¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo baxulaft@gmai.com no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

Música y Libros

La necesidad de una sociología de la paz

El Ejército Zapatista de Liberación Nacional de México entró en escena en 1994 en el estado de Chiapas y en 2006 devino en movimiento político. En la imagen, de 2001, líderes del Frente Zapatista que surgió en 1997 rinden tributo a Emiliano Zapata, en Morelos.

El Ejército Zapatista de Liberación Nacional de México entró en escena en 1994 en el estado de Chiapas y en 2006 devino en movimiento político. En la imagen, de 2001, líderes del Frente Zapatista que surgió en 1997 rinden tributo a Emiliano Zapata, en Morelos.

Foto:AFP

Prólogo de Eduardo Pizarro Leongómez* para el libro Sociología de la paz en Colombia. 

Eduardo Pizarro
Colombia constituye uno de los casos más relevantes en los estudios internacionales enfocados en el complejo tema de los conflictos armados prolongados.
Estos conflictos son siempre devastadores para la nación afectada. Ya en la antigüedad, Sun Tzu, en su obra clásica, El arte de la guerra, afirmaba que “no hay ningún ejemplo de una nación que se haya beneficiado de una guerra prolongada”. Ni siquiera un vencedor en una guerra interestatal. En estos conflictos se acumulan por miles y miles las víctimas, se afecta el crecimiento de la economía y se debilitan las instituciones estatales.
Aun cuando no se trata de fenómenos nuevos (cómo olvidar, por ejemplo, la guerra de los Cien Años que enfrentó a los reinos de Francia e Inglaterra entre 1337 y 1453), los conflictos prolongados actuales tienen particularidades propias debido, entre otros factores, a la globalización, a la producción de nuevas armas y a la revolución de las redes sociales, aspectos todos que han transformado las guerras contemporáneas. Los expertos las caracterizan hoy en día como guerras asimétricas e híbridas, debido a la multiplicidad de grupos de distinto signo y métodos de acción (guerrillas, grupos terroristas, redes criminales, etc.), que actúan de manera simultánea en una nación y en sus fronteras y, en algunos casos, a escala global.
Al respecto, en la prensa internacional se habla constantemente de las denominadas “guerras olvidadas” que, a pesar del sufrimiento que generan en la población, solo saltan muy de vez en cuando a los grandes titulares. Al lado de Colombia, sitúan a Afganistán, Argelia, Birmania, Cachemira, Chechenia, la República Democrática del Congo, Indonesia y Liberia.
Según la Cruz Roja Internacional, estos conflictos se caracterizan no solo por su longevidad, sino, igualmente, por su mutabilidad y dificultad de resolución. Esos tres rasgos son, sin duda, una característica de la Colombia contemporánea tanto si consideramos que nuestro conflicto actual echa sus raíces en el período ya lejano de la Violencia, es decir, la guerra civil no declarada que afectó al país entre 1948 y 1953, como si estimamos que surgió tras el impacto de la Revolución Cubana en 1959.
Yo adhiero a esta última mirada y a los argumentos que ha expuesto Daniel Pécaut. Una cosa era la violencia liberal-conservadora y otra muy distinta la lucha guerrillera de carácter revolucionario.
La fuga de Fulgencio Batista al amanecer del 1.º de enero de 1959 en un avión hacia República Dominicana para acogerse a la protección de otro dictador brutal, Rafael Leonidas Trujillo, y la entrada triunfal pocas horas más tarde de las primeras unidades insurgentes a La Habana despertaron en toda América Latina el “mito guerrillero” como el mecanismo más eficaz para alcanzar un cambio revolucionario.
El ejemplo cubano se regó como pólvora por todo el continente. Ni siquiera los Estados Unidos y Canadá fueron la excepción. En la mayor potencia global surgieron tres grupos guerrilleros, The Weather Underground Organization, el Black Liberation Army y el Symbionese Liberation Army, mientras que en la apacible Canadá nació uno en las provincias de habla francesa, el Front de Libération du Québec, y otro en las provincias de habla inglesa, Action Direct.
Autores: varios Ediciones Usta
Páginas: 322
Precio: $ 71.900

Autores: varios Ediciones Usta Páginas: 322 Precio: $ 71.900

Foto:.

Los primeros brotes guerrilleros inspirados por la Revolución Cubana constituyeron un fracaso: el Moec (1959), el Fuar (1962) y las Ful-Fal (1963) pagaron un duro precio por su improvisación y su falta de experiencia. Sin embargo, a mediados de los años sesenta surgieron las denominadas “guerrillas de primera generación” que, a diferencia de los núcleos iniciales, sí lograron echar raíces: las Farc, el Eln y el Epl.
Veinte años más tarde, ya no bajo la influencia de la Revolución Cubana sino de la reactivación de la lucha guerrillera en Centroamérica y, en particular, de la revolución nicaragüense en 1979 que revivirá el mito guerrillero en el continente, van a surgir en Colombia las llamadas ‘guerrillas de segunda generación’: el M-19, el Movimiento Armado Quintín Lame (Maql) y el Partido Revolucionario de los Trabajadores (Prt).
La experiencia de Colombia es excepcional en América Latina, dado que fue la única nación que experimentó el surgimiento de guerrillas de todo signo, procubanas (Eln), prosoviéticas (Farc), prochinas (Epl), indigenistas (Maql), nacional-populares (M-19) y campesinistas (Prt). Es decir, salvo efímeras experiencias en que hubo presencia de movimientos trotskistas –como ocurrió en Argentina en los años sesenta–, el resto de las ‘familias guerrilleras’ que hubo en América Latina surgieron todas en Colombia. No es de extrañar, por tanto, que, ante semejante laboratorio, hubiese habido notables avances en el país en la construcción de una ‘sociología de la guerrilla’.
Pero a esta compleja realidad se ha añadido otra igual de intrincada: a pesar de que Colombia fue la primera nación de América Latina que alcanzó un acuerdo de paz con una guerrilla pos Revolución Cubana –en 1990, con el M-19–, es el último país en el mundo occidental afectado por la presencia de grupos guerrilleros de algún peso que reivindican esa tradición: el Eln y las Farc Nueva Marquetalia, dos dinosaurios inútiles, sobrevivientes de la Guerra Fría.
Tras los acuerdos de paz en Centroamérica con el FMLN en El Salvador, en 1992, y con la URNG en Guatemala, en 1996, la lucha armada también terminó en las dos restantes naciones afectadas en Occidente: en 1998 se firmó el Acuerdo de Viernes Santo con el Ejército Republicano Irlandés (Ira) y en el año 2012, el grupo País Vasco y Libertad (Eta) decidió por presión de sus seguidores agrupados en Herri Batasuna cesar la lucha armada y, más tarde, anunciar su disolución definitiva (2018).

