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El papá del MP3 habla de la muerte del formato que cambió la música
Karlheinz Brandenburg, creador del MP3

Karlheinz Brandenburg, matemático alemán.

Foto:

Jan-Peter Kasper / AFP - 123rf

El papá del MP3 habla de la muerte del formato que cambió la música

Entrevista con quien ideó esta forma de digitalizar audios, marcando un hito en la música.

El Instituto Fraunhofer de Alemania ha anunciado el fin del licenciamiento del formato de reproducción musical más disruptivo en la industria de la música: el MP3.

Tecnologías como el formato AAC (Advanced Audio Coding) son ahora el reemplazo de algo que comenzó siendo una idea imposible y terminó convirtiéndose, para muchos, en el sepulturero de los CD y en el formato más odiado por los audiófilos, pero indiscutiblemente en el catalizador de una nueva era en el negocio de la música.

A finales de la década de los setenta, un joven matemático llamado Karlheinz Brandenburg (1954, Erlangen, Alemania) comenzó a materializar la investigación que conduciría al nacimiento del MP3, y en la que la psicología, la política, la ciencia y cierto elemento de magia jugaron un papel radical en nuestra forma de concebir, percibir, consumir y escuchar música.

Brandenburg, de 62 años, conversó con EL TIEMPO desde su casa y habla de su invención revolucionaria, pero nunca la llama ‘el MP3’ sino ‘MP3’, como quien hablara de su hijo.

¿Qué lo llevó a estudiar la compresión y a llegar a la invención del MP3?

Fue una idea de mi supervisor de tesis para mi trabajo de Ph. D. Un par de años atrás, a finales de los años setenta, Dieter Seitzer había propuesto que las líneas telefónicas podían usarse para transmitir señales musicales, no solo de voz. Así que presentó una patente, y el auditor de la misma le dijo: “Mire, según el estado del arte, esta patente es imposible y las ideas imposibles no pueden patentarse”. El profesor Seitzer buscó entonces a un candidato a doctorado que investigara este problema, y así fue como yo empecé a trabajar en el asunto.

Cuando comenzó, ¿en algún momento imaginó que esta tecnología en la que trabajaba iba a cambiar el mundo de la música?

Cuando comenzamos, no. Pero recuerdo que a finales de 1994 un emprendedor inglés de descendencia india se nos acercó porque quería licenciar la tecnología y nos preguntó que si éramos conscientes de que estábamos a punto de destruir la industria de la música. De la mitad de los noventa en adelante, estuvo claro que este formato iba a cambiar las reglas del juego.

¿Cuánto le tomó llegar tan lejos?

Cuando terminé mi tesis, en 1989, el MP3 no estaba listo todavía. Había aún mucho camino por recorrer, pero a los siete años lo terminé.

¿Qué faltaba en ese momento?

Optimización, ideas de otras personas, conseguir estándares y hallar ideas prácticas para que la gente pudiera usar esa tecnología. Algunas compañías comenzaron a usarla temprano para enviar señales de audio vía ISDN (RDSI) a otros lugares por fuera de una emisora de radio, pero el uso era muy limitado. Para que llegara al consumidor, nos tomó mucho tiempo. Pero sabíamos que internet era el lugar perfecto para convertirse en el mercado de esa tecnología.

¿Qué hicieron entonces?

Poner todos los recursos a nuestro alcance para la elaboración de descodificadores (reproductores) y hablar con compañías grandes como Microsoft y Apple para licenciarles la tecnología. Así fue que aparecieron los reproductores de MP3.

¿Qué fue lo más difícil?

La estandarización, que significa que hay que ser el mejor técnicamente hablando. Es decir, que nuestra tecnología de compresión tenía que ser aprobada científicamente como la mejor, por encima de otras propuestas, para que no tuviera discusión entre las compañías que estuvieran pensando en comercializarla. Fue un trabajo duro porque, por un lado, había que pelear contra intereses políticos de diversa índole; y por el otro, superar rigurosas evaluaciones técnicas.

