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Música y Libros

Memorias de una ladrona de arte de mujeres colombianas

Ávila (Bogotá, 1996) estudió artes plásticas en la Universidad de los Andes.

Ávila (Bogotá, 1996) estudió artes plásticas en la Universidad de los Andes.

Foto:Hector F. Zamora/EL TIEMPO

Angélica Ávila presenta 'Museo voraz', una novela sobre las obras de grandes artistas colombianas.

Carlos Restrepo
Cuando se ingresa al Museo voraz, la primera sorpresa con la que se encuentra el visitante es que solo hay obras de artistas plásticas colombianas. Con una particularidad. Todas han sido robadas y guardadas en un lugar especial.
“Estuve haciendo planes todo el día la primera vez que salí a robar. Recuerdo que robé muchas obras y que el primer cuadro que descolgué y me llevé fue el de Sofía Urrutia. Esa noche, antes de salir, me puse unas botas que no sonaran al pisar y una chaqueta impermeable que no me delatara. Su tela no era reflexiva y tampoco sonaría cuando levantara los brazos para descolgar el cuadro”.
Las valiosas piezas hurtadas estuvieron durante meses en unas “bodegas” en la mente de la artista plástica y escritora bogotana Ángelica Ávila Forero, hasta que ella decidió exponerlas públicamente en las páginas de un libro que lleva el mismo nombre de su museo.
Ávila le contó a EL TIEMPO que todo comenzó cuando tuvo la oportunidad de tomar un taller de escritura creativa con la escritora bogotana Carolina Sanín. Uno de los ejercicios consistía en describir una obra de arte abstracta. “Yo escogí un dibujo de Luis Roldán y hablé de pasto, vacas y alambres de púas”, recuerda Ávila.
Meses más tarde, durante otro taller de escritura con la editorial independiente Laguna Libros, esa semilla que Ávila había plantado en su taller con Sanín comenzó a crecer hasta convertirse en un libro en el que reúne piezas de 71 artistas mujeres de la plástica nacional.
“Es un museo voraz porque la protagonista roba obras de manera compulsiva, con mucho apetito. Yo quería que el título fuera femenino por lo que en el libro solo tienen nombre propio las mujeres, pero me encantó que el título sonara a salvaje y feroz”, explica.
A medida que recorra este museo imaginario, el lector se irá encontrando, entre otras, con obras de Sofía Urrutia, María Fernanda Cardoso, Freda Sargent, Emma Reyes, María Isabel Rueda, Johanna Calle, Lucy Tejada, Mónica Meira, Delcy Morelos, Ethel Gilmour, Maripaz Jaramillo, Ana Mercedes Hoyos, Carolina Cárdenas, Cecilia Porras, Feliza Burzstyn, Doris Salcedo, Nijole Sivickas, Beatriz González, Olga de Amaral, María Isabel Rueda, María Elvira Escallón, Débora Arango, Fanny Sanín, Rosario López, Andrea Echeverri y Leyla Cárdenas y Ana María Rueda, entre otras.
Todas se encuentran agrupadas en ocho salas: Seres vivos, Futuro, Misterios, Consuelos, Hambres, Cosas rotas, Jardín y Sin sala. “A medida que escogía obras para el museo, jugaba a agruparlas de distintas maneras (según sus temas, colores, o si me parecía que dos cuadros contaban una misma historia) y de acuerdo con los grupos que hacía, surgían los nombres de las salas”, explica la escritora-curadora.
Anota que, por ejemplo, en la sala Hambres puso “las obras que tienen comida o que parecen comida, y una escultura que me hizo pensar en tener ganas de probar algo o en tener hambre. En Seres vivos hay muchos animales y cosas que parecen vivas, mientras que Cosas rotas puse las obras que me hacían pensar en el amor”.
Una vez se definieron los nombres, Ávila (1996) se dio a la tarea de investigar la obra que iba a robar de cada artista, como si se tratara de una de las integrantes de la serie La casa de papel.
“Yo leía los nombres y buscaba imágenes de la obra de cada una en Google, en páginas de subasta de arte, en archivos digitales, en libros, pidiéndoles ayuda por correo a personas que tuvieran acceso a archivos privados. Casi de inmediato sabía si lo que veía me gustaba o no, y ese fue el único criterio: que las obras me llamaran la atención, me gustaran”, cuenta.
'Museo voraz' es editado por Laguna Libros.

'Museo voraz' es editado por Laguna Libros.

Foto:Archivo particular

Ávila sostiene que decidió realizar los robos en las noches, mientras los vigilantes y coleccionistas donde estaban las piezas dormían. “No hacía ningún ruido al abrir las puertas y ni los perros domésticos ni lo perros de vigilancia me ladraban –relata–. Me dejaron pasar porque todos los perros me aman y porque les llevé galleticas en vez de veneno, que es lo que suelen llevarles los ladrones”.
Parte de la verosimilitud del libro nace del hecho de que su autora se haya formado en artes plásticas en la Universidad de los Andes. Y establece un diálogo de artista a artista.
“Ser artista plástica me dio la paciencia. Después de decidir que una obra me gustaba y que quería incluirla en el libro me quedaba mucho tiempo viéndola hasta que se me ocurría qué decir sobre cada una. Sin la paciencia no habría podido pasar de sentir gusto por un cuadro a escribir”, anota la autora.
Otro de los retos que se propuso fue alejarse de esa terminología clásica que la crítica de arte ha usado de manera tradicional para hablar de las obras. De esta manera hizo un listado de todas las palabras que había leído en textos sobre arte plástico. Algunas de ellas fueron: apropiación, arquetipo, concepto, condición humana, discurso, encuadre, evocar, factura, implícito, materialidad, perpetuar, hegemonía, síntesis, reconfigurar, transgredir, sublime o vanguardia.
Escribí el libro evitando caer en el lugar común de las descripciones de arte, que suelen ser abstractas y usan un lenguaje especializado. A mí, esos textos siempre me han hecho sentir excluida o ignorante. Por eso está la lista de ‘palabras que no usaré para hablar de arte’, que es tanto un chiste como la regla más importante que me impuse en la escritura”, explica Ávila.
La idea de la protagonista del libro tiene implícita también la práctica del coleccionismo en el arte, que Ávila anhela. Sueña con colgar en su casa “muchas obras bellas”, pero bajo una premisa interesante.
“Por ahora le compro arte a mis amigos y me he dado cuenta de que eso es suficiente. Si le comprara algo caro a algún artista cuyas obras cuesten más plata de la que yo tengo, me sentiría mal, primero por gastarme así la plata y, segundo, porque prefiero tener cosas hechas por personas conocidas”, comenta.
Por lo pronto, Ávila trabaja la cerámica, la cual tuvo la oportunidad de perfeccionar en un curso en Seoul National University. En su taller, y con la compañía de sus gatos Raúl y Ana Lucía, da clases y hace sus jarrones, que promueve en su cuenta @lavidareal.c de Instagram.
“Planeo dedicarme a la cerámica todo este año. También estoy pensando en una novela que por ahora me parece imposible escribir, pero que espero empezar antes de cumplir ochenta años”, finaliza con humor.
CARLOS RESTREPO
CULTURA
Twitter: @Restrebooks

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