba pelotas, piedras o lo que se encontrara por su camino. Sus papás, futboleros —más la mamá que el papá—, presintieron que iba a ser un apasionado por el fútbol. No se equivocaron.
“Lorenzo respira fútbol. Solo habla de fútbol. Solo piensa en jugar fútbol. Si lee, lee de fútbol. Si ve películas, son de fútbol. Y así era desde más chiquito”, dice la mamá, Carolina Olaya —de 33 años, bacterióloga y visitadora médica, de contextura delgada, como su hijo—, mientras aguanta el frío de las 7 a. m. de aquel domingo, a un costado de la cancha de fútbol donde Lorenzo comienza su entrenamiento. Ella es la que casi siempre lo acompaña, la que lo inscribió en la escuela de fútbol, la que más insiste en que su hijo cumpla su sueño.
Carolina es hincha de Santa Fe. Pero su esposo, el Lorenzo mayor —médico anestesiólogo de 37 años— es de Nacional. A Lorencito, al que le dicen ‘Lonchy’, le permitieron decidir. Escogió a Santa Fe. Ahora, con sus 7 añitos, llora si pierde su equipo o si no lo llevan al estadio; se desespera y se come las uñas en los partidos importantes. Es tanta su afición que cuando se aburre no ve dibujos animados, prefiere repetirse las finales de Santa Fe que él mismo graba...
No le llama la atención ni Batman ni Supermán. Si acaso, Spiderman, y lo ha ido cambiando por un superhéroe que también es de fantasía: Cristiano Ronaldo
Su familia se empezó a dar cuenta de que la pasión de su hijo era fervorosa porque el hermanito menor, Martín, de 2 años, no muestra ese mismo gusto por el balón. En cambio, en Lorenzo todo es fútbol. En su cuarto sobresalen las insignias de Santa Fe: en un reloj de pared, en la camiseta roja que está sobre la cama, en el morral en el que carga sus guayos. También tiene balones, muchos. Una colección. No le llama la atención ni Batman ni Supermán. Si acaso, Spiderman, y lo ha ido cambiando por un superhéroe que también es de fantasía: Cristiano Ronaldo.
Cuando cumplió los 6 años, y después de que lo descartaran por edad de algunas escuelas de fútbol, lo inscribieron en una de las sedes de Santa Fe, en Colina, que es donde viven. Ya está en su segundo año. A sus papás les han dicho que va bien, “que tiene buen nivel, técnica y manejo del balón”. Están entusiasmados.
Entre semana, se entrena martes y jueves en el colegio, el Abraham Lincoln, donde cursa primero de primaria. Pero juega todos los días, con los guayos que se lleva a escondidas, aunque su mamá ya lo descubrió. Allí, sigue soñando que es Cristiano, un Cristiano defensa. “Si a Lorenzo le preguntan cuál es el mejor jugador del mundo, dice que es Cristiano, pero también dice que Messi es bueno, pero que si se remontan al pasado, ‘hay que hablar de Maradona o Pelé’ ¡Y solo tiene 7 años!”, cuenta la mamá, asombrada, como quien trata de entender la pasión de su hijo.
“Soy malo para los penaltis”, murmuraba Lorenzo mientras caminaba desde la mitad de la pequeña cancha, una de fútbol 5 de pasto sintético, hacia el punto blanco. Se paró con estilo, con el perfil zurdo que tiene. Veía el arco más pequeñito de lo que era. Tal vez pensó en anotar y celebrar como Cristiano, su ídolo, pero se acordó que es defensa y que no es bueno para los penaltis. El cobro, ajustado a un palo, se lo atajó el arquero.
Lorenzo no se deprimió. Apenas se llevó las manos a la cabeza con la misma velocidad que lo hizo su mamá en la tribuna. Estaban entrenando penaltis en la escuela de fútbol. Todos iban a cobrar. Él fue el primero y ya presentía que iba a fallar. Es honesto: lo suyo no es ir a hacer goles y mucho menos cobrar penaltis. Lo suyo es otra cosa.
—Dice tu mamá que lo que quieres es ser defensa, ¿por qué?
—¿Defensa? Nooo. Delantero como Cristiano, pero sé que soy mejor en defensa, entonces juego de defensa.
—¿Y eres bueno?
—Sí. Me sé barrer, recupero el balón y no hago faltas —dice con tanta seguridad, como si estuviera a punto de ser fichado por el Real Madrid y quisiera convencer al presidente del equipo.
Primero debe convencer a Wilman Pachón, el DT que lo entrena en este momento y que lo puso a cobrar penaltis. Es un entrenador joven, de 22 años, profesional en Ciencias del Deporte, graduado de la UDCA —Unidad de Ciencias Aplicadas y Ambientales—. Su voz es delgada, así que le toca exigirla para que los 26 niños lo escuchen. Ellos solo quieren jugar y se impacientan.
Pachón, que lleva medias amarillas, pantaloneta y chaqueta rojas, dice que en esas edades lo importante es que los niños se diviertan con el balón y que jueguen. Por eso, por más de una hora les indica ejercicios basados en el juego: control del balón, dominio, definición, penaltis. En la cancha se escuchan risas. Y sobresale la de Lorenzo.
