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Música y Libros

Bruno Gelber, el perfil más ambicioso de Leila Guerriero

Leila Guerriero es autora de los libros de crónicas ‘Los suicidas del fin del mundo’ y ‘Una historia sencilla’. Ha ganado varios premios y está entre los grandes cronistas de América Latina.

Leila Guerriero es autora de los libros de crónicas ‘Los suicidas del fin del mundo’ y ‘Una historia sencilla’. Ha ganado varios premios y está entre los grandes cronistas de América Latina.

Foto:Diego Sampere

La reconocida periodista argentina publica ‘Opus Gelber’, la historia del pianista del siglo XX.

Si usted quiere escuchar una de las mejores interpretaciones de todos los tiempos del ‘Concierto para piano y orquesta en re menor, opus 15’, de Brahms, sin duda, se encontrará con un nombre: Bruno Gelber, el pianista argentino considerado uno de los mejores del siglo XX. Ahora, tiene 78 años y vive en un apartamento de Buenos Aires del que sale muy poco. Pero durante mucho tiempo recorrió el mundo dando recitales, acompañado por las mejores orquestas y dirigido por las más grandes batutas. Gelber es el protagonista del nuevo libro de la periodista argentina Leila Guerriero, quien lo perfiló a su mejor estilo: poniendo el ojo en los detalles más íntimos y, al parecer, pequeños, los cuales son los que constituyen lo esencial. Opus Gelber —el libro más largo que ha escrito Guerriero— relata el universo particular de este artista “que empezó a ser distinto muy temprano”, y lo hace con las buenas herramientas de la ficción. Como dijo hace pocos días el escritor español Juan José Millás, en ‘El País’: “La obra de Guerriero suele despertar la vieja polémica sobre las fronteras entre el periodismo y la literatura. En ‘Opus Gelber’, como en el resto de sus libros, esa frontera está borrada. Lo leemos como una larga crónica (quizá, como una biografía) porque así es como nos lo venden, pero lo leeríamos como una novela si hubiera aparecido bajo esa etiqueta”. Así es: lo leeríamos, lo leemos. Porque al empezar sus primeras páginas ya no hay manera de dar vuelta atrás.
¿Cómo llegó a interesarse en la historia de Bruno Gelber?
Bruno es una persona bastante popular en Argentina. Te acostumbrás a verlo en la televisión, en programas de entrevistas. Pero nunca le había prestado particular atención. Hace unos años leí un par de artículos en los que él hablaba sobre lo que hacía, y su forma de hablar me deslumbró. Vi un espíritu muy sofisticado, sensible, fino y, a la vez, me pareció que era una persona de un mundo completamente ajeno a mi conocimiento. No soy melómana, no voy a la ópera. Toqué la guitarra clásica, pero no soy conocedora de ese mundo. Es un universo de códigos muy cerrados; muy elitista, en cierto sentido. Leí esas entrevistas y no sabía cuán accesible podía ser. Lo llamé para proponerle hacer un perfil, en principio, y en ese primer encuentro intuí que había algo más. Pero lo que me llevó a él fue la curiosidad que me produjo ese ser que se refería a su arte de forma tan refinada. Cuando empecé a tratarlo, vi la posibilidad de acceder a un mundo que suele ser críptico. Si quieres hacer un perfil de alguien como Martha Argerich, difícilmente puedes tener el acceso que tuve con Bruno.
Son llamativas las contradicciones que se muestran en el libro sobre su forma de ser: está su sofisticación, su visión profunda y sensible de la música, pero también su frivolidad.
No sé si son contradicciones. Bruno es un extraño caso en el que todo convive complementándose. A mí me llamó la atención lo mismo, pero no visto como contradicción, sino como facetas que no estamos habituados a encontrar juntas en una misma persona. Por ejemplo, a un artista como Pollock uno no se lo imagina viendo televisión. Pero es una construcción cultural. No hay nada que indique que eso no pueda ser así. Y Bruno es eso: un gran intérprete, exquisito, que vive con la cabeza metida horas y horas en la música más sofisticada, y, por otro lado, está interesado en el último escándalo, en la ‘vedette’ de moda.
Con una debilidad particular por la belleza…
Tiene una pulsión por lo relacionado con la estética a lo Hollywood, ese mundo del ‘glamour’ de Greta Garbo. Desde chico tiene una obsesión con la belleza. Es como una debilidad, sí. Pero es compatible con su interés por las cosas más refinadas. Si se compra un pañuelo de seda, no es el que nos compraríamos vos y yo: él compra un pañuelo de Hermès firmado por un japonés. A mí, al principio, me parecía contradictorio. Después, empecé a comprender. Es un hombre que desde pequeño está aquejado por una enfermedad terrible —a los siete años se contagió de polio—, que corrió el riesgo de estar paralizado, que se movió por todo el planeta con una pierna renga. Entregado a la música. Creo que su interés por el mundo en general es lo que le quita un poco de drama a su situación. Ese consumo de cierta banalidad es un respiro de su tensión, rebaja la severidad de su padecimiento cotidiano. El polio nunca se le fue, como dice él.

