Juan Pablo Montoya se para frente el espejo, contempla su figura y ve cómo se asoma el reflejo de Sebastián. No es que el rostro de su primogénito, 30 años menor, sea el suyo. No. Es que, como advertía Borges, la paternidad cumple el mismo rol de esa superficie de cristal: reproducir a los hombres. Así, desde el 11 de abril de 2005, cuando Sebastián Montoya vio la luz por primera vez, el brillo del hijo esclarece el del padre. Y en ese cruce de reflejos, ambos crecen, se complementan y se reconocen.
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Este sábado, a las 9 a. m., los dos pilotos, papá e hijo, competirán juntos en las 12 Horas de Sebring, el circuito de resistencia más antiguo de Norteamérica. El prototipo Oreca 07-Gibson, del equipo DragonSpeed, será el carro en el que se geste el sueño de la familia Montoya. En ese vehículo, pintado con los colores de la bandera de Estados Unidos, se fundirán el pasado, el presente y el futuro del automovilismo colombiano.
En 1984, a lo largo de ese mismo trazado de 3,74 millas, el bogotano Mauricio de Narváez obtuvo el título junto al alemán Hans Heyer y el sueco Stefan Johansson. En 2021, Juan Pablo Montoya quedó en el tercer puesto junto al estadounidense Dane Cameron y el francés Oliver Pla. Este año, en la edición setenta de la carrera, los Montoya comparten esperanza con el norteamericano Henrik Hedman.
Sobre Juan Pablo, de 46 años, podrían hablar las siete victorias y treinta podios que logró en Fórmula 1, los tres títulos que tiene de las 24 horas de Daytona, sus dos victorias en las 500 millas de Indianápolis o el triunfo de 2021, en la categoría Pro-Am, en las 24 Horas de LeMans. Sobre Sebastián, de 16, parecería suficiente la consecución de tres podios y tres poles en tres fines de semana, en la Fórmula Regional Asiática, hace un mes. Sobre ambos, su sangre, pasión y talento.
A escasas horas de que los también pilotos de McClaren y Telmex Claro se vistan con los colores del DragonSpeed para la carrera en Sebring, Juan Pablo y Sebastián Montoya conversaron con EL TIEMPO. Prácticamente uniformados, y hablando a la misma velocidad, los Montoya abordaron la dualidad de su relación de padre-hijo y piloto-entrenador. En ambas facetas, la meta parece ser una: ganar.
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Juan Pablo y Sebastián, padre e hijo, piloto y entrenador, en una foto de hace unos años, en Estados Unidos.
Cortesía, Archivo familia Montoya
Juan Pablo: Para mí es muy especial compartir un carro con Sebastián. Es el mismo vehículo con el que trabajé el año pasado y gané en las 24 Horas de Le Mans. Venir y correr a Sebring, de nuevo con Henrik, pero acompañado de Sebastián, es sencillamente increíble.
Sebastián: Desde que probé el carro en noviembre, en un test del DragonSpeed en Bahréin, mencionaron la oportunidad de que yo pudiese correr con ellos y fue asombroso. Hace un mes, probando ya el carro en el circuito, fue aún mejor. Normalmente, cuando yo acompañaba a mi papá en su preparación para Sebring, era él quien se montaba al carro y otro corredor entraba. Esta vez soy yo con quien compartirá silla.
Sebastián: Sí. Mis carreras usualmente son de media hora, y aquí debo hacer tres rondas de 45 minutos. Lo que yo hago usualmente en un fin de semana lo voy a hacer en una sentada. El otro día, durante una especie de simulacro, me sentí tan bien que estuve cerca de decirle al ingeniero del equipo que si podía seguir manejando por más horas (risas).
Y qué dice el papá… ¿cómo lo ve?Juan Pablo: Sebastián ha hecho un muy buen trabajo. La velocidad que tiene es impresionante. A decir verdad tiene dos grandes retos: correr con una grilla que duplica las de sus competencias habituales, que van a distinta velocidad, y manejar de noche. Pero, como en todo, es cuestión de que adquiera experiencia.
Ya no falta nada para que haya bandera verde... ¿Con qué objetivo llegan los Montoya a correr en Sebring?Juan Pablo: El objetivo número uno es ganar la carrera. Tener el chance de ganar juntos es lo primordial. Ahora, si Sebastián lo hace bien, podría entrar como tercer piloto en el equipo para otras competencias. (Hace una pausa y mira a Sebastián) Nada de presión, hijo…
Sebastián: En mi primera vez con el carro en la pista todo fue muy distinto. Sobre todo porque yo vengo siendo una especie de piloto europeo…
Juan Pablo: ¡Ahhh! ¿Te crees piloto europeo ya?
