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Música y Libros

Tumaco: entre la música y sus oficios

En esta escuela, jóvenes y adultos aprenden gastronomía y construcción.

En esta escuela, jóvenes y adultos aprenden gastronomía y construcción.

Foto:Luisa Cossio, Ministerio de Cultura

Dos escuelas dan opciones en este puerto. En una se aprenden oficios y la otra rescatará la música.

Cuentan los maestros músicos de Nariño que hasta no hace mucho tiempo, los marimberos tradicionales no dejaban que nadie tocara su marimba de chonta. Esta, dicen, colgaba en lo alto de las casas, como un objeto de culto.
“Ahí es cuando uno entiende las grandes diferencias con el vallenato, pues el acordeón siempre ha sido un instrumento cercano y abierto a todos, como un juguete para los niños”, dice el maestro Isaac Castro en Tumaco, donde vive y trabaja apoyando, con otros sabedores como él, la tradición del Pacífico colombiano a través de su música.
Castro tiene 65 años y es uno de los profesores de la Escuela de Música de Tumaco, un proyecto del Ministerio de Cultura que ya tiene su sede en el barrio Nuevo Horizonte de este puerto de Nariño, con una inversión de 2.817’525.218 de pesos, que incluye dotación.
Allí también está Harold Tenorio, de 40 años, músico y antropólogo con una maestría en Francia, quien es el director. Tenorio tendrá a su cargo la articulación de músicas urbanas de jóvenes, conjuntos de marimba y cantos tradicionales del Pacífico sur, formatos populares con guitarras acústicas, voces y percusión, músicas de banda y de orquesta sinfónica.
Y a cargo de Tenorio y su equipo está la selección de los estudiantes, alrededor de 200 cupos para niños de 7 a 12 años, jóvenes de 13 a 17 años y adultos, que recibirán formación en banda sinfónica, marimba tradicional, formación coral, música urbana, guitarra acústica y guitarra popular.
Así mismo, el lugar tiene auditorio; sala acústica, de audio y de instrumentos, así como estudio de grabación, entre otros.
Tenorio, de rastas, cuenta que sus profesores, entre ellos Shirley Pasuy (banda), Jairo Caicedo (guitarra) y Luis Narváez (coros), saben que la formación de sus alumnos es lo más importante, pues se trata de una región que, entre otros aspectos, ha tenido una formación empírica muy fuerte, que viene de la tradición familiar en muchas ocasiones.
“Entonces, algo muy importante es darles a estos estudiantes un proyecto de vida a través de la música y su formación en ella”, cuenta.
“La música está muy ligada a lo psicosocial en este territorio”, agrega la sicóloga Laura Rincón, que ha hecho acompañamiento en el trabajo de apertura de la escuela. Por eso no es exagerado que se cuenten unos 350 grupos folclóricos tradicionales en Tumaco y su zona de influencia. Son grupos relacionados con el canto, la danza y la música.
Actualmente, en el país hay siete grandes escuelas de música del Ministerio de Cultura (sin contar las propias de los municipios), incluida la de Tumaco. Están además en Carmen de Bolívar (Bolívar), Candelaria, Yotoco y Cali (Valle del Cauca), Guatavita (Cundinamarca) y Miranda (Cauca).

Son lugares que han tenido una historia de violencia muy marcada

Desde arriba, la escuela de Tumaco parece un girasol, y sus pétalos son los salones, cuenta Claudia Mejía, del Ministerio de Cultura, y agrega que así como en Carmen de Bolívar hay un prototipo de enseñanza de coros, gaita, banda y acordeones, en Tumaco se hizo algo similar, pero teniendo en cuenta los sonidos y los instrumentos de esta zona de Colombia.
“Ambos son lugares que han tenido una historia de violencia muy marcada”, agrega Jorge Franco, del Plan Nacional de Música para la Convivencia del Ministerio de Cultura.
Y es que la salvación de esta zona sí está ratificada en su tradición y en su cultura. Hoy, Tumaco está azotado por una fuerte violencia y un abandono sin límites. Así lo sienten y lo expresan muchos de sus habitantes, que tienen miedo a hablar y piden que no se digan sus nombres.
Ubicado en sur de Colombia, en el departamento de Nariño, y puerto sobre el Pacífico, Tumaco ostenta desde el 2007 el título de distrito especial, industrial, portuario, biodiverso y ecoturístico, y sus habitantes ratifican que lo tiene todo, pero que los malos manejos administrativos no permiten un mejor desarrollo.
Aun así, el puerto se mueve entre el futuro que quiere y la ancestralidad. “No deje de ir al Morro”, les dice la gente a los foráneos, “allí hay una energía muy bonita”, agregan con una sonrisa.
Es cierto. Esa magia del mar mezclado con territorio tiene una esencia especial, al igual que el taller de construcción de instrumentos que hay en la casa del maestro Agustín Francisco Tenorio Angulo, uno de los conocedores de la música y especialmente los bailes de la región, toda una enciclopedia del Pacifico, a quien hay que visitar en varias jornadas para oír sus historias.
En ese taller, varios jóvenes construyen marimbas, cununos y guasás, entre otros instrumentos, dejando en cada uno de ellos la memoria ancestral. Huele a madera, y dan ganas de quedarse ahí un buen rato recibiendo esa información sonora.
El maestro Tenorio es el papá del director de la Escuela de Música, así que Harold forma parte de una dinastía junto con su familia. El antropólgo, con sus largas rastas, recorre la escuela y revisa que todo vaya quedando listo. No lo dice, pero se le sienten las ganas de tener el lugar lleno de niños y jóvenes. Él, que sabe de oportunidades (estudió antropología en la Universidad de los Andes, de Bogotá), quiere que muchos más las tengan, aprendiendo. Incluso, su familia tiene una escuela de formación musical en el sector de Villa Lola, allí en Tumaco.

