El sol de Salvador estará asociado para siempre a la obra y los personajes de Jorge Amado, desde doña Flor hasta Gabriela. No hay ciudad como esta –escribió– por más que se busquen los caminos del mundo. Ninguna con sus historias, con su lirismo, su pintoresquismo, su profunda poesía.
Basta con andar un poco por el Pelourinho para recuperar la riqueza colorida de la obra de Amado, que aquí parece haberse trasladado a la arquitectura. Calles que suben, bajan y vuelven a subir; azulejos portugueses que distinguen las esquinas y el dorado infinito de la iglesia de San Francisco configuran una ruta para todos los sentidos.
En el actual hotel Pelou-rinho, el novelista se alojó cuando llegó a Salvador, a fines de los años 20, y allí mismo se levanta la casa donde funciona la fundación Jorge Amado. La mansión fue propiedad de Amado y su esposa, Zélia Gattai, y desde allí impulsaron la preservación de su obra.
‘Bienvenidos a Aracataca-Macondo’, reza el cartel que da la bienvenida cuando se llega al pueblo natal de Gabriel García Márquez.
La vinculación, tal como contó el propio novelista, no es casual: “El tren pasaba a las 11 por la finca Macondo y 10 minutos después se detenía en Aracataca”, escribió en Vivir para contarla.
Hoy el pueblo es el punto de partida de la Ruta Macondo, Realismo Mágico, que abarca entre otros lugares la casa museo restaurada de García Márquez, la iglesia donde fue bautizado, su colegio, la estación ferroviaria, la Casa del Telegrafista (tal era el oficio del padre del premio nobel) y la Biblioteca Remedios la Bella.
No faltan los restaurantes de literaria memoria, como La Hojarasca o el Patio Mágico. Pero la ruta que evoca al creador de los Buendía no puede eludir Cartagena y su Portal de los Dulces –el Portal de los Escribanos en El amor en los tiempos del cólera–.
El poeta tiene tres casas museo en su patria, empezando por La Chascona, en Santiago, al pie del cerro San Cristóbal. Detrás del frente azul con su cartel blanco de hierro forjado está la casa donde construyeron su historia Neruda y Matilde Urrutia, la chascona del nombre, ya que así se llama en Chile a las mujeres de pelo revuelto.
La residencia está en el barrio Bellavista y se recorre mediante una visita autoguiada que lleva a través de las numerosas curiosidades y secretos de sus habitaciones y patios. Aquí funciona también la Fundación Pablo Neruda, que propone un amplio calendario cultural.
Desde Santiago, en hora y media se puede llegar a la emblemática casa que el poeta tuvo en la playa, en Isla Negra, región de Valparaíso; esta residencia, que fue su preferida, tiene una impresionante colección de mascarones de proa, barcos encerrados en botellas, mapas, caracoles y libros. En este lugar también están las tumbas de Pablo y Matilde.
Finalmente, en Valparaíso se encuentra La Sebastiana, que como quería el poeta parece flotar en el aire, pero está bien anclada en la tierra. Después de la muerte de Neruda, en 1973, la casa quedó abandonada. Reabrió sus puertas como museo en 1992 y hoy es Monumento Nacional.
A manera de tributo, la ciudad natal del novelista peruano, Arequipa, inaugura este año una ruta cultural que recorre sus huellas por la ciudad blanca.
Se proponen así paseos de unas tres horas, todos los viernes, que pasarán primero por la biblioteca regional Mario Vargas Llosa, luego por la biblioteca personal del escritor –que reúne unos 8.000 libros y revistas– y a continuación por la plaza de Armas y la casa natal de Vargas Llosa (hoy museo) en la avenida Parra.
Pero Lima también tiene su propia ruta: la capital peruana es una de las protagonistas de su obra literaria, desde La ciudad y los perros hasta Conversación en La Catedral. Se puede empezar en Miraflores, donde Vargas Llosa ambientó cuentos como Día domingo, y seguir por las avenidas Diagonal y Larco, o la playa de Herradura, uno de los lugares favoritos de la juventud de los años 50.
Hoy sigue existiendo también la maciza silueta del colegio militar Leoncio Prado, en el distrito de La Perla, donde estudió el novelista.
Son incontables los lugares que aparecen en su obra, desde el bohemio barrio de Barranco hasta la antigua Lima de la plaza San Martín: libros en mano, cada uno puede trazar su propia ruta literaria.
Solía decir que había salido de un laberinto de cerros, un nudo sin desatadura posible que queda en lo que hago, sea en verso, sea en prosa. Esos mismos cerros siguen estando, inmutables, en el valle del Elqui que la vio nacer en 1889. Fue en el pueblo de Vicuña, hoy uno de los puntos de la ruta que recuerda su vida y su obra.
Entre las casas de adobe se levanta un importante museo que rescata la huella tangible e intangible de Gabriela Mistral, con una interesante arquitectura que combina el patio español con el pucará indígena –una referencia al origen de la poetisa chilena, de ancestros vascos y diaguitas–. Allí se exhiben sus primeros libros, premios y cartas con Neruda, entre otros testimonios.
La ruta sigue en el antiguo pueblo de La Unión, ahora llamado Pisco Elqui, adonde la familia de Gabriela Mistral se mudó cuando tenía pocos días de vida. Literatura aparte, aquí se levanta la bodega de pisco Mistral, que pertenece al hombre más rico de Chile.
El siguiente paso es Montegrande, el amado pueblo de la escritora, donde vivió de los tres a los nueve años. Allí sigue la escuela rural donde estudió y una réplica de una escuela primaria de principios del siglo XX.
Afuera, rodeada por los cerros, un monumento recuerda también la figura de Gabriela Mistral.
La Nación (Argentina)
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