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Música y Libros

León de Greiff: poeta, anarquista y hacedor de músicas

Francisco de Asís León Bogislao de Greiff Hausler, más conocido como León de Greiff, fue uno de los más destacados poetas del siglo XX en Colombia.

Francisco de Asís León Bogislao de Greiff Hausler, más conocido como León de Greiff, fue uno de los más destacados poetas del siglo XX en Colombia.

Foto:Leo Matíz

Acercamiento a la obra del poeta, que llegó a tener 77 yoes, al cumplirse 125 años de su natalicio.

Alfonso Carvajal
Francisco de Asís León Bogislao de Greiff Hausler, lo bautizaron madre y padre; aunque las matronas de la familia pronosticaron un destino de cura, el León salió poeta.
Nació en Medellín un 22 de julio de 1895, agonizaba el siglo XIX, tan afín a sus gustos heliotrópicos, especialmente los poètes maudits; en 1915, con otros 12 rebeldes crea el movimiento literario los Panidas, están allí Fernando González y el caricaturista Miguel Rendón.
El grupo de jóvenes se alzó pacíficamente contra las propuestas literarias y filosóficas de la época, contaminadas de una retórica insostenible y de una academia ajena a los vientos vanguardistas; inspirados en Nietzsche y Baudelaire, entre otros urdidores de baladas truculentas, fundaron su propia revista que nació de las tertulias de bebidas espirituosas en el café El Globo, en febrero de 1915. La revista alcanzó diez ediciones en seis meses, hasta que la Iglesia católica, liderada por monseñor Manuel José Caicedo, la excomulgó.
Ya había sido De Greiff secretario privado de Rafael Uribe Uribe, y exhibido sus ideas belicosas contra el establecimiento retrógrado, al enfrentarse en una zambra sin sables contra los muchachos conservadores del sacerdote español Cayetano Sarmiento en la plazuela de San Ignacio.
Viaja a Bogotá, donde asentó sus sueños y vigilias musicales, paseó su lira rubicunda, y en el frío sabanero crecieron versos cojitancos, malévolos y lúcidos, su fe estuvo regida por la poesía y la música, o la una en la otra, fueron sus musas imperecederas, poeta juguetón que aconsejaba tañer las palabras como se hace con los instrumentos musicales, ese fue su arte de “poeta ultra-pomposo o ruin trovero”.
En 1925 crea el grupo Los Nuevos en Bogotá con Luis Vidales, Jorge Artel, Jorge Zalamea, Germán Arciniegas, Alberto Lleras Camargo. Ese mismo año publicó su primer libro, Tergiversaciones de Leo Legris, Matías Aldecoa y Gaspar: primer mamotreto, 1915-1922, en el cual nacen sus primeros heterónimos, en un hombre que a lo largo de su vida fue 77 yoes; esto insufla el designio artístico que emprendió en largas horas de estudio y ensayar con la lira sus aventuras musicales, pues además de improvisar consigna el rigor que conjugó entre teoría y práctica, es decir, a la manera de los grandes escritores fue consciente de su proyecto literario, en tanto que prosa y poesía pertenecen a una misma sinfonía, a una misma fuente pródiga; entendido así, León de Greiff es un espécimen auténtico en las letras hispánicas.
Fue constructor de poemas que labraron huella en el imaginario popular, como en Relato de Sergio Stepansky, que tuvo origen en unos versos de Erik Fjördon y el eco de Rivera en el comienzo de La vorágine, se lo puede tildar de retórico o barroco, pero de esas dos instancias creó una delirante partitura.
“Juego mi vida, cambio mi vida. / De todos modos la llevo perdida”, y comienza un juego donde lo individual se torna colectivo y en una ronda de infantes maduros canta: “La juego en una alcoba, en el ágora, en un garito”, el poeta se amplía y todo cabe “en el hórrido abismo / donde se anudan serpentinos mis sesos”, lo trascendental se difumina en lo lúdico, que también podemos visualizar en Relato de Guillaume de Lorges, otro de sus poemas más conocidos, en un bardo que no fue raso en términos poéticos y musicales, lector agudo, oidor culto y emotivo de música clásica: “Yo, señor, soy acontista, / Mi profesión es hacer disparos al aire”, disparos que son ráfagas del lenguaje, arista que está señalada en el ánimo de rimar, de construir sonetos, que es una manera de amarrar el espíritu a métricas medidas, asunto que cumplió a cabalidad (favilas, cancioncillas, etc.), entonces el poeta puede realizar los más disparatados oficios, “también he sido juglar en los mesones. / Revendedor de bulas. / Tañedor de laúd. / Y tragador de fuego y engullidor de sables. / Y bufón en las ferias”, que ironiza y enaltece el arte del culebrero, tan común en sus ancestros.
En 1925 crea el grupo Los Nuevos en Bogotá con Luis Vidales, Jorge Artel, Jorge Zalamea, Germán Arciniegas, Alberto Lleras Camargo.

