Este año Isabel Allende celebra sus 80 años (nació el 2 de agosto de 1942), y desde esa perspectiva que únicamente dan el tiempo, la experiencia, y el amor -¡se enamoró y se casó hace poco!-, luce lozana, coqueta, elegante y sabia en sus apreciaciones. Desde la buhardilla secreta, en su casa de California (EE. UU.), donde ha dado vida a tantos los libros que la convirtieron en una ‘best seller’ mundial, con 76 millones de ejemplares vendidos a lo largo de su carrera, Allende recibió a EL TIEMPO.
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La escritora nacida en Perú, de padres chilenos y nacionalizada estadounidense, afirma que Violeta, la protagonista de su nueva novela –que lleva el mismo nombre–, ocupará un lugar particular en su vida. Sus personajes la acompañan y, después de una carrera brillante y vertiginosa, tiene toda una legión de seres queridos que han brotado de su pluma, como Víctor Dalmau (‘Largo pétalo de mar’), Zarité (‘La isla bajo el mar’), Inés Suárez (‘Inés del alma mía’), Eliza Sommers (‘La hija de la fortuna’), Eva Luna y el linaje de los Trueba (‘La casa de los espíritus’).
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Lo que pasa es que una familia tan grande, con tanto lunático suelto en ella, da para varias novelas
Allende es enfática en aclarar que “no cree en fantasmas”, pero la idea de los espíritus sirve como una metáfora para significar y resignificar la importancia de sus antepasados, muchos de los cuales han encarnado o inspirado los personajes de sus libros. El peso de los recuerdos familiares es definitivo para entender su prolífica producción literaria.
–Tengo buena memoria para los antepasados –dice–. Lo que pasa es que una familia tan grande, con tanto lunático suelto en ella, da para varias novelas. Yo creo que la capacidad de recordar, la capacidad de contar cosas que tal vez no estuvieron juntas en la vida real, pero que están en una dimensión espiritual, te permite vivir esta saga familiar que se extiende a lo largo de varias generaciones, y que parecen épocas.

'Violeta' se enmarca en la pandemia de la "gripe española" y la de covid-19.
Archivo particular
Como si fuera el momento de reencontrarse con las raíces, Allende anota que al igual que Violeta, uno de los personajes que ocupa uno de los rincones de su corazón –tal vez uno muy grande– es Clara: la misteriosa matriarca de la estirpe Trueba, de su primera novela: ‘La casa de los espíritus’.
Hace cuarenta años, precisamente, Allende hacía su debut literario de la mano de la famosa agente literaria catalana Carmen Balcells, la misma de García Márquez y otras estrellas del Boom latinoamericano. La noche en la que Balcells ofreció una elegante cena en su residencia ante destacadas personalidades del mundo literario para presentar a la naciente escritora y su ópera prima, la luz se fue justo en el momento del brindis, como lo relata Allende en ‘Mujeres del alma mía’. Entonces Balcells, levantando la copa con humor, aludió a los espíritus que en ese momento se unían a la celebración.
Y sin que sea algo pensado, pero podría decirse que premonitorio, no es gratuita la coincidencia de que los dos personajes más queridos de Allende sean Violeta y Clara. Pues mientras Clara se inspira en su abuela, Violeta es un homenaje que la escritora rinde a ‘Panchita’, su madre, fallecida en septiembre de 2018.
–No tuve que inventarme mucho –dice en la pantalla de Meet de Google–. La leyenda de mi abuela alimentó la idea del personaje de Clara que, como ella, era clarividente, y pasó la vida experimentando con fenómenos paranormales, y era una seguidora de energías. Ese tipo de personaje, así, ya casi no existe –afirma.
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Pero las coincidencias no paran. Tanto ‘La casa de los espíritus’ como ‘Violeta’ recorren un siglo entero, a través de una estirpe familiar.
Violeta, la primogénita de una familia de cinco revoltosos hermanos, nace en 1920, cuando el mundo se enfrentaba también a otra pandemia, la llamada “gripe española”. Y aunque Allende había comenzado el libro antes de que el covid-19 deviniera en pandemia, esta coyuntura le indicó que la novela debía desarrollarse entre estas dos épocas. De esta manera, el lector será testigo también de la Gran Guerra o la Depresión de 1930, entre otros hechos históricos.
–Cuando murió mi madre quise escribir una memoria y retratarla, pero no resultó, porque estoy demasiado cerca de ella emocionalmente. Yo creo que la literatura necesita distancia, para ver las cosas como las va a ver el lector. Como no resultó, terminé escribiendo una novela que abarca el periodo de vida de mi madre, más o menos, pero no es ella –anota la autora de ‘Eva Luna’.