“En Colombia hemos soportado
no solo un conflicto prolongado, sino unas negociaciones de paz que nunca terminan”.

Así mismo, es importante recordar que el Frente Zapatista para la Liberación Nacional (FZLN) que implosionó simbólicamente el 1.º de enero de 1994 en el estado sureño de Chiapas –el mismo día en que el presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari firmaba el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá–, terminó transformándose en un movimiento político en 2006.
En América Latina solo restan algunos grupúsculos aquí y allá, como el Ejército del Pueblo Paraguayo, el Ejército Popular Boricua (Los Macheteros) en Puerto Rico o los restos de Sendero Luminoso, ya degradados en el tráfico de drogas, que siguen actuando en el valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro.
En Colombia no solamente hemos soportado un conflicto armado prolongado, sino unas negociaciones de paz interminables. Desde 1990, hemos tenido numerosas negociaciones grupo por grupo y escalonadas en el tiempo. Cada grupo hizo aparte y en fechas distintas su propia ceremonia de paz: M-19 (Santo Domingo, Cauca, 9 de marzo de 1990), Prt (Ovejas, Sucre, 25 de enero de 1991), Epl (Belmira, Antioquia, 15 de febrero de 1991), Maql (Caldono, Cauca, 27 de mayo de 1991), Crs (Flor del Monte, Sucre, 9 de abril de 1994), Farc (24 de noviembre de 2016, Bogotá).
En pocas palabras, si Colombia por la diversidad de grupos guerrilleros fue un laboratorio para la construcción de una sociología de la guerrilla, el desmesurado número de acuerdos de paz que se han firmado en el país desde 1990 hace posible y necesaria a su turno una sociología de la paz. Este doloroso e inútil desangre no puede continuar indefinidamente. Tenemos que tratar de entender por qué, a pesar de tantos acuerdos de paz, no hemos logrado cerrar el ciclo de la violencia. Las preguntas son muchas.
¿Las negociaciones grupo por grupo surgieron por una decisión de las élites políticas fundada en el viejo dicho de ‘divide y reinarás’? ¿Fueron el resultado de la incapacidad de los grupos guerrilleros que estaban integrados en 1990 en la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar (CGSB) de acordar una agenda común, como en El Salvador y Guatemala, para una negociación colectiva? ¿Qué incidencia han tenido estas negociaciones grupo por grupo en la persistencia del conflicto armado? ¿Cómo lograr, entonces, la paz en un país en el que la violencia muta constantemente y las heridas causadas generan un clima que dificulta su resolución definitiva?
Esta situación, con pocos ejemplos similares en el mundo (salvo, probablemente, en el enfrentamiento Israel-Palestina, en el que el conflicto muta también constantemente), exige repensar a fondo las estrategias de paz que se han utilizado en el país y que no han dado los frutos esperados.
Al respecto, esta obra tiene, a mi modo de ver, dos virtudes: por una parte, los autores reconstruyen la evolución de los estudios de paz desde que el término ‘sociología de la paz’ fue acuñado por el sociólogo Iván Novicow a principios el siglo XX hasta los grandes aportes de Johan Galtung y su prestigioso Journal of Peace Research. Este amplio balance bibliográfico les sirve a los autores para proponer los fundamentos de una sociología de paz adaptada a las condiciones de nuestro país.
Por otra parte, dada la complejidad geográfica de Colombia –no olvidemos que Colombia es, tras Afganistán y la República Democrática del Congo, la tercera nación más compleja geográficamente del mundo–, mirar el tema de la paz a partir de la diversidad geográfica y las dinámicas regionales del país es clave. En Colombia tenemos cinco regiones claramente diferenciadas, lo cual es poco común en el mundo: la región caribe, la región del Pacífico, la región andina, la región amazónica y la región llanera.
Los capítulos centrados, por ejemplo, en los departamentos de Vichada y Chocó, la región del Catatumbo o el municipio de la Uribe, muestran la clara necesidad de combinar los análisis globales con los estudios regionales. Es decir, lo que Sergio Jaramillo ha denominado la “paz territorial”.
La lectura de este libro es una evidencia más de la gran responsabilidad de las universidades, las cuales no deben limitarse solo a la formación de profesionales idóneos, sino, igualmente, deben contribuir a comprender los desafíos que enfrenta nuestro país con estudios e investigaciones relevantes.
* Profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia
Eduardo Pizarro
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO