La sonrisa de Parra lucha por no salirse de su tapabocas. “¡Es una berraquera!”, dice. Toma el libro. Lo pone sobre la mesa. Levanta la tapa de la caja y la pone delicadamente a un lado. Y los nombres de Mario Vargas Llosa y Luis Fernando Peláez aparecen en una preciosa fuente Bodoni repujados sobre papel.
El Taller Arte Dos Gráfico, la magnífica creación de Luis Ángel Parra y María Eugenia Niño, es una institución del arte en Colombia. Sus máquinas han hecho que salgan a la luz las obras gráficas de los artistas más importantes de Colombia y América Latina. “Hace poco encontré esta belleza en el archivo. Tiene 30 años”, dice. Y señala un poderoso Luis Caballero de dos metros de altura. En ese archivo de maravillas hay obras de Ana Mercedes Hoyos, Antonio Caro, Beatriz González; del argentino León Ferrari; el peruano Fernando de Szyszlo, el estadounidense Richard Mock; Kcho. La lista es interminable. Y sus libros de artista –esas joyas de tamaño descomunal o con formas caprichosas como una caja o una maleta– son un universo paralelo igual de rico y generoso.
En el taller de imprenta –justo a la salida– está la plancha de un grabado de uno de sus libros míticos: En este pueblo no hay ladrones, de Gabriel García Márquez, y Saturnino Ramírez. “Fue un trabajo de 2 años. Viajé a Barcelona, estuve 12 días con Carmen Balcells, la agente literaria del boom latinoamericano”, recuerda Parra, “y según nuestra contabilidad uno de los gastos más altos no fue de tinta ni de papel, sino de whisky”. El lanzamiento del libro fue en 1992 en un burdel-billar en la calle 53 con carrera 13 en Bogotá: La montaña del oso. “La preproducción del evento fue increíble. Una de las camareras llegó con un ejemplar de Cien años de soledad. Todos brindamos y fue un día increíble, pero Gabo dejó tirada su gabardina Burberry y me dijo que si no la recuperaba no firmaba los libros. Me tocó hacer una vaca con todos los empleados y salir corriendo”.

El libro tiene cinco grabados de Luis Fernando Peláez que trabajó a partir de una escultura que hizo para el poema
Taller Arte Dos Gráfico.
(No de je de leer: Recuperan en libro una conversación perdida entre Gabo y Vargas Llosa)
Cada edición de los libros de Arte Dos Gráfico es de 100 ejemplares firmados por el artista y el escritor. Los de Vargas Llosa y Peláez ya tienen firma. Están listos para salir a un mercado de coleccionistas: 3.500 dólares cada uno. “Es el tercer libro que hacemos con Vargas Llosa”, dice Parra.
El premio nobel peruano llegó por primera vez al taller por cuenta de un amigo en común: Fernando de Szyszlo (Lima, 1925-2017). Vargas Llosa estaba en Bogotá por la promoción de uno de sus libros. Pilar Reyes, la gran editora de Alfagura, le dijo que pasaban 20 minutos porque la agenda del día –como siempre pasa con él– era descomunal. Vargas Llosa entró al taller. Se deslumbró con las exposiciones de las diferentes salas de la Galería Sextante. Miró cuadros, fotos, esculturas. Revisó docenas de grabados. Habló con todos los empleados y se deslumbró con la monstruosidad de las máquinas; de pronto dijo: “mejor me cancelan el resto de eventos del día, ¿no?”.
Durante todo ese largo día Parra se repetía: “no le vaya a pedir nada; no le vaya a pedir nada… no le vaya a pedir nada”. En el almuerzo con Szyszlo, el autor de Conversación en la catedral y La guerra del fin del mundo fue el que dio el primer paso: “¡Tenemos que hacer un libro con un poema!”. Parra, por supuesto, respondió que de inmediato prácticamente parándose de la mesa. Y Vargas Llosa, con la frialdad de un bromista despiadado, le dijo: “Usted es un pésimo editor, ¡ni siquiera ha leído el poema!”.
Hicieron dos obras con Szyszlo: Estatua viva y El Alejandrino. “Vargas Llosa es minucioso”, dice Parra. “Y por bocón terminé en San Francisco”. Vargas Llosa encontró la fuente que quería para su poema en el computador. Le envió el poema por correo con la letra elegida y le preguntó a Parra que si la tenía. “Maestro –respondió Parra–. Las tenemos todas”. Y resultó que no la tenían por ninguna parte. Lo llamó y le expuso el problema. Vargas Llosa respondió: “esa es la que me gusta. Y usted me dijo que las tenía todas”. Buscó por diferentes talleres en todo el continente y el tipo fundido de la dichosa fuente Centauro no estaba en ninguna parte, ni siquiera en los talleres más antiguos de Buenos Aires, hasta que –en ese trabajo detectivesco– hizo su aparición en Estados Unidos. “Y por supuesto que valió la pena”, dice Parra, y con la ternura de un padre orgulloso acaricia el papel y la letra repujada.

El artista colombiano Luis Fernando Peláez firmando una de las 100 copias del libro.
Taller Arte Dos Gráfico.
En el inicio de la pandemia, llamó a Vargas Llosa y le dijo que era el momento de otro poema –esta vez– con la obra de Luis Fernando Peláez. Y Vargas Llosa escribió Padre Homero. Parra, una vez con el libro abierto y después de repasar los grabados de Peláez, lee en voz alta:
No sabemos si era uno o muchos
Ni siquiera sabemos si existió
o lo inventamos
para dar un dueño
y una leyenda a los poemas que fundaron
el mundo en que vivimos (...)
Luis Fernando Peláez, por su lado, hizo cinco grabados que trabajó a partir de una escultura. “Ser aliado de Vargas Llosa, con un poema sobre Homero, era una seducción mayor. Y me dejé guiar por la idea del regreso”. Ya se había sumergido en el mediterráneo del autor de La Iliada y La odisea con unas maletas que hizo para el Festival de Música de Cartagena. Y para crear sus imágenes no tuvo que cruzar una sola llamada con Vargas Llosa. “El arte –dice– es un lenguaje que reemplaza a las palabras”. Y en su caso, luego se unen, se funden y logran una obra de arte totalmente singular. Homero –en su calidad de inmortal– debe sentirse halagado por la obra de sus hijos.
Fernando Gómez Echeverri
Editor de Cultura
En Twitter: @LaFeriaDelArte
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