La hija menor del dibujante argentino Liniers tiene 2 años y se llama Emma. Hoy tiene ‘papitis’. Se arroja a sus brazos y le quita los audífonos del computador. No quiere que su famoso padre, que será uno de los invitados especiales al Festival Gabriel García Márquez de periodismo, responda una entrevista por Skype. “Emma está loca –bromea Liniers, el caricaturista, que con su humor tierno y profundo es una institución en Latinoamérica, con más de 500.000 seguidores en Twitter–. Tengo tres hijas y lo lindo de estas edades es que son desopilantes. Es como vivir con Chaplin, Buster Keaton y con el surrealismo también, con Buñuel. O con David Lynch. Y a veces, también ellas te dicen ideas y las hacen pintar”.
Hace un mes, Emma, sus padres y sus dos hermanas se mudaron a Estados Unidos, más exactamente a White River Junction (Vermont), a unas dos horas de Boston en carro. En un bosque que parece salido de sus tiras cómicas, Liniers pasará los próximos dos años, gracias a una beca del Center for Cartoon Studies, que reconoció así su liderazgo entre los dibujantes del continente, el éxito de su serie Macanudo, sus más de 20 libros publicados y su apoyo a otros autores con la creación de la Editorial Común, dedicada a las novelas gráficas.
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“Mi amor, ya voy para allá –le dice a Emma–. ¿Qué te parece si hacemos eso? O quedate acá y escuchás todas las tonterías que dice papá”. Emma acepta la tregua y le permite responder.
¿De niño, Liniers era muy diferente a Emma?
Sí. Era más feo, para empezar. La gran diferencia del Liniers de ahora al Liniers de niño era la timidez. Yo era súper tímido cuando era chico, era introvertido, medio observador pero para adentro. No era el centro de la fiesta ni llamaba la atención, nadie se hubiera imaginado que yo iba a terminar en un escenario ni haciendo nada... Lo que tengo en común con Emma creo que es la curiosidad. Cuando era chico, me daba curiosidad todo: los libros, el cine, quería mirar cosas interesantes todo el tiempo y eso me sigue pasando.
¿Por qué se dibuja en sus tiras como un conejo?
Por un lado, me gusta el humor autorreferente. Y cuando me dibujaba a mí mismo, me daba una cosa como rara. Me parecía que la gente iba a pensar que era un egocéntrico. Y es verdad, pero no quería que la gente se diera cuenta (risas). En cambio, cuando me comencé a dibujar como un conejo fue como sentir que estaba con un disfraz. Un personaje más. Y el conejo no tenía la intención de mostrar mi vida privada, sino contar esas pequeñas anécdotas que son graciosas si están ancladas en la realidad. Para eso me servía el conejo. Además, me hace parecer más alto.
A diferencia de otros colegas, sus dibujos rebosan de ternura.
Cuando empecé a dibujar Macanudo (la tira cómica), por un lado, teníamos la horrible crisis económica del 2001, y quería que tuviera un tono medio optimista; por otro lado, no quería hacerla con la guardia alta, como un boxeador protegido. Y en Argentina, sobre todo en los 90, estaba muy de moda –y es parte de la personalidad del argentino– creerse medio genio, eh, ‘Messi y el papa’... Yo no quería eso. Quería exponerme un poquito más. Bajar un poco la guardia y no creerme el centro del universo. Estar abierto a hacer algo más honesto. Y salió lo que salió.
Ricardo Siri ‘Liniers’ ha explorado también su lado musical al presentarse en los conciertos de su amigo Kevin Johansen, el cantautor argentino, ilustrando en vivo las letras de las canciones. Además, ha trabajado con otros grandes de la música, como Andrés Calamaro.
¿Cómo nació ese trabajo con músicos?
Todos los dibujantes somos bastante melómanos, en el entendido de que nuestro trabajo es muy solitario. Eso implica meterle música, o si no, nos tiramos todos por el balcón. En mi caso, además hay curiosidad por los músicos, porque hacen algo que a mí me gusta mucho y que no tengo el talento para hacerlo, así que de a poquito me fui acercando a esta gente y en el caso de Kevin (Johansen), somos casi hermanos. Con Andrés (Calamaro), me contactó él sin conocerme y me dejó hacer la tapa (carátula) de La lengua popular (disco que salió al mercado en el 2007), y me dio toda la libertad. La verdad, eso es algo que disfruto mucho: que, como tipo melómano, pueda ponerle la cara a la música, ya que no tengo talento para hacerla.
¿Cómo logró ilustrar la carátula de la revista ‘The New Yorker’?
Para mí y para los dibujantes en general, The New Yorker es como el Barça: es donde uno quisiera ir a jugar. Y tuve la suerte de tener una editora en Nueva York, con la que publico libros infantiles, que es la directora artística del New Yorker, o sea que los últimos 20 años de tapas (carátulas) de la revista pasaron por sus manos. En algún momento, mientras estábamos hablando de libros se dio la propuesta. Nunca pensé que me iba a ofrecer dibujar la tapa para la revista, porque para mí ahí solo iban los genios, no era para mí. Así que sigo creyendo que ahí hay un error, pero no le voy a decir nada, voy a seguir mandando dibujos... Fue muy lindo, es como una medalla que no me la saca nadie.
