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Música y Libros

'Escribir es una señal de amor por la experiencia humana': Ricardo Silva R.

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El escritor estará en tres espacios durante el 27 y 28 de enero en el Hay Festival Cartagena 2022.

“El hombre ha asumido la tarea de convertirse en su propio depredador”, dice Simón Hernández, un escritor de medio tiempo, traductor ocasional y experto en farsantes que descree de todo.
En Zoológico humano, el autor bogotano Ricardo Silva Romero relata la experiencia de Hernández al desconectarse del mundo tal y como lo conocemos. Se muere en medio de una desastrosa operación de amígdalas. Tiene un particular regreso a la vida y decide crear un manual práctico para la muerte. Para lograrlo recoge testimonios en el “más allá” de una monja tunjana del siglo XVII, un enterrador portugués en 1755 y una cantante punk estadounidense de la década de los ochenta, entre otros personajes, que, como él, también entraron a “la trasescena de la trasescena”.
El manual es una reflexión cáustica y poderosa sobre la vida como “sorpresa y viacrucis”; la dolorosísima entrada del alma en el drama del tiempo, como lo afirmó Platón en un libro que el narrador cita como evidencia. Vivir en el mundo es “interpretar un pequeño papel en los ritos de la especie”; es repetir la historia con su trama y sus escenas en un ciclo interminable. Así han recorrido la existencia y la muerte los siete personajes que Silva, a través de Hernández, describe con magnífico detalle.
En el mejor estilo de la escuela de las verdades y las mentiras de Borges, Ricardo Silva superpone estratos de ficción y realidad histórica y nos hace dudar de ambas. Construye una ficción que no siempre lo es. Se nutre de hechos reales en diálogo con la fantasía para edificar una novela que nos muestra cómo, lo que hemos hecho en la vida, define nuestra forma de morir.
Para Simón “escribir no es propia y necesariamente una señal de cordura”. Para usted, ¿escribir es una señal de qué?
Cuando termino de escribir un libro, cuando llego a la última frase de una novela, me parece increíble que haya sido capaz de terminarla. Pero también me empieza –y me va creciendo– la misma desazón que deja un amor no correspondido porque acabo de invertir todo lo que siento y todo lo que sé y todo lo que creo en esas páginas, y nadie, aún, las ha recibido. No me estoy quejando, no, estoy pensando en esa frustración para concluir que escribir es una señal de fascinación y de amor por la experiencia humana: por la obsesión de rehacer el mundo antes de que se acabe el tiempo y por la manía de llenarnos de razones, pero también por la vocación de volver prójimos a los extraños.
En la novela hay una especie de metaliteratura con los editores y las editoriales, la crítica literaria, los talleres y festivales de autores. ¿Hay un diálogo con usted mismo en algún punto?
Creo que esas son las palabras precisas: “Un diálogo conmigo mismo”. Yo, por supuesto, no tengo ningún problema con editores, ni críticos, ni talleres ni festivales porque en veinte años he pasado por todos, y habré tenido desencuentros pero también mucha suerte. Sin embargo, a los 45, obligado a preguntarme si yo he valido la pena tal como se lo preguntan los personajes que llegan a la mitad de su drama, me parece claro que el protagonista de Zoológico humano me está sirviendo para comprender qué clase de escritor –y qué clase de persona– he querido ser yo: uno que, a diferencia del protagonista, no se extravíe en superioridades ni en ideologías supuestas que nada tienen que ver con el oficio; no se regodee en el embuste de que la literatura no sirve para nada, y no se sienta por encima ni por debajo de sus propios lectores. Yo ya no tengo ganas de subirme a tarimas, pero sí quiero escribir y sí quiero servir.
'Zoológico humano' es editada por Alfaguara.

'Zoológico humano' es editada por Alfaguara.

Foto:Archivo particular

Entre todos los personajes del libro y lo que piensan sobre la muerte y sus “parajes volubles”, ¿cuáles son sus creencias y sus sentimientos más arraigado sobre el tema?
En este punto, enfrentados a las inteligencias artificiales que alguna vez parecieron reservadas a las historias de ciencia ficción, a las distopías, tengo la sensación de que tanto “el más allá” como su relato es aquello que solo puede ser humano. Creo en lo invisible. Siento la presencia de los muertos. Sospecho, con los físicos y con los lectores del tarot y con los pacientes psiquiátricos, que el tiempo es el cuerpo, que el tiempo no existe, sino en los órganos y en las pieles del cuerpo: que adentro y afuera del cuerpo queda el presente. Me parece que morirse es ir del escenario a la tras escena. Pero, por supuesto, soy mucho mejor para contar las historias que para interpretarlas.
Es interesante el énfasis en la existencia de los personajes secundarios y de los extras. ¿Cómo es la mente de un antagonista sin remedio, como Simón Hernández?
Es la vocación del aguafiestas que tanta falta le hace, por ejemplo, al carnaval sangriento de Colombia. Pero también es un arquetipo como el de la fábula del escorpión que pica “porque es su naturaleza” a la rana que lo ha ayudado a cruzar el río: una especie de nómada del pensamiento que para seguir su viaje tiene que apuñalar al sedentario con el que se encariña, una especie de personaje lleno de sí mismo que tarde o temprano le parece que la bondad es pereza intelectual. Yo, quizás porque mi temperamento es el del narrador que sospecha que todos tienen la razón, he vivido rodeado de antagonistas por naturaleza como Hernández. Dicho sea de paso: hace poco conocí a un cineasta estupendo que se llama igual, y nada tiene que ver, pero dejé el nombre porque llevaba un par de años viviendo con él.
Entre la monja De la Cabrera, el enterrador Cardoso, la impostora Blanc, el soldado Berg, el astronauta Foster, la cantante Morgan y la profesora Chen, ¿cuál personaje fue más difícil de construir y cuál es más entrañable?
Una vez que elegí esas siete personas, entre otras posibilidades, con sus siete novelas y sus siete mundos por contar, me parecieron más bien cercanos, más bien conocidos: fui entendiéndolos línea por línea, creo, como los actores van entendiendo a sus personajes. Puede ser que la monja De la Cabrera, por lo lejana y por lo perdida en su relación con Dios, haya sido la más misteriosa para mí, pero, una vez capté que ella encuentra en la escritura la mejor estrategia para sujetar las “bajas pasiones”, me sentí cómodo escribiendo sus testimonios y sus poemas. “Entrañables”, por supuesto, son los siete. Pero me gustaba particularmente escribir las orfandades –y sobre todo las miradas– del enterrador Cardoso y de la cantante Morgan.
El escritor colombiano Ricardo Silva Romero es autor de novelas como Historia oficial del amor y El libro de la envidia.

