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Música y Libros

‘El oficio del escritor es el de ser otro’: Ricardo Silva

Ricardo Silva (1975) construye una especie de dominó literario, como metáfora de la vida en tiempos de redes sociales.

Ricardo Silva (1975) construye una especie de dominó literario, como metáfora de la vida en tiempos de redes sociales.

Foto:Claudia Rubio/EL TIEMPO

El autor habla de su nueva novela Cómo perderlo todo, una especie de coro griego literario moderno.

Carlos Restrepo
A lo largo de sus años como agudo cinéfilo y juicioso lector, el escritor bogotano Ricardo Silva Romero parece haber descubierto una faceta de espía, paralela a la de escritor, que ahora se revela en su nueva novela 'Cómo perderlo todo'.
Silva invita a sus lectores a una aventura literaria (“casi voyerista”) que los llevará a husmear en la vida de más de 30 personajes –arriesgado desafío literario–, que padecieron el vértigo y la incertidumbre de ese 2016, uno de los años bisiestos más polémicos.
Con el humor que lo caracteriza, el autor anota que uno de los primeros indicios que lo hicieron sospechar de lo que avizoraba ese ‘año negro’ fue el excesivo calor que hacía en Bogotá en los primeros meses. “Tocaba dormir sin pijama de paticas”, bromea.
“Yo creo que fue una señal de lo que venía. Pues fue como un cimbronazo del que creo hasta ahora estamos reaccionando. Porque luego del calor siguieron pasando cosas: recuerdan el plebiscito, que fue nefasto desde todos los puntos de vista: desde la existencia misma hasta el resultado. Después quedó elegido Trump, que era como si quedara elegida una de las Kardashian. Un imposible que solo consideraba posible Antonio Caballero. Y luego terminó con el crimen brutal de aquella niña en Bogotá y muertes de artistas muy importantes, como una señal de que se acababa una época”, recuerda Silva.
Todo eso, anota, creó una nueva incertidumbre “que es globalmente lo que se sentía y que a mí me parece que sigue pasando, como si siguiéramos en ese año”.
¿Por qué el 2016 terminó convirtiéndose en el telón de fondo de la trama del libro?
Porque como es una novela coral, una especie de mural de las parejas de estos tiempos y una historia que es una suma de historias, desde el principio la gran pregunta que me hacía yo era –ya que tenía claro que no era una serie de cuentos, sino una novela– ‘a qué mundo están sobreviviendo estos personajes y estas historias de amor y de desamor que se me han estado viniendo a la cabeza’. Mi respuesta, luego de pensármela mucho, fue esa: están sobreviviendo al terrible 2016. Y eso significaba y significa que están sobreviviendo a las redes sociales, a los teléfonos inteligentes, y a las crisis de los valores democráticos y los ideales progresistas, que hasta ese año bisiesto habíamos dado por sentados.
¿Cómo salió esta estructura del libro en la que un personaje toma la posta a otro para continuar la historia?
Esa estructura era un anhelo que tenía yo desde que empecé a escribir. Tuve la tentación de seguirla en el libro de cuentos que presenté hace veinte años: Sobre la tela de una araña. Pero la aplacé para cuando supiera contar una historia hecha de historias como un Decamerón en el español de estos años. Creo que Cómo perderlo todo era mi novela que debía ser contada como una carrera de relevos, como un efecto dominó, porque así funcionan los días en las redes sociales, porque en estos tiempos tan raros, en los que lo invisible ha estado reclamando su influencia sobre lo visible –y se habla de física cuántica y de astrología y de filosofía de la mente en el intento de descifrar lo humano–, sí que ha sido claro que todos somos causas y efectos de los otros, que todos estamos conectados, gústenos o no, por el hecho rarísimo de la vida.
El libro es una especie de coro griego, casi teatral, con más de 30 personajes. Es un desafío estructurar tantas psicologías sin el riesgo de repetirse. ¿Cómo hizo?
Tenía a la mano las señas particulares de cada uno. Tenía en el escritorio los libros que siempre me han servido tanto: El lenguaje secreto de los cumpleaños, La sabiduría del eneagrama, El tarot de no sé quién. Tenía abiertas en el computador un montón de páginas sobre los astros y sobre los arquetipos según los unos y los otros. Pero creo que luego de escribir Ficcionario, un ensayo sobre la ficción que salió publicado el año pasado, estaba más abierto que nunca a la idea de que el escritor es un actor que no da la cara. Y lo que hice fue ir de personaje en personaje como encarnándolos, como asumiendo los oficios, las muletillas, las máscaras, las intimidades y los secretos que les había visto o les había inventado, pero cargándolos –quizás así lo hace un actor– de mis propias experiencias. Dicho de otro modo: la deformación profesional del escritor es la observación, y su oficio puede ser el de ser otro, y siempre habrá profesionales del arte de ponerse y quitarse las máscaras.
Ricardo Silva es autor también de 'Historia oficial del amor'.

Ricardo Silva es autor también de 'Historia oficial del amor'.

Foto:Claudia Rubio/EL TIEMPO

Luego de tener clara la estructura y los personajes viene el reto de mantener la trama tan alta que no se caiga de un personaje a otro…
Y para eso la clave, creería, es dejar en claro desde los primeros párrafos y las primeras páginas que los protagonistas irán cambiando y las parejas irán apareciendo y se irán yendo, pero que siempre, siempre, siempre, estaremos siguiendo una misma trama: seguiremos los hechos del año 2016 desde enero hasta diciembre, seguiremos la crisis devastadora de las democracias que creíamos más o menos a salvo, seguiremos las costumbres y las culturas y las calles que tenemos, y seguiremos, como voyeristas desde ventanas indiscretas, la tras escena movediza que puede llegar a experimentar cualquier pareja. Y, sin embargo, así las reglas del juego sean claras desde el comienzo, la única manera de que la novela no decaiga –y ojalá así sea– es que todos sus personajes sean iguales de fuertes, de ‘espiables’, de perceptibles, de palpables. Y que la voz que esté narrando la novela desde el principio lo lleve a uno, frase por frase, hasta el final.
El libro retrata una historia reciente del país y del mundo, y usted ha comentado que le interesan mucho los cuadros de costumbres. ¿Por qué?
Hay muchas clases de relatos: de voces, de entramados, de mundos. Hay escritores y lectores para cada tipo de texto, para cada clase de ficción. Pero a mí me sigue pareciendo un milagro –o para no exagerar: me sigue pareciendo un alivio o un regalo– una narración que al mismo tiempo sea una reinterpretación de la lengua, un drama estremecedor cuyo suspenso solo deje en paz al final y un mundo documentado con pelos y señales que resulta ser un resumen del mundo. Mis novelas, mis películas, mis pinturas y mis discos favoritos, desde El conde de Montecristo hasta Graceland, desde Érase una vez en América hasta El carnaval y la cuaresma, de Brueghel, son cuadros de costumbres, suvenires de una época o de una sociedad que resultan universales porque terminan siendo modos de articular la extrañeza de la vida. Alguna vez se usó la expresión ‘cuadro de costumbres’ para enlodar un texto literario, pero me temo que sobre todo pasó aquí en Colombia.
Bueno, la novela arranca cuando Horacio Pizarro, el primer protagonista, comete un error garrafal en Facebook que le saldrá caro...
Como su hija acaba de quedar embarazada, y quiere darle ánimo para lo que viene, publica en su muro de viejo una serísima investigación de Scientific American que prueba que las mujeres que tienen hijos son más inteligentes. Por supuesto, lo hace sin siquiera imaginarse, por ejemplo, que existen artículos que prueban lo contrario, que las redes no son ya un chat familiar sino una plaza a punto de estallar, que en estos años solo unos cuantos recuerdan que el humor es un matiz y una de las ramas de la ficción, que hoy en día se habla una lengua libre de las jerarquías y de los dogmas del siglo pasado –que quizá sea una lengua mejor–, pero que es una lengua llena de trampas porque tiende a sacar a las personas y a los recuerdos de sus contextos.

'Cómo perderlo todo' era mi novela que debía ser contada como una carrera de relevos, como un efecto dominó, porque así funcionan los días en las redes sociales, porque en estos tiempos tan raros.

De alguna manera este personaje le permite reflexionar sobre la peligrosa hipersensibilidad que han originado las redes. ¿Sopesa usted como columnista editorial esa sensibilidad o no piensa mucho en eso?
El único miedo que tengo cuando escribo mi columna es el miedo a que me salga mala: el miedo a no cumplir. Pero no porque sea un valiente, sino porque el trabajo en el texto me roba toda la concentración. Claro que a veces pienso ‘quizás esto enfurezca a Fulano’, pero mi solución no es censurarme, sino hacer lo posible para no ser rastrero, para estar en contra sin menospreciar a quienes piensan lo contrario. Es que me fascina lo que piensan los demás empezando por los que no piensan como yo: ¿por qué un ser sensible e inteligente vota por el no en el plebiscito o por Trump?, ¿por qué la suma de un par de personas amorosas puede dar como resultado el horror? Pero las columnas se me van en defender los valores democráticos y en describir a los pequeños tiranos y en encarar la locura de los reaccionarios, que son labores urgentes, y es en las novelas en donde puedo dedicarme a la tarea de retratar con compasión –creería que con amor– a quienes no piensan ni obran ni viven ni sobreviven como yo.
Algunos analistas que ya leyeron la novela la consideran, partiendo de su curioso título y de su particular sentido del humor, como una nueva ficha del rompecabezas del conjunto de su obra. ¿Lo siente igual? ¿Cuál vendría siendo esta ficha?
Creo que el rompecabezas, cuando quede armado, será el mundo como yo lo he visto a pesar de esta miopía: como un mural lleno de niños viejos que visto desde arriba es una turbulenta historia de amor correspondido a la larga. Creo que Cómo perderlo todo es la ficha que encaja con El espantapájaros y con Comedia romántica, por un lado, y con Ficcionario e Historia oficial del amor, por el otro, porque es un compendio –con título de manual para la derrota– de personas y parejas y familias que hacen lo mejor y lo peor que pueden para que sus dramas, sus vidas, no terminen ni reducidos ni elevados a tragedias. Sin duda el humor, que es una forma de ser y de relatar, lo pone todo en su lugar, como viéndolo desde la ventanilla de un avión.
El protagonista es un profesor entregado, que me recordó a su papá, pero además la historia se centra justo en el año de partida de él. ¿Hay implícito algún homenaje personal hacia él?
‘Cómo perderlo todo’ sucede en 2016, también, porque de algún modo tenía yo que sacudirme el año en el que mi papá murió. El profesor no se le parece casi, porque mi papá ni era alto ni era un inútil, pero su muerte está allí, en la novela, de muchas maneras: temida, mencionada, revivida, sobrevivida, articulada. Pero soy justo si digo que ‘Cómo perderlo todo’ es al mismo tiempo, y sobre todo, una celebración de la vida y del amor que apenas acusa recibo de la muerte y del valor que se requiere para dejarse modificar por los demás, y por eso todo empieza con una dedicatoria para mi esposa.
CARLOS RESTREPO
CULTURA Y ENTRETENIMIENTO
@Restrebooks
Carlos Restrepo
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