Hay obras maestras que aparecen fuera de tiempo y no logran encandilar de inmediato a sus lectores. 'Cien años de soledad' fue afortunada, y solo con salir de la imprenta detonó el boom latinoamericano. La obra del chileno Juan Emar, por su lado, ha tenido que esperar casi un siglo para salir del olvido. Sus libros no han hecho más que acumular polvo, y solo ahora él empieza a reclamar el lugar que se merece en las letras latinoamericanas.
Sus novelas fueron hijos problemáticos fuera de su época y hacen parte de esa legión de grandes libros que necesitan tiempo para fermentarse en los anaqueles y tomar el cuerpo perfecto para ser redescubiertos en toda su belleza y su gloria. Emar no fue un desconocido total, siempre ha sido una suerte de autor de culto que ha despertado frases elogiosas de escritores de la talla de Pablo Neruda, Jorge Edwards o Roberto Bolaño; sin embargo, para leerlo había que ser una suerte de ratón de biblioteca.
La editorial Laguna Libros acaba de rescatar una de sus joyas. Su novela Ayer, que algunos destacados intelectuales de su época reconocieron como extraordinaria, pero para otros tantos resultó muy ‘evolucionada’ dentro de un campo editorial instalado en un lugar de confort y que se resistía a pensar por fuera de sus propios parámetros. Publicada en 1935, la obra de Juan Emar, seudónimo de Álvaro Yáñez Bianchi, fue recibida como una osadía creativa a causa de su visión surrealista y artísticamente desencajada, aguas en las que el autor, también pintor y crítico de arte, navegaba a sus anchas. Era el resultado de dos años de su vida en una París inquieta y efervescente donde los artistas vanguardistas empezaban a edificarse en esa “Babilonia de siempre”, en el Montparnasse febril que sepultó todas las ideas rancias, como él mismo lo afirmó.
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Su obra transmite esa fractura que fue (r)evolución y deseo de transmutar lo establecido, gesto que solo ha venido a ser entendido en el siglo XXI. Ayer despliega una propuesta estética y una portentosa disposición de ideas que solo se encuentran en textos publicados en nuestro continente varias décadas después.

Emar (Santiago de Chile, 13 de noviembre de 1893- Santiago, 8 de abril de 1964) fue amigo de García Márquez y Neruda, entre otros.
cortesía Fundación Juan Emar
La novela transcurre durante un día en San Agustín de Tango, ciudad imaginada por el autor, y recorre con maestría lugares emblemáticos como la cárcel, el zoológico, la plaza principal y el ayuntamiento, entre otros, inundando de absurdo cada momento de una cotidianidad que cada vez lo parece menos. Se trata de una sátira que juega con el lector a partir de una serie de ideas y sucesos incongruentes, en un remedo mordaz de los hechos posibles en un pueblo cualquiera de nuestra región. Todo desde la óptica mágica, con tintes de sarcasmo y lejos del realismo que, según Emar, no lograba dar cuenta de lo real. La historia del neurasténico e impío Rudecindo Malleco y el proceso kafkiano que atraviesa para terminar perdiendo la cabeza bajo una guillotina diminuta es expresión de la locura y un espectáculo que nos recuerda a personajes de Cortázar que aparecen en libros como Un tal Lucas, o dignos de la familia Parodi, protagonista de Historias de cronopios y de famas.
San Agustín de Tango es la urbe surreal donde un zoológico revoltoso acoge a “catorce leonas que son movidas ocultamente por un resorte oculto movido por un león”, a monos que cantan al sol junto a los visitantes, y a un avestruz que se merienda a una leona para luego dejarla a un lado con movimiento de torero. Es la incoherencia como forma de belleza, la del pintor Rubén de Loa, cuyo estudio es demasiado verde acuario y su único vicio es creerse un pez, en una imagen que se asemeja a algunos pasajes de Residencia en la Tierra de Pablo Neruda.
Luego vienen un barrigón y el abismo de un ombligo como hecho absoluto e imperativo categórico; las vidrieras que existen para los hombres, pues “la gente existe para atravesar vidrieras”; y un urinario y una mosca que abren la reflexión sobre la caída permanente y el tiempo circular y simultáneo. La desviación y los disparates, el desequilibrio y lo lúdico “sin cerebro que ate”, eso es Ayer.