En 1925 crea el grupo Los Nuevos en Bogotá con Luis Vidales, Jorge Artel, Jorge Zalamea, Germán Arciniegas, Alberto Lleras Camargo.

Foto:Archivo Particular

En su prosa y poesía hallamos la soledad como una de sus grandes obsesiones: “Solo y en la obscuridad. Absurdamente solo, sin un deseo: ¡en vano!… Vámonos, oh Gaspar, por el mar inasible”, o en este fragmento donde es un ser a la deriva cuyo destino es oír su propio canto: “Solo, sin tuya o sin ajena pauta / sin rumbo, meta, plan ni derrotero. / No buscas sino ser tu propio oyente”.
Rafael Gutiérrez Girardot (en Ensayos de literatura colombiana (1), al cuidado de Juan Guillermo Gómez, Ediciones Unaula), con su dilatada mirada crítica, arguye los rasgos anárquicos del poeta, sus orígenes “ácratas, nihilistas, Yo soy Don Luis Segundo de Nihilia”, que recuerda al Baudelaire de la aristocracia del espíritu, refiriéndose a la alta alcurnia de ejercer un arte mayor, asevera que De Greiff se refugia en el Yo (es), en el poeta “que ante la imposibilidad de transformar con su anarquismo a la sociedad, niega en cuanto anarquista sus instituciones y la desafía: ‘Diciendo versos díscolos, ingenuos o sarcásticos, / que así le causan risas y asustan a la gente’...”. Al proclamarse loco, lunático, “bufón de diversas máscaras”, sugiere Gutiérrez, “crea un mundo poético que es la negación simbólica de lo establecido”, un mundo propio que explaya su arsenal gramático e imaginativo desafiando el orden convencional.
Sus desplazamientos lingüísticos, su afición pasional por ser muchos, fundada en el juego y la figura del poeta total, son una afrenta estética contra el viejo mundo social que lo circunda.
Gutiérrez sube otro escalón y argumenta que nuestros poetas tuvieron en la mira vanguardista al modernismo, cuyo sol primaveral fue Rubén Darío, advierte que De Greiff no se mimetizó, supo asimilarlo y encontró su propia horma, “teniendo en cuenta lo que Darío había dicho: ‘Mi poesía es mía en mí’ ”. El movimiento priorizado por Darío fue el desarrollo dialéctico del modernismo literario y la modernización social, acota Gutiérrez, mientras que el modernismo de Guillermo Valencia “fue artificial”, de cuña reiterativa, “de ahí su trivialidad”, enfatizando el nutrimento estético que alcanzó De Greiff al ser su propio timonel.
Por el año de 1957 publica Bárbara charanga, un regreso a sus orígenes antioqueños, departamento mojigato, conservador, pero que ha provisto en la otra linde a mentes creativas y anárquicas que han sabido balancear la civilidad y el placer intelectual, entre ellos está De Greiff, que con su heterónimo Sigfrido da una vuelta por el Aburrá –curiosamente transcurría el año 1888, día de san Adeodato y de santa Críspula–, sale del río Tasajera a la Villa de la Candelaria, en el camino el río le contó los chismes de la noche anterior en la Villa, “el río los oyó de la quebrada Santa Elena, a estribor y de la Iguaná, a babor”.
Lugares tradicionales que el poeta emula abriendo la puerta de sus años de adolescencia, llegó a la Villa a mediodía, de áspera primavera, y se fue a la Venta de Cipriano, donde “había una asamblea báquico-literario-tiplística... de nueve de los más altos heliotropos del Carmen Literario de la época (y de la región)”, allí estaba el poeta Mustio Collado, nardo lúgubre “de Musa lacrimógena, gimiente y superelegíaca”, el doctor Lora, Juan Cancio Tobón, Juan José Botero, ‘Ñito’ de Concordia y Marcel de Sopetrán, que alientan la nostalgia de sus primeras cofradías.