Cuando murió mi madre quise escribir una memoria y retratarla, pero no resultó, porque estoy demasiado cerca de ella emocionalmente
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Lo que si le aportó ‘Panchita’, su madre, además de varios rasgos que tiene el personaje, fue el tono de la novela, que reivindica el género epistolar, a través de una larga carta que una abuela le escribe a su nieto.
– Una vez que me di cuenta de que era una conversación de ella con su nieto, que adora, el resto fluyó mucho –confiesa Allende–. Siempre, lo que más me cuesta son esas primeras semanas en que no tengo el tono. Pero en este caso es la voz apasionada de mi mamá, que la tengo en todas las cartas que me escribió –dice la escritora, y recuerda con nostalgia la tradición de la escritura fina y de la caligrafía, y la tinta y el papel, cuando se escribían cartas.

Allende vive en una hermosa casa en California, acompaña de su marido Roger y sus dos perros.
Lori Barra/ Penguin Random House
Hace cuatro décadas, desde cuando aparecieron los primeros párrafos de ‘La casa de los espírtus’, Allende se sienta todos los 8 de enero, de manera ceremonial, a escribir sus libros. Un acto que una vez más remite a esa fueza magnética de los lazos familiares. En este caso, a una de las voces definitivas de su vida: los relatos que le contaba su abuelo.
El 8 de enero de 1981, cuando Allende se encontraba en Venezuela, le avisaron que su abuelo Agustín, de 99 años, estaba muriendo en Chile “y yo no podría regresar a despedirme”. Entonces, la escritora se sentó ese día a escribirle una larga carta de despedida, que sería el esbozo de su primera novela.
Yo quería decirle en la carta que se fuera tranquilo. Y para contarle de todo lo que me acordaba, le relaté la historia que él me había contado de la tía Rosa
–Yo quería decirle en la carta que se fuera tranquilo. Y para contarle de todo lo que me acordaba, le relaté la historia que él me había contado de la tía Rosa. Ella fue su primera novia. Y esa tía Rosa, que murió, él decía que era muy bella. Años más tarde, mi abuelo se casó con la hermana menor de esa tía Rosa, que era mi abuela, que en ‘La casa de los espíritus' es Clara, donde también aparece la tía Rosa. Un día, encontré una fotografía antigua de ella, en color sepia, donde salía una señora gordita, no más, que no era tan bella (risas). Pero mi abuelo decía que era bella como una sirena. Y como las sirenas supuestamente tienen el pelo verde, le puse ese pelo en la novela a Rosa –dice Allende.
Y así como los integrantes de la estirpe de los Buendía de ‘Cien años de soledad’ se inspiraron en varios de los parientes del propio García Márquez, la potente figura del abuelo de Isabel Allende fue sin duda un pozo de agua vital para su posterior carrera como escritora.
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La escritora chilena –hija de un primo hermano de Salvador Allende– creció inmersa en esas reuniones tradicionales de los domingos, a los que toda la familia tenía que ir, de manera obligatoria, por orden del abuelo. “No hacían más que pelear, se odiaban”, rememora. En esas sobremesas, la pequeña Isabel oyó los cuentos más extraños; como cuando su abuelo vio al diablo arriba de un autobus con las patas verdes. “Imagínate para uno de niños cómo fue criarse con esas cosas”.
Pero quizás, el recuerdo más querido que ella guarda, fue cuando acompañaba a su abuelo a su hacienda de cría de ovejas en la Patagonia argentina. “Había que ir en tren lo más al sur que se podía. Y de allí, había que cruzar la cordillera en burro o en mula. Depués, al otro lado, te esperaban los muleros de Argentina para llevarte por un descampado a la hacienda. Yo hice ese viaje un par de veces con mi abuelo y fue inolvidable. No solo por la trayectoria y el paisaje increíble del cruce de la cordillera, sino por esa intimidad que vivía con mi abuelo durante semanas”, recuerda.
Más tarde, como avezada lectora, llegó ese maravilloso encuentro con el “realismo mágico” y todas esas plumas del Boom latinoamericano, que terminaron de darle forma a la esa escritora latinoamericana que conquistaría el mundo, con sus libros traducidos a 42 idiomas. A lo que se suman varias adaptaciones al cine y más de 60 premios literarios.
–Yo pertenezco a la primera generación de autoras latinoamericanas que se formaron leyendo a todos esos grandes del Boom, pero donde no había una voz femenina. Eran todos hombres. Creo que fueron una gran influencia, porque el Boom fue una confluencia de muchas voces de diferentes partes de América Latina, que contaron esta región al mundo y a nosotros. Yo nunca me sentí latinoamericana hasta haber leído el Boom y a tantos otros como Borges –comenta.
Libre, sin equipajesSin duda, esta pandemia cambió el mundo por completo, en eso que poéticamente los economistas han solido explicar como un ‘Cisne negro’ (aquel suceso inesperado que nadie puede predecir, cuyo impacto es significativo y definitivo).
