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En La Modelo se hacen fotonovelas para capacitar a los presos
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'Los derechos de Adriana' es la segunda fotonovela del proyecto La Cuarenta, que se lanzó en noviembre.

Foto:

Mauricio Moreno / EL TIEMPO

En La Modelo se hacen fotonovelas para capacitar a los presos

El original proyecto llamado La Cuarenta, asesora a los reclusos sobre sus derechos legales.

“—–¡Buenas tardes, dotor!—–Buenas tardes, mijo. ¿Cómo le puedo ayudar?

—–Como le comentaba en el patio al Trenzas, era para lo de un beneficio (...) Ya llevo un jurgo de años acá y estoy desesperado, ya creo que me puedo ir para la casa, no sé, al menos unas 72 horas.

—–A ver, ¿cuánto tiempo lleva?

—–Casi tres años.

—–¿Y de cuánto es su condena?

—–7 años, dotor.

—–Eso está muy bien. Ya tiene una tercera parte de la condena. ¿Está descontando actualmente?”

Este diálogo textual, que es pan de cada día en las prisiones colombianas, es la columna vertebral de una fotonovela. Sí, una fotonovela, al estilo de las que abundaban en Colombia a mediados del siglo pasado: con fotos posadas de amores imposibles, de ídolos de la lucha libre o de personajes misteriosos.

Pero, en esta, los globos de diálogo no transmiten despecho o aventura, sino que informan a la población carcelaria sobre sus derechos legales, en un mensaje más amable que el del código penal. La instrucción sobre cómo reducir su pena o lograr un permiso de salida viene revestida de estética popular, en blanco y negro y en papel barato.

La fotonovela forma parte del proyecto La Cuarenta, ideado por profesores y estudiantes de la Universidad de los Andes y protagonizado por el grupo de teatro Abrakadabra, que surgió en la cárcel La Modelo.

El nombre La Cuarenta alude a la visita familiar que reciben los presos, que tradicionalmente se caracteriza porque las mujeres entran una comida (piquete) en una olla gigante, número 40, y por eso la visita fue bautizada así, en el lenguaje de los internos.

Manuel Iturralde, profesor de la facultad de derecho de los Andes y director del Grupo de Prisiones, recuerda que, junto con su compañero Libardo Ariza, tuvo la inquietud de ayudar a los reclusos a entender mejor las normas que los pueden beneficiar, por medio de su labor en la universidad.

“Por ley, en Colombia, los estudiantes de derecho tienen que hacer un último año de consultorio jurídico gratuito. Es un servicio social para personas de escasos recursos, como el año rural que hacen los médicos”.

Su trabajo se concentra en personas ya condenadas, que empiezan a recibir menos atención legal.

En la medida en que se van resocializando, pueden acceder a beneficios legales. El más importante es el de la libertad condicional, pero hay otros menos conocidos como la salida por 72 horas, los permisos de trabajo y otros que prevé el sistema jurídico.

Durante el primer semestre del año pasado, el Comité Internacional de la Cruz Roja conoció esta tarea y se interesó en financiar una orientación a la población carcelaria que no conoce esos beneficios. “Nos dijeron que querían una campaña pedagógica sencilla, innovadora, porque no funciona si uno va con lenguaje de abogado”, cuenta Iturralde.

Palabras de cárcel

Al mismo tiempo, Lucas Ospina, profesor de arte en los Andes, se acercó al grupo con el interés de que sus estudiantes trabajaran en cárceles y así sus obras tuvieran impacto social: “En parte, porque veo que estamos todos muy escolarizados. Quería usar el espacio de una clase para que no cumplieran con las rutinas del salón”, asegura.

Ospina se refiere al proceso artístico (“la creación no se hace por decreto”, asegura) y al entorno universitario, que en sus palabras, puede parecerse al penitenciario: horarios, vigilancia, certificados de buena conducta, jerarquías...

“Nos pusimos a hablar para ver qué estrategias de comunicación podrían ser buenas –dice Iturralde– y salió la idea de hacer una fotonovela, porque es un formato muy tradicional, que en una forma más sencilla y más dramática podría comunicar ciertas cosas”.

