“De prisa como el viento, van pasando…
los días y las noches de la infancia.
Un ángel nos depara sus cuidados,
mientras sus manos tejen las distancias”.
Así comienza ‘El camino de la vida’, obra cumbre del compositor antioqueño Héctor Ochoa y considerada la canción colombiana del siglo XX. Un tributo a la familia, al amor, a los hijos:
“Y brotan, como un manantial, los sueños de su corazón;
sus almas ya quieren volar y vuelan tras una ilusión.
Y descubren que el dolor y la alegría
son la esencia permanente de la vida”.
Y es la canción preferida de Lina María y Julián Valencia Bonilla, mejor conocidos como Lina y Julián. Dos hermanos que ya cumplen 33 años de carrera profesional y que hace rato se convirtieron en leyendas de la música tradicional colombiana.
“Entre tantas canciones, nuestra preferida es ‘El camino de la vida’. Cuando la interpretamos, decimos que es el segundo Himno Nacional de Colombia. Y admiramos mucho a Héctor Ochoa. Es una canción muy bella y profunda que describe el sendero de nuestras vidas”, dice Lina.
En 1995, ella y su hermano se coronaron como el primer dueto ganador del ‘Concurso Príncipes de la Canción’ del Festival de Música Colombiana de Ibagué, que este año vuelve a la presencialidad, del 15 y el 21 de marzo. Un esfuerzo titánico de la ibaguereña Doris Morera de Castro, una mujer dueña de una voluntad tejida entre sanjuaneros, bambucos y rajaleñas y que no se ha detenido un segundo en su misión de evitar que la música tradicional colombiana desaparezca.
(Le recomendamos: Las boyacenses que sueñan con interpretar a Whitney Houston).
Era su primer concurso. Llegaron llenos de miedo a una ciudad donde les rinden culto a los aires de la música tradicional de este país. Cuna de los legendarios Garzón y Collazos y Silva y Villalba (aunque Rodrigo Silva era del Huila) y que ha sabido conservar el título de ‘Ciudad Musical de Colombia’.
Y ganaron en una reñida competencia contra los más experimentados duetos del país pese a que a muchos, como a Rodrigo Silva, no les simpatizaran los arreglos y armonías de sus canciones: una atrevida genialidad del reconocido músico caleño Yused Gallo, mejor conocido como ‘Giuseppe Requinto’. Lina, con su voz aflautada, aguda; y Julián, en la segunda voz, sube y baja en diferentes escalas del pentagrama y el resultado es esa comunión de talentos que los hace únicos. Gloriosos.
Para los puristas era todo un atentado intervenir la gramática de esas melodías. Pero a ellos, allá en el soberbio Teatro Tolima, y en la Concha Acústica, los aplaudieron de pie. Su propuesta, denominada ‘nueva expresión’, fue bien entendida: nació para darle un viento fresco a la música autóctona de nuestro país.
Lina y Julián no dudan en afirmar que su padre, Ángel, ha sido el bastón y el estandarte de su carrera musical. De sus sueños. Un hombre de 87 años, enterito, con un estado de salud envidiable. “¿Sabe por qué vivo tan alentado y tan feliz? Por ellos, por mis hijos”, dice Ángel, el más ferviente admirador de Lina y Julián.
“Un ‘ángel’ nos depara sus cuidados”, dice ‘El camino de la vida’.
(Le puede interesar: Vicente Fernández: tributo al ídolo de la ranchera).

Lina, de dos años, con su padre y gran mentor: Ángel Valencia.
Archivo particular
El orgulloso padre nació en el corregimiento de San Fernando, en El Líbano (Tolima). El hijo negado de Antonio José Muñoz, quien dejó 13 muchachitos regados en esas veredas y cafetales donde es tradición que en cada finca haya una o varias personas que canten o toquen la guitarra. Y así, con los vecinos, se enamoró para siempre de la música. Ya tenía fama por su bonita y entusiasta voz.
Se compró una guitarra con lo que se ganaba como jornalero y aprendió a tocarla, al igual que el requinto, con su prodigioso oído. Hasta que se fue de esas montañas buscando un mejor porvenir y entró a la Policía, que lo envió a Cali a trabajar con la Policía Infantil y donde conformó ‘El trío de la Policía’. Y allá conoció a Betty Bonilla. Se hicieron novios y a los cinco años se casaron.
(No deje de leer: Andrea Mejía y sus cuentos nacidos del mundo de los sueños).
El primero de enero de 1973 nació Lina María. Y como el talento y el amor por la música se heredan en la sangre, la pequeña Lina no tardó en demostrar sus habilidades. A los dos años ya cantaba ‘Llamarada’, obra del célebre compositor huilense Jorge Villamil, autor de otras memorables melodías como ‘Espumas’ y ‘Me llevarás en tí’. A los cinco años ya cantaba las canciones de Rocío Durcal y Juan Gabriel y sabía algunos acordes en la guitarra. Y a esa edad entró al Conservatorio Antonio María Valencia, de Cali, que tiene casi el mismo nombre de su padre: Ángel María Valencia.
