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Música y Libros

Irene Vallejo y su espectacular viaje por la historia de los libros

Vallejo (1979) estudió Filología Clásica y tiene Doctorado Europeo por las universidades de Zaragoza y Florencia.

Vallejo (1979) estudió Filología Clásica y tiene Doctorado Europeo por las universidades de Zaragoza y Florencia.

Foto:James Rajotte

Entrevista con la autora de 'El infinito en un junco', que presenta en la Feria del Libro de Bogotá.

juan camilo rincón*
Irene Vallejo logra que la poesía se apodere del ensayo y le dé una forma sinuosa y envolvente. Su gran obra, 'El infinito en un junco', no solo ha sido uno de los libros más vendidos de los últimos tiempos, sino que ha despertado nuevamente una curiosidad inagotable sobre el instrumento que, según Borges, es la creación más asombrosa del hombre: el libro.
El infinito en un junco es un libro fábula sobre ese algo que muchas veces nos han dicho que está muerto, pero que se actualiza como una entidad viva.
Vallejo, una de las autoras invitadas a la Feria Internacional del Libro de Bogotá (Filbo), conversará con Juan Esteban Constaín el sábado, a las 11 a. m., a través de ELTIEMPO.COM y las redes de la Filbo, pero antes habló con nosotros.
En el libro se siente mucho su voz. ¿Cuál es su clave para desarrollar un diálogo efectivo entre el ensayo y la crónica, y algunas herramientas de la ficción con tintes de novela histórica?
Es un diálogo que remonta a las obreras de las tribus donde nacieron y comenzaron las historias. Allí es donde convivían los conocimientos, la sabiduría que se transmitía de un miembro a otro, la experiencia, el recuerdo, la memoria y la historia colectiva, que fluían siempre en forma de relatos. La humanidad se ha comunicado en forma de narración a lo largo de muchísimos siglos, y en la propia Antigüedad se puede considerar que la idea la Odisea era la enciclopedia del mundo antiguo, de todo el saber acumulado sobre la guerra, la navegación, la agricultura, las relaciones, el honor, el amor, la lealtad, las relaciones con los dioses. Todo aquello estaba cifrado en un relato apasionante, intenso y aventurero. Después, el conocimiento ha fluido a través de fábulas, cuentos, poemas, canciones, y es muy reciente la época en que decidimos que la ficción y la no ficción eran territorios totalmente independientes; les fijamos unas fronteras artificiales y creo que hicimos algo peor, que es definir la no ficción como la negación de la ficción, como si le faltase algún ingrediente necesario para llegar al estadio máximo y deseable, que es la ficción. Yo deseaba reivindicar cierta libertad originaria en la forma de transmitir el conocimiento, y eso se une a mi experiencia como profesora en la universidad, pues me di cuenta de que mis alumnos recordaban siempre mejor aquello que yo les había contado dándole un rostro humano, explicándolo en relación con una persona, su anécdota, su peripecia, sus dudas, sus valentías. Creo que es un bello homenaje a la fabulación de quienes escribían ficción y, a la vez, algo que en general desatienden quienes se dedican al ensayo académico por antonomasia. Todos estos siglos transmitiéndonos el saber por generaciones a través de historias han hecho que nuestro cerebro conserve mucho mejor aquellas informaciones y reflexiones que vienen en la carne de un relato. Todas las ideas abstractas que yo quería transmitir en el libro las imbuí en un relato, las puse en movimiento, las eché a andar y cabalgar y navegar, y así intenté alcanzar a un público más amplio con unas herramientas que he adquirido en el territorio de la ficción. Ahí está ese personaje femenino que es un símbolo para mí: Sherezada. Ella sabía que a través de los relatos podía mantener la atención, noche tras noche, de quien la escuchaba, hasta el punto de salvar la vida. Esa es, al final, la meta de todo escritor que aspira a que el lector quiera pasar la página y seguir averiguando lo que ese libro cuenta, y a eso no tiene por qué ser ajeno el ensayo.
'El infinito en un junco'

'El infinito en un junco'

