“Si no decía: ‘¡Qué ganas de irme!’, mi madre decía: ‘¡Qué ganas de morirme!’”. (…) “La espera se volvió agonía cuando mi madre empezó a decir: “Sólo falta definir la fecha”. Había hablado tanto del viaje y por tantos años… Yo pensaba que nunca iba a irse, o que iba a estar toda la vida deseando salir”.
Estos dos pasajes de Estrella madre, la nueva novela del escritor barranquillero Giuseppe Caputo (1982), reflejan el tenor de la trama: un protagonista (adulto-niño) que se enfrenta el abandono de su madre. Lo curioso es que muchos de los personajes de la historia también viven con un deseo constante de partir (¿huir?) del lugar donde se encuentran.
Aunque se leen de manera independiente, 'Estrella madre' –que aborda la idea del desprendimiento de la madre– complementa la reflexión literaria que Caputo inició en su primera novela ('Un mundo huérfano', 2016), que planteaba el desprendimiento del padre.
Y, a pesar de la desdicha que enfrenta el protagonista, Caputo atrapa a sus lectores con una historia llena de inolvidables y divertidos cuadros surrealistas (que por momentos recuerdan la narrativa de películas como ‘Amelie’ o ‘Big Fish’), que dejan abierta siempre una puerta para la alegría, el amor, la risa y la esperanza.
“Entre la picaresca, el humor y la fábula, Giuseppe Caputo ha escrito una novela llena de verdad y poesía”, anota el escritor italomexicano Fabio Morábito, uno de sus primeros lectores.
¿Cómo nació 'Estrella Madre'? Usted ha comentado que su proyecto literario se enmarca en una idea de 'historias de hadas' en clave contemporánea. ¿Cuál es su idea? ¿Qué le llama la atención de ese mundo fantástico?
Mi proceso de escritura es muy intuitivo y abrazo la intuición como una forma de conocimiento. Escribir una novela, para mí, es una exploración formal, emocional, intelectual, más que la exposición de una idea o de conclusiones a las que ya he llegado antes de sentarme a escribir. Siempre, antes de iniciar la escritura de un nuevo libro, me gusta volver a los textos que leí de niño y gracias a los cuales soy lector, me refiero sobre todo a mitos y cuentos de hadas (historias fundacionales). Leo y leí esas historias como una introducción al mundo. A través de ellas, uno empieza a conocer a la gente, a las situaciones del mundo y de la vida por las cuales uno necesariamente pasa o podría pasar. Esos textos me inducen a un estado creativo, me llenan de deseo de escritura. Así, entonces, y al igual que ‘Un mundo huérfano’, la escritura de ‘Estrella madre’ inició con una serie de intuiciones y deseos alrededor de esos primeros textos de mi vida lectora. Quería (quise) escribir un largo cuento de hadas impregnado de cultura popular latinoamericana: un cuento de hadas sobre un hombre que espera a su madre encerrado en una torre, como si estuviera atado o atrapado. Una historia en la que las telenovelas, las baladas, boleros, rancheras (todas escritas por mí para ‘Estrella madre’) tienen un lugar esencial no sólo en la educación sentimental del protagonista sino en su crecimiento y transformación. En ese cuento de hadas, el protagonista, en su encierro, crea un mito alrededor de su madre y de él mismo para hacer una construcción biográfica: en ese mito, la madre es el sol y él, la luna. El protagonista dice: “Los rayos del sol son largos: llenan la cara de la luna, la hacen brillante cuando el mundo es negro. También es larga la tristeza de mi madre: llega hasta donde estoy, por más distancias que existan. Yo soy la cara que refleja su dolor. Yo soy esa piedra”. Ese mito es un diálogo con un mito de los ikas en el que los habitantes de la tierra se preguntan cada madrugada si han visto el amanecer: es la pregunta diaria porque temen que el sol los deje. Y es lo que pasa en ‘Estrella madre’: el sol, la madre, se va.

'Estrella madre' es del sello Literatura Random House.
Archivo particular
De alguna manera, ¿esta novela complementa su reflexión en torno a esa idea que ha denominado “una herida de amor”, que se inició con 'Un mundo huérfano'?
Aunque las historias son distintas y no tienen nada que ver la una con la otra, ambas novelas son, para mí, obras hermanas. Por ejemplo, desde el punto de visto del narrador, en cada una de las historias el protagonista es, en su infancia, un niño-adulto o, más bien, un niño-hombre que se siente responsable (y de alguna forma es responsable) de la persona que tendría que cuidarlo: en el caso de ‘Un mundo huérfano’, del padre; en el caso de ‘Estrella madre’, de la madre. Y luego, cuando crece, el protagonista es un hombre-niño que no logra salirse de su lugar de hijo. Siempre, por eso, la edad de los protagonistas es ambigua en ambas novelas. Quizás la herida de amor está en esa forma de orfandad: una orfandad en la que hay una omnipresencia del padre y de la madre, respectivamente, al tiempo que ambos son en extremo vulnerables.