¿Cuántos competidores tenían?

Había 14 compañías e instituciones involucradas presentando propuestas. Nosotros trabajamos con un grupo de gente de los laboratorios de AT&T y Bell, y con el laboratorio Thompson, en Hanóver.

¿Cómo llegaron a un acuerdo de estandarización?


Hubo varias pruebas que se llevaron a cabo en la radio sueca, en Estocolmo, en 1990, con el fin de comprobar la calidad de audio que emitía MP3. Todas estas pruebas se hicieron a ciegas, es decir, los operarios e ingenieros de la radio en Estocolmo no sabían cuál de todas era la propuesta que estaba emitiendo al aire ni el origen de los grupos técnicos que las habían creado.

¿Qué tipo de música usó al principio para comprimir a MP3?

Era claro al principio que esto tenía que funcionar con todo tipo de música. Mientras trabajaba en la tesis conseguí fondos para irme a una tienda local a comprar CD y pensé: ‘necesito 40 discos de música de todo tipo’. Hice muy feliz al dueño de la pequeña tienda (risas).

¿Recuerda qué discos compró?

Recuerdo uno: ‘Solitude Standing’, de Suzanne Vega, porque tenía una canción a capela llamada ‘Tom's Diner’. Hasta ese momento, mis experimentos parecían funcionar bien, pero cuando comprimí la voz de Suzanne Vega al predecesor de MP3, este la destruyó por completo.

¿Qué pasó con la voz de Vega?

Esta era una voz grabada de forma muy limpia, pero podía oírse el sonido ambiente y frecuencias muy altas. MP3 intenta hacer lo mismo que nuestros oídos, que es replicar el sonido como está grabado. Pero las frecuencias altas, el sonido ambiente, desaparecieron.

¿Por qué fue tan difícil comprimir la voz de Suzanne Vega?

Es un asunto muy técnico, pero digamos que para los seres humanos los instrumentos son un objeto de recreación, para su disfrute personal. Esa recreación se produce subjetivamente. Es decir: un oído escucha un instrumento de forma más parecida que otro oído. En el caso de la voz humana, sin embargo, el oído intenta oír todas las diferencias de la voz.

¿Por qué las investigaciones electrónicas y matemáticas que conducen al desarrollo del MP3 son en estudios sicoacústicos? ¿Por qué se hacen a ciegas las pruebas?

Porque cuando se hacen pruebas de audio con alguien que sabe lo que va a escuchar, ese conocimiento influye en lo que termina concluyendo.

¿Puede dar un ejemplo práctico?

Por ejemplo, cuando usted va a comprar unos cables para conectar unos parlantes y le dicen que esos cables son mucho más caros que otros porque van a sonar mucho mejor, está comprobado psicológicamente que usted pensará que sí suenan mucho mejor que unos cables más baratos por el hecho de saber que son más costosos.

Por cierto, es irónico que le vendan a uno los equipos de sonido con imágenes...

Así funciona el negocio del audio. Y de nuevo: si a usted le gusta lo que ve, va a sonarle mejor, sin importar qué tecnología lleve verdaderamente adentro.

¿En ese orden de ideas, el vinilo sí suena mejor?

El vinilo suena diferente. De hecho, se trata de una aguja rayando una superficie, de modo que hay un artefacto interfiriendo entre usted y el sonido que se reproduce. Un ruido adicional al sonido real de la música. Y mucha gente disfruta de ese ruido.

¿Han hecho alguna prueba de ese tema?

Recientemente hicimos que unas personas utilizaran un objeto similar a un reproductor de vinilos para escuchar música y otro para reproducir un disco compacto. La verdad es que ambos aparatos reproducían una señal digital.

Les preguntamos cuál sonaba mejor. Y a pesar de que ambas eran señales digitales idénticas, dos de cada tres personas prefirieron el vinilo: no sonaba distinto en absoluto.

¿Es cierto que para un oyente la experiencia de oír música cambia radicalmente cuando escucha en MP3 o cuando la escucha en CD?

