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Música y Libros

Yeison Landero, el guardián de los sonidos de su abuelo, el maestro Andrés

Yesid Landero hace giras por Europa, Estados Unidos, México y Chile con la música de los Montes de María.

Yesid Landero hace giras por Europa, Estados Unidos, México y Chile con la música de los Montes de María.

Foto:Archivo particular

Tiene 35 años y estará en Colombia al Parque, el 27 de febrero, en Bogotá.

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Sus clases de música eran a la entrada de San Jacinto, Bolívar, en La Pava Congona, una casa finca familiar.
El maestro era el músico sanjacintero Andrés Landero (1932-2000), y él, el alumno, su nieto Yeison, que tenía 8 años y todas las ganas de aprender.
La enseñanza era con las viejas tradiciones y el amor por la naturaleza y la música. “Primero, yo lo acompañaba, como en un ritual, a regar las matas y los árboles. Luego, él me decía: ‘Búscate el acordeoncito’. Y nos sentábamos al lado de unos árboles de mango y níspero, y ahí me comenzó a enseñar”.
Agrega que al principio no entendía mucho eso de “abrir y cerrar el acordeoncito”, pero que las cosas se fueron dando y sus manos se volvieron ágiles con ese instrumento.
Hoy, Yeison Landero tiene 35 años y, aunque su abuelo dejó este mundo cuando él tenía 17, tras sufrir un infarto en Cartagena, tanto él como su hermana Jennifer alcanzaron a aprender mucho de él.
No en vano, el nombre de Andrés Lanero sigue haciendo parte de la tradición de los Montes de María, tanto como juglar vallenato como intérprete de cumbia.
Fue proclamado rey de la cumbia en El Banco, Magdalena, rey sabanero en Sincelejo, rey en Arjona, Bolívar (1969), rey del Festival Bolivarense del Acordeón (1968) y rey de la cumbia en México, donde sigue siendo recordado, así como en las colonias sabaneras que hay en Estados Unidos y ya van por varias generaciones.
Además, estuvo cinco veces en el Festival de la Leyenda Vallenata de Valledupar, según cuenta su biografía. No fue rey, pero logró dos segundos y dos terceros lugares.
A la música se aficionó desde muy niño, gracias a su padre, que era gaitero, y su apreciación e identificación de los sonidos de la naturaleza le sirvieron para hacer sus canciones, 'La pava congona', 'La muerte de Eduardo Lora', 'La cigarrona', 'Mi machete', 'Cumbia en la India', 'Cumbia y sol', 'Una sonrisa pa’ mamá' y 'Recuerdos viejos', entre muchas otras, porque hay registro de unas 400 composiciones.
Sus viajes al exterior fueron frecuentes, y mientras tanto, en San Jacinto, la segunda generación, la de los hijos del maestro, casi no aprendió música. “Él se iba como juglar un mes y más, y ni él ni mi abuela querían eso para sus hijos”, cuenta Yeison.
Pero aun así, dos de los hijos, Javier y Orlando, este último fallecido hace un mes, y Aracelys, mamá de Yeison Landero, terminaron en la música.
Cuando el maestro estaba en la casa llegaban las visitas: Alfredo Gutiérrez, Calixto Ochoa, Lisandro Meza, Adolfo Pacheco, muchos músicos, juglares como él, “y después del saludo se ponían a armar palabras, a componer”, recuerda el nieto, que fue un niño inquieto y no se perdía detalle de esas conversaciones ni de los toques.
Así, él y su hermana Jennifer memorizaron más canciones: 'El tigre en la montaña', 'Las miradas de Magaly', 'Alicia la campesina'...
Y con ellas, así como con sus propias creaciones, Yeison Landero estará en Colombia al Parque, el encuentro musical de Idartes, el 27 de febrero en el parque de los Novios de Bogotá.
“La música sigue resistiendo en el tiempo, sigue viva. Las canciones, tanto de la época del abuelo Landero como la que yo hago, hablan de eso, de la resistencia que hemos tenido como comunidad, porque este ha sido un territorio atacado por la violencia. Muchos campesinos tuvieron que emigrar por el conflicto, y yo vengo de ese mundo que sigue siendo mi fuente de inspiración”.
Yeison Landero ya hace parte de la generación familiar que tuvo más preparación: estudió en Bellas Artes de Cartagena y también Derecho en esa ciudad.
Pero decidió volver a sus raíces “para ratificar que esta música está viva. En el álbum de Los Gaiteros de San Jacinto que fue nominado al premio Grammy en el 2020, le hice un homenaje a mi mundo con 'Campesino cimarrón', vivencia neta de nuestra resistencia, de estar en los Montes para que la cosecha tenga frutos para todos. Es una canción de festejo. Y hay otro tema, 'Canto mi machete', que es una protesta por lo que ha pasado, pero también una insistencia al campesino recordando a mi abuelo y a esos grandes músicos que fueron sus amigos”, según cuenta Landeros.
En La Pava Congona, Yeison Landero sigue haciendo sus ensayos. Da los pasos en esas tierras que pisó su abuelo tantas veces. Recorre el lugar conocido y amado. “Es donde uno se inspira. Tiene ese sentido material e inmaterial de lugar físico y recuerdos”.
Y también conserva el primer acordeón, “el acordeoncito”, así como los acordeones del fallecido maestro. “Son su herencia más grande, así como el amor por la tradición, por ejecutar y cantar, que es ahí donde se unen el sentimiento, las notas lastimeras, el poder de los sonidos. Así resistimos ante otras músicas e inspiramos a los niños en la cumbia, que es lo de nosotros, para que siga volando ese sonido y esa historia”.
Yeison Landero es otro juglar que recorre el mundo con su grupo. Hace poco estuvo de gira en Europa y también en Dubái. Desde el 2015, cuenta, viaja constantemente a Chile, México, Estados Unidos.
“Hay lugares donde pasan cosas muy bonitas: la gente no entiende nuestras letras, pero se contagia con el sonido. Y es un orgullo ver que nuestra música, hecha a partir de los sonidos de la naturaleza, de los cantos de las aves y los movimientos de las hojas, los lleva a ellos a otros mundos sonoros”.
La cumbia, afirma Yeison Landero, “es el sentimiento, la vida misma. Mi abuelo le puso acordeón a la cumbia en estos Montes de María, y así se quedó”.
Él dice que le llegó todo gracias a ese acordeoncito. “Niño, trae el acordeoncito” era la frase de su abuelo, el motor de la memoria de este nieto cantor y compositor que no deja morir la tradición.
¿Dónde y cuándo?
27 de febrero, 7:15 p. m. Parque de los Novios. Calle 63 carrera 48, Bogotá.
REDACCIÓN CULTURA

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