El poeta Darío Jaramillo Agudelo señala que nació dotado con un mundo verbal que le dio una ventaja sobre otros compañeros de viaje, que lo mejor de su obra estaría disperso en sus más de 60 años de quehacer literario, pero subraya que sus mejores libros son Variaciones alredor de nada (1936) y i (1937), que representan la síntesis del universo greiffiano: “Piezas poéticas compuestas por analogía sobre estructuras musicales –como el ritornelo, los rondeles, sonatinas y canciones– los relatos donde suelta su imaginación, su capacidad narrativa y su dominio sin par de un lenguaje que absorbe sentido a medida que manifiesta sonido”, que abarca diversos temas como este, de un desparpajado erotismo: “Tengo una sed de vinos capitosos / venusino furor, pugnas salaces, / ojos enloquecidos por el éxtasis, / bocas ebrias, frenéticos enlaces”.
Hernando Cabarcas Antequera, escritor e investigador que ha prolongado su legado con astucia académica y marginal, en su libro Variaciones alredor de un Cuarto del Búho, ha planteado que la “gran moxinifada (tergiversación, variación, mezcla, renovación) de León de Greiff reside en su búsqueda de una escritura de la escritura, con un castellano en constante efusión y con buena parte de la literatura a cuestas, que lo llevó a la creación de su prosa sosa” y descubre en sus programas de radio que configuró “el espacio preciso y precioso para situar sus escrituras en el presente de la realización y en el espacio de la emisión”. Es así como León de Greiff logra que el texto poético, por la voz, se despliegue “en planos físicos, psíquicos y socioculturales”. Y, asimismo, un aspecto particularmente valioso, que sus escrituras sean como algo que se dice”.
La periodista cultural Ilse de Greiff recuerda a su tío como un hombre adusto, algo neurótico, pero también un ser tierno que cuando era niña jugaba con su nombre, la llamaba Isle o Islamei, un tarambana cómico, pues cerraba los ojos y los párpados de lunares de bulto le daban la apariencia de un ser de otra galaxia, fumón, que esparcía las cenizas al viento, y su casa era de un desorden mamotretudo, que solo él entendía como un orden caótico. Nunca la llamaba, curiosamente la telefoneó el día de su cumpleaños y murió a los meses, un 11 de julio de 1976.
Aunque no tiene la complejidad de los heterónimos de Fernando Pessoa –los suyos son breves, más dados a ser un perfil utilitario de sus dotes de vate musical–, fue un escritor de culto, un monólogo de sí mismo, un tergiversador, que en buen castellano significa falsear e interpretar de otra manera o como lo llama con agudeza el crítico y periodista cultural Luis Carlos Muñoz Sarmiento: “Recuperador y recreador minucioso del idioma... fusionista intenso del ritmo y la pasión para que el poeta cante, goce y ante todo sueñe y viva”, y eso en el árido territorio de las letras lo justifica y da solidez a sus numerosos disparos al viento.
ALFONSO CARVAJAL
Especial para EL TIEMPO
Alfonso Carvajal
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