El 31 de marzo de 1978 nació Julián. A los dos años, el travieso Julián, con su pelo lacio y dorado en forma de totuma, empezó a demostrar su talento. Cantaba ‘Mama vieja’, del poeta y músico argentino Lito Bayardo e interpretada bellamente por Los Chalchaleros.
Y la historia se repitió con Julián: a los 5 años entró al Conservatorio de Cali. Y mientras se formaban como artistas de música clásica, Lina cantaba canciones de la época, con su guitarra, y Julián tocaba el bajo y cantaba en ‘La Charanguita de Luis Carlos’, de donde han salido genios que terminaron en orquestas como Niche y Guayacán. Genios como Julián Valencia.
“Tocábamos salsa brava de Richie Ray. Éramos como el Menudo de Cali’, suelta Julián, quien conserva su melena aunque ya no tiene peinado de totuma “Nos persiguieron mucho en el Conservatorio porque lo que hacíamos afuera era música popular y no lírica. Me decían que yo era una ‘charranguera’”, recuerda Lina. ‘Charranguero’: así llaman despectivamente a aquellas personas que hacen música sin ninguna técnica.
Y mientras Julián animaba fiestas con su bajo y su voz dulce entonaba ‘Cali pachanguero’, ella grababa un cassette con baladas y boleros y empezó a presentarse con el nombre de ‘Viridiana’: nombre de una exitosa película de los 60, dirigida por el español Luis Buñuel y protagonizada por la mexicana Silvia Pinal.
(Siga leyendo: Brandon Sanderson: el nuevo amo de la literatura fantástica).

Lina, de cinco años, y Juliàn, de dos. No solo son hermanos: son almas gemelas que siguen luchando por cumplir sus sueños.
Archivo particular
En la Cali de los ochentas y noventas empezaron a rodar los cassettes que grababa su papá, primero con una grabadora cualquiera y luego en pequeños estudios. Hasta que los contrataron en el Club Yanaconas y en el bebedero más famoso de la ciudad: El Rancho de Jonás, donde presentaban el concurrido ‘Show del amor y la ternura’. Cantaban de todo: música colombiana tradicional, boleros, salsa, baladas, zambas argentinas y la entonces llamada música protesta latinoamericana. Era —y sigue siendo— un espectáculo verlos cantar e interpretar con maestría la guitarra, el requinto, el violín, la tambora, la flauta traversa...
Era la época más dura del cartel de Cali. Una vez, estando allá, un hombre que trabajaba con un reconocido narcotraficante, entró al camerino y les dijo: “Nos vamos ya para una finca en Palmira”. Su patrón quería un espectáculo privado. “Hablé con Jonás (Cardona), el dueño, y él enfrentó a ese señor y le dijo: no se meta con estos niños. Este es mi lugar y lo respeta”.
(Además: Yeison Landero, el guardián de los sonidos de su abuelo, el maestro Andrés).
En otra ocasión, recuerda Lina, los llamaron por teléfono y los contrataron para un evento privado. Y al llegar se encontraron con un grupo de hombres armados y con mujeres en paños menores. El patrón, recuerda Ángel, no hizo otra cosa que morbosear a Lina: una mujer que siempre ha sido muy bella, dueña de una sonrisa generosa y de unos ojos pequeños, como moneditas, que miran con picardía. Unos ojos que también sonríen, cantan y bailan.
Y tuvieron que cantar y tocar horas y horas y les prometieron una importante suma: 400 mil pesos. Les dieron un cheque. Pero en el banco les dijeron que era un cheque ‘chimbo’.
Otra vez, el taxi en el que iban con su padre, con todos los instrumentos, se estrelló contra un campero lleno de hombres visiblemente borrachos. Eran las 8 de la mañana.
Y uno de esos hombres se bajó del carro y les apuntó en la cabeza con una mini uzi. “Papi: nos mataron”, exclamó Lina con los ojos tan bonitos pero llenos de terror. Hasta que una mujer, borracha también, tambaleándose, se le atravesó al hombre y le dijo: “no les haga nada a esos pelados, vámonos”. En ese entonces, Lina grababa comerciales (jingles) para marcas famosas con un tal Kike Santander. El hoy famoso productor musical había sido alumno de guitarra de su padre.
A los 18 años, Lina entró a la Universidad del Valle a estudiar licenciatura en música. Lo mismo hizo Julián al llegar a esa edad. El primer lugar que ganaron en Ibagué, en el 2005, les abrió las puertas. Como parte del premio, grabaron un CD con Sony llamado ‘Colombia Fresca’, aunque ya muchos tenían su música en cassettes que grababan con los ahorros de la familia y que vendían en sus presentaciones. Y aunque incluía bellísimas e innovadoras versiones de clásicos como ‘El Barcino’, ‘Soberbia’ y ‘Soy Colombiano’, no alcanzó el éxito que se esperaba.
(Puede leer: ‘La riqueza musical de Colombia no tiene par’: Betto Arcos).