Foto:Archivo particular

En sus inicios, las bibliotecas eran espacios de interacción para leer en voz alta. ¿En qué momento se convirtieron en lugares para la lectura en silencio?
Es llamativo porque proyectamos nuestra forma de leer hacia el pasado, y pensamos que siempre ha habido una única manera de representar los rituales y las ceremonias de la lectura, pero no es así. La historia de la lectura tiene muchos episodios y en el fondo es un recorrido desde la oralidad hasta la escritura, en el que hay una transición, cuando los libros vienen a ser como las partituras musicales, un apoyo para la interpretación. Durante mucho tiempo sucedió que los juglares, los aedos, los recitadores, los sabios, contaban con la certeza de poder refrescar el texto escrito, pero no dejaban de representarlo. Los antiguos tenían esta curiosa idea de que la lectura es una posesión, porque en el fondo tú prestas tu voz, tu cuerpo; tú eres el instrumento y eres poseído por la voz que está en la página. Por eso es curioso que se considerara que no era del todo conveniente para los ciudadanos libres, moralmente, el dejarse poseer tantas veces. Se podía hacer, pero con cierta prudencia y moderación, para que no fuéramos a acostumbrarnos demasiado a esa promiscuidad de andar cediendo nuestro cuerpo a otros personajes y a otras voces. Durante mucho tiempo se leyó en voz alta y, de hecho, probablemente solo cuando se escuchaban a sí mismos leer el texto captaban el significado. Todavía era difícil descifrar ese texto sin separación de palabras, sin párrafos, sin signos de puntuación ni claves para la lectura, que necesitaban recitarla; al hacerlo, la escuchaban y entendían de qué se trataba el texto; ¡así fue durante siglos! La primera aparición de un lector silencioso es en un texto de san Agustín, Confesiones, donde recuerda haberse encontrado con san Ambrosio y contemplar el sorprendente espectáculo de que él estaba leyendo en voz baja. Estaba en silencio, con un libro en las manos, y se da cuenta de algo que hoy nos parece cotidiano, y es que una persona está cerca de él, su cuerpo está próximo, pero no puede saber dónde está su mente: está en un territorio misterioso y privado. Se considera que el texto donde san Agustín evoca este momento y el impacto que le produjo ver a una persona hurtarse de su tiempo y su realidad, y elegir un mundo donde decide vivir durante unos minutos o unas horas, es la primera aparición de la intimidad en la historia de la humanidad. Aparece cuando alguien se encierra en su libro y se abstrae del mundo que le rodea; está allí, pero ha decidido, por un acto de su voluntad, que él habita otro mundo. Es la coexistencia de dimensiones paralelas como algo casi mágico. El momento en que la lectura se va haciendo silenciosa se plasma también en las bibliotecas y es una evolución de la lectura.
¿Considera que hablar de los clásicos crea una visión idílica, una especie de canonización del pasado?
Creo que no debería. Es importante que entendamos las fragilidades, los errores, los prejuicios y las violencias del mundo antiguo, y me parece, además, que poner los clásicos o nuestro pasado en un pedestal es un grave error. La historia, si la afrontamos como realmente fue, o lo más próximo a eso, con sus claridades y sus tinieblas, podrá ayudarnos solo de esa manera. Una versión blanqueada y edulcorada no nos permite avanzar. Me interesa la profunda humanidad de los clásicos no porque sean perfectos, sino porque forman parte de una herencia y un camino recorrido, y muchas veces es sano que nos rebelemos contra ellos. Nuestra singularidad, como época, muchas veces se construye por la rebelión contra los errores del pasado. En el mundo clásico hubo misoginia, esclavitud, imperialismo, culto a la guerra, una terrible desprotección de aquellos que sufrían discapacidad o fragilidades físicas. Debemos conocer y señalar todo eso, sin que nos impida admitir, con la necesaria humildad, que también hay ideas, conceptos y hallazgos de los clásicos que aún hoy son profundamente útiles. Ellos inventaron la democracia, el teatro, muchos conceptos que siguen vigentes; pusieron los cimientos de nuestra lengua, soñaron la filosofía, y los discursos de emancipación, aunque los aplicaran de una forma imperfecta, también tuvieron sus primeras manifestaciones allí. Es importante recoger ese legado; no negarlo de raíz ni tratar de derribarlo o sumirlo en el desconocimiento, sino asumirlo como propio e intentar que las mejores ideas se plasmen de otra manera en nuestro tiempo. Eso es lo que permiten hacer los libros en la medida en que son una polifonía: se contradicen, se interpelan, se corrigen, se acusan unos a otros, nos dan una visión mucho más amplia. También es importante anotar que en la Antigüedad hubo quienes denunciaron la guerra, el colonialismo, la situación de las mujeres, la esclavitud, y hoy esas voces siguen siendo inspiradoras.
¿Cómo ha sido su relación con la literatura colombiana?
Siempre he sentido una particular fascinación por ella. Los libros que han nacido al abrigo de su cultura me han regalado un torrente inagotable de creatividad. Siento además una inmensa deuda de gratitud con autores como Héctor Abad Faciolince o Juan Gabriel Vásquez, a quienes considero mis maestros, que han acogido este libro con una generosidad que jamás me hubiera atrevido a soñar. En sus libros he vivido algunos de los momentos más emocionantes de mi vida. Recientemente, me ha impresionado la impactante vitalidad de Pilar Quintana.
¿Qué piensa de la edición de bolsillo?
Escribí este “ensayo de aventuras” como una reivindicación de tantos héroes anónimos que vivieron peripecias asombrosas para salvar nuestras mejores ideas. Es un homenaje a quienes, durante siglos, han luchado por lograr que la cultura esté al alcance de todos. Por eso me emociona y me hace muy feliz que sus páginas lleguen a manos de un público más amplio.
JUAN CAMILO RINCÓN*
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
@JuanCamiloRinc2
* Periodista e investigador cultural.

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