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Música y Libros

¿Qué pasó en 1989 en Colombia?

En su larga trayectoria, la periodista y columnista María Elvira Samper ha trabajado en los medios más importantes del país.

En su larga trayectoria, la periodista y columnista María Elvira Samper ha trabajado en los medios más importantes del país.

Foto:Cortesía Santiago Salazar

María Elvira Samper lanza su libro con investigaciones y reportajes sobre un año brutal.

Su novedoso libro ‘1989’ será presentado este miércoles en el Gimnasio Moderno, de Bogotá, para todos los que la quieran acompañar. Habrá conversatorio con Enrique Santos Calderón y Francisco Gutiérrez Sanín. ¿Estamos como en cosecha de memorias históricas?
Me llamaron de Planeta a proponerme un libro sobre el año 1989 por dos razones. Primero, porque en 2019 se cumplen 30 años de 1989, y segundo, cierto, porque hemos visto que hay un gran apetito por libros de historia. El de Melo, los de Enrique, los de María Jimena…
Juan Esteban Constain, Ricardo Silva, Enrique Serrano, Humberto de la Calle…
Y quién lo creyera, sobre todo entre la juventud. Se va a iniciar un proyecto editorial que se llama ‘Memoria’ en toda América Latina. Empieza por Colombia.
¿Dónde estábamos usted y yo trabajando en 1989?
Vivimos ese año en ‘Semana’, con todos los horrores. ¿Se acuerda que decíamos siempre, “bueno, hoy llegamos vivas, mañana qué nos va a pasar”? Fue un año de bombas, pero no ‘el año de las bombas’, que fue en el 90, que nos tocó en ‘QAP Noticias’. Pero sí fue un año que empezó estremeciéndonos mucho, con el asesinato de los 12 miembros de la comisión judicial de la Rochela en el Magdalena Medio. En el fondo todavía no entendíamos bien qué estaba sucediendo. Nos pasó con el narcotráfico en general, que solo cuando ya estábamos abrumados y sobrellevados empezamos a decantar el fenómeno. Empecé a ver qué podía aportar en ese análisis y logré reconstruir mes tras mes todos los actos de violencia que vivimos en el 89.
¿Qué nos enseña repasar este año?
Si usted ve lo que nos pasó en el 89, y lo que está pasando hoy, hay muchos hilos que no se han roto. Estamos repitiendo muchas cosas. Este país no ha logrado superar la violencia como un instrumento para dirimir los conflictos. Seguimos muy heridos en el fondo.
Escogió para su introducción a un personaje muy interesante, Francisco Gutiérrez Sanín. Me gusta mucho leerlo porque no tiene una visión obvia de las cosas.
Es muy incisivo y agudo en sus análisis. Y no hace concesiones. El prólogo aporta mucho, le da contexto al libro y plantea interrogantes. Además, encontré que Francisco tiene una gran admiración por mi abuelo Lenc (Luis Eduardo Nieto Caballero). Dice que todos los liberales del centenario fueron mucho más importantes de lo que la historia de Colombia les ha reconocido.
¿Qué cosas marcaron ese año, como para que ameritara escribir todo un libro sobre 1989?
Para comenzar, el asesinato de Galán. Nos dio en el alma a muchos. Días antes, cuando había logrado salvarse del atentado en Medellín, me había dicho que le dolía mucho que hubieran tratado de matarlo y lo hubieran dejado solo. Por otro lado, en ese año estaba en pleno el asesinato de la gente de la Unión Patriótica (UP), dirigido por los narcoterroristas contra la sociedad para obligarla a negociar. El exterminio de la UP es financiado por el narcotráfico en alianza con unidades militares, porque además hay una gran corrupción en el ejército.

