Viernes. La señora Omara Portuondo yace en un sofá, en sudadera, reponiéndose del viaje de la noche anterior. Me siento a su lado, en un sillón, y queriendo acercarme un tanto a su mundo le recito, en broma, una línea de La sitiera, canción del viejo repertorio cubano que ella interpreta: “Ven sitiera por favor, ven de nuevo a mi retiro...”. Ella completa: “... y gozaremos de amor al son del tiple y el güiro”.
(Además: Omara Portuondo llega a Colombia celebrando la longevidad)
Entonces le pregunto qué instrumento es el tiple en Cuba y responde: “El tres. Es una guitarra de tres cuerdas dobles. ¿Lo conoce?”. Le explico que en Colombia tenemos también tiple, pero de cuatro cuerdas triples. Que cuando los grupos colombianos comenzaron a grabar la música cubana, en los 70, 80, lo hacían con tiple porque aquí no había tres. Y quiere saber en qué música se oye el tiple. Le canto, avergonzado de mis capacidades vocales, “No vuelvas a decir jamás que has triunfado en la vida...”, tarareando el rasgueo del tiple.
Omara, ¿usted comienza en la música siendo muy pequeña...?
¿Yo?Sí.
Yo no soy grande: sigo siendo pequeña (se echa a reír).
Dentro de un mes largo, Omara Portuondo cumplirá 86 años, el 29 de octubre.
Cuando la vi, tuve el atrevimiento de pedirle, nada en serio, que me permitiera arrodillarme para saludarla. Es la Diva del Buena Vista Social Club, y antes del boom de Buena Vista fue, y sigue siendo, La Novia del Feeling. No era para menos. “Me preocupa que después no se pueda levantar”, dijo, despojada de su condición de estrella. Le interrogué: “¿Cómo hizo para darse cuenta?”.
Muy niña, a los 4 años, usted ya sabía que sería una artista. Cuando creció, ¿qué música estaba de moda?
Había mucho, el danzón, el danzonete... A María Teresa Vera, la única mujer que hacía parte de los trovadores de esa época; empecé a escucharla cuando estaba en edad escolar. En lugar de irme a pasear como hacen los estudiantes, cuando salía de la escuela me quedaba en mi casa escuchando la radio. Recuerdo esa canción que ahora yo canto y que dice: “Qué te importa que te ame si tú no me quieres ya...”. Se llama Veinte años. Esa canción me la enseñó mi papá cuando yo tenía 4 años. A mi padre la naturaleza le dio el sentido musical, y en la casa mi papá la cantaba. El nieto de María Teresa Vera tuvo una orquesta magnífica en Cuba que se llamó Rita Montaner, una tremenda cantante que estrenó El manicero. También recuerdo a Olga Guillot. ¿La ha escuchado?
Aquí, en este hotel (Tequendama) estuvo. Vino muchísimas veces. Era muy querida en Colombia.
¿Celia Cruz?
Por supuesto. Estando yo en el Cuarteto de Aída coincidíamos trabajando Celia Cruz, Olga Guillot y Benny Moré... Tuve también la posibilidad de conocer a Ernesto Lecuona.
El compositor...
“Siboney, yo te quiero, yo me muero...”. Era un pianista extraordinario. Hemos tenido como ustedes muchos músicos. La música, usted sabe, es el alma de los pueblos.
Entonces usted fue creciendo y ¿qué pasó?
Crecí, fui adolescente y ahora ya pasé de la adolescencia un poquito más... (risas). Mi hermana Haydée, que era menor, y yo estudiábamos en una escuela donde teníamos clases de canto, declamación, actuación, idiomas y la docencia general... Mi hermana era soprano. Cuando se hizo el cuarteto de Aída, que era una magnífica pianista, nos encontramos ella, Elena Burke, Moraima Secada y yo. Yo bailaba ballet clásico en un grupo que formó Alberto Alonso, hermano de Fernando Alonso, el esposo de Alicia Alonso. Hizo un ballet muy conocido que se llamó El Solar, uniendo lo clásico y lo popular. Como yo ya tenía lo popular, porque bailé en Tropicana, todas esas cosas me ayudaron a poder llegar hasta aquí, donde estoy con usted haciendo esta entrevista.
En 1945, usted ya es una artista profesional...
¿Sí? ¿Usted me lo pregunta o lo sabe?
Lo encontré investigando...
Debe haber sido cierto. Si usted me pregunta qué edad tengo ahora, le digo que 17.
¿Ese es el secreto de la eterna juventud?
Y yo sí la tengo (risas).
Cuando conoció a Benny Moré, ¿usted era una adolescente?
No, yo ya estaba cantando. Benny era una persona muy popular. En una ocasión, en una presentación en el centro de La Habana, estábamos Olga Guillot y Fernando Albuerne. Y empezó el espectáculo y Benny no llegaba. Cantó Fernando y apareció Benny en camiseta y en chancletas y empezó a cantar. Y así como llegó empezó a cantar. Un hombre extraordinario. No estudió música. Para poder ser músico y tener esas condiciones, la naturaleza tiene que dotarte de esa posibilidad de crear haciendo unos sonidos. Sus orquestaciones no sé cómo las hacía. “¡Los saxos deben hacer tararín pan pa! Y el trombón, pooooo”, así hacía los arreglos.
