El panorama musical estadounidense en los años 50 estuvo marcado por eventos propios de la posguerra. La industria musical vivía desde 1948 el auge del formato ‘long play’; el pop influido por el Tin Pan Alley aún era fuerte, el ‘blues’ se volvió eléctrico, el cool jazz apaciguaba el desenfreno del swing, que a su vez fue la plataforma para los combos de ‘boogie-woogie’ y ‘jump blues’, que a la postre fueron el origen del ‘rock and roll’.
Y estaba el folk, esa música tradicional tallada en su concepto más moderno gracias al artista Woody Guthrie, con un repertorio de canciones propias sobre sus experiencias personales y su entorno social. Nueva York, como ninguna otra ciudad, era el epicentro de ese movimiento, en especial el hervidero cultural de Greenwich Village, con personajes como Allen Ginsberg, William S. Burroughs y Jack Kerouac, responsables de la Generación Beat.
Robert Allen Zimmerman nació en 1941 en Duluth (Minnesota). Sus primeras experiencias musicales se dieron escuchando en la radio lo más selecto del ‘country’ y el ‘blues’. En su adolescencia conformó varias bandas que interpretaban versiones de artistas como Little Richard y Elvis Presley, pero cuando partió a la Universidad de Minnesota, en 1959, descubrió que el ‘rock and roll’ no le era suficiente en su interés musical y que el folk tenía un campo más amplio de expresión.
El joven Zimmerman sentía fascinación por las canciones de Guthrie, pero igualmente por la poesía de Dylan Thomas, razón única por la cual decidió llamarse Bob Dylan.
Con dos motivos en mente, Dylan arribó a Nueva York a comienzos de 1960: hacer algunas presentaciones y visitar a su ídolo Guthrie, quien estaba recluido en un hospital psiquiátrico. Varios centros nocturnos del Greenwich Village fueron por meses testigos del joven que con una guitarra y una armónica interpretaba sus temas favoritos de quienes eran su máxima influencia.
En ese septiembre, dos eventos fueron entonces fundamentales para su futuro: ‘The New York Times’ reseñó positivamente una de sus presentaciones, y tocó su armónica en un álbum de la cantante de folk Carolyn Hester, lo que llamó la atención del productor John Hammond, quien lo llevó a firmar con Columbia Records.
La carrera discográfica de Bob Dylan se inició con un tímido álbum homónimo, notablemente influido por Guthrie, pero con reminiscencias de míticas figuras como Jimmie Rodgers o del padre del blues texano, Blind Lemon Jefferson, e integrado en mayor parte por versiones de temas tradicionales con leves arreglos propios. Un comienzo nada especial, tal vez una forma de adaptarse a los micrófonos, la insonorización, la repetición, el perfeccionismo de los estudios de grabación.
El verdadero Bob Dylan, el que en 2016 es galardonado con el Premio Nobel de Literatura, el influyente, el genio, el transformador, surge en 1963 a partir de composiciones magistrales que constituyeron la base de su segundo álbum, ‘The Freewheelin’ Bob Dylan’. Con una visión única para su tiempo y una imaginación fascinante, reflejó asuntos políticos del momento y los sentimientos de su generación.
‘Blowin’ in the Wind’, con su mensaje sencillo, se convirtió en un signo moderno de protesta y sacó a Dylan del campo natural del folk al de una verdadera sensación cultural. La Guerra Fría desató el entorno moral de ‘Masters of War’: “Vengan señores de la guerra, ustedes que construyen todas las armas... solo quiero que sepan que puedo ver detrás de sus máscaras”. La crítica social, temas como la pobreza y el racismo, y un matiz más baladístico fueron el eje de ‘The Times They Are a-Changin’, su tercer álbum (1964).
Muy pronto, Dylan sintió fascinación por la invasión británica de los Beatles, The Animals y The Hollies, de quienes llamaban particular atención sus armonías. Un encanto que resultó mutuo.
