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Copa América 2019

Las cintas milagrosas de Bonfim, amuletos que no escapan al fútbol

Las cintas de Bonfim, en Salvador de Bahía ( Brasil) tienen la fama de cumplir deseos a quienes las usan y las ponen en esta reja.

Las cintas de Bonfim, en Salvador de Bahía ( Brasil) tienen la fama de cumplir deseos a quienes las usan y las ponen en esta reja.

Foto:Carlos Ortega /CEET

Son famosas estas cinticas que, según los bahianos, cumplen deseos.

Parecen unas cinticas insignificantes, de muchos colores, con unas letras negras de lado a lado. En cualquier parte del mundo serían puro adorno, artesanía, pero en Salvador de Bahía (Brasil) son cintas especiales, misteriosas y sagradas. Están exhibidas en los hoteles, en los espejos de los taxis, amarradas en las maletas de los turistas, se ven atadas en los tobillos de las mujeres, en las muñecas de los hombres, están regadas por toda la ciudad, ondeadas por los fuertes vientos. Estas cinticas, que miden unos 40 centímetros, no son cualquier cosa, estas, dicen los bahianos, cumplen deseos.
Son las 10 de la mañana. Es viernes. El taxi, que lleva en su espejo unas diez cinticas de colores, se dirige a la iglesia de Bonfim. Es pasando el centro histórico de Salvador, sede principal de Colombia en la Copa América. El clima es cálido, el viento sopla con furia, los edificios amenazan con caerse de lo viejos, las palmeras regalan un poco de sombra. El taxi frena frente a la iglesia, 25 reales, la puerta se abre y los vendedores se abalanzan, están cargados de las famosas cinticas multicolor. El primer vendedor grita: “¿Colombianos?”, como si lo presintiera o como si lo adivinara. “Falcao, James, Asprila (así lo dice), Lincón (Rincón), Valdelama, Alistizábal, que jugó aquí en el Vitoria (club de Bahía), muito bom (muy bueno)”, dice y levanta sus manos con ramilletes de cinticas. El vendedor sirve de guía, regala la primera cintica, “un obsequio de Bahía”, dice.
–¿Qué es lo que tienen de especial las cinticas?–, la pregunta solo lo entusiasma más, abre sus ojos que ya son enormes, se emociona como quien va a contar algo misterioso, místico y poderoso.
–¿De especial? Estas cintas cumplen deseos. Se amarran en las rejas que rodean la iglesia de Nuestro Señor de Bonfim (buen fin) y se piden tres deseos.
Su nombre es Franciley, un bahiano de piel morena, bajito, cachucha, pantaloneta y sandalias, trabaja desde hace años afuera de la iglesia, vende cinticas, no tiene un precio, cobra lo que “cada corazón quiera”, pero después dice que recibe desde 20 reales en adelante, “40, 50, ¿usted cuánto puede dar?”, pregunta y no se ríe, se ve muy serio. Trata de convencer, como un vendedor profesional. El ramillete que vende es de 10 colores, y cada uno tiene un significado, “blanco es paz, vermelho (rojo), protección de la sangre; azul, dios de las aguas; rosa, protector de la crianza; verde, protección del matrimonio…”. Franciley se los sabe de memoria.
Camina directo a la reja que rodea la iglesia. Está toda repleta de cinticas, son miles, ya no hay un espacio donde poner más, así que estas se amontonan unas sobre otras, es un muro colorido. Las personas se acercan, amarran la cinta del color que desean. Todas dicen ‘Lembranca (recordatorio)del Señhor do Bonfim da Bahía’, hacen tres nudos, algunos se quedan mirando, como meditando, otros cierran los ojos, otros solo contemplan la muralla multicolor. Los turistas se conocen porque son los que se toman fotos justo en frente o mientras piden sus deseos, o porque preguntan con insistencia qué es lo que hay que hacer, como si fuera un juego. Para los bahianos es una tradición. La respuesta no es clara, algunos dicen que cuando la cinta se cae es cuando se cumplen los deseos, pero al menos Franciley no da esos detalles.
Carlos es Bahiano, va todos los viernes a poner sus cintas. Dice que el último viernes de cada mes los habitantes se congregan en la iglesia y hacen una oración especial al señor de Bonfim. “Aquí tenemos varias creencias, el señor Bonfim es una representación muy grande de Bahía. Es una cultura. El señor de Bonfim nos ayuda”.
La tradición de las cinticas es muy fuerte. Los bahianos aseguran que son poderosas, mágicas, milagrosas. Y la gente cree en ellas, algunos, por convicción, como Carlos; otros, porque de eso se ganan la vida, como Franciley, y otros, para hacer parte de la tradición, quién quita que el deseo se les cumpla.

