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De homosexual víctima a ciudadano sujeto de derechos

Manuel Antonio Velandia Mora.

Manuel Antonio Velandia Mora.

Foto:Cortesía de Manuel Velandía.

Yo he sido el primer homosexual en ser reconocido como víctima del conflicto armado colombiano.

Sara Castillejo
Como marica soy reconocido por ser cofundador junto a León Zuleta (+) del Movimiento Homosexual Colombiano, como también por ser autor de diferentes libros, capítulos, artículos en medios de comunicación masiva (fui bloguero de Revista Semana por casi ocho años), debates televisivos y de radio, director de la Revista Latinoamericana de sexología y pionero de los programas de prevención del sida en América Latina y del manifiesto sobre los Derechos Humanos y los Derechos Sexuales de las minorías sexuales, como también miembro de los grupos que crearon las más importantes revistas LGBT en Colombia.
Aun cuando pareciera que según las definiciones de diccionario yo soy una víctima, existe en mi caso y en el de millones de colombianos una situación que nos hace víctimas de una manera especial.
Lo somos, para la Corte Constitucional colombiana “con ocasión del conflicto armado”, a partir de lo establecido en el artículo 3º de la Ley 1448 de 2011, que delimita el universo de víctimas beneficiarias de la ley de manera constitucional y compatible con el principio de igualdad con quienes lleguen a ser considerados como tales por hechos ilícitos ajenos al contexto del conflicto.
Soportado en dicha ley, yo, Manuel Antonio Velandia Mora, he sido el primer homosexual en ser reconocido como víctima del conflicto armado colombiano. Lo soy porque contra mi fue perpetrado un atentado con una granada de fragmentación, por las amenazas de muerte que de mí se extendieron a mi familia, porque me obligaron al desplazamiento y por el daño emocional que ello causa.
Tengo el estatus de refugiado en España y se me ha concedido el asilo por orientación sexual.
Pero ser víctima solo tiene sentido, como lo afirma el artículo 1º de dicha Ley, para “establecer un conjunto de medidas judiciales, administrativas, sociales y económicas, individuales y colectivas, en beneficio de las víctimas de las violaciones contempladas en el artículo 3º, dentro de un marco de justicia transicional, que posibiliten hacer efectivo el goce de sus derechos a la verdad, la justicia y la reparación con garantía de no repetición, de modo que se reconozca su condición de víctimas y se dignifique a través de la materialización de sus derechos constitucionales”.

A mí, la reparación, me ha quedado mal hecha

Valga decir que, a mí, la reparación, me ha quedado mal hecha. El consulado en Valencia me informó algo después de un año sobre el fallo que me daba dicho reconocimiento y pasaron más de tres años para recibir una indemnización que en Europa da para mal vivir por tres meses. Eso de la asistencia se ha quedado a principios porque la Unidad de víctimas ni siquiera se dignó responderme una serie de derechos de petición ni incluso una tutela, sobre mi caso. Se limitaron a mandarme un formato prediseñado en el que sin importar lo que preguntaba la respuesta siempre fue la misma, sin decir nada relevante.
Yo por principio no quiero ser una víctima, así que decidí liberarme de ese yugo y construirme un mundo en que los espacios de libertad y felicidad se aunaran a mi actividad creativa. Como artista multidisciplinar me he valido de la fotografía, la escultura, el grabado, la poesía y las performances para hacer conocer la violencia de la que las minorías sexuales, incluyendo a las mujeres, hemos sido sujetos en Colombia.
Creo que mi obra dice mejor que yo lo que me ha sucedido así que comparto dos poemas y unas fotografías que complementan perfectamente este relato:
La levedad que te hacen ser.

La levedad que te hacen ser.

Foto:Cortesía de Manuel Velandia.

En los miedos está la diferencia
POESÍA DE MANUEL VELANDIA MORA

Una voz ronca y desconocida invade mis oídos
“¡hijueputa lo vamos a matar!”

A cero se reduce la respuesta.
Pasan las horas como si fueran días,
pasan los días como si fueran meses;
el miedo alarga el tiempo,
silencio espeso y largo,
la voz retumba en mi cabeza.

Repica el teléfono una y otra vez
tengo miedo de responder,
truena en cuatro ocasiones,
respondo…
la misma voz, la misma frase
“¡hijueputa lo vamos a matar!”
Sin musitar palabra
espero que llegues,
tenerte cerca es como hablar,
es sentir que sigo vivo.

Grabado 'Gracias Dios Mío'.

Grabado 'Gracias Dios Mío'.

Foto:Cortesía de Manuel Velandia.

No me has asesinado... estoy más vivo
POESÍA DE MANUEL VELANDIA MORA

Saliendo a flote en un mundo de maricas marginados,
separado por una sociedad
que no quiere seres libres sino esclavos,
por hombres que se creen machos,
que las utilizan a ellas,
y se engañan con cuerpos de otros hombres
a los que piensan, mujeres;
amenazado por los innombrables,
marginado por líderes cristianos
y algunas directivas institucionales,
trascurre mi cotidianidad.

Eran las doce y cinco minutos de la noche
del miércoles primero de marzo,
un ruido ensordecedor aturde nuestra existencia;
su cuerpo se pega al mío,
su ardiente corazón se enloquece;
en el mío se crea un vacío.

Pensamos en las vidas de otros,
salimos presurosos en su auxilio.

Mi mirada se detiene en el velo de polvo que cae del techo,
en los vidrios rotos esparcidos a lo largo del camino,
en el viento que se cuela entre ventanales que ya no existen
y se mueve lentamente ondulando las cortinas.

Se oyen las sirenas de los autos de la policía.
Nos dirigimos a la puerta,
un grito nos detiene,
“El atentado ha sido contra ustedes”,
dice el hombre de antiexplosivos.
Atónito mi mirada recorre la hierba quemada,
las flores destrozadas, el hueco en el piso
y algunos metales agujereados.
Entramos a casa temerosos,
masticando que las victimas somos nosotros.

Las lágrimas brotan de nuestros ojos.
Nos piden declarar,
el policía usa nuestro equipo,
en el afán ha olvidado su portátil.
Por qué cree que ha sido el atentado, interroga.
Debe ser el color verde de mi pelo,
digo yo, con una sonrisa forzada;
con humor que pretende ocultar el miedo
y tranquilizarle a él,
compañero de amores y de vida.
Llega presurosa ella, mi amiga y luego la familia.

Fue con una granada sudafricana dice un policía,
hemos encontrado el espolón, nos aclara.
Al detonar, la metralla se dispersa,
perfora el cielo raso de las habitaciones,
se incrusta en la puerta,
rompe las vidrieras de nuestros vecinos,
deja una huella en nuestro cerebro
que nos recuerda una y otra vez
que los enemigos de la diferencia
se ensañaron contra nuestras vidas.

* Manuel Velandia Mora es Investigador y docente universitario. Este blog fue escrito exclusivamente para el reportaje 'A nadie le importó' de EL TIEMPO y GDA.
Sara Castillejo
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