Más tradición

En otro espacio, en el que no hay música pero sí tradición, está Marcela Aragón Valencia, valiente, amable, que sonríe fácil y sabe qué está haciendo. Ha dado sus luchas en la Escuela Taller del puerto. Una de ellas, la que consideró más importante, que desde el Ministerio de Cultura le permitieran cambiar el horario de los estudiantes.
“Las personas tienen que trabajar, y muchas tienen hijos, y en Tumaco no cuadraba el horario de todo el día. Ahora estamos de 7 a. m. a 12 m.”, cuenta.
La escuela está construida con madera en forma de palafito, a la usanza de las construcciones costeras. “Eso sin contar que este es otro territorio, y algunas veces a los estudiantes les es difícil llegar por la marea, que es un fenómeno natural y también influye a la hora de movilizarse”, agrega.
Aragón es de las personas que dan fe de que sí se puede mejorar, de que lo que estos jóvenes entre los 16 y los 30 años están aprendiendo da frutos y les permite tener una calidad de vida.
“Muchos –dice, con su mirada franca– vienen de condiciones muy difíciles del conflicto, han pasado por cosas terribles. El objetivo es que aprendan un oficio, pero también nosotros recibir sus experiencias”.
Aragón está allá, en ese Tumaco de su alma, de donde viene su familia de artesanos, de la que se siente tan orgullosa. Y con la fuerza que la acompaña y le viene de sus ancestros, apoya a los muchachos que están en los salones recibiendo tanto clases prácticas (70 por ciento) como teóricas (30 por ciento).
Una de estas últimas se llama Caja de Herramientas, a cargo de la profesora María Alejandra Riascos, morena, bonita, de voz fuerte y quien da la palabra lanzando un muñeco de felpa gris.
Sus estudiantes, que están en la clase de gastronomía del Pacífico, son muy inteligentes. Saben cómo se les han vulnerado sus derechos. Saben también cuál es la mejor manera de negociar. Saben qué es el maltrato, cómo se traduce. Opinan con claridad, sus ideas son ordenadas.
“Caja de Herramientas les enseña a moverse y manejarse en la vida laboral, a responder en sus trabajos”, dice Riascos.
Una de sus alumnas es Neira Vanessa Cabezas Preciado, tumaqueña de 27 años y madre de tres hijos, que trabaja en uno de los restaurantes frente a la playa en el horario de 3 a 11 p. m.
Su especialidad son las picadas, que tienen carne de res, cerdo y pollo, costilla ahumada, chorizo, patacones, papa y yuca. Salsa de ajo y salsa de la casa. Ella es la encargada de hacer la salsa de la casa, secreto que, por supuesto, no revela.
“Uno cocina normalmente con mucho condimento, pero en la escuela aprendí que se puede hacer sin tantas cosas, sin tantos químicos, más con las aromáticas de la región”, dice.
En esa escuela de cocina también están tres de los integrantes de Pacific Dance, un colectivo de baile urbano de Tumaco que ha ganado varios premios y ha dejado en alto el nombre de la llamada Perla del Pacífico en Estados Unidos y Argentina, donde han concursado.
Igualmente, han hecho giras por Suramérica. Diana Cortés es su directora y asiste a clases con Deivi Ortiz y Cristian Cuero, sus alumnos en Pacific Dance. El colectivo tiene unas 150 personas, entre niños y jóvenes, que han aprendido que el baile es más que vida y además una profesión.
Pero ahora la preocupación de Cortés es poder financiar las giras del grupo y las invitaciones que tienen a participar en concursos internacionales que les pueden abrir puertas.
“A Estados Unidos fuimos porque el vicepresidente Óscar Naranjo nos vio aquí en Tumaco, en una de sus visitas, y nos apoyó”, cuenta la joven.
El grupo entiende que su labor es la gestión y que por eso es hora de dedicarse solo a la enseñanza y a ofrecer espectáculos. Estudiar gastronomía es parte del plan, pues su intención es poner una panadería que les permita no solo dar empleo, sino también solventar proyectos.
Y lo mismo hacen las personas encargadas de las escuelas Taller y de Música, y los gestores y los maestros, y las hermanas Kelly y Paula Navia con su proyecto con la Red de Cantadoras del Pacífico Sur. Y muchos más gestores culturales de Tumaco.
Lo hacen con fe, con dignidad, con ganas de luchar por ese territorio hermoso.
Y hasta muchachos que no son de por allí están estudiando en la escuela. Un joven procedente del Putumayo es un alumno aventajado en la escuela de cocina, y su sueño es ser el primer director de la Escuela de Oficios, que, espera, algún día abra el Ministerio en su región.
OLGA LUCÍA MARTÍNEZ ANTE
CULTURA 
* Por invitación del Ministerio de Cultura
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