Aún recuerdo la casa de Yolanda Pantin, un refugio en la ciudad de Caracas que comulga con el silencio y por unos instantes te hace olvidar de la pesadumbre de un país en crisis. Cada pared tiene un cuadro pintado por algún familiar; en cada rincón, una fotografía de sus hijos o nietos; en la mesa de recibo, sus libros y cuadernos llenos de futuros poemas escritos a mano con tachaduras y correcciones.
En esta oportunidad, Pantin presenta en Colombia su poemario País, publicado en Venezuela en 2007 por la Fundación Bigott; y aunque han pasado catorce años, sus versos siguen vigentes. Un poemario sobre la nostalgia y la memoria de una patria que ya no existe, patria que puede ser equivalente a cualquier país latinoamericano, donde el sino trágico parece no abandonarnos.
Pantin recibió en el 2017 el Premio Casa de América de Poesía, y el año pasado, el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca. También ha sido dramaturga, ensayista, autora de libros infantiles y editora.
Fue cofundadora junto con los poetas Armando Rojas Guardia, Rafael Castillo Zapata, Igor Barreto, Alberto y Miguel Márquez del grupo literario Tráfico en 1981; también de la editorial de poesía Pequeña Venecia, en 1991.
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Su obra poética comprende los libros Casa o lobo (1981), Poemas huérfanos (2002), El hueso pélvico (2002), 21 caballos (2011), Bellas ficciones (2016) –libro publicado en Colombia por la Editorial Pontificia Universidad Javeriana– y Lo que hace el tiempo (2017). Además es coautora del libro El hilo de la voz. Antología crítica de escritoras venezolanas del siglo XX (2003), uno de los más importantes estudios que sobre literatura femenina se han hecho en Venezuela.
Recientemente también publicó en España con la Editorial Pre-Textos el libro El dragón protegido (2021).
Uno de los poemas de País habla de la orfandad. ¿Cuándo sintió esa orfandad de futuro y de país?
Todo estaba puesto sobre la mesa. En diciembre de 2001 vi, por razones políticas, un inevitable y, por lo mismo, trágico choque de ideas. Luego vi a unas personas reunidas al calor de una fogata sin leña.
Cuando uno lee sus poemarios impresiona su actualidad, como si hubieran sido escritos hoy. De hecho, una vez la poeta Ana Blandiana dijo: ‘El escritor no es un creador sino testigo del mundo en que vive’. ¿Le ha gustado el país que le tocó ver y vivir?
Pienso igual que Blandiana, solo que en vez de ‘mundo’, como ella lo ve, yo diría ‘tiempo’. He sostenido la idea del poeta como testigo de su tiempo y el valor del testimonio que el poema expresa también. En lo personal, no he aspirado otra cosa que ser testigo y dar testimonio. Me tocó el momento que nos tocó a los venezolanos vivir. Pensar fuera del presente me llevaría a la nostalgia de un supuesto paraíso perdido y a un engañoso deseo. En el presente está todo lo que es.

El libro de Pantin es de Frailejón Editores.
Archivo particular
Tanto su poesía como la de Rafael Cadenas han sido, de alguna manera, premonitorias a todo lo que ha ocurrido en Venezuela. ¿Cree en la figura del poeta como vidente? ¿Quizás los venezolanos pudieron evitar ese destino trágico?
Es cuestión de afinar el oído, aprender a mirar como el que escucha, decía el poeta Igor Barreto. El destino trágico no se puede evitar, ese avanzar ciego que decía y que desencadenó la escritura de mi poemario El hueso pélvico en diciembre de 2001.
Siempre en las entrevistas le preguntan sobre Venezuela, pero ¿por qué cree que los lectores buscan respuestas o certezas en las palabras de los poetas?
Buscan en nosotros lo que no pueden entender, así como nosotros buscamos lo que no podemos entender.
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La escritora venezolana Gisela Kozak en un artículo que escribió para Letras Libres la llamó ‘la voz de un país devastado’.
El país que conocimos no existe, pero el país como territorio que reúne a sus habitantes no está devastado porque cada uno de sus hombres y de sus mujeres son parte de un país que respira. A ese impulso de vida responden mis tres últimos libros publicados, que en conjunto forman una trilogía: Bellas ficciones, Lo que hace el tiempo y El dragón protegido.
La ‘patria’ siempre ha estado en su producción poética; sin embargo, ha sido un término que el chavismo ha desvirtuado. ¿Cree que es posible recuperar este concepto?
Patria es para mí los olores de la infancia, un cierto grado de la luz, la patria chica que representa el pueblo donde crecí. Lo que rescato de la noción de patria no responde a una ideología.
¿A qué le teme un poeta?
A perder la voz. A perderse dentro de sí.
¿Y cuáles serían las derrotas?
Que te gane el odio. Le temo a la sordera y a la ceguera.
En un régimen como el chavismo, ¿la poesía es un acto de fe?
No, la poesía es un don que nace y muere en cada persona que nace con ese don. Es algo natural en esas personas, tan natural como la respiración.
¿Qué le dio y qué le quitó la dictadura y la democracia?
No veo las cosas de esa manera tan tajante. El chavismo obligó a millones de venezolanos a migrar. Los conceptos de democracia y dictadura son abstractos, las razones de las migraciones son concretas y muy dolorosas.
¿Cómo ve el futuro de la poesía venezolana en sus nuevas generaciones?
Somos parte de la corriente de un río caudaloso, y ese río, al pasar, abraza, arrastra, y en el tiempo, hace y deshace. Crece y se achica. Somos el cuerpo de ese río.
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Uno de los poemas de País dice: ‘Ustedes / perdieron un país / dentro de ustedes’. Hoy, viviendo aún en Venezuela, ¿usted la vive desde la nostalgia o desde lo que algunos han llamado el insilio?
Vivo en la extrañeza del presente. Hace tiempo que hice el duelo por lo que he perdido; entre otras cosas, la percepción misma del país. He aceptado que estoy en otro país y que no hay vuelta atrás.
Y, finalmente, ¿cómo es la ventana por donde mira Yolanda Pantin?
Una que me permita ver sin encandilarme y que no me engañe con sus vistas.
DULCE MARÍA RAMOS*
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
@dulcemramosr
* Periodista literaria hispano-venezolana