Louise corre desnuda y cubierta de sangre por el bulevar de Montparnasse y ningún transeúnte sabe por qué; semanas después, la misma mujer huye aterrorizada por los aviones que ametrallan a un grupo de personas en la carretera sur de París. Es 1940 y la guerra se alza victoriosa para advertir a los ciudadanos europeos que no les dará respiro. Los cuerpos esparcidos en las calles y las casas abandonadas después de los bombardeos les recuerdan que la vida es ahora el lugar de la zozobra.
Esa mujer que se hace potente y resiliente es la protagonista de El espejo de nuestras penas, novela con la que el escritor y guionista francés Pierre Lemaitre, ganador del premio Goncourt en 2013, nos recuerda que ninguno de nosotros puede evitar “reconocerse a sí mismo en el rostro angustiado de aquella chica”, de ella y todas las víctimas de esa y todas las guerras.
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Con una exquisita construcción de personajes a los que la vida hace jueces, soldados, refugiados, sacerdotes, periodistas, madres y madrastras, Lemaitre va narrando una historia que podría ser la nuestra, cuando más allá del gran conflicto bélico que se impone como un manto espeso e insufrible, comprendemos que las pequeñas victorias y las notables derrotas cotidianas son, realmente, nuestra gran guerra personal.
Un juez “muy quisquilloso en cuestión de asientos” que no podía empezar un interrogatorio “hasta que el policía le llevara la silla recta”; un puente detonado y enviado “al infierno de las obras arquitectónicas”; un periodista que elevaba la censura a la categoría de arte y la convertía en la octava musa; las cartas que se escriben cuando se es soldado, y lo que se responde cuando se es su mujer; los burgueses a los que les encanta la moral. Estas son las dádivas narrativas de un autor que recurre a la ironía para vigorizar un relato descarnado sobre las violencias, los dolores y las penas de otros, que a veces también sentimos como nuestras. Todos hemos sido aplastados por el peso de la historia, y algunos son sobrevivientes de sus manifestaciones más brutales. Entonces aparece la literatura como escenario para la catarsis, y El espejo de nuestras penas se vuelve un retrato de esa posibilidad.
Yo escribo sobre la clase social a la que pertenezco, de la que procedo. En mis novelas, procuro dar vida a personajes sencillos, humildes, sin idealizarlos
La de Lemaitre es una novela de sorpresas donde los personajes van apareciendo de manera magistral para recordarnos que, pequeños como somos a veces, también podemos convertirnos en ejército monumental cuando decidimos defender lo que hemos hecho nuestro. La novela se va cerrando con un epílogo de aires cinematográficos con el que el mismo escritor clausura las historias y las extiende a nuevas décadas, menos calamitosas y más amables con el alma de los protagonistas. Al final, lo inusual: un amplio listado de lugares, archivos digitales, editoriales, amigos, obras y autores en los que Lemaitre agradece y reconoce la inspiración. Es que, como él lo afirma, “al final, todos hacemos lo mismo: aprovechamos libros para escribir los nuestros”, y con El espejo de nuestras penas aprovechamos para reconocer en sus palabras nuestras grandes historias y batallas personales.
Desde su perspectiva como escritor, ¿qué cosas siguen siendo iguales hoy a los años cuarenta, pese a los años y las guerras?
Esa pregunta habría que hacérsela a un historiador; yo solo soy novelista. Pero si me pongo a comparar la época de la novela con la realidad actual, diría que lo que tienen en común es que, en los tiempos de crisis, la población, presa del pánico, deja de guiarse por sus valores, para obedecer a sus miedos.
En el libro hay un oficial que siempre quiere pelear una guerra, pero también hay algunos pequeños héroes como Jules, que quería ser jefe de manzana en su barrio. ¿Quiénes son para usted esos pequeños héroes de nuestro tiempo?
Yo escribo sobre la clase social a la que pertenezco, de la que procedo. En mis novelas procuro dar vida a personajes sencillos, humildes, sin idealizarlos. Personas corrientes, con sus grandezas y sus mezquindades.
Hay una gran fuerza en las mujeres de su novela; en especial en Louise, la protagonista. ¿De dónde nacen esos personajes femeninos tan potentes?
