Al inicio de la presentación de su película 'Amor y anarquía' (de la directora Lina Wertmüller, 1973), este viernes en la Cinemateca del Caribe, el consagrado actor italiano Giancarlo Giannini tuvo tiempo para bromear sobre cuál ritmo caribeño le gustaba bailar más.
Cuando el escritor Efraín Medina le comentó que se decía que él era un bailarín de salsa muy bueno, la estrella de Hollywood sorprendida lo corrigió: “¿Salsa? No. Merengue, que es mucho más sencillo, porque solo tienes que hacer: uno, due, uno, due”, dijo con una gran sonrisa mientras hacía la mímica del baile.
Giannini (La Spezia, 1942) fue recibido con un aplauso en el auditorio por una fanaticada de cineastas de culto, a donde llegó como invitado de honor del Carnaval Internacional de las Artes de Barranquilla. El actor conversará este sábado con el periodista y profesor Alfredo Sabbagh, a las 5 p. m., en el teatro Consuegra Higgins.
Entrando en materia, antes de la proyección, Giannini confesó que si hubiera que quemar sus más de 150 películas y tuviera que escoger una, 'Amor y anarquía' (1973) sería su elegida. Con ella ganó el premio a mejor actor en el Festival de Cannes de ese año. (Además: El Carnaval de las Artes goza de vida en Barranquilla)
En este momento de su vida, en el que disfruta más enseñándoles actuación a las nuevas generaciones del Centro Experimental de Cine de Italia, el actor compartió al auditorio detalles reveladores de cómo construyó a su personaje Antonio Soffiantini Tunin en Amor y anarquía.
Giannini contó que fue una historia que ocurrió en realidad en su país y que la caracterización como campesino de su personaje fue una en las que más trabajó. El proceso de maquillaje le tomaba ocho horas diarias, lo que lo obligaba a dormir poco y levantarse a las 2 de la madrugada todos los días.
Y para darle mayor realismo, además del cambio de voz, el actor contó que para modificar la manera de caminar se le ocurrió ponerse dos kilos de plomo en sus zapatos y dos pantalones, lo que lo obligaba caminar más pausado y con dificultad.
“No me considero un actor realista. Soy más un actor que siempre busca inventar el personaje desde su propia fantasía. Si tú miras, el verbo actuar en inglés y francés se traduce como ‘jugar’. Y a pesar de mi edad, disfruto todo el tiempo volviendo esta profesión un juego”, anota.
Giannini es considerado hoy, a sus 74 años, un referente de la historia contemporánea del cine italiano, en el que se ha destacado también como guionista, productor y director. Su vena bohemia lo llevó también al mundo musical, en donde compartió escenario con la recordada cantante Mina.
Su memorable papel en la cinta Pasqualino: Siete bellezas le valió una nominación al Óscar, también bajo la dirección de Wertmüller. Ha ganado cinco premios Globo de Oro italianos y seis David di Donatello.
A las nuevas generaciones, en cambio, les puede resultar muy familiar su papel como René Mathis, en las cintas Casino Royale y Quantum of solace, de la saga de James Bond, en las que demuestra su capacidad de reinvención, al cabo de seis décadas de trayectoria.
Luego de ser una institución cinematográfica en su país, ¿qué tan importante para su carrera actoral siente que fue actuar en el cine de acción de Hollywood, al lado de nombres como Marc Forster, Ridley Scott, Anthony Hopkins o Denzel Washington?
Creo que no cambia en nada trabajar en el sistema del cine italiano o en el internacional, porque un actor siempre está solo frente a su objetivo, y cuando el director grita ‘¡acción!’ debe concentrarse en su propio trabajo. Lo que sí puede ser diferente es cuando pasas del cine al teatro o a la televisión, por los cambios de formatos. Lo importante es que como actor de cine te concentres en tu trabajo, pues quedará inmortalizado para siempre.
¿Cómo fue la experiencia de prestarles su voz a personajes de Jack Nicholson o Al Pacino, a quienes dobló al italiano?
