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Música y Libros

Baudelaire: el heroísmo del vencido

Un viaje por mar fue clave para que el poeta francés escribiera su libro fundamental, 'Las flores del mal'.

Un viaje por mar fue clave para que el poeta francés escribiera su libro fundamental, 'Las flores del mal'.

Foto:Imagen de la izquierda, AFP.

Juan Zapata acaba de publicar un libro sobre el poeta de mayor impacto en el simbolismo francés.

En el más arduo confinamiento, donde la muerte y la incertidumbre pendían de un hilo, hablaba por teléfono con Juan Zapata, él en Lille y yo en Bogotá, sobre Charles Pierre Baudelaire, un tema que nos hacía delirar desde remotos tiempos: el albatros ángel demonio. Juan estaba escribiendo Baudelaire, el heroísmo del vencido, un ensayo que le copaba la vida, y divagábamos sobre su poema El cisne, en el cual el parisino, un alter ego del mítico pájaro, hundía sus pies en la arena húmeda, para simbolizar que los tiempos habían cambiado, el alado romanticismo hacía parte del pasado y Baudelaire abría paso a la modernidad. En nuestra lectura pandémica avistamos ese momento histórico y poético. París y el mundo eran otros.
Unas semanas después se bloqueó. El tintero de la mente se le había secado y decidió tomar unos retiros espirituales, un nuevo aire, en una abadía benedictina en Saint-Omer, levantada sobre unas ruinas del siglo XIII. Se alojó en una pequeña casa de huéspedes y al frente, en un encierro de piedra, por entre unas rejillas, oyó a 17 monjas enclaustradas entonar cantos gregorianos. Un tiempo antiguo lo invadió, y en un acto de lucidez o locura les gritó que Baudelaire había sido el hombre más piadoso del siglo XIX.
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Precio: $ 63.000
360 páginas

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Foto:EL TIEMPO

En la recién terminada Feria del Libro de Bogotá, Juan Zapata presentó El heroísmo del vencido (Coedición de Luna y Laguna Libros), una obra sesuda, apasionada, en la que cuajó años de leer, sufrir y disfrutar a un poeta tan complejo como Baudelaire. El camino ha sido arduo y deleitoso, una escalera al cielo y al infierno, pues su tesis de doctorado en las universidades de Rennes en Francia y de Lieja en Bélgica fue sobre Baudelaire; luego, en 2017, armó un libro junto a nueve especialistas de Baudelaire, que él mismo tradujo, una odisea anónima en el mundo editorial, De la bohemia a la modernidad literaria. Ahora el reto era mayor: de los estudios académicos, saltar a un ensayo narrativo para explorar la vida y obra del parisino, texto que tuve la suerte de leer en su vibrante construcción; entre más se conoce a alguien y a personaje tan inasible, decir algo nuevo es un riesgo inmenso, visceral, que Juan Zapata ha sabido plasmar con una estética del desarraigo. Zapata parte de sus artículos de prensa, de sus versos y ensayos, de sus cartas y andanzas, de lo que dijeron de él en su época y cómo articuló parte de Las flores del mal con su trabajo posterior para crear su propia visión del poeta. Yo lo he llamado un prodigioso vinculador, porque su bagaje acumulado y palpitante le permitió arriesgar nuevas aristas para acercarnos a un personaje juguetón con él mismo y lo que quería ser y era, un histrión de sí mismo, como si se encubriera entre varias capas mentales, un ser laberíntico, conocedor a fondo de las formas artísticas, pues fue poeta, ensayista y narrador, porque en su Spleen de París renovó los géneros literarios y la visión de la modernidad.

La bohemia y sus laberintos

Uno de los grandes apartes del libro es la relación de la bohemia con Baudelaire, quien nace con la bohemia, es consustancial a ella. Por allá en 1840, cuando pintores y poetas se tomaban bares y cafés, el Voltaire y el Momus, entre otros, para marcar su territorio de desvaríos y efímeros paraísos, el bardo recibió una herencia que gastaba en “excentricidades para marcar su disidencia”, a tal punto que su padrastro, el coronel Aupick, tuvo que apropiarse del asunto, pero ya las deudas lo agobiaban. En ese escenario se gesta el mito del dandy irreverente, como bien acota Zapata: “Baudelaire nunca dejó de ser ese comediante de las letras, siempre listo para desconcertar, a través de sus ambigüedades y mistificaciones, tanto al burgués como a sus pares”. Pero no era solo él, era una gestualidad que compartía con quienes se iniciaban en la vida artística.

