El 10 de diciembre de 2005, en plena campaña de reelección de Álvaro Uribe, hablando en mi casa con los periodistas Álvaro Montoya y Gonzalo Guillén –amigos de vieja data– comentábamos el hastío que nos producía el tono unanimista que se percibía en casi todos los medios del país; como si se hubieran puesto de acuerdo no solo para cubrir la información desde un mismo ángulo, sino también para opinar en un mismo sentido.Y aunque tratábamos de cambiar de tema, el contenido de la conversación volvía a recaer sobre el asunto original: el unanimismo.
Estando en esas, se me ocurrió que debíamos hacer una publicación que así no sirviera para cambiar la opinión de las masas, sí podría ser útil para promover otras ideas y dejar, al menos, una constancia histórica, para romper ese cerco gobiernista.
Después de aquella conversación entre tintos y descontento, me quedaron claras tres cosas. Por una parte, el nombre. Como sabía que, independientemente de cómo lo denominara, los uribistas, para tratar de ningunearlo lo iban a llamar “un pasquín”, resolví ahorrarles trabajo y lo bauticé así: 'Un Pasquín'.
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Por otra parte, aunque la idea era hacer un periódico ‘políticamente incorrecto’, desde el comienzo decidí que no me interesaba que tuviera un tono mamerto.
Y, por último, algo fundamental: sería un periódico gratuito en el sentido más extenso del término: no se les cobraría a los lectores y no se les pagaría a los colaboradores.
Esa misma noche registré el nombre en internet y luego me puse a pensar en posibles columnistas, caricaturistas, formatos, número de páginas, papel, etcétera.
Al día siguiente, domingo, llamé a un puñado de amigos y colegas para invitarlos a colaborar. 'Ad honorem', por supuesto. Todos aceptaron.
Aunque la idea era hacer un periódico ‘políticamente incorrecto’, desde el comienzo decidí que no me interesaba que tuviera un tono mamerto
El lunes coticé los costos de impresión y concluí que podía pagarlo con mis propios recursos; no porque yo fuera un magnate, sino porque, gracias a la tecnología, hacer un periódico es mucho más barato de lo que la gente podría suponer.
Además, como yo mismo lo podía diseñar, me ahorraba unos pesos adicionales. De modo que resolví lanzarme al agua.
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Los días y noches siguientes, en extensas jornadas de trabajo, me dediqué a diseñar desde el logo hasta los pies de foto, a recibir y editar artículos, revisar pruebas, etcétera, y el 22 de diciembre –diez días después del arrebato inicial– el periódico salió de la rotativa. Con infinita emoción, recogí los tres mil ejemplares en mi carro y, de los talleres de 'El Nuevo Siglo', me fui directo a la casa de Rafael Pardo –uno de los columnistas–, a presentarle la edición cero, de 12 páginas en blanco y negro, con un diseño minimalista y artículos firmados por Enrique Parejo González, Juan Camilo Restrepo y Ricardo Sánchez, entre otros.Un mes después, el 23 de enero de 2006, salió la edición número 1.
Desde entonces han sido muchos los tropiezos, empezando por la dificultad de conseguir publicidad, e incluso hemos tenido que hacer repliegues tácticos, que nos han llevado a suspender la publicación. También hemos sido objeto de censura cibernética y ataques en redes sociales por militantes de las extremas políticas que son alérgicos a la crítica y se toman demasiado en serio a sí mismos.
No obstante, con la ayuda desinteresada de caricaturistas, periodistas, analistas –y uno que otro anunciante–, hemos logrado mantener vivo 'Un Pasquín' contra viento y marea, como un deber cívico, en un país que necesita opiniones diversas, independientes y, por qué no, incómodas.
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Por supuesto, lo ideal sería que circularan más ejemplares de 'Un Pasquín' y con mayor frecuencia, pero para que eso sea posible toca hacerle entender a mucha gente –empezando por los anunciantes– que la diversidad de opiniones no es una amenaza contra la democracia ni contra el 'establishment'; explicarles que promover la tolerancia hacia las ideas ajenas y los puntos de vista contrarios no es un ataque sino un servicio a la sociedad, pues así puede contar con más elementos de juicio para informarse e interpretar la realidad.
En estos 15 años, la lección más importante que he aprendido es que los periodistas –no solo de los medios independientes– tenemos que perseverar pese a las dificultades; no para hacernos matar, puesto que a los muertos nadie los escucha, sino para hacernos oír, aun en medio de las estridencias del poder.
VLADDO
Especial para EL TIEMPO