Hay dos o tres amigos a los que me he negado a ver a través de las pantallas. Nos hemos reunido cientos de veces, aquí y allá, para celebrar la vida. Hemos establecido rituales privados que con el tiempo dejaron de ser caprichos y casualidades para convertirse en costumbres.
La última vez que vinieron a casa comprobé que llevamos varios años sentándonos en los mismos lugares. De eso no me había dado cuenta. Lo que sí tengo claro desde hace mucho tiempo es que con descarada frecuencia le pido a uno de ellos que repita esa historia que me fascina del día en que se subió al escenario para suplantar a uno de los integrantes de Les Luthiers con el que tenía un evidente parecido. Y él la repite siempre como si fuera la primera vez que la cuenta. Con el mismo entusiasmo. Como si hubiera sucedido la víspera. De alguna manera es como si siguiéramos una partitura: no solo sabemos lo que va a pasar sino que conocemos los puntos de giro de la historia, los momentos en los que el suspenso se convierte en una fuente de risas incontenible. Y esperamos para reírnos en el momento preciso, aunque conocemos ese momento y podríamos anticiparlo. Pero sería tanto como violar unas reglas que nadie ha propuesto, que nadie ha promulgado, pero que se han ido estableciendo con una naturalidad de la que solo el tiempo es capaz: como el musgo que se va adhiriendo a las cortezas de los árboles hasta que forman parte de la corteza misma. Otras veces les pedimos a este amigo y a su mujer –inseparables, como el musgo de las cortezas– que repitan aquella interpretación célebre del ventrilocuo. Pero suelen negarse. También aquella negación forma parte de los rituales que se han ido estableciendo. Como el “no” de los cortejos, que tantas veces anticipa un “sí”. Y sabemos que otra vez veremos aquel acto que estuvo a punto de hacernos explotar de la risa cuando lo presenciamos por primera vez. Volverá. Pero no será a través de las pantallas. Hemos decidido darle la voz al extrañamiento mientras podemos volver a reunirnos. Quizás la próxima vez les prepare ese estofado que tanto les gusta. Cortesía del autor*