Y si bien siento que ‘Estrella madre’ y ‘Un mundo huérfano’ son novelas hermanas, también las pienso como novelas especulares… En ‘Un mundo huérfano’ estaba el padre, en esta novela, la madre. ‘Un mundo huérfano’ termina con un amanecer después de todas las escenas de noche; ‘Estrella madre’ comienza con un amanecer. Cada historia ocurre en una ciudad imaginada: ‘Un mundo huérfano’, a orillas del mar; ‘Estrella madre’, cerca de las montañas. Así mismo, en ‘Un mundo huérfano’ hay una acumulación de escenas de sexo, un capítulo exhaustivo; en ‘Estrella madre’, una larga escena de una paja. ‘Un mundo huérfano’ es una implosión: la novela empieza en la rumba, en la fiesta, en la ciudad, y se va cerrando, cerrando, cerrando… Quedan el padre y el hijo solos, y luego el hijo solo. ‘Estrella madre’, en cambio, es una explosión: empieza con el hombre solo, luego están el hombre y la madre, luego el hombre y las vecinas, el edificio, el barrio… Y se abre y se abre hasta que conocemos la ciudad entera. ‘Un mundo huérfano’ es un universo masculino que luego es intervenido por voces femeninas; ‘Estrella madre’ es casi enteramente un universo femenino salpicado con algunas voces masculinas.
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Es curioso cómo ambas novelas están atravesadas por la pobreza y la escasez...
Atravesadas por la escasez y la pobreza, pero también por el cuidado, la esperanza y la resistencia ante esa escasez. Los personajes son sujetes precarios y vulnerables que no abandonan sus vidas. Ambas historias ocurren en unas ciudades en las que hay extrema desigualdad. Los protagonistas de ambas novelas pasan por muchísima dificultad económica. Y si bien pedalean y pedalean y pedalean, y si bien son recursivos y buscan trabajo y tratan desesperadamente de salir de la olla, siempre está muy presente la sensación de que, por más que se esfuercen o trabajen mucho, todos saben que dependen enteramente de fuerzas externas (es lo que ocurre en el mundo tal y como está: el sistema nos hace creer que nuestro bienestar depende única y exclusivamente de nosotros mismos, de nuestro esfuerzo individual, cuando está claro que no es así). En ‘Estrella madre’, la madre espera un milagro. De alguna forma, se siente tan condenada, que sabe que trabajar y trabajar no va a ser suficiente. Como en ‘Un mundo huérfano’, que el padre y el hijo van a la playa a ver qué ofrendas ha dejado el mar, en ‘Estrella madre’ ella espera encontrar oro en su camino.
Quizás la madre piensa, como escribió Simone Weil en unos fragmentos y notas recogidos en los ‘Escritos en Londres’, que “sólo se socorre la desgracia mediante un milagro”. Pero mientras ella espera un milagro, el hijo decide hacer el milagro para ella: conseguir oro y ponerlo en su camino para devolverle a su madre alguna esperanza -para que deje de sentirse condenada-. Esta novela, de hecho, en algún momento se llamó ‘Un milagro para Dios’. Si Dios (que para el protagonista, cuando es niño, es la madre) necesita un milagro, apague y vámonos: estamos en la orfandad absoluta, en el despojo y la desposesión más radical. Pero como pasa en ‘Un mundo huérfano’, todos los personajes crean una comunidad, unos lazos afectivos para cuidarse, ayudarse y llenar su vida de amor y alegría. (Aprovecho para decir que estoy harto del cinismo ante esas palabras, amor y alegría: cada vez que las pronuncio, siento que algún desencantado va a aparecer para decirme que soy cursi o ingenuo o algo así: el desencanto o la frustración no son la verdad, y el pesimismo me parece un lujo de quienes tienen la vida arreglada).
También pienso en la fábrica donde trabajan tanto la madre como el hijo. Esa fábrica fue, en el pasado de la novela, el horror neoliberal, pero en el presente es una ruina. Mark Fisher escribe en ‘Realismo capitalista’: “El capitalismo es lo que queda en pie cuando las creencias colapsan en el nivel de la elaboración ritual o simbólica, dejando como resto solamente al consumidor-espectador que camina a tientas entre reliquias y ruinas”. En ‘Estrella madre’ no pasa eso: las creencias en el nivel de la elaboración ritual y simbólica quedan en pie mientras que colapsa algo que encarna al capitalismo. Queda en pie la esperanza.