Deseo por Colombia

Carolina camina directo a la muralla multicolor. Lleva una cinta roja en sus manos. Viste vestido largo amarillo, su cabello rubio. Atrás suyo caminan otra mujer y dos hombres. Les pide que le tomen una foto y ahí se delata su acento colombiano. Son de Pereira, acaban de llegar a Salvador para acompañar a Colombia en la Copa. Franciley acecha, “Falcao, James, Valdelama, Asprila”. Carolina no conoce bien de esta tradición, solo sabe que hay que amarrar una cintica y pedir un deseo.
Carolina tiene claro su deseo desde que se enteró de este lugar, desde que empezó a ver cinticas regadas en los buses, en los taxis y en los hoteles. “Pido que la Selección Colombia gane la Copa América”, lo dice así, espontánea, mientras ata sus nudos, sin importarle que al decirlo en voz alta no se cumpla. Aunque esa advertencia no la ha hecho Franciley. Tampoco nadie le dice que acaba de irse una pareja de argentinos y que quizá pidieron lo mismo y no lo dijeron en voz alta.
Uno de los hombres que la acompaña le dice que ponga una cinta por cada gol de la Selección, y le entrega un ramillete de 10. “Ahora sí vamos a golear”, dice ella y se ríe. Luego apura a sus amigos para que le tomen la foto, como si pudieran retratar también el deseo.
“Venimos a ver a Colombia, acompañando a nuestro equipo. Es la primera vez que venimos a la iglesia y nos parece hermoso esto. Nos sorprende ver tantas cintas pegadas ahí”, dice uno de los colombianos que ya se amarra una cinta en la muñeca, como amuleto.
Los turistas siguen llegando, una mujer les ofrece agua de coco; los vendedores cumplen su estrategia. “James, Rincón, Valdelama, Asprila”, se les escucha, y ya parece sospechoso. Más cuando van hacia otro turista y le preguntan: “¿Argentino?”, el hombre dice que no, de lo contrario le recitarían la nómina completa. Parece que así generan empatía. Uno de estos vendedores es particular, piel morena, gafas espejadas, trenzas pequeñitas, sonrisa blanca y enorme. Posa para fotos. Dice que es el rostro de Bahía. Pero cobra, “lo que su corazón pueda dar”, dice.
Suenan las campanas. Son las 11 de la mañana. Por unos parlantes se escucha la voz de un cura. Luego, una música suave, la gente aplaude, van entrando a la iglesia, que es considerada el principal templo religioso de la ciudad, es angosta y con bordes llenos de figuras doradas. Adelante, un padre se prepara para hablar. Las personas se persignan y hacen una reverencia.
A un costado hay un cuartico que está lleno de manos, piernas y cabezas colgando, no son de verdad, son de cera, pero es otra tradición del lugar. Las personas creyentes traen la figura de su dolencia, esperan otro milagro o dar gracias por alguna sanación.
La vida en Bahía es así, llena de creencias, de un fuerte arraigo religioso y cultural. En Bahía se cree en los milagros, en esas cinticas poderosas que son amuletos y recuerdos, pero que también cumplen deseos, aunque por esta época muchos sean de fútbol. La Copa América le trajo trabajo extra al Señor de Bonfim...
PABLO ROMERO
Enviado especial de EL TIEMPO
Salvador, de Bahía
En Twitter: @PabloRomeroET
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