Bruno es un extraño caso en el que todo convive complementándose

¿Qué terminó por llamarle más la atención de Gelber?
Su voluntad. Realmente, el libro es la historia de una voluntad. Es un tipo a quien la enfermedad casi le impide hacer lo único que le gustaba hacer en la vida, tocar el piano. Que se va solo a Francia a los 19 años, sin un peso. Que logra una carrera brillante, con esa dificultad física. Que con sesenta y algo de años, en un momento de esplendor, tiene un accidente de auto y se quiebra la mano, que es lo peor que le puede pasar a un pianista. Que no se deja tirar abajo y vuelve a tocar, y cuando vuelve lo hace con Mozart, que es lo más difícil. Es eso: la demostración ante los otros de que es un acorazado. Está plantado en el mundo y no va a permitir que nada le arruine la fiesta.
En el libro usted escribe: “Varias veces me preguntará: ‘¿Qué pensás de mí ahora que me conocés?’ Una, de tantas, le diré: ‘Que solo vos sabés quién sos. Lo cual es una declaración de fracaso’ ”. ¿Cree que en realidad hay forma de conocer a alguien? ¿Usted llegó a conocer a Gelber?
No, creo que no. Bruno sigue siendo un enigma en muchas cosas para mí. Me parece que él, como otras personas a quienes he entrevistado, si querés Nicanor Parra, a su manera, es un sujeto muy críptico. Y siempre tengo en mi cabeza esta frase, que también está en el libro: me pregunto cómo es Bruno cuando está solo. Cómo será en su más estricta soledad. En algunos seres hay menos distancia entre lo que uno ve y lo que esa persona es cuando está sola. Siento que en Bruno esa soledad debe decir cosas de él que no son las que uno ve. A pesar de que lo alcancé a conocer mucho, es un ser bastante inatrapable.
Hay otra frase suya con la cual el lector se encuentra más de una vez: “Él quiere que yo vea esto, él quiere que yo vea esto”, como hablándose a sí misma respecto a las puertas que Gelber le está abriendo de su mundo íntimo. ¿Usted se pone algún límite en la reportería?
Mirá, en eso cada uno va viendo cuál es su límite. Yo, mientras no me pongan uno, avanzo. Y todas las señales que enviaba Bruno tenían que ver con eso: con que él quería que yo estuviera viendo, que había una necesidad de contar, de que se conociera. Por momentos sentía que me estaba haciendo depositaria de cosas. Nuestra relación nunca tuvo carácter confesional. Lo que me decía no venía con ese anuncio reverencial de ‘te voy a confesar algo’, pero sí había una voluntad de dejarme entrar. De hecho, me empujaba. Pero fíjate que hasta en eso él plantea un límite fuerte, el cual, una vez más, tiene que ver con ese mundo de su soledad que nunca sabrás cómo es: Bruno jamás me dejó verlo estudiar. Él deja ver su personaje y su interpretación —que es él mismo— cuando, según él, está perfecta. Nunca vas a llegar a su casa y lo vas a ver pintándose los ojos. Lo verás con el ojo ya pintado. Con la música pasa lo mismo: verla en bambalinas, en construcción, sería mostrar parte del truco que él no quiere que se vea.
Ha estado en conciertos suyos. ¿Qué sensación le han dejado?
Lo vi tocar dos veces. Una para el libro y otra, después, en el Teatro Colón. Me faltan recursos para poder dar una opinión crítica. Lo que vi en el escenario es lo que los expertos destacan de él: una capacidad de transmisión muy refinada, sofisticada, que es lo que, a su vez, se le critica. Algunos opinan que es demasiado romántico, por decirlo de alguna forma. Para mí eso es estupendo. Por lo menos en el repertorio que le oí. Y sucede con él algo extramusical, que tiene que ver con su entrada en escena. Es impresionante verlo llegar al piano. Como si las cosas empezaran a dirimirse musicalmente mucho antes de que pusiera las manos sobre las teclas. Es raro. Como si finalmente ahí la fiera se encontrara en su ámbito natural, como si vieras un tigre entrando en la selva espesa.
¿Gelber es profeta en su tierra?
Entre la gente a la que le gusta la música clásica es súper conocido. Y su popularidad, al contrario de otros músicos clásicos, también tiene que ver con que se ha prodigado siempre. Es cercano, es un divo que no resulta temible para la gente. Además, ha hecho algo que ningún otro pianista de su generación hizo: viajar mucho por las provincias argentinas. Él da conciertos en los teatros más derrengados que te puedas imaginar, donde la gente está ávida de ese tipo de espectáculos de calidad. Yo entro con Bruno a un restaurante y todos se dan vuelta para mirarlo. De hecho, lo verían porque su aspecto llama la atención, pero no es solo por eso: es porque todos saben que es Bruno Gelber.
¿El trabajo de reportería le exigió algo diferente esta vez? En el libro se nota cómo Gelber cada vez quería saber más de usted...
Me exigió más exposición. Yo soy mucho más distante como reportera, como periodista; en la relación con otros entrevistados la conversación no fluía. En el libro hay cosas mías expuestas, aunque no cosas que no me interese contar. Pero más que con el reporteo, me pasó con la escritura. Mis libros anteriores, ‘Los suicidas del fin del mundo’ y ‘Una historia sencilla’. Pero acá había casi una manipulación de Bruno. Me hacía preguntas incómodas, me llevaba a terrenos en los que el sujeto de la entrevista empezaba a ser más yo que él. Tuve que aflojar y, cuando me preguntaba, finalmente responderle. Sí son crónicas. Esta vez no era una biografía, pero era una cosa demencialmente larga sobre una persona. Eso me complicó a la hora de escribir. Había hecho muchos perfiles, pero nunca algo así de ambicioso.

Sus charlas en la Feria del Libro

Este martes 30 de abril, Leila Guerriero conversará con Alberto Salcedo Ramos sobre los personajes y situaciones que les han interesado en su ejercicio periodístico: Gran Salón Ecopetrol, Sala Filbo B, a las 6:00 p. m. El miércoles 1 de mayo, a las 4: 00 p. m. participará en una conversación junto a Julio Villanueva Chang sobre la sensibilidad creativa de América Latina. Gran Salón Ecopetrol, Sala Filbo E.
MARÍA PAULINA ORTIZ
Editora de lecturas
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