No, no diría eso. Hemos hecho pruebas y nos hemos dado cuenta de que la mayoría de gente es muy crítica del sonido de MP3 cuando está oyendo su música favorita. La gente que ama la música clásica, por ejemplo, halló más errores cuando la oyó en MP3. Pero cuando escucharon en MP3 música de cualquier otro género que no le gustaba tanto, no fueron para nada críticos.

¿Podemos decir, basándonos en todo esto, que la música que entra a nuestros oídos tiene un alto contenido de ficción cuando la escuchamos?


Si vemos lo que pasa en nuestro cerebro cada vez que oímos música, esa aseveración es bastante precisa, porque lo que sea que escuchamos en nuestro cerebro está influenciado por nuestras expectativas. De hecho, uno puede oír a alguien cuando lo ve, o a veces, cuando está hablando con alguien por teléfono, tiene la impresión de estar viéndolo. Sí, lo que oímos en el cerebro está conectado a lo que hemos vivido antes, a nuestras memorias y, por lo tanto, a nuestras creencias.

¿Se acercó usted a la industria de la música para tratar de persuadirlos de las ventajas del MP3?

A finales de 1994 intentamos hablar con ellos la primera vez y trabajar juntos en una transición de la música física al modelo de distribución por descargas, pero la industria no quiso escucharnos. Pensaron que el CD había funcionado bien durante diez años y que funcionaría bien otros 10 años más.

¿Intentó volver a persuadirlos?

En 1998 viajé a Washington, a hablar con la Riaa (Recording Industry Association of America) y traté de convencerlos de la importancia del desarrollo de esta tecnología y que vieran su implementación en la industria de la música como una oportunidad, y no como un riesgo.

¿Qué le dijeron?

Escucharon, pero no hicieron nada.

¿Por qué no?

Dentro de la Riaa había gente que entendía la situación y que veía los cambios como algo inminente. Pero los sellos discográficos solo pensaron en que la distribución no autorizada era motivo de persecución y de castigo, y que en el momento en que sucediera esa distribución, dichas represalias volverían a dejar todo como estaba antes. Por supuesto, eso no funcionó.

¿Qué pensó cuando apareció Napster?

No me gustó la idea porque Napster ayudaba a la gente a obtener acceso no autorizado a la música, y en mi opinión, tanto en aquel momento como ahora, es que todos los artistas, todos los grandes músicos que hacen la música que más amamos tienen que ser retribuidos económicamente por ello.

Pero todo lo que pasó es una consecuencia de su investigación: un camino que inició a comienzos del siglo XX y que destruyó los modelos de negocio conocidos hasta entonces…

Yo no diría que la investigación científica destruyó el modelo de negocios, sino que lo cambió. Lo que pasa es que a la industria le tomó tiempo entender las oportunidades, y no solo los peligros.

¿Qué sigue ahora?

Comenzamos a trabajar en el que hoy es el sucesor del MP3: el AAC (Advanced Audio Coding). Comenzamos a implementarlo en la tienda de iTunes y ya trabaja en los ‘smartphones’. Trabajamos duro en el modelo del negocio para financiar tanto la investigación como para hacer económicamente asequible el uso de esa tecnología. Y creo que ya encontramos ese balance.

¿Le gusta lo que está pasando con el ‘streaming’?

Es un buen modelo de negocios, pero no será el único. Tiene sus obstáculos. Siempre habrá música que uno quiere tener, pague o no pague una mensualidad para alquilarla.

¿O sea que la descarga no va a desaparecer?

No, no lo creo.

Sobre su música

¿Tiene mucha música?

Tengo 40 GB de música y un centenar de discos que no he codificado.

¿Compra discos?

Muy poco, debo decir. Muy poco.

¿Algún artista favorito?

La música de mi juventud. The Beatles y algo de música nueva. Me gusta la música clásica, pero no la ópera.

ALEJANDRO MARÍN
Especial para EL TIEMPO

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