Gestor de un cambioEsas influencias fueron vitales en el nacimiento del folk-rock, que revolucionó por completo la música popular y dio pie a la ‘psicodelia’ y las tendencias de comienzos de los 70. En 1965, artistas como The Byrds, ya experimentaban en el folk con guitarras eléctricas. Dylan había grabado ‘Another Side of Bob Dylan’ en 1964, con brillantes letras para la escena folk. Pero en 1965, con ‘Bringing it all Back Home’, inició su exploración eléctrica. El lado B del álbum fue reservado para su estilo folk, con Mr. ‘Tambourine Man’, pero el lado A contenía las eléctricas ‘Subterranean Homesick Blues’, ‘Maggie’s Farm’ y ‘Outlaw Blues’.
Con ‘Highway 61 Revisited’, Dylan rompió las estructuras del folk con elementos rock. Fue tildado de traidor e incluso en el festival de Newport, emblema de la cultura folk, abucheado tras tres canciones en este formato y se vio obligado a abandonar el escenario.
Pero ese álbum, al igual que su sucesor, ‘Blonde on Blonde’ abrieron una puerta mágica gracias a ese nuevo formato. El nuevo Dylan dejó atrás un buen número de seguidores que ahora lo odiaban, pero al mismo tiempo creaba un nuevo público, no en vano canciones como su himno ‘Like a Rolling Stone’, ‘Positively 4th Street’ y ‘Rainy Day Women’ #12 and 35 alcanzaron el top 10 de las listas.
En el verano de 1966, Dylan sufrió un accidente en motocicleta que lo mantuvo alejado de la escena por año y medio. Regresó bastante pasivo con ‘John Wesley Harding’ y muy arraigado en el country en ‘Nashville Skyline’ (1969).
Desde entonces, los críticos y seguidores se quedaron esperando un nuevo disco que marcara pautas.
A pesar de placas interesantes como ‘New Morning’ (1970), en el que regresó a sus letras mordaces y poéticas, en 1974 consiguió un número uno con ‘Planet Waves’, pero en 1975 con ‘Blood On The Tracks’ se mostró pleno en nuevas líneas compositivas, con rock de alta estética.
El cine no le fue esquivo y se involucró con ‘Pat Garrett and Billy the Kid’, el último ‘western’ del director Sam Peckinpah, y en 1978 dirigió ‘Renaldo & Clara’.
Durante los 80 y gran parte de los 90 siguió realizando constantes giras y con discos poco trascendentes, pero Dylan legitimó su condición de artista influyente en el ámbito de la música popular norteamericana. Incluso integró el legendario supergrupo Travelling Wilburys, con leyendas como Roy Orbison, Jeff Lynne, George Harrison y Tom Petty.
En 1997 hizo un regreso contundente con su oscuro y complejo ‘Time Out Of Mind’, producido por Daniel Lanois (afamado por su trabajo con U2), su primer disco de canciones originales en siete años: su primer Grammy en la categoría álbum del año.
Desde entonces, sus discos han sido verdaderas obras musicales, cuidadosamente producidas y con canciones pulidas, fruto de una respetable veteranía. En 2004 publicó su autobiografía, ‘Chronicles: Volume One’, precedida por escritos y recopilaciones de letras, y su única novela, titulada ‘Tarántula’ (1971).
Son 36 álbumes de estudio, 10 grabados en concierto, 14 recopilaciones y cerca de 60 sencillos, sumando ventas por más de 90 millones de copias.
En su haber tiene cinco premios Grammy incluyendo el Lifetime Achievement Award, en 1991. Es comendador de la orden de las artes y las letras francesas. Reconocido con el Kennedy Center Honors a toda una vida artística. Honrado con el premio Polar de la Academia Sueca de la Música en el 2000. Premiado con el Óscar a mejor canción original y un Globo de Oro por ‘Things Have Changed’, tema de la película ‘The Wonder Boys’. La Universidad de Princeton le otorgó el título de doctor honoris causa y en 2007 fue galardonado con el premio Príncipe de Asturias de las artes. Ahora, su nombre se inscribe como el primer músico en la historia en recibir el Premio Nobel de Literatura.
DANIEL CASAS
Especial para EL TIEMPO
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