Y además, hizo entrevistas dibujadas como la de Les Luthiers...
Esa la disfruté muchísimo. Entrevistar a Les Luthiers era como el sueño del pibe. Pero al mismo tiempo, como los admiraba tanto, cuando los tenía que dibujar me daba una angustia como de ‘¡Yo no dibujo tan bien!’. Y recuerdo que les agradecí que ellos son de esa gente que ayuda al caricaturista, porque todos tienen una pinta bastante fácil de dibujar. Y Daniel Rabinovich (el Luthier fallecido en 2015) me dijo: “Bueno, pero no lo hicimos por vos”.
¿Qué conoce de los caricaturistas colombianos?
Voy conociendo de a poco. A Vladdo lo conocí en algún living de amigos. Y me gustan varios dibujantes. Me gusta Joni B; en mi editorial publicamos a Powerpaola, que creo que va a ser la dibujante más importante de América Latina de los últimos años, para mi gusto. Me parece que es una artista increíble. Y está pasando lo mismo en varios países, en Perú, en Chile, en Colombia. Está apareciendo la movida de la novela gráfica y la historieta y hay esta especie de pequeño boom que me resulta interesante. La razón por la que hicimos la editorial es un poco para que no nos perdamos esto. La historieta está teniendo un salto evolutivo en los últimos años. Durante mucho tiempo se trató a la historieta como un arte menor, entonces no podía dedicarse a temas serios. Y a partir de Maus, de Art Spiegelman, que cuenta la historia del holocausto, se bajó esa idea. La historieta ahora es como el cine o como la literatura, que vale todo. Nadie le dice a un dibujante ‘usted no puede dibujar esto’. Y cuando vos le das libertad absoluta a un colectivo de artistas en todo el mundo, pasa lo que pasa ahora: que la historieta nunca estuvo más genial.
Que en América Latina no se presentara antes esa explosión, primero era raro y en algunos casos es porque los libros no llegan, se quedan en España y se compran allá los derechos para todo el mundo en habla hispana. Al ver que muchos autores argentinos o latinoamericanos publicaban en Europa y no en sus respectivos países, nos pareció bastante siniestro. Así que empezamos la editorial para tratar de impulsar eso.
Mano a mano
El sábado primero de octubre, en el Jardín Botánico de Medellín, Liniers y su colega chileno Alberto Montt darán un espectáculo que ellos denominan ‘stand-up ilustrado’. En él, hablan y dibujan al tiempo, mezclando sus habilidades de humoristas, ilustradores y caricaturistas.
¿Cuál es la faceta que mejor lo describe?
Ni idea. Cuando voy a un hotel, hay un espacio para llenar la ocupación y generalmente pongo dibujante. Pero ya a esta altura tengo una editorial, estoy haciendo mis shows con Kevin Johansen y ahora con Alberto Montt. Así que es medio curioso.
¿En qué consiste el espectáculo que hará en Medellín?
Es un show que estuvimos haciendo a principio de año con Montt y lo empezamos en México. Hicimos un pequeño experimento y es un stand-up ilustrado. Nos divierte, nos gusta mucho como formato. Y con Alberto también nos pasaba que él presentaba mis libros o yo presentaba los de él, y esas presentaciones cada vez eran más extrañas, más absurdas. En algún momento, nuestros editores en México nos dijeron: ‘Esto tiene que ser un show, está bien cabrón’. Así que salió esta idea del stand-up ilustrado y tuvimos que hacernos cargo. Estuvimos de gira por Argentina y Chile, y la verdad que la gente lo disfruta mucho y nosotros disfrutamos mucho encontrar un espacio donde podamos portarnos mal.
¿Se portan mal con un libreto o improvisan?
Es una mezcla de las dos cosas. Hay algo de idea pero el hecho de que alguien esté en el escenario con vos te obliga a improvisar. Generalmente, en el stand-up comedy es un tipo solo y ahí se organiza más o menos lo que se quiere decir, pero cuando el otro está dibujando algo que no te esperás o te hace un comentario que no devolvés, eso le da un poquito más de aire al show.
¿Saben que se presentan un día antes del plebiscito por la paz?
Y me da mucha ilusión. Me parece que lo importante es que se puede resolver. Irlanda lo resolvió. España lo resolvió. Todas las partes tienen que encontrar la manera de que al final la gente viva mejor. La violencia no es nunca el camino. Si vos tenés una idea, debés defenderla de manera pacífica. Si no, es que no creés tanto en la idea.
Ojalá que sea la escena final de la película, aquella en la que va a explotar algo y un tipo le dice a otro ‘corta el cable rojo’, y el reloj va en 2, en 1, y cortan el cable rojo y todo el mundo se salva. Ojalá que estemos a punto de cortar el cable que hay que cortar. Y la verdad, voy a Medellín con mucho entusiasmo, porque llevo ya acá un mes más o menos y necesito mi dosis de latinoamericanidad.
JULIO CÉSAR GUZMÁN
Editor Cultura y Entretenimiento