“En la edad que están, su sueño es ser jugadores profesionales —reconoce el DT Pachón—. Llegan con esa motivación aquí. Lo ideal es administrarles el sueño. Lograr que cada niño, de acuerdo con sus capacidades, logre alcanzar esa meta. Tratamos de incentivarlos para que se preparen mejor. Para que se entrenen mejor. ¿Que si van a lograr su sueño…? A esa edad aún no se les trabaja el concepto del fracaso. Queremos que jueguen y que se enamoren del juego”. Lorenzo, sin duda, ya vive ese idilio con el fútbol.

Los papás de Lorenzo quieren apoyarlo en su sueño.
Abel Cárdenas / EL TIEMPO
En las escuelas de formación, como es la prioridad del IDRD y de Coldeportes, los niños juegan por recreación y para aprovechar el tiempo libre. Pero siempre hay unos que se destacan, que pueden proyectarse como futbolistas. Más en los clubes. En Santa Fe, esos niños avanzan a entrenamientos más exigentes, los que llaman “profundización”. Quienes llegan allí ya jugarán campeonatos de la Liga de Bogotá.
Más adelante, a los 12 o 13 años, a los mejores los empiezan a acercar a las divisiones menores del club. Así empezaron varios de los futbolistas que ya son profesionales, como Juan Daniel Roa o Sebastián Salazar. Pero no es un camino fácil.
Al hablar con Luis Rodríguez, que es metodólogo en las escuelas de Santa Fe, uno se da cuenta de que la realidad a veces supera los sueños. “Los pequeñitos no dimensionan qué es ser futbolista profesional. Eso es más de los papás. Ellos quieren es jugar, quieren imitar a sus figuras porque los ven en la TV. En su cabeza está es jugar y sentirse ese ídolo. Pero no lo han decidido. Es como cuando quieren ser Batman o Supermán —o Cristiano–. Es importante que sueñen, que tengan esa fantasía para desarrollar”, dice el profesor Rodríguez.
—Pero entre tantos que sí quieren, ¿cuantos logran llegar al profesionalismo? —le consulto, como tratando de compartir el sueño de Lorenzo, de los demás.
—Los porcentajes son bajos —responde el metodólogo, con total franqueza—. En un programa de formación lo importante es dar estímulos y potenciar a quienes tienen habilidades para que puedan, de pronto, ser profesionales, pero eso depende de muchas cosas y es un proceso muy largo. Deberán madurar la parte motriz y la cognitiva si quieren sostenerse en un medio que es muy fuerte.
Hay una pausa en el entrenamiento. Los niños toman agua. La mamá de Lorenzo aprovecha y le ajusta las canilleras que se le han zafado, le sube las medias manchadas de pasto y le ata los cordones de los guayos. A Lorenzo le escurre el sudor por la cara. Pero está listo para esos últimos 20 minutos en los que al fin jugarán un partido. Se le ve ansioso.
El profe Pachón hace sonar el pitazo inicial y los 26 niños corren, casi todos detrás del balón. No dan pelota por perdida. Quieren hacer un gol, algunos lo logran. Los papás saltan de sus sillas, orgullosos. El papá del arquero ‘Quique’ le grita, pegado a la reja que divide la cancha de la tribuna, que esté más concentrado. La mamá de Lorenzo permanece en su lugar, impasible. No mira el balón, solo mira a su hijo.
“Lorenzo es un chico polifuncional —dirá después el DT Pachón—, es decir, que tiene la facilidad para desempeñarse en varias posiciones. Pero sus cualidades van hacia la parte defensiva. Ha hecho un buen trabajo”.
Lorenzo —que lleva la camiseta número 10, pero por casualidad porque ni es volante 10 ni le importan por ahora los números—, está parado en la defensa. Como siempre. Y está muy activo. Se barre, quita la pelota y no hace falta, como el dice. Su papá, cuando lo acompaña, le dice que es como un 'Bedoyita', comparándolo con el aguerrido exfutbolista Gerardo Bedoya, que fue famoso por su juego vehemente…
—¿Y qué pasa si no cumples tu sueño? —le pregunto al final del entrenamiento a Lorenzo, en medio de esa cancha, después de que confiesa que solo quiere ser futbolista. Y lamento sacarlo de su ensoñación.
—Eso sería algo muy triste —responde, y por primera vez la voz se le apaga. Agacha la cabeza.
Los papás de Lorenzo son conscientes. Saben que es difícil y no quieren hacerse falsas expectativas. Pero sienten que el niño tiene un gusto y un talento especial. Lo han discutido. “Si ese es su sueño, tenemos que buscar que trate de cumplirlo y no que se nos quede en el camino como un buen futbolista del colegio”, dice la mamá.
—Pero es que ser futbolista profesional es el sueño de tantos... —le dice a veces el papá de Lorenzo.
Y ella responde con la misma determinación de siempre: —Sí, son muchos. Pero ¿y si llega…?
PABLO ROMERO
Redactor de EL TIEMPO
@PabloRomeroET