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Música y Libros

Juan Gossain: el pastor de la lengua española

Juan Gossain vive en su apartamento de Cartagena rodeado de sus dos colecciones más queridas: la de máquinas de escribir y la de diccionarios.

Juan Gossain vive en su apartamento de Cartagena rodeado de sus dos colecciones más queridas: la de máquinas de escribir y la de diccionarios.

Foto:César Alandete/EL TIEMPO

El periodista presenta ‘Las palabras más bellas y otros relatos sobre el lenguaje’ en la Filbo 2018.

Carlos Restrepo
Dejando de lado a su familia, el gran amor del periodista y escritor Juan Gossain se llama ‘Mataburro’, como lo ha repetido hasta el cansancio.
Y esta confesión vuelve a quedar explícita en su nuevo libro, 'Las palabras más bellas y otros relatos sobre el lenguaje' (Intermedio Editores), que está presentando en esta feria capitalina y en las librerías. Muchas de las crónicas fueron publicadas en EL TIEMPO. El libro también incluye algunos textos inéditos e intervenciones del autor como académico en los congresos de la Lengua.
Solo la ocurrencia innata del costeño podría bautizar como ‘Mataburro’ nada menos que a este templo que recoge las más de 80.000 palabras de nuestra lengua: el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española (RAE), que como anota Gossain en una de sus crónicas, se acerca a las cien mil entradas si se incluyen los americanismos.

Se le llama 'Mataburro' no solo porque sirve para instruir a la gente, sino porque además sus ediciones antiguas eran tan grandes y pesadas que con ellas se podía descalabrar a un cristiano.

Cuenta el periodista que la etimología de ‘Mataburro’ se circunscribe a dos felices coincidencias. Se le llama así al diccionario “no solo porque sirve para instruir a la gente, sino porque además sus ediciones antiguas eran tan grandes y pesadas que con ellas se podía descalabrar a un cristiano”.
Pero esta historia de amor entre Gossain y ‘Mataburro’ comenzó “hace una vida entera”, por aquellos años de infancia cuando el escritor jugaba en las calles de su natal San Bernardo del Viento, embriagado por las bocanadas de petricor.
“Qué palabra tan bella y expresiva –anota–. Nació hace más de mil años. Pero ya nadie la usa. Ya ni siquiera figura en el diccionario de la RAE. (...). Déjenme decirles que petricor, de raíces griegas, es el aroma penetrante, mitad caliente y mitad frío, que produce el agua de lluvia cuando cae sobre el suelo caliente bajo el sol”.
El niño Juan Antonio Gossain Abdala Millet Lajut –“fenicio puro por las cuatro costuras”– tiene grabada en su memoria, como si hubiera sido tallada sobre mármol, la imagen más hermosa que haya podido dejarle su niñez.

Mi padre cargaba el día entero un diccionario bajo el brazo y de noche lo usaba como almohada.

“Mi padre cargaba el día entero un diccionario bajo el brazo y de noche lo usaba como almohada. Era lo primero que metía en su alforja, antes que los vestidos de niños o los botones de hueso que vendía en una mula por los pueblos de la orilla del mar”, recuerda Gossain en estas páginas.
Su abuelo, su padre y sus tíos habían llegado “en la cubierta de un barco desde el otro costado de la Tierra”. “Aprendieron el español –cuenta– peleando a trompadas con cada palabra”.
Hasta las vecinas murmuraban entre sí al ver a su progenitor: “Yo no sé qué gusto le encuentra ese señor a un libro que ni índice tiene”.

Palabra como alimento

Sin embargo, el padre de Gossain se lo leyó y lo aprendió como la mejor de las novelas. Y claro, al inquieto y curioso hijo le quedó rondando en la cabeza, también, qué extraña magia encerraba ese maravilloso libro. Nada menos que la explicación en palabras de la vida y del mundo entero.
Desde entonces, como él lo admite, Gossain y su amado ‘Mataburro’ son inseparables. Y así como hay animales que comen hierba (herbívoros) y otros que comen carne (carnívoros), él confiesa que le quedó una extraña manía.
“También existimos otros que vivimos de palabras, desayunamos una taza caliente de verbos irregulares, almorzamos media costilla de pronombres, y nuestro postre nocturno es un flan de adverbios. Somos los animales ‘verbívoros’. Por la mañana, al levantarme, y por la noche, cuando el sueño asedia, lo primero y lo último que hago cada día es acariciarle el lomo a mi diccionario”, comenta.

Por la mañana, al levantarme, y por la noche, cuando el sueño asedia, lo primero y lo último que hago cada día es acariciarle el lomo a mi diccionario.

Y aunque muchos pensemos que este amor es una vocación del corazón, como queda claro desde su niñez, él bromea y atribuye este apasionamiento por las palabras y la literatura a los castigos, cuando tenía 11 o 12 años, en el internado del Colegio de la Esperanza, en Cartagena.
En las tardes “sofocantes” de los sábados de reprimenda, la biblioteca se volvió el principal refugio de Gossain. “De modo que no fue vocación alguna, sino el tedio, lo que me acercó a los libros”, comenta.
Juan Gossaín rodeado de sus diccionarios.

Juan Gossaín rodeado de sus diccionarios.