Mapa de San Agustín de Tango, ciudad imaginada por el autor, donde transcurre la historia.
cortesía Fundación Juan Emar
El hombre que cambió su nombre por obra del arte y por culpa de un amor es un genio de este continente que aún no ha sido suficientemente estudiado. Su gusto por el arte y la vanguardia de comienzos de siglo XX lo hicieron llevar una vida que para algunos resultaba excéntrica y disparatada. Hijo de un senador chileno, en 1935 publicó Ayer, la primera parte de su obra de ficción, y luego creó las novelas Un año y Miltín (1934). En 1937 apareció Diez, un conjunto de cuentos que asombró a varios, aunque terminó como una obra para un selecto grupo de lectores.
Su trabajo más ambicioso se titula Umbral, una novela que superaba las cinco mil páginas y que él no llegó a ver en la imprenta, monumento a la inteligencia desquiciada y donde hacen presencia los personajes de sus libros anteriores; entre ellos, algunos de Ayer. Esta obra fue una respuesta al silencio por parte de la crítica literaria chilena y a ella consagró los últimos años de su vida. Umbral solo llegó a las librerías de forma parcial trece años después de su muerte, y en su totalidad, treinta y dos años más tarde.
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Pero no todo fue olvido: ilustres escritores de su tiempo que tuvieron la fortuna de leerlo dieron fe de su grandeza. Uno de los primeros fue su compatriota, el premio nobel de literatura Pablo Neruda, con quien estableció contacto en los primeros años de su producción creativa: “Entre la gente que me buscó estaban dos grandes snobs de la época: Pilo Yáñez y su mujer Mina. Encarnaban el ejemplo de la bella ociosidad en que me hubiera gustado vivir, más lejana que un sueño”.
En su juventud, Neruda visitó con frecuencia la casa de Emar, que admiraba por su belleza, en especial esa biblioteca con “paredes repletas de libros cuyos lomos multicolores significaban una primavera inaccesible”. Recuerda que fue allí donde vio por primera vez pinturas de artistas cubistas forjadores de “la construcción y la forma”, según Emar, entre ellas una del español Juan Gris. El autor de Canto general relata que su anfitrión solía caminar por la residencia con una piyama de paño grueso, inmensa como la tela de un billar y de un azul de ultramar.
La primera esposa de Emar, Herminia, lo abandonó para seguir y perseguir por todo el mundo a un malabarista húngaro. Neruda cuenta que, después de la desilusión amorosa, Pilo Yáñez –así lo llamaban sus amigos– escogió el nombre Juan Emar. Se convirtió entonces en “escritor poderoso y secreto”. Fueron amigos durante toda la vida y los unieron la presencia mutua, las cartas y los vinos. El poeta nunca se guardó las demostraciones de cariño hacia su compañero de letras, ese hombre callado y “antecesor de todos”, que nos dejó como testimonio “un mundo vivo y poblado por la irrealidad”.
El escritor, crítico literario y periodista Jorge Edwards también solía visitarlo y acompañar sus ataques surrealistas, cuando se dejaba caer sobre la cama durante un mes porque “se sentía peludo”. Conociendo la íntima amistad de Emar con el poeta creacionista Vicente Huidobro, señaló que “ambos se vieron a sí mismos en algún momento como cabezas de la vanguardia chilena. Más aún, como los únicos escritores que contaban la verdad en el Chile moderno”. Y lo fueron, pues, para Emar, Huidobro fue bardo “decidido sin términos medios, sin transacciones”; ninguno hizo concesiones al establishment cultural y cada uno, a su manera, expresó su enérgico rechazo a un sistema de artes que se mostraba estancado.

'Ayer' es editado por Laguna Libros.
cortesía Fundación Juan Emar
Para Edwards, “su vocación primera y nunca abandonada del todo por la pintura es uno de los secretos de su obra narrativa. En las mejores páginas de Emar se construyen escenarios que podríamos llamar surrealistas (...). En algunos textos me encuentro con la exasperada crueldad de algunas imágenes buñuelescas: órganos humanos destripados, ojos cercenados por una hoja de afeitar, animales recién muertos”.
José Donoso, otro maestro de la literatura hispanoamericana, dimensionó el valor de la obra de Juan Emar como promotora de tendencias emergentes y divulgadora de nuevas propuestas estéticas. El escritor chileno, amigo personal también de Gabriel García Márquez, Vargas Llosa y otros autores del boom latinoamericano, luchó durante décadas por que en su país se superara el paradigma dominante de la literatura convencional que primó durante casi todo del siglo XX y, con ello, dar voz a publicaciones extraordinarias pero aún desconocidas. Donoso, autor de El obsceno pájaro de la noche, recuerda que en 1962 intentó convencer a la editorial Zig-Zag para reeditar a Emar, a quien admiraba mucho, “pero no aceptaron hacerlo porque fue considerado como escritor extraño, solo para especialistas”.
Ya hemos recorrido veintiún años de un nuevo siglo y Emar sigue siendo marca y cicatriz punzante. Es, como lo afirma el novelista y cuentista Alejandro Zambra, “uno de los genios de la vanguardia Latinoamericana”. Por eso, otro de sus coterráneos, el inmenso Roberto Bolaño, se preguntaba en uno de sus ensayos: “¿Por qué Piglia (...) no se especializó en Juan Emar, ese escritor chileno similar al monumento al soldado desconocido?”. Es la maravilla del descubrimiento, el deleite de encontrarse con una joya inesperada y reconocerla, ochenta y seis años después, como necesaria para ampliar la mirada sobre una literatura de región que puede y debe seguir cuestionándose.
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La publicación de Laguna Libros hace manifiesta la importancia de una edición cuidada e impecable para traer a los lectores a ese autor que, nos dice Neruda, murió “silencioso y gentil pero pobre”, sin haber sido reconocido por una obra que hoy, más que nunca, maravilla por su cáustica capacidad de asombrarnos.
JUAN CAMILO RINCÓN*
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
@JuanCamiloRinc2
* Periodista, escritor e investigador cultural