“Es una novela de un gran propósito literario. Montada en una estructura compleja, que alterna los monólogos con la narración en tercera persona, en una progresión de imágenes visuales compuestas mediante un lenguaje al mismo tiempo personal y universal”, anotó el jurado en su acta.
La selección estuvo a cargo de un jurado integrado por los escritores Álvaro Enrique (México) y los colombianos Luis Fayad y Liliana Ramírez, según informó el Ministerio de Cultura.
En conversación con EL TIEMPO, Roberto Burgos, que recibe una bolsa de 60 millones de pesos, se declaró muy emocionado con la noticia, que consideró un estímulo “alegre” a esa “labor solitaria de escribir novelas y cuentos”.
“Pero estos premios también cumplen una función bonita y oportuna para mover a los lectores y llamar la atención sobre las producciones de las artes y ofrecer una guía”, comentó el autor cartagenero.
En ‘Ver lo que veo’, Burgos da vida al gran monólogo de Otilia de las Mercedes Escorzia, una mujer que va perdiendo la vista, a partir de la cual el autor va invitando a escena a otras voces que van conformando una especie de coro griego.
Cartagena, la amada “cangrejera” como la bautizó desde hace años Burgos Cantor, vuelve a ser la gran protagonista de la novela, como es ya una constante a lo largo del conjunto de su obra.
Estos premios también cumplen una función bonita y oportuna para mover a los lectores y llamar la atención sobre las producciones de las artes y ofrecer una guía.
“Esas extrañas circunstancia de dónde nacen los libros tienen un margen fuerte de misterio”, explica Burgos sobre cómo fue la génesis de esta novela, que duró escribiendo durante tres años.
Sin embargo, tiene clara la primera imagen que lo llevó a sentarse a escribir. “Es una mujer viendo el mundo desde un sitio que empieza a construir y todavía no le pertenece; y que viene de un largo despojo”, explica el actual director del Departamento de Creación Literaria de la Universidad Central, en Bogotá.
Ese amor por la literatura ha sido la gran fuerza motora en la vida de Burgos, que ya tiene una importante producción literaria, reconocida tanto en el país como en el extranjero.
En 1981 publicó su primer libro de cuentos ‘Lo Amador’, al que seguirían ‘De gozos y desvelos’, ‘Quiero es cantar´, ‘Juego de niños’, ‘Una siempre es la misma’ y ‘El secreto de Alicia’.
Además ‘Ver lo que veo’ se une a sus otras novelas: ‘El patio de los vientos perdidos’, ‘El vuelo de la paloma’, ‘Pavana del ángel’, ‘La ceiba de la memoria’ (ganadora del Premio de Narrativa Casa de las Américas 2009 y finalista del Premio Rómulo Gallegos 2010), ‘Ese silencio’ y ‘El médico del emperador y su hermano’.
Para Jorge Iván Parra, crítico literario y profesor de la maestría de la Universidad Santo Tomás de Bogotá, esta novela de Burgos Cantor les presenta a los lectores “la Historia tanto conocida como desconocida de Cartagena”.
Ese trasegar “de las huellas que en ella dejaron la esclavitud, el saqueo, la colonización; del choque de culturas que dio origen a su mestizaje y sus mezcolanzas; de las costumbres culinarias (el olor del pargo frito, las monedas de piratas, es decir, los patacones; el arroz de coco y el mote de queso, sale de sus páginas, así como se siente el sabor de las distintas clases de ron y del infaltable café en agua de toronjil”.

Carátula de 'Ver lo que veo' de la editorial Seix Barral.
Archivo particular
-En esta novela regresa a su amada Cartagena, protagonista en toda su obra...
Yo creo que en el fondo hay algo inamovible, sólido, que es la concepción misma de Cartagena como puerto, como lugar de fortalezas, como llave de las Indias. Pero al lado de eso, hay una cantidad de transformaciones humanas, una cantidad de silencios, de seres que no han sido reconocidos y no tienen una voz todavía. Y ese mundo que va deformando la noción de urbe, que empieza a crecer casi como esas enfermedades que agregan y agregan ganglios a su espíritu original, me interesa mucho. Entonces, creo que ahí está como un filón que muestra otra parte de nuestra vida, de nuestros seres y, en últimas, les permite una manera de expresarse, de mostrar su humanidad.
-El jurado ha destacado la estructura narrativa del libro. ¿Cómo fue construyendo ese gran monólogo de la protagonista y de las otras voces?
Creo que el autor de novelas no tiene mayor legitimidad que la de otro lector por esa sencilla razón de que las artes son un espacio de libertad. Entonces, si el autor escribe en esa naturaleza necesaria la libertad, el lector recibe esa libertad y también lee con libertad. Con esa salvedad, de pronto aparecieron tres ejes porque esa mujer que narra está apropiándose y construyendo un lugar, porque viene del despojo. Pero también hay otras personas que están construyendo otra idea de país, que es el otro eje, que es la construcción y el fracaso de un ingenio de azúcar. Y el otro eje es cuál es el lugar de refugio de quienes fracasan con ese ingenio, y ese lugar es el casino. Se dedican al juego, a tirar los últimos restos a ver si rescataban algo.
-Y a todo eso lo atraviesa la musicalidad de sus palabras...
Ya sabes que la musicalidad parece algo necesario en la literatura del Caribe. Estamos atentos a que las palabras dejen un ritmo, un tono. Así como Borges utiliza los adjetivos para sorprender, para sacudir al lector, en el Caribe utilizamos los adjetivos para marcar las frases, para buscar su tono, para que tengan música. Y al lado de eso, encontrarnos con que nuestra lengua tiene un lenguaje tan abandonado, tan desconocido que lo necesitamos otra vez para nombrar al mundo.
-¿A qué alude la metáfora de la ceguera que va sufriendo la protagonista en la novela?
Creo que la desmesura de la contemplación de la realidad, por humilde que sea, por secreta que sea; esa realidad llega un momento en que te disloca. Y la única manera de protegerse es cerrar los ojos.
-A propósito de eso, ¿se considera un heredero del ‘boom’ latinoamericano, de la poesía y del bolero, tan presente en el Caribe?
Sí, porque fíjate en aquella linda expresión de Lawrence Durrell, quien dijo: “En literatura lo que no es tradición es plagio”. Y yo encuentro algo de ingratitud de querer sacudirse de lo que aún no terminamos de apropiarnos. La literatura es tradición, es un acto de gratitud reconocerla. Entonces, ahí estamos en ese mundo vasto en construcción que son las novelas de América con tantas vertientes y tantos temas de los que se ocupan hoy.
-Usted tiene siempre un pie en la docencia. ¿Cómo ve lo que están haciendo las nuevas generaciones?
Creo que hay un buen momento y que de alguna manera esas grandes novelas, lo que resolvió García Márquez en el lenguaje, en las temáticas, en las narrativas; lo que resolvió don Álvaro Mutis con ese espacio que él llamo “la tierra templada” para distinguirla; la tierra de las cordilleras, los camioneros, su poesía de torrentes y aguaceros. Hoy creo que, justamente, el haber resuelto ese problema de nuestra tradición que daba vuelvas sin encontrar el tono de la modernidad es lo que permite a los jóvenes hacer tantos caminos de experimentación. Y una literatura de un país o de un continente es un sistema de vasos comunicantes. En Colombia comienzan a aparecer esos vasos comunicantes.
Carlos Restrepo
Cultura y Entretenimiento
Twitter: @Restrebooks