“Pensábamos: si Charlie Zaa la rompió con los boleros de Olimpo Cárdenas y Julio Jaramillo, a nosotros nos va a pasar lo mismo. Pero no fue así”, lamenta Julián, a sus 44 años. Un hombre muy bien plantado, soltero. Y sentencia: “La industria no tiene interés en promover la música colombiana tradicional”.
En el 2005 representaron a Colombia en el mundialmente famoso Festival de Viña del Mar, en Chile, en la categoría ‘canción folclórica’. Interpretaron ‘El buen Simón’, una combinación entre bambuco y currulao. Una obra del compositor Gabriel Villegas que les rinde tributo a los desplazados por la violencia del conflicto armado de nuestro país.
“Se va pa’l pueblo, a vender la guayaba y otras cositas que cosechó. Lleva en el pecho una oración, por su siembra y por tener el amor de su mujer. Al despuntar la tarde, va regresando alegre Simón y encuentra que su amada estaba llorando de dolor. El rancho que con tanto sudor él mismo les construyó, en ruinas ha quedado y nadie tiene una explicación. ¡Pobre Simón! Le han roto la esperanza y esa finquita en la que creció. Se va dejando su corazón en la siembra donde ocurrió esa guerra que no entendió”, dice la canción.
Y ‘El Monstruo’, como le dicen al exigente público de Viña del Mar —capaz de sacar a un artista del escenario si no les gusta— se puso de pie. Eran los favoritos. Pero no ganaron. El primer lugar fue para la argentina Roxana Caravajal. Pero se lucieron. Y le contaron al mundo, con sus bellas voces, una tragedia humanitaria que no ha cesado en nuestro país.
En el 2007 hicieron un segundo intento con ‘Orgullosamente latinos’, un disco en el que le apostaban al pop de la época, al estilo de la banda ‘Bacilos’. Buscaban diversificarse. Pero tampoco alcanzó el éxito esperado. En las emisoras juveniles les pidieron mucho dinero para ponerlos a sonar. Dinero que no tenían. Y si lo hubieran tenido, tampoco lo habrían destinado para semejante petición, propia de un mafioso. Pensar que en otras épocas, los artistas que sonaban en la radio eran precisamente los colombianos que cantaban pasillos y bambucos.
“Hacer música en este país es muy difícil. Nos ha faltado un manager, un gran patrocinador o una disquera que nos diga: queremos grabarles un disco con su propuesta”, sigue Lina, de 49 años. Una mujer felizmente casada, sin hijos, pero con dos sobrinos a los que ama. Los hijos de Kelly, su hermana menor, quien también heredó el talento musical.
Desde niña aprendió a interpretar el bajo y también tiene una voz dulce y afinada. Pero su madre, confiesa Lina, hizo todo lo posible por alejarla de la música. Kelly es fisioterapeuta. “Mi mamá sabe muy bien lo difícil que es esta carrera. La falta de oportunidades. Las angustias económicas”, sigue Lina, quien junto con su hermano ofrecen espectáculos privados a empresas como Compensar.
(Puede ser de su interés: Santiago Zapata, el joven que aprendió a leer por YouTube e hizo un libro).

Lina y Julián posan junto al famoso productor Kike Santander. Lina grabó algunos 'jingles' con él.
Archivo particular
Y también amenizan celebraciones de personalidades como el periodista Juan Lozano, uno de sus más fervientes admiradores. “Desde el estudio y el conocimiento profundo, han innovado y renovado los ritmos eternos de Colombia. Son talentosos y virtuosos.
Así como en otra época hablamos de grandes tan grandes como Garzón y Collazos y Silva y Villalba, para la innovación en la música colombiana, conservando sus raíces, hablamos hoy de Lina y Julián”, dice Lozano.
Lina es profesora de técnica vocal y Julián ofrece un espectáculo en el que interpreta, con el violín, música del famoso DJ francés David Guetta.
—Y si volvieran a nacer y tuvieran la opción de decidir a qué dedicarse, ¿escogerían la música?
—¡Pero por supuesto, claro que sí!, responden casi al unísono.
La música les da felicidad. La música les da para los gastos, aunque vivan sin mayores lujos y así no hayan recibido el apoyo que se merecen de este país. Y lo más importante: la música les da para vivir. Para alimentar el alma.
(No deje de leer: Benito Martínez Ocasio: ¿por qué decidió llamarse Bad Bunny?).
Lina y Julián se presentarán en la noche de este viernes 4 de marzo, junto a otros grandes exponentes de la música colombiana tradicional, en el concierto de gala de lanzamiento del Festival Nacional de la Música Colombiana, que se celebrará en Ibagué del 15 y el 21 de marzo. También participarán la célebre cantautora María Isabel Saavedra, la colombo-irlandesa Katie James y María Isabel Mejía; los duetos Margarita, Armonizando Dúo y Simisol, y La Gran Rondalla Colombiana. Entradas en TuBoleta.com
José Alberto Mojica Patiño
Editor Reportajes Multimedia
EL TIEMPO@joseamojicap
- 'Los viejos ya deben irse a su casa a jugar bingo’: Isabel Allende.