“Mariazinha, ¿puedo esconderme en tu casa? No quiero que la prensa me pregunte por qué me estoy separando”, le pidió Vinicius de Moraes a María Creuza, amiga, discípula y cantora de la obra del poeta brasileño.
‘Vini’, como le decían, acababa de pelearse con su sexta esposa (la periodista Cristina Gurjão) y ya estaba enamorado de quien sería la séptima, una actriz bahiana llamada Gessy Gesse. “Era peligrosísimo con las mujeres”, suspira Creuza desde el piso 14 de un apartamento sin muebles de La Lucila, en Buenos Aires, que está dejando para volver a vivir en Río de Janeiro; por supuesto, en compañía de su marido, Víctor Díaz, pianista y director musical de sus ‘shows’.
Fueron a buscarlo en auto a un bar de Ipanema y entró sigilosamente por el garaje del edificio. Una vez a salvo del mundo exterior, el músico fue directo al baño de la cantante y entró a la tina, donde se hizo instalar una plancha de madera a la que llamaba “procopio” (para o copo), que servía de apoyo a la máquina de escribir y la botella de White Horse.
Este ritual lo acompañó toda la vida, y fue en el agua donde compuso sus mejores piezas. “Venía gente todo el día. Empezó a beber todo el whisky, gin y cerveza que podía. Gastábamos mucho en el almacén y el dueño, un portugués, nos miraba con asombro y comentaba: “María Creuza y su marido están tomando tanto”.
Conversar con esta mujer de 74 años es remitirse a la ‘bossa nova’ de los años 60 y 70, en Río, y al Brasil del mejor Vinicius, que con sus canciones representaba “la libertad individual, la alegría, la sofisticación y la promesa de realización de las fantasías sexuales”, como cita Liana Wenner en su libro ‘Nuestro Vinicius’.
Cualquier excusa es buena para hablar con ella. Podrían ser, por ejemplo, los 55 años de una canción emblemática que ella ayudó a difundir por todo el mundo: ‘Garota de Ipanema’. María Creuza aterrizó en Copacabana a fines de 1969 y quedó fascinada. La bossa nova, mestizaje dulce de jazz y samba, ya había echado raíces fuertes de la mano de Tom Jobim y João Gilberto, que una década antes grabó ‘Chega da saudade’ y mostró que había una forma nueva de cantar y tocar la guitarra (otra batida).
La ‘Garota de Ipanema’ ya había dejado sus huellas en la arena; Vinicius y Dorival Caymmi se emborrachaban juntos en el Zum Zum, un bar de la élite carioca; Anita Ekberg y otras glorias del cine se bronceaban en la pileta del fabuloso hotel Copacabana Palace. Como dijo alguna vez el productor Marco Souza, la ‘bossa nova’ solo pudo haber surgido en Río, en una ciudad y una época “con un encanto y una ingenuidad que ahora no existe”.
A ese universo llegó Creuza desde Bahía, donde tenía un programa de televisión, para cantar en un festival. Estaba decidida a no quedarse, porque no quería estar lejos de su madre, su hermana y su marido de entonces, Antonio Carlos (autor de ‘Voce abusou’), con quien vivía desde los 19 (con él estuvo casada 17 años y tuvo tres hijos). Pero ese festival decidió su futuro.
¿Cómo fue su llegada y su encuentro con Vinicius?
Llegué al final de una década que tuvo una efervescencia musical maravillosa. La noche era glamur, íbamos a los bares, no existía el miedo de caminar por la calle. Conocí a la persona que había que conocer, en el momento justo, el hombre que me definió: Vinicius. Y a partir de ahí me relacioné con todos. Vinicius me vio en el festival y preguntó quién era yo. Después me contó que tenía muchos motivos para conocerme, y el principal era que estaba enamorado de una bahiana. Fue un mujeriego tremendo: nueve mujeres, y yo viví cada matrimonio, de la sexta a la novena. Cuando me llamó fue increíble, porque era mi ídolo. Me dijo que le había gustado mi color de voz, que mi voz “lo acariciaba”. Me absorbió y mi imagen quedó tan ligada a él que me eligieron su mejor intérprete. Era una gran responsabilidad, porque yo era una pendeja. Me cuidaba y tenía grandes demostraciones de amor conmigo y Toquinho, como si fuéramos sus hijos.
Se dice que Brasil es el país de las cantantes. ¿Cómo hizo para destacarse?
Un periodista me explicó que en aquella época estaban muy de moda las cantantes con voces altísimas, sopranos, como Angela María. Entre esas voces que gritaban aparezco yo con un canto suave, como de terciopelo. Estoy segura de que me destaqué por eso.
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Desde el piso 14 sobre Libertador, el Río de la Plata parece congelado. Con la vuelta a la Barra da Tijuca, afirma, estará más cerca de sus hijos y amigas de siempre. “Aunque sea nómada o gitana de alma, extraño mi vieja casa”, confiesa. La cantante está enojada con la crisis política de su país. “La destitución de Dilma Rousseff me mató, porque fue víctima de un entorno de corruptos y machistas que querían tomar otra vez el mando”. Además, está cansada porque viene de una larga gira por España con Toquinho. “Es increíble lo que sigue generando el nombre de Vinicius. No hay día que no se me acerque alguien a contarme una nueva historia sobre él”, sonríe con melancolía.
