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La desaparición también fue un crimen contra las mujeres de Guatemala

Tres mujeres mayas que buscan a sus seres queridos desaparecidos hacen una intervención frente a la alcaldía de Chimaltenango para exigir la búsqueda de los perdidos.

Tres mujeres mayas que buscan a sus seres queridos desaparecidos hacen una intervención frente a la alcaldía de Chimaltenango para exigir la búsqueda de los perdidos.

Foto:Sara Castillejo Ditta

“Sepur Zarco es un caso de esclavitud sexual, pero todo empezó con la desaparición forzada”: Ecap.

Sara Castillejo
“Nosotras en Guatemala cometimos un error”, Feliciana Macario lleva años trabajando en la búsqueda de personas desaparecidas en el conflicto armado de ese país. “En el tema de las exhumaciones, les preguntamos a las mujeres que cómo fue, dónde agarraron a su esposo, cuándo lo secuestraron, a qué hora se lo llevaron, qué pasó con sus hijos, qué pasó con muchas cosas, pero nunca le preguntamos a la mujer: y a ti ¿qué te pasó?”.
Feliciana habla desde su rol como recolectora de testimonios de desaparición forzada, ese es su trabajo en la Coordinadora Nacional de Viudas de Guatemala (Conavigua) desde hace catorce años. Guatemala perdió por lo menos 40.000 nacionales en la guerra interna que duró 34 años, pero el Estado no creó un mecanismo para buscarlos, por lo que las familias desintegradas se agremiaron en organizaciones como Conavigua para buscarlos.
Feliciana misma es una mujer maya que busca a su hermana detenida y desaparecida en 1981. Presenció la violencia y fue desplazada, pero hoy es una activista de la memoria y los derechos humanos que camina el país en busca de los relatos que nadie quiere oír. Sabe que su labor es valiosa, pero eso no le impide cuestionarla: “El problema somos nosotros, que no incentivamos a las mujeres para que digan”, se lamenta.
Su percepción se une a la de Susana Navarro, la directora del Equipo de Estudios Comunitarios y Acción Psicosocial de Guatemala (Ecap), que realiza acompañamiento a víctimas del conflicto armado interno de ese país: “La desaparición no fue sólo la desaparición, sino las consecuencias que tuvo para la mujer”.

El problema somos nosotros, que no incentivamos a las mujeres para que digan

Navarro enumera algunas: “La estigmatización, el decir que su esposo, ella y su familia son terroristas o que él se fue con otra, toda la sumatoria de agravios que ella ha vivido, el tener que cambiar roles sociales para poder sobrevivir la familia, las dificultades que puede haber para que el Estado le responda en su necesidad de hacer la exhumación, de poner una denuncia, de que no les digan que son sus familiares cuando son falsos positivos”. Para la psicóloga: “eso es también el ahora y se une a toda la violencia anterior”.
Mujeres mayas agrupadas en la Coordinadora de Viudas de Guatemala (CONAVIGUA) gritan frente al Palacio de Gobierno que en alguna de sus oficinas se gestó la desaparición forzada.

Mujeres mayas agrupadas en la Coordinadora de Viudas de Guatemala (CONAVIGUA) gritan frente al Palacio de Gobierno que en alguna de sus oficinas se gestó la desaparición forzada.

Foto:Sara Castillejo Ditta

A pesar de que la Comisión de Esclarecimiento Histórico CEH de Guatemala, respaldada por la ONU, publicó un informe que vincula al Estado con el 93% de los hechos victimizantes durante el conflicto y recomendó la creación de institucionalidad para hallar a los desaparecidos, no hubo ley que obligara al gobierno a emprender la búsqueda.
Fue el Grupo de Trabajo Contra la Desaparición Forzada en Guatemala, que reúne cuatro Ongs, el que radicó en 2007 la Iniciativa de Ley 3590 para crear la Comisión de Búsqueda de Personas Víctimas de Desaparición Forzada y otras formas de Desaparición, un proyecto que lleva 11 años esperando ser aprobado por el congreso.
Sin apoyo del gobierno, nacieron diferentes movimientos sociales con la tarea de encontrar a los perdidos. Las mujeres, mayormente indígenas, se agremiaron, buscaron ayuda internacional, aprendieron todo de exhumaciones, inhumaciones e identificaciones, custodian y rastrean archivos, recorren el país hablando con otras mujeres que vivieron la desaparición de sus seres queridos y las entrevistan, incentivan la toma de muestras de ADN en comunidades mayas, hacen difusión cuando hallan una fosa, organizan reencuentros familiares para los que aparecen vivos y ceremonias funerales mayas para los que aparecen muertos.  
En su labor, 22 años después de la firma de los Acuerdos de Paz de Guatemala, han propiciado por lo menos 922 reencuentros familiares y 7.975 exhumaciones de personas desaparecidas. Además, lograron que el Ministerio Público (homologable a la Fiscalía colombiana) legalice sus procedimientos para desenterrar, identificar e inhumar personas a través de organizaciones privadas (la más grande es la FAFG).

Se han hecho 922 reencuentros familiares y 7.975 exhumaciones de desaparecidos

Pero uno de sus mayores aprendizajes es la urgencia de narrar lo que pasó, ya no con los desaparecidos, sino con su entorno familiar, con las mujeres que sobrevivieron.

Aprender a escuchar con las dos orejas

En la aldea de Sepur Zarco, en el departamento de Izabal, 71 mujeres fueron sometidas por el Ejército de Guatemala a la servidumbre doméstica y la esclavitud sexual entre 1981 hasta 1982. Once de ellas llevaron su caso ante los tribunales en 2016, entonces el mundo les conoció como las ‘abuelas de Sepur Zarco’.
Las 11 'abuelas de Sepur Zarco' asistieron al juicio envueltas en pañuelos.