El escritor colombiano Ricardo Silva Romero es autor de novelas como Historia oficial del amor y El libro de la envidia.

Foto:Archivo El Tiempo

Es común la connotación negativa del concepto de zoológico cuando se “traslada” a los humanos. Sin embargo, usted da un giro con una riquísima miscelánea de seres humanos y sus matices. ¿Cuál es el trasfondo del título?
Es escandaloso que hasta hace relativamente poco hayan existido “zoológicos humanos” en los que el pensamiento colonialista exhibía a los ejemplares de la especie que consideraba exóticos, bestiales. De cierto modo, desde que la modernidad desembarcó en América, la historia de lo humano se ha reducido a la historia de la explotación, de la subyugación, del dominio: a los “zoológicos humanos” en los que –como ha sido aquí, en Colombia, semejante apoteosis de la mentalidad de la Colonia– se ha enjaulado todo lo que no sea macho, ni blanco, ni católico ni militarista. Ese es el trasfondo, creo yo, pero en la novela están tanto el “zoológico humano” europeo que se inventa Blanc como el “zoológico humano” distópico que se aguanta Chen. Y en los tiempos de la pandemia, que alcanzan a aparecer en el libro, están las ventanas de los edificios como vitrinas de las vidas posibles y las ventanas de los zooms como catálogos de lo humano: corredores de jaulas y jaulas de personas que en el principio de la pandemia eran recorridos por los animales.
El narrador dice que “documentar una alucinación” no es una mala definición de la escritura. ¿Cuál es su definición?
Cada uno de los personajes de Zoológico humano es, de cierto modo, una definición de escritura en la que creo: escribir es, si uno va de la monja tunjana a la profesora china, “contener las bajas pasiones”, “poner en duda la versión oficial”, “retratar los yugos”, “dejar constancia”, “confesar los secretos”, “documentar una alucinación”, “parodiar la realidad”, “estallar”, pero, luego de hacer esta novela que es una suma de novelas, luego de poner a un escritor al servicio de sí mismo a transformarse en un escritor al servicio de su lector, yo creería que la escritura no solo es la digestión en voz alta de la experiencia propia, sino la articulación pública de lo invisible: escribir es, mejor dicho, pronunciarle lo de uno a los demás. ¿No?
En el libro afirma que usualmente los encierros convierten a los seres humanos en expertos en ficción. ¿Cuál fue su gran ficción en estos tiempos de confinamiento?
Tengo tres respuestas a la pregunta. Primero, mi gran ficción fue esta, Zoológico humano, que no me hizo sentir confinado, sino libre: cumpliendo con mi parte. Segundo, mi gran suerte, que se me hizo evidente a través de las conmovedoras lecturas en voz alta de Río muerto, Cómo perderlo todo e Historia oficial del amor, fue la relación de igual a igual que he tenido con tantos lectores. Tercero, mi gran orgullo, que me confirmó que el sentido de mi vida ya no es conquistar, sino cuidar, fue ver películas, leer libros y jugar con mi familia: me pareció claro en las mil y una noches de la pandemia que narrar no es entretener ni anestesiar, como denunciaban en los setenta los cazadores de burgueses, sino reivindicar el miedo y el anhelo de la transformación, y entonces he estado agradeciendo sobre todas las cosas el talento incomparable de la gente que sabe hace reír.
Esta es también una novela sobre los ciclos, las nuevas tiranías y los viejos héroes, las guerras de siempre. ¿Hacia dónde cree que vamos a partir de este momento específico de nuestra historia?
Yo sigo creyendo que la historia va a repetirse mientras la lógica siga siendo, como lo ha sido por los siglos de los siglos, aquello de conquistar para colonizar, de amaestrar todo lo que esté vivo para luego explotarlo. Pero también sigo creyendo que no es que la pandemia nos vaya a hacer mejores, como se soñaba al principio de esta incertidumbre, sino que no tenemos alternativa si la idea es evitar la extinción: yo espero, porque se ha venido dando una transformación social, verificable, así se esté dando a pasos de tortuga, que los tiranos pronto se queden sin pueblos a tiranizar, que, en fin, los liderazgos innegables entre la gente no paren de multiplicarse para que a las democracias no les quede otro remedio que cumplir sus promesas. Sinceramente, creo que vamos hacia allá, pero que, como les pasa a los tarotistas, el error es vaticinar cuánto tiempo nos falta para llegar.
JUAN CAMILO RINCÓN*
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
@JuanCamiloRinc2
* Periodista, escritor e investigador cultural.

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