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Murió el padre de Copetín y el decano de las tiras cómicas en Colombia
Ernesto Franco

El 27 de junio, Ernesto Franco recibió la medalla Manuel Murillo Toro y posó por última vez al lado de su personaje.

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Claudia Rubio / EL TIEMPO

Murió el padre de Copetín y el decano de las tiras cómicas en Colombia

Ernesto Franco murió a los 88 años, en Bogotá. EL TIEMPO y MinTic le rindieron homenaje en vida.

El pasado 27 de junio, cuando recibió la máxima condecoración del Ministerio de las TIC, fue la última aparición pública de Ernesto Franco, el creador del inolvidable gamín Copetín, cuya tira cómica cumplió 55 años hace tres meses. Este martes, apenas tres semanas después del homenaje, Franco falleció por un cáncer de pulmón que se le extendió rápidamente en su agotado cuerpo de 88 años.

El dibujante había sido internado de urgencia en el hospital Simón Bolívar el fin de semana pasado, con complicaciones generalizadas. Durante sus últimos meses se había limitado al extremo su alimentación y su movilidad. Prácticamente no se levantaba de la cama, pero seguía enviando de manera juiciosa los jeroglíficos que publicó en EL TIEMPO sin interrupción desde 1971. De ellos derivaba su subsistencia y la de su esposa, Amanda Cecilia Rojas.

“Él murió tranquilo –reconoció Rojas–. Cuando la enfermera le hablaba, de una vez le respondía con una sonrisa, nunca perdió la conciencia, siempre estuvo en su estado natural”.

El día en que recibió la medalla Manuel Murillo Toro, en la categoría oro, de manos del ministro de las TIC, David Luna, Franco se veía radiante, pero ya arrastraba el deterioro de la edad y las enfermedades. Soportaba una hernia inguinal y acusaba los primeros síntomas preocupantes del mal que terminó con su vida.

Asistió al edificio del Ministerio en silla de ruedas, llevado en andas por sus hijos, Ernesto, de 40 años, y Mario Fernando, de 34, que tuvieron que alzarlo para bajar los cuatro pisos del conjunto en el que vivía, el cual no tiene ascensor. Acompañado por su esposa y otros familiares, y con la medalla en su pecho, esbozaba la sonrisa que lo acompañó hasta su desenlace fatal.

Ese día, el ministro Luna destacó sus aportes a las comunicaciones, recordó la forma en que visibilizó la problemática de los habitantes de la calle y aplaudió su obra, antes de entregarle el reconocimiento, que compartió con la librera Lilly de Ungar y el científico Jorge Reynolds.

También se recordó que el creador de Copetín fue el primer colombiano en publicar una tira cómica diaria en un periódico de circulación nacional, desde el 16 de abril de 1962, cuando EL TIEMPO le dio la bienvenida a sus páginas.

A partir de ese momento, y por casi 30 años, Franco envió a diario sus dibujos, siempre en lapicero negro sobre papel mantequilla, que elaboraba en las tardes, a la par con sus endiablados jeroglíficos, los cuales debutaron en abril de 1971. “A mí se me hacen fáciles, no les veo mucho complique”, le dijo a este diario en marzo pasado, en la última entrevista que concedió.

El conocimiento de los números romanos, los símbolos químicos y la cultura general que se requería para resolverlos no le parecían demasiado exigentes. “Soy muy mal lector, me cuesta trabajo concentrarme”, aseguró.

En esa entrevista, reveló que se había interesado por dibujar al término de su educación secundaria en el colegio Agustiniano, de Bogotá. Con un grupo de amigos se inscribió en un curso de dibujo comercial por correspondencia, sin saber que de eso derivaría su futura manutención.

“Había terminado el bachillerato y estaba desocupado, aburrido y se me ocurrió hacer unos dibujitos. Estudié por correspondencia con la Inter American Academy of Arts, empresa que tenía una sede en Cuba. Nunca creí que eso me fuera a dar dinero”, aseguró.

Los niños de la calle no fueron sus únicos personajes. Cuando Copetín se volvió cómic, se inventó a un mendigo llamado Don Esperpento, a un hombre sin piernas al que bautizó Casiano, y a un borracho de nombre Aniseto, por su afinidad con el anís del aguardiente.

En sus mejores días, también ilustró las aventuras del profesor Yarumo, para la Federación Nacional de Cafeteros, mediante una tira cómica titulada Yarumoradas.
Antes de llevar sus trazos a EL TIEMPO, había hecho un par de cortometrajes animados cuadro a cuadro, que fueron pioneros en el país, pero no vieron la luz en público por falta de presupuesto. Antes, había ocupado un cargo público en Floridablanca y había intentado con la publicidad y como empresario, en un bar de su propiedad.

Trabajó también en la desaparecida Inravisión, en la Registraduría Civil y hasta en un organismo precursor del servicio de inteligencia del Estado, en cargos que de alguna forma tenían que ver con el pulso firme de sus dibujos.

Cuando los achaques de la edad le cayeron encima, continuó dibujando, pero cada vez con mayor dificultad. Las paredes de su apartamento son testigos de sus incursiones en la pintura, con bodegones de girasoles y retratos de personajes como Charles Chaplin.

En la carpeta donde guardaba sus tesoros, se podían ver caricaturas recientes de Gustavo Petro y de Piedad Córdoba discutiendo con los personajes callejeros que salían de su imaginación.

No obstante, los cuadros que solía pintar y que le significaban algunos pesos extra se fueron haciendo cada vez más escasos. El último que hizo, pocas semanas antes de su muerte, fue un saludo de sus héroes urbanos –Copetín, el Misuniverso, el Carecaucho, Querubina y el gato que los acom- pañaba–, en un gesto que parecía de despedida. Lo pintó en agradecimiento por una nota que le publicó este diario en abril pasado.

Su esposa confirmó que el cuerpo de Franco reposará hoy en la Funeraria La Luz (calle 33A n.° 13-31), del centro de Bogotá. Mañana, será cremado en Jardines del Paraíso y se realizará una ceremonia religiosa en la iglesia de Santa Ana. En memoria de Franco, Rojas planea seguir publicando el jeroglífico con sus hijos, que no heredaron el oficio de su padre (Ernesto es consultor de SAP y Mario, fotógrafo en Cúcuta).

La situación de Rojas no es la mejor, pues hace pocos días los propietarios del apartamento en el que vive le comunicaron que aumentarán el valor del arrendamiento. “En el momento, no he pensado qué va a pasar, pero creo que tendré que cambiar de vivienda”, dijo la mujer que acompañó a Franco por más de cinco décadas.

JULIO CÉSAR GUZMÁN
Editor Cultura y Entretenimiento

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