Este país no ha logrado superar la violencia como un instrumento para dirimir los conflictos

La bomba del DAS también fue ese año…
La bomba del DAS, y el atentado de la sesenta y pico contra Maza. También el atentado contra el avión de Avianca. La bomba contra Tecminas, que era Carranza. Me acababa de levantar de la oficina que quedaba en la calle 93 cuando estalló esa bomba en la 94. Cuando regresé, mi escritorio estaba absolutamente invadido de vidrios. Fue un año de guerra entre los carteles; también, la guerra de los esmeralderos, y es el momento en que se revela la llegada de los mercenarios de Yair Klein, salto cualitativo de la violencia porque con los mercenarios, tanto israelíes como británicos que vinieron a Colombia, se dio entrenamiento sobre técnicas terroristas urbanas. Es el año del dosier paramilitar, que revela ‘Semana’, con la asociación de ganaderos. Con ello se reveló que el narcotráfico convirtió los iniciales y originales grupos de autodefensa, que se crearon “ingenuamente”, entre comillas, dizque para protección y para defensa, en una maquinaria criminal. El narcotráfico lo permea todo. En ‘Semana’ hicimos la denuncia del coronel Bohórquez del batallón Bárbula, que fue uno de los batallones más fuertemente comprometidos con los paramilitares en la guerra sucia contra la UP. 1989 fue también el año de las bombas contra ‘El Espectador’ y ‘Vanguardia Liberal’. Mejor dicho, si usted lee ese libro, uno dice ‘¿miércoles, cómo sobrevivimos?’
En la última parte del libro aparecen documentos muy interesantes de personas protagonistas de la época.
Por ejemplo, de Cesar Gaviria, a quien en el entierro de Galán, su hijo Juan Manuel Galán le dice: “Recoja usted las banderas de mi padre”. De Alfonso Gómez Méndez, que era procurador en reemplazo de Horacio Serpa, quien se va a hacer campaña para Samper y le cae en las manos todo el proceso de la Rochela. Estos y otros testimonios prueban cómo es una guerra que se va diseminando, que va ampliando los blancos de tiro. Todo atravesado por el narcotráfico. Entrevisté también a Rafael Pardo, que era el comisionado de Paz, y todo el proceso que se dio y culmina en el 90 con la desmovilización del M19. Pero, a la vez, 1989 fue un punto de inflexión.
¿Inflexión en qué sentido?
El general Naranjo, a quien también entrevisté y que no tenía un papel protagónico hacia afuera pero internamente conocía muy bien todo el problema del narcotráfico, dio de baja a Rodríguez Gacha, lo peor de lo peor. Según Naranjo, fue ahí cuando la sociedad se dio cuenta un poco de que el narcotráfico, o por lo menos el narcoterrorismo, es derrotable. Uno de los interrogantes que yo me planteé en el libro es si militarizar la guerra contra el narcotráfico era conveniente. Nos causó muchas muertes.
¿Y cuál es la respuesta, que sí?
Como el narcotráfico se convirtió en un aparato militar, si la ofensiva era militar, había que defenderse militarmente.