Caputo se inspiró en la mitología de los cuentos de hadas para sus novelas 'Estrella madre' y 'Un mundo huéfano'.
Milton Díaz/EL TIEMPO
El dilema del protagonista de un amor incondicional por su madre y a la vez de un sentimiento infinito de abandono atraviesa la trama de principio a fin...
En su ausencia, la madre deja de ser una persona concreta, de carne y hueso, y pasa a ser una cosa un pedazo de papelo, más bien, una imagen: la foto suya que el hijo conserva en su ventana. La madre, también, se vuelve algo abstracto, un fantasma… Mejor dicho, en el presente del protagonista, la madre es justamente eso: una imagen y un fantasma. Se me viene a la mente ‘Estancias’, de Giorgio Agamben. En ese libro, él lee los mitos de Narciso y Pigmalión desde el amor por una imagen. Agamben recuerda, por ejemplo, que para el lector medieval, Narciso no está enamorado directamente de sí mismo, sino de su propia imagen reflejada en el agua, que él toma por una criatura real. Lo mismo Pigmalión, que se enamora de una estatua. Sobre ambos, Narciso y Pigmalión, Agamben concluye: “Aquí no se trata de una estatua o de una imagen reflejada en el agua, sino de una figura pintada en el corazón mismo del enamorado”. Eso es la madre en la novela: una figura pintada en el corazón del hijo.
En un punto de la novela, mientras el hombre recuerda a su madre, él dice: “A veces pienso que te he esperado siempre”, refiriéndose a los momentos en los que, aun estando a su lado, ella estaba ausente, su cabeza en otro lado. Para el protagonista, entonces, que espera y espera a su madre sumido en la melancolía, clasificando el tiempo en días de amor y días de tristeza, la forma de asir (o de apropiarse, o de abrazar) a su objeto de amor es convencerse a sí mismo de que ha perdido algo: si lo perdió es porque una vez lo tuvo, aunque no fuera el caso.
La madre es, para decirlo más sencillamente, inalcanzable: inalcanzable como el sol, inalcanzable como una estrella. Mira que cuando Juan Cárdenas leyó el manuscrito, me dijo que la novela bien podría haberse llamado ‘Alcanzar una estrella’, como la telenovela mexicana de los noventa. ¡Me encantó lo que dijo! Me encantó porque es una telenovela que vi y que disfruté mucho (sus dos partes), y que fue parte importante de mi educación sentimental. Pero también porque en esas tres palabras, “alcanzar una estrella”, está la idea de lo inasible y una celebración de la cultura popular latinoamericana, presente en toda la novela.
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Otro complemento de la voz son esos dos estados de "amor" o "tristeza", que definen el ritmo narrativo del protagonista. ¿Cierto?
Así es. El protagonista dice: “Mi espera ha sido larga. Desde que ella se fue, los días son de amor o de tristeza: así catalogo mi tiempo. Hay días que pienso, buscando el sol: “Mi madre no va a volver” -es el tiempo triste-. Los días de amor, en cambio, terminan cuando, en la cama, mientras espero el sueño, presiento que, a la mañana siguiente, mi madre va a llamarme o a aparecer en la puerta. Pocas veces tengo claridad sobre mis días; casi siempre confundo el amor y la tristeza”.
Como este hombre está a la espera (espera una llamada de la madre o espera, desde la ventana, verla llegar), casi nunca se mueve. Está ahí, estático, atado a su apartamento, esperando el timbre del teléfono o de la puerta. En ‘Esperando a Godot’, Estragón pregunta: “No estamos atados, ¿verdad?”, y Beckett, enseguida, hace esta acotación para describir a Estragón y Vladimir: “Grotescamente inmóviles”. Así está el protagonista de Estrella madre: grotescamente inmóvil (y eso es lo que podríamos pensar como los días de tristeza). Pero en ese no moverse de lugar, él se mueve psíquicamente (y en eso, para mí, está el amor): recuerda (a la madre), imagina (el reencuentro), piensa (en su situación), desea (a su madre, a los obreros), conversa (con sus vecinas, que también están atadas, cada una por sus propias razones) y, sobre todo, mira (por la ventana).
En ‘El tiempo regalado’, Köhler nos recuerda que warten, esperar en alemán, es un verbo que significa “mirar a algún lugar, dirigir la atención hacia algo, atender, cuidar, servir a alguien, guardar, perseverar”. Él hace todas esas acciones en relación con la madre y su entorno. Afuera, entonces, el mundo es estático, pero adentro, en él, hay mucha agitación. El tiempo exterior es lento, su tiempo interior es convulso. Y en esa convulsión, a medida que avanza la novela, empezamos a sentir -con él, desde él- que algo, algo, va a pasar: quizás un cambio, un movimiento -el amor-.