En la cárcel les contaron del grupo de teatro y coincidieron en que sus actores serían las personas más dispuestas a dejarse fotografiar, y además tenían un carácter más expresivo, histriónico. Así puede verse en las fotos, en las que uno de los protagonistas sueña que está en una playa, en pantaloneta, en una pose similar a la del ‘David’, de Miguel Ángel.

De igual forma, los mismos presos construyeron el guion con su lenguaje, en el que no faltan los modismos de los patios como los ‘gordos’ (cigarrillos de marihuana) o el ‘wimpy’ (el lugar de la cárcel donde reparten la comida).

“—–Qué bueno que le hayan dado la domiciliaria, mano. Ya hasta el wimpy lo deja de lado.

—–¡Uy, padre lindo! ¡Gracias, padre lindo! ¡Yo sabía! ¡Ya me salió paseo! ¡Me voy pa’ la casa!

—–¡Ya Cucho! Ahora me toca enviar las residencias y esperar a que vayan los del Inpec (...) Llegarle a que me monte allá rostro otra vez (...) Le digo la verdad, ya no me le tengo que aguantar sus pedos, no me le tengo que aguantar su mala cara, ni su pecueca ni su levantadera a las 11 de la noche a orinar. ¿Sabe qué? Todo bien, de todas maneras, usted me recibió a mí, Cucho, ¡y en la rebuena! Cuando salga me busca...”

En la rebuena

El texto original fue escrito por los abogados, con los derechos que tenían los privados de la libertad. A partir de esas ideas, el grupo de internos desarrolló en una semana el borrador de una obra de teatro planteada con humor.

Finalmente, los estudiantes y profesores de arte mejoraron el guion, diagramaron la publicación y tomaron las fotos, en varias sesiones. Sobre fondos reales de las celdas y los patios se montaron imágenes de los protagonistas en silueta.

Al final se incluyó una cartilla jurídica con los procedimientos legales y un glosario de términos explicados. Incluso, a manera de juego, cuatro de los beneficios penitenciarios son definidos en las cuatro esquinas de un parqués. Las fichas parecen estar en seguro o en salida: ninguna en la cárcel.

El resultado es elocuente. Luego de seis meses de trabajo, se imprimieron 7.000 ejemplares y se distribuyeron no solo en La Modelo, sino La Picota, El Buen Pastor y otros centros de reclusión. Para su lanzamiento, en cada sitio se presentó la obra teatral. E incluso se ofreció una función en la Universidad de los Andes, lo que generó gran curiosidad.

“En la primera presentación de Abrakadabra en la universidad –recuerda Os- pina– había todo un protocolo, no se podía tener contacto con ellos, presentaban la obra y de inmediato se iban. Pero luego, al final, se rompió el protocolo y subieron a la familia al escenario. Esa apertura la propicia un proceso de arte”.

Las fotonovelas no solo significan un soporte jurídico para los condenados, sino que pueden haber cambiado las vidas de los nueve actores, ocho de los cuales están sindicados de delitos sexuales y el otro, de homicidio.

Tras la buena recepción que tuvo la revista, sus creadores pensaron en una segunda entrega y presentaron el proyecto ante el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), dentro de una convocatoria denominada ‘Liberando ideas’.

Entre 260 postulaciones de todo el mundo, La Cuarenta fue una de las cinco escogidas para recibir financiamiento piloto.

Gracias a ese apoyo, se acaba de publicar ‘Los derechos de Adriana’, una segunda fotonovela, que anuncia su interés de “sensibilizar a la población privada de la libertad, así como al personal de vigilancia y custodia y al público en general, sobre los derechos de la población LGBTI”.

Esta edición se lanzó en la capilla de La Modelo, con su respectiva obra teatral. Durante la introducción, Ospina les dijo a los internos: “Para muchos, ustedes son solo un expediente, un número; pero el arte les permite ser otra cosa”.

Y así fue durante los breves minutos en que los actores les permitieron soñar en libertad. Al final de la función, y luego de los aplausos de sus compañeros de reclusión, el actor que hace el papel de Perro Sonso le dijo a una emotiva concurrencia: “Ojalá esto sirva para demostrar que todos merecemos una segunda oportunidad”.

JULIO CÉSAR GUZMÁN
Editor Cultura y Entretenimiento

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