Las 11 'abuelas de Sepur Zarco' asistieron al juicio envueltas en pañuelos.

Foto:Cortesía de Plaza Pública

A sus sesenta y tantos años rememoraron los hechos públicamente y escribieron un capítulo de la historia que hasta entonces era inenarrable. Por primera vez se logró una condena por esclavitud sexual en el marco de un conflicto armado interno de parte de un tribunal nacional: dos militares fueron sentenciados a 120 y 240 años de cárcel.
Pero Navarro, quien acompañó psicosocialmente el proceso de las 'abuelas', recuerda que “Sepur Zarco es un caso de esclavitud sexual, pero todo empezó con la desaparición forzada”, lo que primero pasó fue que “en un destacamento militar desaparecieron a sus esposos, porque estaban en la tramitación de tierras, entonces ellas fueron consideradas por el ejército mujeres solas, por lo tanto disponibles”.
“A la desaparición del esposo se añade que tenían que ir a hacer turnos al destacamento militar”, relata la psicóloga, “que incluían violación, lavar la ropa, hacer la comida a toda la tropa”. Y enfatiza: “si trabajamos con las mujeres de Sepur Zarco sólo la desaparición de sus esposos, no vemos esto”.

A la desaparición del esposo se añade que tenían que ir a hacer turnos al destacamento militar

"Todo empezó en medio de una exhumación en una comunidad aledaña a Sepur Zarco", recuerda Navarro, quien en medio del evento escuchó un relato de una de estas mujeres. “De repente fue como tener dos orejas”, recuerda, “habíamos estado funcionando con una, escuchando sólo la parte de los desaparecidos y no activábamos la otra para escuchar a la persona que teníamos delante, con todo lo que ella había vivido”.
Aquella preocupación inicial de Feliciana por indagar a tiempo en la historia femenina de la guerra se ve justificada en el hecho de que el Ecap empezó a acompañar a esta comunidad en 2001 y tuvo que trabajar durante 15 años con las ‘abuelas’ hasta que pudieron romper el silencio.

La desaparición forzada como venganza contra una mujer

Dos hermanas y la mamá de Marco Antonio Molina Theissen, detenido y desaparecido a sus 14 años por el Ejército de Guatemala.

Dos hermanas y la mamá de Marco Antonio Molina Theissen, detenido y desaparecido a sus 14 años por el Ejército de Guatemala.

Foto:Cortesía de Plaza Pública

En 1981 Emma Guadalupe Molina Theissen tenía 20 años de edad, dos hermanas y un hermano menor. Ella era militante de las Juventudes del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), hecho que motivó su detención por parte del ejército y su posterior traslado a la base militar de la ciudad de Quetzaltenango.
La joven sufrió sistemáticas violaciones y torturas por parte de los militares hasta que se escapó el día número nueve de su cautiverio.
Durante la siguiente jornada, la madre y los hermanos de Emma esperaban su regreso a casa, en Ciudad de Guatemala, pero llegaron primero los militares y se llavaron consigo a Marco Antonio Molina Theissen, su hermano de 14 años. Nunca más apareció.
“Emma se sentía culpable de haberse escapado”, cuenta Navarro. En efecto, la culpa que ella cargaba es de dominio público en Guatemala, Feliciana también sabe que Emma “intentó suicidarse”.

Emma se sentía culpable de haberse escapado

Finalmente, en mayo de 2018 cinco militares retirados recibieron sendas penas entre 33 y 58 años de prisión por la detención y violación de Emma, ahora de 55 años, y la desaparición forzada de su hermano.
“Pero nunca apareció el cuerpo. Y ese es el mayor dolor de la familia”, dice la psicóloga, quien acompañó personalmente a Emma, su madre y sus dos hermanas durante el proceso judicial.
Si bien Feliciana reconoce que “Emma es un ejemplo de lucha”, explica por qué la motivación de las condenas en su caso no alcanza para que todas las mujeres rompan su silencio frente a la guerra: “También es un ejemplo de que para llevar un caso de esclavitud sexual se necesita mucho tiempo, mucho dinero y el apoyo de los demás”.

Tomarse la palabra

El reclamo de Feliciana es la necesidad de preguntar y la disposición de escuchar sin juzgar. Por su lado, la psicóloga dice que para eso le apuesta a lo local: “Hablar en el mercado, con las vecinas o el grupo de jóvenes”.
Feliciana Macario, de la Coordinadora de Viudas de Guatemala (Conavigua), no desperdicia ningún espacio para entregar su testimonio. Ella habla, dice, por todas las mujeres mayas que desde sus comunidades alejadas no pueden hacerlo.

Feliciana Macario, de la Coordinadora de Viudas de Guatemala (Conavigua), no desperdicia ningún espacio para entregar su testimonio. Ella habla, dice, por todas las mujeres mayas que desde sus comunidades alejadas no pueden hacerlo.

Foto:Sara Castillejo Ditta

“Yo en realidad quisiera que las mujeres campesinas de Colombia se puedan empoderar ellas mismas”, dice Feliciana, quien visitó el país durante las elecciones presidenciales de este año y se llevó el recuerdo de una campaña agresiva y polarizada.
Le habla a las campesinas, indígenas y afrodescendientes con una voz serena y sabia. Las anima a “luchar por su vida y la vida de sus hijos, porque nosotras tenemos necesidades diferentes, visiones diferentes y tenemos que darles valor, luchar por esos espacios donde nos tienen que escuchar”.
Sara Castillejo Ditta
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