Isla Fuerte está ubicada en la costa del departamento de Córdoba, en el océano Atlántico. Tiene una superficie de 3,25 kilómetros cuadrados, tan pequeña, que sus habitantes casi que son una sola familia. Para ir hasta allá hay que montarse durante 30 minutos en una lancha rápida que se alquila en Pueblo Nuevo.
Allí creció Bernardo Baloyes, el atleta colombiano que logró la medalla de oro más importante en los Juegos Centroamericanos y del Caribe para la delegación nacional, tras obtener la victoria en los 200 metros planos, en la reunión atlética del miércoles pasado.
De niño estudiaba y ‘trabajaba’. Iba a la escuela, pero lo que más le gustaba era estar con sus amigos, en la recocha. Yarlenis, su mamá, y Bernardo, su papá, casi no lo dejaban salir a la calle; por eso, se ideó la manera de escaparse de la casa. “Mamá, me voy a pescar”, gritaba, abría la puerta y salía.
Sierra y Picúa eran los pescados que llevaba a casa, acompañado por varios pedazos de coco, porque tenía una habilidad tremenda para subirse a las palmeras y lanzarlos.
Se declara bien bailarín: “Bailo champeta, me gusta, claro, es parte de mi cultura”, dijo. Es alegre. En el grupo de atletismo colombiano es el que le pone picante a las conversaciones, por eso nunca está triste, a pesar de lo que pase.
“Es un hombre constante, insiste mucho hasta que logra sus objetivos. Cree siempre en él, tiene una gran convicción”, así lo define Valentín Gamboa, uno de los técnicos de la velocidad en el equipo colombiano.
Bernardo tiene dos hermanos: Lina y Luis Esteban, ninguno hace deporte, y él se destacó como futbolista. “Hombre, era delantero o puntero, hacía mis goles, no eran ningún palomero”, le dijo a EL TIEMPO este hombre de 24 años, nacido el 6 de enero de 1994.
En su mente no estaba ser futbolista profesional, pero quería, algún día, era lucir la camiseta del Atlético Nacional, el club de sus amores.
Llegó al atletismo por el alemán Udo Shouket, quien lo animó a ir a la pista. “Me dijo que tenía condiciones y por él fui a competir, por él estoy metido en esto y por él he ganado lo que he ganado”, señaló Bernardo, estudiante de gastronomía.
Es el rey de Colombia de los 200 metros, las marcas nacionales de las categorías Sub-15 (21,18 s), Sub-20 (20,46s), Sub-23 (20,37) y mayores (20,11 s) son de él, nadie se las ha podido batir. Y, además, tiene el mejor registro haciendo parte del relevo corto Sub-20 (40,08 s), Sub-23 (40.14 s) y mayores (38,97 s).
Quiero ir a los Panamericanos y volver a los Olímpicos, allí quiero demostrar de lo que soy capaz, de intentar ir a una final
Tokio es un escalón más para este atleta de 1,71 m, una estatura promedio para los velocistas. Los Olímpicos del 2020 serán clave para él, porque en los Juegos de Río 2016 fue último en la primera serie, cuando apuntaba, al menos, a llegar a la segunda.
“Con mi entrenador, Raúl Díaz, queremos mejorar la técnica, porque la meta es Tokio 2020. Puede ser que allá o en el camino pueda cumplir la meta que tengo: bajar de los 20 segundos en los 200 metros”, declaró Baloyes, quien no sabía la hazaña que logró en los Centroamericanos y del Caribe, no tenía idea que el atletismo nacional nunca había ganado oro en 200 m. Es más, no sabía que Jaime Aparicio (1954) y Haver Murillo (2006) habían sido los únicos que se quedaron con la de plata.
No tiene hijos, no es casado: “Eso más tarde, por ahora el atletismo y mis platos favoritos, aprendo a cocinar mejor el pescado y me invento recetas, no las digo, porque quiero, algún día, dar una sorpresa, como en la pista de atletismo”, agregó.
Casi nadie le pregunta quién es su ídolo, porque la respuesta sería obvia: Usain Bolt, pero no es así. “Mire, es grande lo que hizo, pero me gusta más Yohan Blake, es que ese ‘man’ es muy rápido”, señaló Bernardo.
La vida de Baloyes tiene dos escenarios: la pista y la cocina. En una, labra su destino como deportista, y en la otra, su futuro como profesional. Eso sí, en sus recetas no incluye el pan, aunque confiesa que le encanta, que de niño, antes de llegar a la casa con el pescado, pasaba por la tienda de la esquina y llenaba la bolsa.
“Hermano, es que es muy rico, esa era mi comida preferida, pero dejé de comerlo por dos cosas, una, porque engorda y yo como deportista no me puedo dar ese lujo. La otra, porque cuando me veían comiendo me decían puropán, y eso no es que me guste mucho”, agregó.
LISANDRO RENGIFO
Enviado especial de EL TIEMPO
Barranquilla@lisandroabel