'Un mundo huérfano' comenzó esta reflexión literaria sobre el desprendimiento paternal.
Archivo particular
Y con esa idea anterior, está muy presente, no solo en el protagonista sino en todos los personajes, esa obsesión de la partida perenne. "En cualquier otro lado se está mejor", dice uno de ellos....
Habitantes de la ciudad dicen: “En cualquier otro lado se está mejor”, pero personas que llegan a la ciudad, provenientes de otros lugares, también piensan que ahí, en la ciudad que muchos quieren dejar, estarán mejor. Pienso que tiene que ver con la desesperación de las personas, que buscan sin descanso estar mejor, hacer todo lo posible para que la vida deje de sentirse como una condena: llegar a un lugar donde puedan vivir y no sólo sobrevivir.
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En medio de la vida precaria y dolorosa que viven los personajes, hay una propuesta de humor muy afortunada. ¿Cómo fue encontrando este tono y el balance entre ambas tenciones narrativas?
Gracias por hablar del humor, que para mí es fundamental. En medio de toda esa tristeza y desesperación de los personajes, que pueden sentirse como condenas (como muros infranqueables o piedras gigantes que te caen encima), el humor es la grieta: lo que quiebra o estremece cualquier condena.
El libro es un conjunto como de cuadros surrealistas. ¿Cómo le fue saliendo la estructura de esta manera?
Me gusta mucho eso que dices. Cuando Fabio Morábito leyó el manuscrito, me dijo que la novela se leía (o debería leerse) como esos vitrales de las catedrales medievales, que se suceden con una tonalidad similar de colores y formas, pero agregando cada uno un nuevo elemento a la historia que los reúne. Si estamos de acuerdo con Susan Sontag cuando dice que toda foto es un fragmento, pienso que la foto de la madre que está pegada en la ventana del protagonista puede ser una metáfora de la forma y estructura de toda la novela, que consta de 63 fragmentos, aunque a mí me gusta pensarlos como estampas poéticas.
La novela, además, tiene capítulos como “En la espera se quiebran las tramas” y “Pensar un final”, que si hablan expresamente de la situación del protagonista, también parecen metáforas de la construcción del propio libro. Para seguir con Köhler en ‘El tiempo regalado’, “a la espera le corresponde estructuralmente resistirse a terminar”. Y como escribe Lupe Rumazo en ‘Carta larga sin final’: “No concluyo porque no deseo que mamá muera”. Entonces, por un lado, está esa estructura de la espera, que se resiste a terminar, y por el otro, la conciencia que tiene el protagonista de que, si da por terminada la espera, de alguna forma va a despedirse de la madre para siempre. Esos capítulos que menciono se relacionan con lo que decía antes, que la situación personal del protagonista determina la forma de la novela o viceversa: que la novela emula la situación personal del protagonista. A medida que pasa el tiempo -ese tiempo suspendido, sin trama, pero lleno de recuerdos e imágenes- y la madre no llega, el protagonista tiene que pensar qué hace. Es decir, pensar un final. La novela va haciendo lo mismo que él.
Curioso que algunas escenas de la historia establecen un diálogo literario también con la 'Biblia', ese gran libro de la humanidad...
En una escena de la novela, el protagonista, cuando es niño, recibe un libro para colorear con escenas de la vida de Jesús. A partir de ese libro, él no sólo entra en diálogo con la mitología católica sino que la empieza a reescribir a su manera, lúdicamente, poniendo a su madre en el centro de algunas historias bíblicas. Hace lo propio cuando juega con muñequitos: recrea, por ejemplo, la historia del Nacimiento de Jesús, construye un pesebre en su almohada. Así, al mezclar el juego con la Biblia, o más bien, al jugar a las historias bíblicas, esas escenas de la novela dialogan con esta reflexión de Freud en ‘Más allá del principio del placer’: “El niño a través del juego, al igual que el adulto a través de la literatura, se relaciona con los acontecimientos de su contexto pasando de una posición pasiva a una activa. Al igual que sucede en el sueño, el juego y la literatura manifiestan fundamentalmente dos procesos: la realización de deseos inconscientes reprimidos y la angustia que producen las experiencias de la vida misma. El juego, el sueño y la literatura son vía regia para expresar y elaborar acontecimientos y pensamientos que produjeron angustia, desolación, frustración, rabia o miedo”.
CARLOS RESTREPO
CULTURA
EL TIEMPO@Restrebooks
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