¿Conoció a Barbarito Díez? Lo recordé porque él hacía una versión del ‘Danzonete’.
Era una maravilla. Una voz especial. Siempre quise cantar con él y nunca pude. Es una de las cosas que no he logrado en mi vida. Iba mucho a Venezuela. Su voz no tenía que forzarla.
¿Cómo pasó usted de ser integrante de un cuarteto a solista?
Aída, la directora del grupo, comenzó a decirme: “Omara, ya tienes que cantar sola”. Me gustaba mucho el trabajo dentro del grupo. Cuando salíamos a escena era una cosa maravillosa. Elena Burke era solista ya y le pregunté: “¿Crees que yo pueda ser solista?”, y me dijo: “Sí, claro”. Yo no hubiera querido nunca, hasta que por fin salí sola.
¿Cómo llega al jazz, por el ‘feeling’?
Yo no llego. Es que el jazz llega a Cuba. Los músicos norteamericanos iban a Cuba y tocaban con los músicos cubanos. Los de Tropicana, Bebo Valdés, Chucho Valdés, y así empezó a entrar y a incorporar cosas del son cubano a las orquestas de allá. Stan Kenton fue el primero que puso un tumbao que fue Manteca. Incorporaron la percusión cubana a la música de allá. Tony Bennett también iba mucho a Cuba y muchos artistas de Estados Unidos.
¿Dónde la cogió la revolución? ¿Ese fin de año dónde?
Yo, trabajando y cantando en La Habana.
He escuchado sus discos, pero solo esta semana comencé a ver con atención los videos. Y me dio muchísima impresión...
¿Qué le dio?
Impresión, porque usted comienza así como está hablando ahora, casi susurrando, como apenas diciendo la letra, y de la mitad de la canción en adelante comienza a salir un chorro de voz que uno dice ¡aquí qué pasó! En los discos, uno no tiene esa sensación tan poderosa.
(Risas). Usted es músico, ¿no es verdad?
No.
(Seria) ¿Toca algún instrumento?
Los bongoes, pero muy mal.
¡No me va a tocar a mí!
La estoy haciendo ‘sonar’ (risas). Bueno, llegó la revolución y ¿qué pasó?
Nada, seguimos cantando todos y por eso estoy aquí. Me siento honradísima de representar a mi país.
¿Cuántas veces ha venido a Colombia ya?
La penúltima fue con una señora que era argentina. Viví en este hotel. ¿Cómo se llamaba?
Fanny Mikey...
Esa vez estuve con Carlos Vives. Y a Totó la Momposina la conocí en Inglaterra.
¿Buena Vista es una marca o un lugar que realmente existió?
Es un sitio. En Marianao hay una parte que llaman Buena Vista. Ahí había un lugar donde la gente iba a hacer ejercicio, y los sábados llevaban orquestas típicas, como la Aragón, y hacían actividades. Se llamaba Buena Vista y era un club social de pueblo.
¿Fue después de la revolución?
O antes y se mantuvo. Ya después se acabó el club. Y alguien, como era un lugar social muy conocido donde se oía mucha música, decidió seguir. Y el señor que se le ocurrió hacer el disco, Ry Cooder, cogió ese espacio y ahí fue que hicieron todo. Yo estaba trabajando sola y me incorporé a ese lugar.
¿Cómo se vinculó Ibrahim Ferrer?
Yo lo conocía desde hacía mucho tiempo. Él hacía coros pero nunca lo dejaban grabar. Lo llamaron, él no quería ir. Un día yo estaba grabando Veinte años y alguien me toca por un lado. Era Ibrahim. Me dijo: “Omara, yo no venía porque nunca he podido cantar solo. Me dicen que tengo una voz muy fea”. Cuando vino la parte fuerte de la canción, él cantó y eso fue un éxito. Solo le permitían hacer coros y cantar cosas movidas. Nunca lo dejaron cantar boleros.
¿Era conocido antes de Buena Vista?
Pero no como solista. Él limpiaba zapatos antes de trabajar con Buena Vista.
¿Es verdad que Rubén González estaba retirado cuando nació Buena Vista?
Él era médico, pero le gustaba más el piano. Tocó con mucha gente en muchas partes. Cuando vino lo de Buena Vista empezó a tener alzhéimer. Al final, le decían “Rubén, te toca”. Iba y tocaba maravillosamente, la gente lo aplaudía y él hacía venias, pero no comprendía lo que pasaba.
¿Se ha encontrado alguna vez con Fidel?
Sí, qué suerte.
¿La oyó cantar?
Sí, una canción de Silvio Rodríguez que le gusta a él. Se llama La era está pariendo un corazón.
FRANCISCO CELIS ALBÁN
Editor EL TIEMPO
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