La identificación del maestro con el público argentino nació hace casi medio siglo, en una serie de presentaciones junto a Toquinho y Creuza en un pequeño café concierto llamado La Fusa. Era el invierno de 1970. Del repertorio ejecutado en Buenos Aires nació el disco ‘Vinicius de Moraes en La Fusa’, que se convirtió en el álbum de música brasileña más querido de todos los tiempos.
'No nos hace falta ensayar', asegura Creuza, y el guitarrista siempre repite la misma frase: 'Te miro y me inspiro, Mariazinha'
Esa química, jura la cantante, persiste hasta hoy cuando coincide con Toquinho. “No nos hace falta ensayar”, asegura Creuza, y el guitarrista siempre repite la misma frase: “Te miro y me inspiro, Mariazinha”. Ella confiesa que a su ‘partenaire’ le conoce de memoria hasta la respiración.
“Cuando hizo ‘La Fusa’, (Vinicius) estaba casado con Gessy Gesse. Fue un matrimonio muy complicado”, rememora. Cuentan que el poeta, hasta entonces siempre ataviado con ropas negras, comenzó a vestir túnicas blancas y collares de cuentas, típicamente bahianos, por influencia de su mujer, devota del candomble. Los biógrafos de Vinicius sostienen que la separación de Gesse fue la más escandalosa de todas, con peleas económicas que amargaron al poeta muchos años.
¿Qué recuerdos tiene de los ‘shows’ en Punta del Este? ¿Cómo era la relación de Vinicius con Astor Piazzolla, otro habitual del balneario uruguayo en los 70?
En 1972 estábamos hospedados en Casapueblo, porque (el artista uruguayo) Carlos Páez Vilaró y Vinicius se habían hecho muy amigos. En uno de los ‘shows’ me emocioné porque Vinicius cantó ‘Voce abusou’, un éxito de mi exmarido que yo había cantado con él. De repente se levantó para saludar al público y se le empezó a bajar el pantalón. Imagínate: no usaba calzoncillos, así que no sabes lo que fue...
Con Piazzolla hay una vieja historia. Yo era una de sus cantantes preferidas y solía ir a su casa cuando estuvo con (la también intérprete) Amelita Baltar. Una noche, Astor estaba tocando y de repente se escucha, desde el fondo de la sala, que alguien grita: filho da puta (hijo de puta). Piazzola se indigna, pregunta a sus músicos quién es ese desubicado, y sigue con el concierto. Pero el insulto se escucha otra vez. Al final del ‘show’, Vinicius entra al camarín y le grita al bandoneonista: “¡Filho da puta!”. Terminaron matándose de risa y sellaron una gran amistad.
Si pudiera elegir una anécdota de los 70, ¿cuál sería?
Siempre me río cuando me acuerdo de una noche en el Teatro Olympia, en París, en 1977. Tomé tanto whisky con Vinicius que cuando canté ‘Samba em prelúdio’ olvidé la letra. Creo que en ese momento bajó mi santo bahiano y me sopló unos versos. Ya ni recuerdo qué improvisé. Al final de la canción, Vinicius celebró: “Messieurs, mesdames, quiero presentarles a mi nueva coautora”.
¿Qué siente cuando dicen que la ‘bossa nova’ se convirtió en música de ascensores?
Yo acostumbro decir que se volvió música de consultorios. Pero también pienso que pasó el tiempo y la ‘bossa’ está retomando su lugar. Por ejemplo, hoy es una escuela con un lenguaje propio, como el jazz. Y todavía me cruzo artistas increíbles, como Norah Jones, y me cuentan lo mucho que los influenció nuestra música. Hace un tiempo conocí a Sting y me decía que ‘A felicidade’ es una de las canciones que más escuchó. La bossa nova se perdió; pasó un tiempo muy diversificada, con interpretaciones que no eran de calidad, pero ahora hay una renovación.
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En junio de 1980, Creuza, Toquinho y el pianista Francis Hime (autor con Chico Buarque de ‘O que será’) estaban haciendo una serie de recitales en un teatro en Botafogo. Una noche les vinieron a avisar que Vinicius estaba en la sala. “Se quedó en la oscuridad, porque no quería que el público lo viera; ya estaba muy enfermo”, recuerda ella.
Cuando el ‘show’ terminó, ‘Vini’ fue al camarín a saludar y abrazó a su ahijada Luana (hija de Creuza), que ahora tiene 46 años. “Quiero verte crecer y voy a bailar el vals contigo”, le dijo al oído. Nadie imaginó que se estaba despidiendo.
Quedaron en que ese fin de semana cenarían todos juntos en casa de Vinicius y Gilda Mattoso, su última mujer. Pero eso no sucedió. A los pocos días llamaron a la cantante para contarle que el poeta “se había ido de gira”. La noche en que murió, Gilda llamó desesperada a Toquinho: “Ven, ven, que Vinicius está en la bañera y no está bien”. El guitarrista fue volando y lo encontró desvanecido en el agua, en medio de su viejo ritual. Y fue justamente Toquinho, su gran amigo, su alumno entrañable, quien se ocupó de cerrarle los ojos.
JOSÉ TOTAH
LA NACIÓN (Argentina) - GDA
En Twitter: @Josetotah
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