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Cultura

Los secretos de un artista se revelan en nuevo festival de cine

Daniela Abad, nieta de Héctor Abad Gómez y directora de cine.

Daniela Abad, nieta de Héctor Abad Gómez y directora de cine.

Foto:ARCHIVO PARTICULAR

The Smiling Lombana, documental de Daniela Abad, inauguró la edición 58 del festival de Cartagena.

Sofía Gómez
Daniela Abad tuvo un par de abuelos excepcionales: el paterno era Héctor Abad Gómez, médico y defensor de derechos humanos antioqueño que fue asesinado en 1987; y el materno, Tito Lombana, un artista plástico autodidacta y autor de la escultura Los zapatos viejos, ubicada en el corazón de Cartagena. La vida de cada uno de ellos es el insumo de los dos documentales de esta joven realizadora colombiana.
“Con estas películas cerré ciclos internos. En primer lugar porque ya no pienso hacer una sola película más sobre mi familia (risas). Mis amigos me molestan diciendo que voy a hacer una saga familiar y que ahora siguen mis tías y seguirán mis primos”, comenta la directora que recordó la memoria de Héctor Abad Gómez en la producción Carta a una sombra y que ahora hace lo propio con su abuelo materno en The Smiling Lombana.
Precisamente, este documental fue el claquetazo inaugural de la edición 58 del Festival de cine de Cartagena, en la noche del miércoles. Por segundo año consecutivo la organización le apuesta a una producción del género y por octavo, al cine colombiano.
Daniela Abad Lombana, formada como cineasta en Barcelona, España, le contó a EL TIEMPO detalles de The Similing Lombana, que se estrenará en las próximas semanas en el circuito comercial.
¿Cuál es el sentido de haber hecho historias familiares en sus primeras producciones?
Tal vez para madurar profesionalmente sea necesario pasar de una historia casi en primera persona a una historia en tercera persona. Creo que en la literatura tal vez es más evidente, cuando un escritor pasa a usar la tercera persona, siempre pienso que es porque ha madurado, porque ha sabido al fin dejar a un lado sus problemas, su ensimismamiento, su egocentrismo y ha aprendido a observar lo que lo rodea y sobretodo ha aprendido a emocionarse no solo con sus propios sentimientos o dramas, sino a que se ha vuelto empático con las emociones de otros. Esto es un gran paso, tal vez el paso de la juventud a la edad adulta, es precisamente redimensionarse y darse cuenta que las historias de los otros pueden ser igual o más interesantes que las nuestras. Ojalá estas dos películas me lleven al fin a la madurez (risas).
Es muy emocionante que por segundo año consecutivo un documental colombiano inaugure el festival.
Me parece bonito que el festival le dé su lugar al cine documental, que siempre ha sido y sigue siendo un cine mucho más marginal que el cine de ficción. Creo que esto probablemente sucede también porque el público colombiano ha reaccionado inesperadamente bien a este formato. Esto se nota mucho por ejemplo en los números de la taquilla. Hay muchas personas que van a cine a ver documentales. Es extraño pero bonito. Tal vez suceda porque en Colombia hemos contado poco nuestra historia o porque las historias documentales están acercándose más a la gente, emocionándola más que las películas de ficción, que en los últimos años se han vuelto quizás películas dirigidas a un público más especializado.
¿Qué fue lo más complicado, emocionalmente hablando, de hacer este documental? (Aunque seguro ya habías experimentado algo similar con Carta a una sombra)
Lo más difícil fue convencer a mi familia a que me ayudara a contar esta historia. Esta es una historia bonita y dolorosa a la vez, una historia que se mantuvo oculta, un secreto del que no se podía hablar. Mi familia materna, al contrario de mi familia paterna, es absolutamente privada y odia aparecer en público, por eso para ellos esta película no tenía sentido, además porque exponía emociones y situaciones que siempre habían querido ocultar. Valía la pena porque hablaba de un tabú que en realidad es el tabú de un país entero. A mí los secretos no me gustan y soy malísima guardándolos, pues me parece que solo sirven para magnificar las cosas. Prefiero hablar de los problemas, enfrentarlos para intentar entenderlos, para no cargar con ellos y un poco también para olvidarlos. Hablar de las cosas a veces sirve para que dejemos, al fin, de hablar de ellas.

A mí los secretos no me gustan y soy malísima guardándolos, pues me parece que solo sirven para magnificar las cosas.

¿Cambio mucho la imagen que tenía de su abuelo, Tito Lombana, durante la producción?
Cambió en el sentido de que ya acepto con más tranquilidad que es imposible conocerlo y saber quién era en realidad. Tito es una figura absolutamente escurridiza y cambiante, eso es también lo que lo hace encantador. Yo no tenía ninguna imagen de Tito en realidad y el documental me llevo a tener muchas imágenes de Tito, a ver todas las personas que era o que aparentaba ser. Esta es una película que de alguna manera intenta reflexionar también un poco sobre eso, sobre quiénes somos, sobre cuántos somos, sobre quienes queremos ser y en quienes nos convertimos en últimas.
¿Y el título del documental?
Puede sonar bastante pedante, pues uno puede imaginarse que simplemente quise poner un título en inglés, pero en realidad tiene que ver con dos cosas: por un lado la gran influencia que ha tenido en Colombia EE.UU. y en general cualquier cultura extranjera. Los colombianos vivimos deslumbrados por cualquier cosa que venga de afuera y aunque nos creamos muy patrióticos en realidad todo lo que admiramos no es nuestro e intentamos copiar siempre de otras partes, en vez de identificar en realidad qué nos funciona, qué nos gusta, qué es más apropiado para nosotros como país. Esto tiene mucho que ver con lo que hablaba al principio sobre el ser. En Colombia no nos han enseñado a buscar quienes somos, nos han impuesto formas de ser y las hemos seguido, tal vez por cobardía o por falta de educación. No sé, en todo caso este no es un país en donde se estimule la diferencia o la autenticidad.
Por otro lado el gesto de sonreír, (el título traduce “el sonriente Lombana”) me parecía un gesto muy característico de mi abuelo: por un lado Tito era un hombre al que realmente lo caracterizaba su sonrisa, era un hombre amable, simpático, alegre y al mismo tiempo era un hombre ambiguo y la sonrisa tiene eso también, es un gesto humano y ambiguo.
Sofía Gómez
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