El narcotráfico sigue ahí, por lo que me parece que estamos en retroceso

¿Por qué hacen explosión en el 89 todas las violencias que venían de un lado y de otro?
Es como el culmen de ese intento del narcotráfico de arrodillar a la sociedad. Ya no solamente atacaba jueces o los magistrados que proferían sentencias que los afectaban, sino que empezaron a hacer una ofensiva contra la sociedad civil. La bomba del avión de Avianca fue contra ciudadanos inermes.
Llegaron a pensar que iba César Gaviria adentro…
Se lo pregunté personalmente a Gaviria. Su respuesta fue que nunca había vuelto a volar en aviones comerciales porque, cada vez que se subía, la gente se bajaba. Sus escoltas generalmente sí figuraban en las listas, pero ese día se salvaron porque se fueron en otro avión. De otra cosa terrible de la que uno se da cuenta es la debilidad del Estado. En lugares como el Magdalena Medio o el Meta empiezan a crearse grupos de paramilitares para defenderse en una cruzada antiguerrillera financiada por el narcotráfico.
Un Estado muy débil que no hace presencia en el territorio…
Y hay que tener en cuenta también que teníamos en el horizonte la Guerra Fría, y el enemigo era el comunismo. No solamente se asociaba con la guerrilla, sino con todos los que consideraban afines a la guerrilla o que olían a izquierda.
Además del Ejército, uno de los peores momentos de la Policía…
Pero al mismo tiempo, y eso lo destaca Naranjo, cuántos policías no mató Pablo Escobar con el ‘plan pistola’. Y no fue por corruptos, sino porque estaban luchando contra el narcotráfico. Cuando todo lo del Magdalena Medio, Barco no vuelve a hablar con el Ejército, crea un cuerpo élite con el director de la Policía de entonces, el general Gómez Padilla, y se maneja todo desde Bogotá, porque estaban conscientes de que había una asociación entre las unidades militares y varios generales y coroneles, como el coronel Bohórquez, con los paramilitares, apoyados por terratenientes y cacaos de los partidos tradicionales, que en la UP veían a un enemigo. Ellos se quejaban y nadie los oía. Los militares siempre estaban desmintiendo todo; decían que no estaba pasando nada.
Pero Barco intentó recuperar el manejo del orden público por parte del poder civil con Rafael Pardo como ministro de Defensa…
Fue un intento, yo diría que bastante frustrado. Los militares seguían siendo la voz cantante.
Según la senadora de la UP Aída Avella, otra de sus entrevistadas, “era una devastadora sensación de impotencia”.
Ella revela algo muy impresionante. Que en una visita a Serpa, entonces procurador, le contaron todos los horrores y le preguntaron qué hacer, “porque el ejército nos está matando”. Serpa les contestó: “A mí póngame a pelear con los narcos, eso es normal; póngame a pelear con los paramilitares, es normal; pero si me ponen a pelear con las fuerzas militares, ahí sí me matan”.
Cuando usted le pone el punto final al libro, ¿qué conclusión le queda?
Suena cursi, pero un dolor profundo; la sensación de que no hemos aprendido las lecciones. De que no hemos aprendido a aceptar que otros piensan distinto. Que nos acostumbramos a dirimir los conflictos con la violencia. Y, sobre todo, que aún hoy seguimos un poco en el marco de la guerra fría.

Ellos tienen una crisis de opioides, de drogas sintéticas, de analgésicos producidos allá, pero no miran sino lo nuestro

Y el narcotráfico atravesándonos trasversalmente…
El narcotráfico sigue ahí, por lo que me parece que estamos en retroceso. Tal vez Barco es el primer presidente que empieza a hablar de la corresponsabilidad, y se lo habla a George Bush padre, y en la Cumbre de Cartagena. La premisa de la lucha contra el narcotráfico que nos imponen los gringos y que nosotros aceptamos, bien por convicción o porque estamos de rodillas, es que el problema está en la producción y no en el consumo. Por más que hayamos hecho algunos pequeños avances, no hemos logrado que se reconozca la corresponsabilidad. Somos los malos porque producimos, pero quienes se la chupan, se la soplan, se la esnifan son los gringos. Y ahora estamos volviendo con el tema de la descertificación. Ellos tienen una crisis de opioides, de drogas sintéticas, de analgésicos producidos allá, pero no miran sino lo nuestro. Y no ayudan sino para la fumigación y la guerra, y muy poca ayuda para una mirada integral del problema.
Finalmente, María Elvira, usted le dedica el libro a Lucía. ¿Quién es Lucía?
Es mi nieta. Lucía hoy es lo que da sentido a mi vida. Nació con un problema incurable; nos ha tocado enfrentar muy duro esa lucha, pero es un ejemplo ver a esa chiquita crecer, venciendo las dificultades. Es una guerrera. Se lo dedico a ella con la esperanza de que ella no vaya a sufrir discriminación por la condición que tiene.
Y porque el país que superó 1989 se parece a ella. Un país luchador que a pesar de todas las cosas terribles que nos pasaron, y nos siguen pasando, sobrevive…
Hay tanta gente buena en las zonas de conflicto que no cae en la tentación de vincularse a grupos armados y sigue luchando por sobrevivir. Pero al mismo tiempo, qué dolor con tanta gente que no puede sentir empatía ni tiene capacidad de ponerse en los zapatos de esa Colombia profunda que sufre tanto y que nosotros, desde los escritorios en Bogotá, no vemos o no sentimos.
MARÍA ISABEL RUEDA
Especial para EL TIEMPO
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