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‘Se equivocan quienes creen que la belleza femenina no importa’
Autumn Whitefield-Madrano

Whitefield-Madrano es periodista y ha publicado en medios como ‘The Guardian’. El libro, de 288 páginas, se publicó en Estados Unidos a mediados de este año.

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Archivo particular

‘Se equivocan quienes creen que la belleza femenina no importa’

Charla con Autumn Whitefield-Madrano. ¿Es posible ser feminista y vanidosa al mismo tiempo?

En 1980, Autumn –ese es su nombre, como otoño en inglés– tenía 5 años y, de la mano de su mamá, participó en su primera protesta. En ese tiempo se volvía a debatir la enmienda constitucional que daría a las mujeres de Estados Unidos igualdad de derechos ante la ley, conocida como ERA (Equal Rights Amendment). Allí, en Aberdeen, Dakota del Sur, vestida como una sufragista y marchando por las calles con una pancarta prácticamente de su mismo tamaño, Autumn Whitefield-Madrano supo que sería feminista, como su madre.

“Ahí, disfrazada, entendí que lo que haces con tu cuerpo, la manera en que te presentas ante los demás, puede tener un significado político”, dice desde su casa en Astoria, en el estado de Nueva York, a meses de haber lanzado con Simon & Schuster el libro ‘Face Value. The Hidden Ways Beauty Shapes Women’s Lives’, en el que desmenuza el valor de la belleza en la sociedad actual y las formas a veces insospechadas en las que su búsqueda afecta a las mujeres.

Se trata de un libro de tapa dura y 265 páginas que le tomó más de una década escribir; incluye más de 100 entrevistas y, según la reseña de Katherine Bernard en ‘The New York Times’, “exige trabajo mental” por su profuso análisis y descripción de cuanto estudio existe sobre el tema.

Pero ¿por qué esta periodista, que ha colaborado con medios como ‘The Guardian’ y ‘Business Insider’, decidió escudriñar lo que le pasa cada vez que se enfrenta al espejo para seguir al pie de la letra su rutina diaria de belleza, que –según describe con lujo de detalles– le toma seis minutos y medio? ¿Por qué habla sobre la belleza y en especial sobre maquillaje en este libro y, desde hace algún tiempo, en su popular blog ‘The Beheld?’

“La gente me dice: ‘eres inteligente, eres feminista, entonces ¿por qué no escribes sobre cosas que realmente importan?’ Y mi respuesta es: ‘la belleza importa’ –afirma–. Quienes creen lo contrario están equivocados o expresan un deseo de raíz ideológica: en el fondo, lo que tratan de decir es que quisieran que la belleza no importara. Les encantaría que todos fueran tratados de la misma manera, sin importar su apariencia. ¡A mí también me gustaría eso! Pero no pasa. Entonces, me parece mejor mirar el tema de frente, interrogarlo, examinarlo. No decir simplemente que no merece atención, cuando obviamente sí importa, y cualquier mujer lo sabe”.

Según sus editores en Simon & Schuster, este nuevo libro se construye sobre la tradición de un texto que marcó época: ‘El mito de la belleza’ (1991), de Naomi Wolf, escritora y consultora política estadounidense. En él, Wolf describió una sociedad que espera que las mujeres estén siempre bellas y denunció cómo esa presión aumenta en la medida en que ellas van ganando poder.

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En esta línea, lo que ‘Face Value’ hace es actualizar los dilemas que plantea la belleza para las nuevas generaciones de mujeres, hiperconectadas y dependientes de las redes. Mujeres que, no obstante valorar cada vez más la diversidad y el fin de los estereotipos –algo que la internet 2.0 promueve al poner la comunicación mediática al alcance de todos–, parecen al mismo tiempo no poder sacudirse de los cánones y las exigencias de antes.

“Las condiciones que describe el libro de Wolf no han cambiado mucho –comenta Whitefield-Madrano–. Lo que es diferente hoy es que las mujeres tenemos más conciencia sobre el tema. La pregunta es cómo nos afecta esto, qué pensamos al respecto. Es muy positivo que hoy nos sintamos libres de discutirlo”.

Pero su posición está lejos de ser una esperable crítica a la industria de la belleza, a la presión social por verse hermosas o a cómo las imágenes idealizadas de la publicidad pueden lograr que un alto porcentaje de mujeres se sientan inadecuadas. Lo que a esta feminista le llama la atención es otro fenómeno: la contradictoria relación que el género femenino tiene con ese concepto tan intangible que es la belleza. Y cómo esa contradicción es lo que, finalmente, hace daño.

“Vivimos en una sociedad judeocristiana donde ser vanidosa es un pecado, es frívolo. Pero, al mismo tiempo, le damos mucho valor a la belleza –plantea la autora–. Tienes que verte bien si quieres que te tomen en serio, o al menos ser atractiva de algún modo. Por eso vivimos en una constante lucha por querer vernos bien, y al mismo tiempo resentimos el tiempo, el dinero y la atención que eso requiere. Es un ejemplo más de ‘palo porque bogas y palo porque no bogas’. ¿Cómo se resuelve esto?”.

Vivimos en una sociedad judeocristiana donde ser vanidosa es un pecado, es frívolo. Pero, al mismo tiempo, le damos mucho valor a la belleza

Productos y feminismo

La primera aproximación de Whitefield-Madrano a la ambivalencia que despierta la belleza surgió en su propia familia. En el libro, ella cuenta que su abuela era alcohólica y, en tiempos de sobriedad, se premiaba con una pasada por las tiendas de productos cosméticos o centros de estética: “La veo en la peluquería recibiendo cariño de mujeres semiamigas, semiextrañas. La veo mirándose al espejo y viendo ahí no solamente a la persona de mediana edad que era, sino también a una bonita mujer de pelo oscuro, con lentes de sol gatunos, sintiendo que el mundo le pertenecía (...). El poder de la belleza y el autocuidado no lograron alejarla de la autodestrucción, pero ella creía que tal vez sí”.