Cuando me encontré una vez con Al Pacino, se sorprendió de que yo hubiera hecho su voz en una película. Entonces le expliqué que en mi país era algo normal traducir las películas a nuestra propia lengua, lo que me parece algo monstruoso. Doblar a un gran actor no es algo complicado, pues finalmente solo tienes que imitarlo.
Artísticamente, ¿qué tanto ha variado su sensibilidad actoral desde sus inicios como actor en la cinta ‘Criminales de ciudad’?
El trabajo como actor me dio el regalo de ser mucho más sensible y comunicativo con la gente. Y también tomarme la vida más en juego, dentro de su seriedad. La vida es difícil, pero la actuación me enseñó a ser más tranquilo y a dejar que las cosas sucedan. Muchos actores de hoy no entienden esta idea.
¿Ha reflexionado alguna vez qué tanto un papel suyo o una película pueden llegar a influir en el público o en una persona?
No sé qué tanto mis personajes han influido en la gente, pero lo que sí tengo claro es que mi trabajo ha influenciado mucho mi propia vida. Como cuando hice el campesino de Amor y anarquía, la película que más quiero, que no la entendieron en mi país. Eso me llevó a preguntarme: ‘¿para qué hice un papel que nadie entendió?’. Y duré un año sin realizar ningún otro papel. Entonces, cuando regresé, me propuse hacer un trabajo mucho más desafiante con otra de las películas siguientes, donde representé varios personajes a la vez.
¿Cuáles han sido sus grandes referentes o influencias como actor?
Me influenciaron los grandes actores de mi tiempo, cuando era niño. Creo que cada actor tiene su propia magia y lo que hacen los que están estudiando actuación es aprender a leer esa magia particular de los actores y descifrarla. Los muchachos a los que yo enseño, gracias a la tecnología de hoy, pueden ver las películas de todos esos grandes maestros no para imitarlos, pero también para imitarlos en el sentido de que ningún actor es igual a otro, porque finalmente tiene su propia personalidad. Creo que esta es una técnica o modo de aprender.
En el terreno artístico, ¿qué siente que le falta por experimentar en el cine?
Creo que todos los días podemos descubrir algo novedoso. De hecho, yo lo hago a diario e incluso hice una película basada en la idea del sincronismo de Einstein, que aunque fue un desastre, para mí valió la pena, porque llevaba treinta años pensando en esa idea. En la escuela experimental de cine de Roma, siempre incito a los chicos para que experimenten, aunque se equivoquen. Experimentar es bello.
Usted comentó que la construcción de sus personajes se alimenta de la fantasía. ¿Cómo alimenta su fantasía?
Bueno, yo también estudié electrónica. Y en esta carrera es muy importante aprender a usar la fantasía para imaginar las cosas en el interior de los aparatos. Y esto me ha ayudado a construir mis personajes. Yo representé Romeo y Julieta durante tres años por toda Europa y estos parlamentos pueden estar llenos de mucha fantasía para un actor. Pero recuerde que cuando Romeo muere debe estar cerca de quince minutos tirado ahí y por fuerza, como actor, tienes que fingir. Y si eres capaz de fingir durante quince minutos, por qué no finges todo el tiempo y te diviertes más.
Sorprende ese interés por formar a nuevas generaciones de actores. ¿Qué satisfacción le ha dejado la docencia en esta etapa de su vida?
Me encanta este trabajo. Lo primero que les digo a mis estudiantes es que no tienen que interpretar nada, pues esa es una tarea del público. El que debe llorar, el que debe reír es el público porque paga por eso. Siempre que enseño apelo a la poesía porque esta tiene ese poder de síntesis de un pensamiento filosófico en pequeñas frases. Y un actor tiene la posibilidad de contar la historia de toda una vida de alguien en dos horas.
CARLOS RESTREPO*
CULTURA Y ENTRETENIMIENTO
* Por invitación del Carnaval Internacional de las Artes.