Isabe Allende tampoco fue ajena a esto. Para bien, como ella anota. Y aunque no es dada a la autoreflexión, sí siente que este momento le “enseñó a poner freno a una actividad loca”.
–He descubierno en esta enfermedad global que no necesitaba hacer nada o casi nada de lo que hacía. Que tal vez lo hice en el pasado y luego seguí por una inercia, y por no ser capaz de decir que ‘¡no!’. Ahora me doy cuenta, de que hubiera podido hacer toda la promoción de los libros aquí en mi casa. No necesito viajar, no necesito trabajar más. He podido reflexionar de lo que quiero hacer para el futuro: y lo que quiero hacer es poco, pero muy intenso –anota con contundencia.
Como seguir disfrutando esa casa maravillosa de California, de la que no piensa moverse, con una sola habitación a la que llegó hace años como “eterna extranjera”, acompañada de un perro, y que hoy comparte plenamente con un perro más y su esposo, Roger Cukras.
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Tiene claro que todos esos millones de libros que ha vendido en el planeta es algo que sólo sucede en la periferia, como la fama, allá en el círculo externo de su vida privada.
–Trabajo en una buhardilla y no necesito más. No necesito más ropa. Entonces uno va en la vida desprendiéndose de la hojarasca. Y esa hojarasca también es la celebridad y todo lo que pasa allá afuera. He vendido 76 millones de libros. ¿Y qué significa eso? ¿En qué cambia mi vida? En nada. Lo único que cambia es que no tengo que preocuparme en poner pan en la mesa –dice.
–Quiero hacerle una pregunta de revista del corazón: ¿Qué come y qué hace para conservarse tan hermosa, como Dorian Gray?
–Gracias, ¡Qué lindo! Yo sé que estoy llena de una energía joven todavía. Subo corriendo las escaleras, salto de la cama. Llevar una buena salud que es tan importante. Hago ejercicio todos los días, pero no me mato bajo el látigo de un entrenador. Y como sano, pero tampoco me privo de nada. No he fumado nunca. Y respecto a la apariencia, yo despierto con cara de boxeador derrotado. Entonces, lo primero que hago es: ducha, café y maquillaje. Y acá estoy sentada contigo vestida como si fuera a salir a algún lado, y no voy a salir de esta buhardilla hasta la noche. Pero no quiero terminar en pijama con los pelos parados.
La charla concluye con otro de esos temas cotidianos de la vida, que a veces resultan los más trascendentales. Esa extraña magia y energía que encierra la comunicación de los seres humanos con los perros.
Y Allende aprovecha para hacer otra confesión. Cuenta que en Estados Unidos existe la tradición de escribir un “testamento de salud” a una persona de confianza, en caso de quedar en una cama sin poderse comunicar.
–En ese testamento, que le pasé a mi hijo, le dije: ‘Nicolás, calcetines para el frío y el perro’. Yo quiero morir con un perro en la cama. Desde chiquita he tenido perros. Todas las fotos cuando yo era pequeña era con un perro al lado. Ellos son como la proyección de mi alma. Es una cosa muy curiosa, también tengo con otros animales. Tengo fotos con papagayos, con un Koala en Australia, porque los atraigo. En la casa de mis amigos los perros me saltan encima, porque sabemos que tenemos esta conexión –comenta alegremente.
Así, cálida y sincera, es Isabel Allende, el gran mito a la literatura latinoamericana, que también ha levantado su voz activista, desde su fundación y como feminista. La misma que admira y observar todos los cambios que ocurren en la región y el mundo.
–Hay una generación joven que está hasta la coronilla con el planeta y la sociedad. Ya no creen en las instituciones y las religiones. Y eso es una cosa fantástica, que estemos remeciendo todo eso. Lo único que lamento es que no alcanzaré a ver todos los cambios que estamos viendo ahora –anota.
Por fortuna, de uno trascendental en su vida, sí será testigo. De la llegada al Ministerio de Defensa de Chile de Maya Fernández, la bióloga, médica veterinaria y nieta del asesinado presidente socialista Salvador Allende. El primo hermano del padre de Isabel.
–¡Y no solamente una ministra, sino de Defensa! –dice–. Ella se crió en Cuba y estará en una posición especial. Y no nos olvidemos el pasado de ese ejército. Lo veo como algo curioso, pero estoy encantada con el gabinete que ha nombrado Boric. Hay 14 mujeres y 10 hombres; y eso demuestra paridad de género. Y lo otro es que sean tan jóvenes. Es una nueva generación que asciende al poder. Ya es hora de que los viejos se vayan a su casa a jugar bingo –concluye.
CARLOS RESTREPO
CULTURA EL TIEMPO
@Restrebooks
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