Sebastián: Es que suelo correr en Europa…
Juan Pablo: Con que se subió de estrato... (risas)
Sebastián: Sí (risas)
Juan Pablo: ¡Ja!
Sebastián: A lo que me refería es que esta pista es como una montaña rusa, y aunque pude emplear todo lo aprendido, lo que más me estresó fue que mi papá no mostró todo en el test, por lo que no lo necesita, y eso me generó dudas de si lo estaba haciendo bien o no…
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El carro en el que competirán en Sebring es el mismo con el que Juan Pablo Montoya obtuvo el título de las 24 Horas de Le Mans en la categoría Pro-Am.
Cortesía, Archivo familia Montoya
Juan Pablo: Comparado a cuando yo tenía su edad, Sebastián tiene mucha más ventaja. Por mi experiencia, sé exactamente qué necesita cuando tiene una duda o algún problema. A mí, papá me ayudó mucho, pero su experiencia era limitada.
Sebastián: La diferencia es que yo creo que soy muy relajado en el día a día...
Juan Pablo: Y le jalamos las orejas por eso
Sebastián: ¡Pero aun así hago las cosas!
Juan Pablo: Bueeeeeno (risas)
Sebastián: En la pista, sin duda hay muchas cosas que le he querido aprender a mi papá. Él es muy agresivo al volante, y yo, la verdad, quiero ser así.
Juan Pablo: En las pistas.
Sebastián: Nooo, ¡en la casa!
Juan Pablo: Para nada. En la casa hace caso porque lo regaña la mamá todo el día. Pero no, hablando en serio, él trabaja muy duro. Y ya sabe que entre más se trabaja mejor salen las cosas. Este fin de semana, por ejemplo, él se montó al carro y le encantó. Yo me monté y no me gustó. Pedí que lo cambiaran y el carro quedó mucho mejor. Él se dio cuenta y dijo: 'Se puede'. Por su juventud, maneja lo que le dan. Pero, con el tiempo, uno empieza a definir cómo le gusta que sea el carro.
Juan Pablo: Nos parecemos en muchas cosas. Hay algunas que es bueno que aprenda de mí, pero también hay otras que él tiene y yo nunca he tenido: la tranquilidad en la cabeza, por ejemplo. Él es más calmado. En cambio, yo me caliento mucho más fácil y reacciono. El tema es que así como me enciendo tan rápido, así me apago. Él es más tranquilo, pero si se emberraca dura así mucho más tiempo y eso es muy malo...
Sebastián: Comparto lo que dice mi papá. Él se pone bravo y a los cinco segundos no le importa nada. Me deja muy sorprendido (risas). Yo sigo haciendo todo lo posible porque no me dure mucho el enojo y, al final del día, haya sido algo pasajero.
Sebastián: Estamos jugando mucho golf y utilizando los simuladores de carreras. Eso sí, ¡tenemos un juego de Rally en el que le puedo ganar!
Juan Pablo: ¿Y por qué me ganas? ¿Cuántas horas le dedicas?
Sebastián: La pregunta debería ser: ¿Qué tan rápido voy? (risas)
Juan Pablo: ¡Ja, ja, ja, ja!
Sebastián: Bueno, es lo que hablábamos recién. El trabajo hace que las cosas sean más fáciles y… ¡Yo me preparo mejor para el juego!
Juan Pablo: Sebastián, ¡juegas todo el día!
Sebastián: ¡Me dedico, me dedico!
Juan Pablo: !Ay...!
Sebastián: En golf sí…
Juan Pablo: Parejos
Sebastián: No, él me gana. Pero en squash y pádel…
Juan Pablo: También le gano.
Sebastián: ¡Pero doy la pelea!
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Juan Pablo: El tema es que estamos en momentos diferentes. Sebastián quiere poder hacer más que lo que yo hice en mi carrera. Esa es la meta. Él quiere hacer su carrera, pero de lo que él habla es eso, lograr más de lo que yo logré. Los momentos son opuestos… yo voy de salida y él va entrando.
Sebastián: Sí, sin duda mi meta es la Fórmula 1. Quiero ganarme un campeonato de Fórmula 1. Igual me gustaría hacer IndyCar, Nascar, Rally Pros… yo creo que a mí, honestamente, lo que me gusta es manejar.
Juan Pablo: A mí también...
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ANDRÉS FELIPE BALAGUERA SARMIENTO
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