Había contrastes, también, entre su madre y el resto de las mujeres de la familia: “A mi mamá no le interesaba el maquillaje. No usaba otra cosa que pestañina y decía todo el tiempo que era feminista. Entonces crecí pensando que pintalabios y feminismo eran incompatibles, que usarlo era una especie de traición. Mal que mal, está la idea de que si eres una mujer ‘buena’, ‘complaciente’, harás lo que esté a tu alcance por verte bella, y eso no es precisamente un pensamiento feminista. Pero mis tías y mis abuelas tenían cajones llenos de productos y parecían disfrutar mucho con ellos. Cada visita a sus casas era una maravillosa exploración de un lado completamente diferente de la adultez femenina. Entonces comencé a preguntarme: ¿cómo estas mujeres, pese a tener un pasado parecido e incluso ideologías similares sobre el valor de la mujer en la sociedad, podían tener visiones tan diferentes sobre la belleza?”.

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Más tarde, Whitefield-Madrano comenzó a fijarse en las contradicciones que la belleza despertaba en sí misma. Leyó mucho sobre el tema, trabajó en revistas femeninas como ‘Marie Claire’ y ‘The Hairpin’ y observó que la narrativa social con respecto a la estética y el cuerpo de las mujeres no reflejaban lo que a ella le pasaba. Se supone que debería sentirse como un gusano por no cumplir con estándares autoimpuestos y mediatizados, pero no. O que debía inflarse como una diosa luego de arreglarse para salir un sábado en la noche, y tampoco. A veces le pasaba todo eso, incluso en un mismo día, pero la mayor parte de las veces la mirada al espejo le devolvía una evaluación más bien neutra, del tipo ‘esta soy yo y punto’.

Intentar entenderse a sí misma fue el motor para escribir el libro. “Vivo una suerte de guerra interna –dice–. Por ejemplo, me gustan mucho las pestañas postizas, pero no tengo dinero para pagarlas. Sufro porque me encanta cómo me veo con ellas y luego me cuestiono el hecho de que me importen tanto. ¿Por qué gasto tanta energía en ellas?”.

Lo primero que hizo fue conversar con mujeres que pudieran darle visiones diferentes sobre la belleza –una monja, una dominatriz, una modelo, una adolescente con su piel completamente manchada– para encontrar puntos en común. Le sorprendió descubrir que, en no pocos casos, hablar sobre productos o sobre el aspecto físico de la otra era una forma de unir a las mujeres, más que de alejarlas o ponerlas en posición de competir, como suele creerse. Para muchas, algo tan simple como comentar el color de un esmalte era una estrategia fácil para iniciar una conversación con una cuota de complicidad; incluso, una manera de romper el hielo entre desconocidas, de conectarse. Algo casi tan inocuo como hablar del clima.

“Comprender esto fue muy refrescante, pero al mismo tiempo tiene un trasfondo que no me acomoda –anota–. Si descansamos en esto como una manera de conocer a otras, se fortalece la idea de que lo que tenemos en común las mujeres, sobre cualquier otra cosa, es la preocupación por cómo nos vemos”.

Salida optimista

‘The New York Times’ calificó el libro de Whitefield-Madrano como una respuesta optimista a ‘El mito de la belleza’. Y por una buena razón: además de describir las contradicciones y los dilemas que la belleza plantea en el siglo XXI, invita a las mujeres a dejar de sufrir tratando de conciliar lo irreconciliable y a tomar un rol más activo en su relación con la belleza; un rol marcado por la libertad de decidir cuánto preocuparse –o no– por verse bien, más allá de las ideologías o de las presiones sociales. Por lo mismo, Rachel Hills, autora del libro ‘The Sex Myth’, declaró que ‘Face Value’ propone una suerte de “antídoto contra la popular idea de que las mujeres somos imbéciles víctimas de la belleza”.

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“Más allá de la respuesta de cada mujer frente a los dilemas que plantea la belleza en el siglo XXI, que debe ser diferente, lo importante es liberarse de la culpa”, subraya Whitefield-Madrano, quien recuerda el caso de una entrevistada que declaró su malestar por no sentir culpa de querer verse guapa.

Más allá de la respuesta de cada mujer frente a los dilemas que plantea la belleza en el siglo XXI, que debe ser diferente, lo importante es liberarse de la culpa

En última instancia, lo que la mayoría de las mujeres quiere es equilibrio, concluye la periodista. “Si decides liberarte de la presión por la belleza y eso significa dejar de teñirte el pelo o dejar de preocuparte por los kilos de más, genial –exclama–. Pero otras mujeres pueden sentirse mejor si, como yo, optan por usar maquillaje y disfrutar de los rituales de belleza como un placer más. Conversé con muchas mujeres que se identifican a sí mismas como feministas y, por diversas razones, usan maquillaje. Puede ser que digan: ‘OK, vivo en una sociedad donde se espera que las mujeres se vean bellas y voy a jugar ese juego’. Puede ser que simplemente aprecien el ritual, el tiempo que dedican a sí mismas. O también, que quieran decidir cómo van a presentarse ante los demás. Y si hay algo con lo que el feminismo está comprometido es con que la mujer pueda expresarse. Sin duda, hay formas feministas de usar maquillaje”.

SOFÍA BEUCHAT
EL MERCURIO (Chile) - GDA

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