Terminara en los bastiones de un periódico como un escritor apenas singular

Por ahí también rondaron Théophile Gautier, Gerard de Nerval, Banville… Era un ambiente de camaradería, se ayudaban unos a otros, y nació durante unos años la llamada petite press, periódicos alternativos literarios y artísticos, que trataban de hacer contrapeso a la gran prensa política. De hecho su primer artículo, publicado el 4 de noviembre de 1845 en el Corsaire-Satan, es una reseña fraternal de los Contes normands y de las Hisoriettes baguenaudiéres, de su amigo Philippe de Chenneviéres. Desde sus inicios mostró su punzón sarcástico y burlesco. Se destacan en esta época sus artículos 'Consejos a los jóvenes literatos', 'Los dramas y las novelas honestas' y sus retratos de Edgar Allan Poe.
Pero hay una bohemia lastimosa, que Zapata inspecciona con minucia, y es la que pregonaba que el arte verdadero nace y se vivifica en el sufrimiento y la pobreza. La desclasificación de la poesía por la burguesía, “más centrada en la información y la entretención”, reduce su campo y amplifica sus abismos. El romanticismo había creado una mitología del infortunio, dándole un valor de grandeza. Y cita a Murger en su prefacio a sus Escenas de la vida de bohemia, en el que recuerda la fascinación por la fatalidad: “Se hizo de la tumba de estos infortunados un trono desde el cual se predicaba el martirio del arte y la poesía… Muchos pensaron que la fatalidad era la mitad del genio”. Ya en 1823, en Recuerdo de las Musas, o colección de poetas franceses muertos en la flor de la vida, J.B. Buisson o en la reedición en 1853 de la antología de Charles Colnet, Biografía de los autores muertos de hambre, se referían al tema. Unos se suicidaron y otros murieron desahuciados en la cama de un hospital. Baudelaire la llamó “vanidad del infortunio” que se había “plantado profundamente en el corazón de la mediocridad”. Baudelaire jamás quiso ser asimilado con esos “mártires de la estupidez, de la fatuidad, del libertinaje, de la pereza amparada en la esperanza”. Él no era ajeno a este destino, poseía el temor de que su poesía no llegara a ninguna cima y terminara sin pena ni gloria, comiendo al final de sus días el amargo bocado de la frustración.
Zapata lo enfatiza en un doble riesgo: que se extraviara en la bohemia o prolongara la vida excéntrica, augurando una obra que no llegara jamás y “terminara en los bastiones de un periódico como un escritor apenas singular”. Baudelaire tenía un proyecto poético ambicioso y jamás lo abandonó. Su actividad frenética no lo desvió de sus metas esenciales. Entre la escritura de sus primeros poemas y la publicación de Las flores del mal transcurrieron 17 años; entre el hastío y una existencia desordenada primaron sus obsesiones y un halo poético en el que se jugaban la vida y la posteridad. Zapata señala en él una “estética del gasto excesivo, un tiempo de oro dedicado a la reescritura de sus poemas, acompañado de la extrema concentración del pensamiento y la profundidad de sus versos y los recursos empleados en la creación artística”, que lo aleja de la mera inspiración y late un anhelo infinito en dejar una huella perenne en sus intenciones. El irónico, el que travestía la realidad, en medio del extravío, era consciente de que estaba al filo de sentar medidas para la literatura del porvenir.

El vagabundeo literario

Después de la vida de esplendor en el hotel Pimodan, y ante una instancia judicial de su padrastro, el coronel Aupick, para no malgastar los bienes heredados del padre original, Baudelaire comienza “el vagabundeo literario”, que Zapata desmenuza con radares de lucidez y nos esboza que esa vida azarosa hace parte de un método que el poeta construye en el camino. Funge un falso suicidio y es recibido en casa de Jeanne Duval, su novia eterna.

Baudelaire nunca dejó
de ser ese comediante
de las letras, siempre listo para desconcertar, con sus ambigüedades, tanto al burgués como a sus pares

Luego, endeudado y acosado por sus acreedores, transita de hotel en hotel, a tal punto que en 1855 se muda seis veces en un mes. A su madre, Caroline, le hacía mimos: “Mi vida errante me ha dislocado”, le escribe en la primavera de ese año. Esa dislocación hará parte de su grandeza posterior. De esos desplazamientos nace la figura del flaneur, aquel personaje que desde los bulevares, cafés, parques y conciertos públicos se sumerge líricamente en las entrañas de la ciudad. Esa fragmentación de su vida le ayuda a armar el rompecabezas de su obra. El poeta ve desaparecer la antigua ciudad, por los trabajos de renovación urbanística que realiza el barón Haussmann, con motivo de la Exposición Universal de 1855. Zapata nos muestra cómo los Cuadros parisienses son la antesala del Spleen de París, pequeños poemas en prosa, ese libro vanguardista que une prosa y poesía en un extraño retazo, vuela presuroso a la modernidad, y tuvo como títulos provisionales El paseante solitario, eco de Rousseau, y el Merodeador parisino. Baudelaire teoriza esa amalgama de géneros literarios en Las muchedumbres, obra en la cual realiza una ars poetica de su búsqueda: “No a todos les es dado tomar un baño de multitud: gozar de la muchedumbre es un arte; y solo a quien un hada insufló en su cuna el gusto por el travestismo y la máscara, el odio del domicilio y la pasión por el viaje, podrá hacer de la muchedumbre a expensas del género humano, un exceso de vitalidad”. Lo esencial, señala Zapata de este “vagabundaje literario”, es que Baudelaire no solo inaugura un método de trabajo, “cuyos preceptos éticos y estéticos afinará escribiendo sus poemas en prosa y sus textos críticos, sino también la poética urbana de la modernidad, pilar inquebrantable de la literatura moderna y contemporánea”.
Seguramente Baudelaire intuyó que su conocimiento, su talento poético y su tenacidad lo harían trascender; en vida luchó muchas veces con histrionismo y saboreó precariamente las mieles artificiales del éxito, pero 201 años después de su nacimiento, su legado con algo de pomposidad y desparpajo posee insumos de inmortalidad. Es un asunto de letras y el pensamiento, pues Zapata en este agudo y libro total nos muestra en su plenitud y heroico fracaso al “filósofo de la calle”, al metafísico del dolor y la ironía. ¡Que el “hipócrita y querido lector” se siente a manteles!
ALFONSO CARVAJAL
Para EL TIEMPO
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