Este libro es una especie de variación sobre el tema de la maternidad. Hay mujeres que tienen hijos y mujeres que no pueden tenerlos, mujeres que se separan de sus hijos, que los pierden, y mujeres que los encuentran o se reencuentran con ellos. En términos generales, desde mi primera novela policiaca hasta hoy, creo que he construido muchos personajes femeninos potentes, porque son resilientes. Esa capacidad de sobrevivir frente a la dominación masculina, especialmente manifiesta durante todo el periodo sobre el que trabajo, es, a mi modo de ver, un rasgo dominante de las mujeres. Eso es lo que trato de mostrar.
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El libro de Lemaitre es de Editorial Salamndra.
Archivo particular
Usted emplea algunos recursos narrativos muy sencillos con los que crea toda una arquitectura para cada personaje. ¿Cómo los construye?
Al desplegar una de mis novelas hay una complejidad en las tramas y en el modo en que están entretejidas. Una vez construido el libro, mi trabajo consiste en desmontar el andamiaje que he utilizado, para dar a leer únicamente el relato en toda su sencillez, en toda su inmediatez. Un observador poco atento podría creer que un libro fácil de leer es un libro fácil de escribir. Es un error habitual, sobre todo si, al trabajo de construcción, se le añade la atención a lo que suele llamarse pomposamente “el estilo”. Yo prefiero llamarlo, de un modo más sencillo, la forma o el ritmo, el color o la música, aquello que hace que el lector tenga la sensación de oír al novelista contándole la historia que contiene el libro.
Es muy interesante su mirada sobre la prensa y la propaganda de la época, desde el personaje de Desiré Migault, que afirmaba que los periodistas eran responsables por la moral de los franceses. ¿De qué cree que son responsables los periodistas hoy?
Los periodistas tienen una gran responsabilidad colectiva sobre la situación del mundo hoy en día. Desde finales del siglo XIX han sido los grandes proveedores de información y, como colectivo, han contribuido de forma decisiva a modelar la opinión pública, que a continuación se expresa políticamente. En Francia hay muchos periodistas rigurosos, preocupados por desempeñar el papel de contrapoder, más necesario que nunca en las épocas en las que el poder se muestra cada vez más autoritario. Pero la extrema concentración de los medios de comunicación en manos de un número muy reducido de grandes grupos hace que los periodistas que más oímos o vemos no sean los antes mencionados, sino los que esos grupos eligen para vehicular el mensaje oficial. La concentración de los medios se ha convertido en una de las mayores amenazas para la supervivencia de la democracia.
Cuando Migault asume el rol de sacerdote, usted habla de una ficción de la que nadie desconfiaba porque todo el mundo necesitaba algo a qué aferrarse. ¿Cuál es la gran ficción de la actualidad?
En mi opinión, el supuesto “anhelo de autoridad”. El Gobierno francés nunca ha sido tan autoritario y represivo como ahora mismo. Esa violencia de Estado se plasma en una evolución del Código Penal observable durante los últimos veinte años: entre 2002 y 2018, el número de delitos tipificados ha pasado de 5.400 a 8.000, y el número de crímenes, de 400 a 700... Es decir que el arsenal jurídico al servicio del mantenimiento del orden nunca ha sido tan amplio como hoy en día. La gran “ficción” consiste, en mi opinión, en hacernos creer que es la propia población quien lo ha pedido.
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¿La educación de adultos aportó de alguna manera a su visión del mundo como escritor y guionista?
No, no lo creo. Lo que sí creo que lo ha hecho ha sido mi propia vida, es decir, la experiencia acumulada y mi forma de ver el mundo.
En esta novela usted relata que en tiempos de guerra las máscaras de gas se convirtieron para algunos en motivo de burla porque “nadie había creído en esa guerra”. Hoy hay quienes ridiculizan a los que usan tapabocas, y se rehúsan a creer en el virus y la pandemia. ¿A qué cree que se deben esos escepticismos?
No son casos idénticos, aunque creerlo nos venga bien. Es una comparación tentadora pero poco útil, en mi opinión. En 1940, el cansancio ante algo que no llegaba se apoderó de la población. Hoy observamos cierta incredulidad ante algo que ha llegado, pero cuya importancia se niega.
¿Quiénes han nutrido su visión humorística y sarcástica de realidades como la guerra, la muerte, la censura, la farsa mediática?
Todos los que me conocen se dan cuenta de que mis novelas se parecen a mí. Escribo como vivo, con la misma visión del mundo, con la misma ironía, espero, y trato a mis personajes como me trato a mí mismo, con cierta sorna. Es mi forma de ser.
JUAN CAMILO RINCÓN*
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
@JuanCamiloRinc2
* Periodista, escritor e investigador cultural.
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