Foto:César Alandete/EL TIEMPO

En especial, un día en que su entrañable profesor José Manuel Guerrero (‘El Papa’) le abrió las puertas de una vitrina llena de tesoros, de donde sacó, tal vez, el libro que transformó la vida del travieso mozuelo cordobés.
“Era una edición del Quijote con dibujos inmortales de Gustave Doré. A su lado se alineaban las comedias de Aristófanes, los versos de Berceo, la gracia de Gracilaso, la cristalería poética de Góngora, los diálogos de Platón, el retrato de Molière y las tragedias de Sófocles, todas: de Antífona a Edipo rey. Me devoré la estantería completa en 40 castigos consecutivos. Mi vida jamás volvería a ser la misma desde aquella tarde, por lo que nunca tendré cómo pagarles a mis profesores las sanciones que me impusieron”, recuerda nostálgico Gossain.
Con los años, el amor por la lengua castellana y por las palabras se fue convirtiendo también en el pasatiempo preferido, que Gossain fue enriqueciendo en los ratos libres, que le ha dejado medio siglo de ejercicio periodístico desde la radio y la prensa.

Si ustedes supieran lo que uno puede entretenerse mientras juega con el lenguaje, con sus sorpresas y curiosidades, con las bromas que se pueden hacer, con las locuras que se pueden armar.

“Si ustedes supieran lo que uno puede entretenerse mientras juega con el lenguaje, con sus sorpresas y curiosidades, con las bromas que se pueden hacer, con las locuras que se pueden armar. Se me ha ido media vida diciendo que el idioma está para divertirse con los hallazgos más inesperados”, anota.
La mejor prueba de eso está inmortalizada en la reunión de crónicas de 'Las palabras más bellas y otros relatos sobre el lenguaje', que se convierte en el testamento amoroso de Gossain por el español. Acá, el escritor apela a su meticulosa labor detectivesca, cual Sherlock Holmes, detrás del rastro de las palabras: “Las más hermosas y las más feas, sus aventuras y quebrantos, sus curiosidades y rarezas”.
Así como el papa Francisco le recordó a su ejército de sacerdotes la hermosa labor del pastor, solicitándoles bajarse de sus fríos altares de mármol, Gossain hizo de la defensa del idioma una misión pastoril. No solo oyendo en las calles, en la playa o en las peluquerías las dudas de la gente del común, sino, ante todo, enseñándonos a todos los secretos maravillosos del español.

Gossain hizo de la defensa del idioma una misión pastoril. No solo oyendo en las calles las dudas de la gente del común, sino, ante todo, enseñándonos a todos los secretos maravillosos del español.

Una labor que le ha sido reconocida con el honorable título de Académico de la Lengua Española. “Tengo una pecaminosa sensación de orgullo que no puedo ni quiero disimular. Es el único título de honor que yo reclamo”, dice feliz.
“Sueño despierto con la mañana de un domingo soleado en que podamos ver a los académicos de la lengua, como si fueran la versión electrónica de la juglaría medieval, sentados en las plazas de los pueblos y en los ventorrillos del camino, con un computador inalámbrico en las piernas, explicando ante un auditorio de labriegos la diferencia entre un soneto y una décima y la forma correcta de conjugar los plurales del verbo haber”, les dijo Gossain a sus colegas académicos en el Congreso de la Lengua de 2007, en Cartagena.
Han sido muchas las batallas y hallazgos que este inquieto periodista ha dado en su defensa por el idioma. Desde haberle encontrado un error a su amado ‘Mataburro’ (la indefinida palabra ‘rasguillo’) hasta ser creador de la eminentísima e imaginaria Congregación de Defensa del Verbo Poner. Desde allí ha luchado contra esa desastrosa epidemia llamada ‘colocaderitis’.
“Mucho me temo que los poetas, buenos y malos, deben prepararse para contemplar, a la hora azul del crepúsculo, una coloca de sol”, anota con humor.

Mucho me temo que los poetas, buenos y malos, deben prepararse para contemplar, a la hora azul del crepúsculo, una coloca de sol.

O su campaña, en las salas de redacción de los medios de comunicación, en contra de
los lugares comunes, eufemismos y clichés. Esos que llenan las páginas y los diales de “armas de corto alcance”, “conflagraciones voraces”, “personas de escasos recursos”, “amigos de lo ajeno” y “ramilletes” de reinas.
Hoy, este crucigramista consumado vive rodeado en su hermoso apartamento de la Heroica de una de las colecciones de diccionarios y lexicones más envidiables, entre los que “abundan las extravagancias y curiosidades”. Desde el que contiene las palabras que ya no se usan hasta los 11 tomos, “rodeados de rejas, cadenas, perros guardianes y vigilantes armados”, del Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, de don Rufino José Cuervo.
La envidiable colección de diccionarios del periodista Juan Gossaín.

La envidiable colección de diccionarios del periodista Juan Gossaín.

Foto:César Alandete/EL TIEMPO

Con los años, este pastor y guardián de la lengua ha llegado a la conclusión más linda, que da sentido a su misión de vida: “La lengua no son las palabras. La lengua no es el diccionario ni los doctores de la Real Academia. No es la gramática. La lengua que hablamos es de carne y hueso. Tiene cartílagos y pellejo. Porque la lengua somos nosotros”.
Eso lo entendió Gossain el día que su progenitor, luego de mucho luchar, logró “poner cada palabra en su lugar y era un contento verlo deambular por aquella casa llena de pájaros y flores, recitando como un caballero castellano las coplas que don Jorge Manrique compuso a la muerte de su padre”.

Dónde y cuándo

Juan Gossain conversará con Daniel Samper Pizano por videoconferencia, desde Cartagena, el domingo 29 de abril a las 7 p. m., en la sala María Mercedes Carranza de Corferias.
Carátula de 'Las palabras más bellas y otros relatos sobre el lenguaje', de Intermedio Editores.

Carátula de 'Las palabras más bellas y otros relatos sobre el lenguaje', de Intermedio Editores.

Foto:Archivo particular

'Las palabras más bellas y otros relatos sobre el lenguaje'
Juan Gossain
Intermedio Editores
192 páginas
$ 39.900
CARLOS RESTREPO
Cultura y Entretenimiento
Twitter: @Restrebooks
Carlos Restrepo
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